Por Sergio Kisielewsky
Página 12 (Ar)
El interrogatorio es una escena repetida en las películas del género policial y en los libros donde el thriller se lleva las palmas. Esta es la gran puesta en acto que sufre Daniel cuando es detenido por miembros de la Red Spartaner en Berlín y que tiene como protagonistas exclusivos a Richard y Félix que se turnan para hostigarlo y hacerlo sudar, dudar y mentir en partes iguales. De poco y nada le sirve a Daniel recordar un globo terráqueo en sus épocas de primaria pues se le exige una y otra vez que mire hacia un punto fijo de la habitación. La otra zona donde discurre la novela remite a la violenta relación entre dos hermanos que intentan descubrir el pasado nazi de un banquero coleccionista de arte, que será homenajeado y subastado en una galería de Londres. Los puntos de contacto entre ambas tramas no serán fáciles de reconocer para el lector en una primera instancia, pero lo que aquí devora la atención es el vértigo de los sucesos que narra el interrogado para salir de la encerrona y para que los personajes se muevan con sigilo.
Es entonces la tensión típica de una novela de espías lo que va ganando el clima de El miedo te come el alma, nueva novela del rosarino Eduardo Sguiglia, que logró llamar la atención como novelista (había publicado ensayos sobre Agustín Tosco e investigaciones sobre el poder económico global) con Fordlandia, y que cultivaría el género negro más adelante, incluyendo esta última entrega. Thriller y espionaje juntos en un relato donde narcos, especialistas en trata de personas y todo tipo de negocios siempre turbios están al servicio de que “la verdad está pasada de moda”.
A estos elementos se debe agregar un mundo de corrupción estructural que encarnan los Estados actuales; la quiebra dolosa y la administración fraudulenta son algunas perlas donde los poderes fácticos apuestan todas sus fichas.
Todos los protagonistas hablan al aire libre para no levantar sospechas y por temor a ser escuchados. Y hay un tercer elemento que deja en claro el abordaje del autor, como es la irrupción de Eric y Pereyra con los que Daniel realizó un largo viaje por la Patagonia. Sguiglia no acepta zonas de confort para narrar, no hay medias tintas ni puentes tendidos para sugerir ni escapes para hacer un alto en el camino. Zampano se dedicó toda su vida a la lucha libre, Tina tiene los ojos como cuchillos y los delincuentes sólo muestran un rasgo de ternura cuando ven la foto del equipo barrial allá lejos y hace tiempo en la época de los potreros de la infancia. Daniel no sólo está encerrado en una pieza con dos gángsters sino que lo amenazan con hacerle daño a su novia, que lo espera en una suite de un hotel berlinés. Por eso lo acorralan con preguntas y lo exprimen para que conteste en detalle el viaje a la Patagonia donde llegaron a comer una víbora yarará, una mulita y un ñandú, y lo fuerzan a que cuente cómo eran Eric y Pereyra, en una carrera contra el tiempo donde le lector sale ganando y es imposible salirse de pista.
Es una novela calabozo, con una trama en laberinto, claustrofóbica: diálogos con el ritmo de una partida de ping pong, cámaras fijas y amenazantes que invitan a sumarse a un rompecabezas insólito y que va dejando una imagen del género humano al borde del precipicio. El humor es sólo un puente para hacer digerible el plato frío al que alude el título del libro en relación al miedo y el alma.
Sguiglia retoma el tono de su novela Los cuerpos y la Sombra donde cuenta como nudo central el encuentro entre dos amigos que participaron de la Operación Gaviota, una acción del Ejército Revolucionario del Pueblo para atentar contra Videla. Aquí el conflicto y el choque de opuestos es otro pero la respiración entrecortada de las víctimas se escucha con fuerza, por igual.