Revista Pijao
Adentro tampoco hay luz, de Leila Sucari
Adentro tampoco hay luz, de Leila Sucari

Por Nathalie Jarast

La Nación (Ar)

Leila Sucari (Buenos Aires, 1987) construye en Adentro tampoco hay luz una impecable voz infantil. La historia, lejos de ser enternecedora, muestra por medio de esa mirada inocente las miserias de la condición humana. La potencia de la narradora, a punto de entrar en la pubertad, está en la observación atenta y la franqueza de sus palabras. La nena es llevada a la casa de la abuela en el campo. Quince días se convierten en un mes sin fin aparente. El aprendizaje de los nombres de los árboles, el contacto con los bichos bolita, una chancha y una iguana brindan color al relato. Sin embargo, no devienen en una mirada romántica de lo rural. Ese hogar desvencijado se vuelve, a la vez, lugar de exploración y encierro.

Allí también vive la prima de la protagonista, a la que han dejado mucho tiempo atrás. Poco se dice de su historia o por qué recaló con una abuela que la odia. Sólo se muestra su sexualidad exuberante, que terminará en un embarazo adolescente. La madre de la narradora se sumará a este clan de mujeres a mitad del relato. Madre, abuela, prima, ninguna tiene nombre en la novela. Sucari crea personajes femeninos fuertes que evidencian un matriarcado de grandes ilusiones, pero con futuro incierto. La escena más representativa es aquella en la que la madre decide armar unas termas en el jardín de la casa y cava un pozo que rellena con agua caliente. Sólo obtiene la visita de tres vecinas, que se van y, además, no le pagan. Las migas, la falta de carne, la esperanza en la cría de la chancha marcan la precariedad de esta familia. La depresión y la locura también signan a los personajes.

En contraste, está la casa de los vecinos, que la protagonista espía desde la rama de un árbol. Ve a tres hermanas, con sus trenzas perfectas, zapatos y medias a tono, y una mamá que les prepara la merienda. Pero la escena idílica se rompe cuando una de ellas decide desatarse el peinado. El padre la agarra de los pelos y rompe de una trompada el vaso de chocolatada. Aparecen pocos hombres en el relato y sólo traen angustia: el padre violento, el marido muerto de la vecina, el novio hippie de la madre y el barman que sale con la prima.

El único personaje que aporta una cuota de esperanza es Joaquín, amigo de la narradora, que será objeto de deseo de sus primeras experiencias con la sexualidad. La resignificación de los términos cotidianos, mientras se busca entender el mundo que la rodea, abre nuevos universos: "No sé si tengo frío o calor. Soy otra. Creo que me llegó la divinidad". Las palabras son la vía de indagación y las que otorgan un respiro a un relato intenso

Adentro tampoco hay luz. Leila Sucari, Tusquets. 208 páginas


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