Revista Pijao
Un escritor de fuerte memoria
Un escritor de fuerte memoria

Parte de sus novelas conjugan el trasfondo histórico con el drama humano ¿Qué hecho le impulsó a decantarse por el primer elemento en la construcción del Quinteto de la frágil memoria?

Soy un hijo de la violencia partidista de los cincuenta y la trashumancia que debimos soportar marcó mi vida como escritor. Creo que solamente he creado un libro conformado por las ocho novelas y varios volúmenes de cuentos. En todos, el trasfondo histórico siempre aparece. También soy hijo de las dictaduras en América Latina y de los movimientos armados rebeldes que confrontaron a los Estados represores. Tengo un espíritu crítico sin haber militado en ningún grupo político; soy un humanista libre de pensamiento, agnóstico y lleno de escepticismo donde sólo el amor y la literatura palea un poco este mundo desigual, este proyecto humano fracasado. No he pretendido hacer historia patria sino historia humana de los dramas colombianos de los últimos cien años. No soy historiador, soy un novelista que le ha dolido siempre el padecimiento infringido a los más débiles. Mi proyecto-saga ya culmina con el premio que la xvi Bienal de Novela José Eustasio Rivera acaba de conceder a mi novela Maritza la Fugitiva. Se suma a las anteriores publicadas por Cangrejo Editores, una empresa que funciona en México, Colombia y Argentina: La última tarde del caudillo (2018), Trashumantes de la guerra perdida (2016), dos ediciones. La baronesa del circo Atayde (2015), El pianista que llegó de Hamburgo (2012), cuatro ediciones.

El Quinteto, avanza progresivamente a través de diversos episodios políticos y sociales de la historia de Colombia. ¿Por qué elegir la versión de los seres anónimos, periféricos para contar los sucesos adversos de la vida nacional?

Sin demagogia hay que dar la palabra a los vencidos porque los vencedores ya se la han apropiado para tergiversar la historia. Desde mi padre, un chofer de camión que soportó la represión, hasta el último de los asesinados, los de hoy, son de mi incumbencia. Por eso mi literatura ha permitido que las víctimas anónimas tengan su espacio y digan sus verdades, es, a mi parecer, lo más digno que un autor puede dar a sus personajes espoleados por la guerra. Los héroes de mi épica se llaman como cualquiera de nosotros, como nuestros abuelos, tíos y hermanos. Los antihéroes son los que propician guerras sin importarles nada. Hay que darle también la palabra al río, al paisaje, a los árboles, porque todos tienen algo para decirle a la memoria. Hay que contar con la palabra dulce y amarga de nuestras mujeres víctimas, las mismas que relatan Los velos de la memoria.

Investigar por más de 15 años la nueva historia de Colombia, le ofreció diversas perspectivas del conflicto en Colombia. Pero en materia narrativa ¿Cuáles han sido los autores que aportaron en la búsqueda de su registro estético?

Soy hijo del boom latinoamericano y he bebido en las fuentes de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti, Ernesto Sábato y en ellos encontré el lenguaje que nombraba nuestro entorno. El rigor estético me lo dio mi amor por Proust, Camus, Pamuk, Kundera, Coetzee, los poetas Pesoa, Vallejo, Kavafis y los que hicieron la literatura de la guerra cuando el tema estaba proscrito, Arturo Alape, Hernando Téllez, Pedro Gómez Valderrama, Rivera, Eutiquio Leal y la mayoría de los colegas de mi generación, muchos de los cuales ya se han ido.

Al terminar este vasto proyecto ficcional ¿Cuál considera es la verdad histórica puesta en su verdad novelada?

No hay verdades absolutas. La gran verdad: ocho millones de víctimas del conflicto. La verdad incuestionable: los desplazamientos forzados, los asesinatos y las desapariciones. La verdad explícita: la inequidad y la desfachatez histórica de quienes han gobernado el país. Estos asuntos conforman mi verdad narrativa, la verdad particular de quienes van por las páginas de mis libros. Tengo conciencia de que cuando escribo las microhistorias, cuya suma podría aportar al entendimiento desde lo humano de eso gran fresco de cien años de la historia nacional, me hago y comparto una reparación simbólica que nos debemos todos. Existe una imbricación, en todos mis libros, del amor, el erotismo, la poesía, la intertextualidad, los monólogos, las canciones y las ciudades, con ese halo terrorífico de la muerte violenta y, además los conflictos existenciales. Soy un romántico que lo tocó contar la guerra. Creo que la vida de los autores no es tan interesante como para hacer una novela, ni siquiera los grandes aventureros pueden quedarse atrapados ahí. Se hace necesario confrontar el tiempo que nos ha tocado vivir para ser testigos, al decir de Sartre.

Además del oficio de escritor, también se ha desempeñado como editor, a partir de experiencia ¿Cuál es su opinión de las voces emergentes que ha publicado Pijao Editores?

Las editoriales independientes aparecieron (como las universitarias) para desbloquear ese silencio en que nos tenían las grandes multinacionales que orientaban el tipo de temas que el lector, o mejor, que ellos querían vender. Oí decir a un novelista que las grandes editoriales no querían autores sino proyectos editoriales. Un narrador joven que entregue cada año un libro porque las inversiones —según ellos— son altas y el producto mediático debe retornar los flujos de caja.

Ese es el germen de Pijao que fue creciendo con la edición de autores del Tolima y que poco a poco abrió sus alas a los escritores nacionales con colecciones sin antecedentes en Colombia, como la llamada Cien novelas colombianas y una pintada. Es el nacimiento de Caza de Libros que no solamente se interesa en divulgar la literatura sino en crear lectores con programas ambiciosos que derrotan en neoliberalismo y el poco poder adquisitivo de los sectores más pobres. Hay que valorar las ediciones de autor, las ediciones de colectivos y de asociaciones, muchas veces he dicho que ahí está la verdadera literatura nacional.

Tomado de El Quindiano


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