Revista Pijao
Caminando por la vereda de la locura
Caminando por la vereda de la locura

Por Martín Kohan   Foto Hernán Rojas

Revista Ñ

Hay una notable precisión verbal y conceptual en los textos de María Sonia Cristoff. La justeza infalible que encuentran las palabras, tanto en sus crónicas como en sus novelas, parece suscitada por la nitidez de sus ideas, aunque a la vez parece suscitarla.

En Inclúyanme afuera, la novela anterior de Cristoff, esas cualidades sostenían el relato de una gesta del retraimiento, un afán de prescindencia general que se mostraba tanto más verdadero cuanto más imposible resultaba. Pero la frase exacta y la claridad de reflexión asumen otro carácter, igualmente logrado en cualquier caso, en Mal de época. Porque Mal de época tiene que ver con los impulsos inexplicables, territorios de la sin razón, con confusiones y aturdimientos que se extreman hasta la fabulación o hasta las alucinaciones.

¿Por qué alguien siente de pronto la incontenible necesidad de largarse a caminar y de irse, y así sin más, va y lo hace? ¿Qué clase de fuga es esta, qué urgencia de movimiento la activa, escapando no importa de qué (puede que de nada) y lanzándose hacia no importa qué lugar (a menudo, hacia cualquiera)?

Cristoff pone en paralelo dos historias: por un lado, la de FG, que recuerda o delira una guerra, y que espera o inventa una importante misión de la que nada sabe pero de la que está completamente seguro; por el otro, la de una investigadora espontánea que rastrea las huellas de Albert Dadas: un caso clínico del siglo XIX, un héroe inclasificable que no podía parar de irse. Eso hacía, una y otra vez: irse. Emprender la marcha e irse.

“Ese impulso de salir caminando y ya”, define Cristoff: la “fruición de la marcha” y la “angustia del retorno” se anudan en una total desestabilización de cualquier régimen de pertenencia. Ahí está todo: en el de pronto no soportar más estar en un lugar determinado. Las fugas son por eso indeterminadas, su impulso es la indeterminación. Entre Dadas, que se iba sin que importara del todo adónde, y FG, que espera algo pero no sabe del todo qué, encuentra Mal de época su genial combinación de vértigo y quietud, de andadura radical y encierro en sí mismo.

En un mundo social que Cristoff percibe cada vez más orientado a la cooptación y la regulación de las vidas, a “los sistemas de control y su aberración hacia todo tipo de movimiento”, en el que “los poderes fustigaban todo tipo de movilidad”, hay un acto de resistencia en todo aquel que no puede (ni quiere) parar de irse: “Las fugas de Dadas menos ligadas al desorden mental que al gesto contestatario, así me gusta pensarlo”. Pensarlo y narrarlo, pensarlo y escribirlo, que en los textos de Cristoff funcionan como una sola cosa.

Mal de época, María Sonia Cristoff. Mardulce, 224 págs.


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