Revista Pijao
'Aves de paso': Asuntos antioqueños
'Aves de paso': Asuntos antioqueños

Por Hernán Darío Correa

Revista Arcadia

Estas memorias reúnen una serie de espléndidos retratos de estirpe proustiana, exquisitas descripciones de paisajes urbanos y rurales, y dramas de una historia familiar tejidos por una narración que roza el costumbrismo y que no acaba de armarse como relato, a fuerza de pulir los árboles dentro de lo que podría reconocerse como el bosque de la identidad de los antioqueños, apenas esbozada a pesar de la lucidez y del consumado oficio de su autor-narrador, y de su entereza respecto del paso de la vida, cifrados en el poema que abre el libro: “El tiempo no pasó:/ aquí está./ Pasamos nosotros./ Solo nosotros somos el pasado./ Aves de paso que pasaron/ y ahora,/ poco a poco, se mueren”.

Los asuntos antioqueños: la dualidad rural-urbana de esa cultura; el peso de los patriarcas en los destinos familiares; la dominante pero cómplice figura de la madre, esta vez en tanto “madrina”; la educación católica; las tensiones entre hombres y mujeres a lo largo de la vida en el seno de la familia extensa; el peso de la personalidad de cada uno en el reconocimiento mutuo dentro de la parentela; la palabra como centro de la existencia, y el sólido tejido familiar, que en esta historia se reinventa renaciendo de sus cenizas desde la adopción por el clan medellinense de una familia francesa incorporada en sus redes a partir de la aparición póstuma de la hija de uno de sus personajes centrales, como reza el primer párrafo del libro que apuesta con éxito al reto narrativo de revelar al comienzo el destino final de la historia, y mantener la atención a lo largo de la misma a pesar de sus excesos descriptivos.

Es notable, en el periplo de la vida narrada, el lugar de la palabra, y especialmente de los silencios elocuentes, y del secreto en las complicidades afectivas profundas. Esos silencios como forma de hablar, pero también como sumisión: la otra cara de una antioqueñidad altisonante y violenta a que nos han acostumbrado las gestas del narcotráfico y de la manipulación política de las creencias religiosas durante las últimas décadas, que en esta historia se esquivan con elegancia y discreción para revelar las otras violencias soterradas que subyacen en los dramas familiares resueltos trágicamente por el abandono de una hija no confesada, la enfermedad y la muerte súbita y prematura de sus personajes centrales, como síntomas de una tradición en la cual las pasiones tristes del sometimiento al orden familiar, la rabia contenida y la soberbia se alternan con las virtudes del amor y del saber vivir.

Se trata de una tradición que se reinventa a través de las recurrencias de ciertos paisajes y caminos donde vuelven a resonar los cascos de los caballos de los ancestros, ahora redivivos por jinetes urbanos que los designios patriarcales han devuelto una y otra vez hacia “las fincas” como escenarios donde se retorna y se escampa de las incursiones a la modernidad europea o bonaerense, en unas vidas atadas a los rituales familiares y a los lugares de origen. Estos son los referentes de la conmovedora memoria de quien cultivó desde niño la mirada como opción de vida en torno a las figuras dominantes de sus mayores, ahora resuelta en un relato que da otra vuelta de tuerca al develamiento de las relaciones entre hombres y mujeres en la cultura paisa, y de la caída en el abismo de la existencia cuando la promesa de felicidad en una infancia sobreprotegida se despeña por la cascada de unas vidas atrapadas por esa tradición pero movidas profundamente por la modernidad a mediados y finales del siglos pasado.

Con una indudable destreza narrativa, acrisolada con referencias sutiles de lecturas que se asoman una y otra vez en el relato, en todo caso se trata de un estilo contradictorio en el cual los aciertos de plasmar literariamente la oralidad y el ser de los antioqueños lo emparentan con otros narradores de esa cultura como el Tomás González de La historia de Horacio, o el Abad del Olvido que seremos, pero se dispersan una y otra vez en un cierto costumbrismo que lo devuelve a tradiciones como las de don Tomás Carrasquilla.

 


Más notas de Reseñas