Por Andrés Seoane
El Cultural (Es)
"La poesía no está de moda" se lamentaba el pasado viernes Adam Zagajewski (Lwów, actual Ucrania, 1945) en la gala de los Premios Princesa de Asturias. Puede que no, pero él sí. El poeta y ensayista polaco goza de inusitado éxito en nuestro país, al que su obra comenzó a llegar con retraso entrados los años 2000 gracias al buen hacer de las editoriales Pre-textos y Acantilado. En España, país del que se dice enamorado, se demora Zagajewski, que participó ayer por la tarde con un recital en la VII edición del festival madrileño PoeMaD. Datos sobre el personaje no son necesarios muchos. Multipremiado, incluso candidato al Nobel, y continuador consciente de la tradición de vates polacos como Milosz y Szymborska, los detalles más sonoros de su casi novelesca biografía, como su exilio parisino o la marcha de su familia de Lwów tras la Segunda Guerra Mundial, han ido cayendo sobre el tapete estos últimos meses.
Por eso este flâneur contemporáneo, que aúna en su poesía observación y memoria y que siempre se pregunta qué podemos decir de nosotros mismos y de los demás no rehúye hablar de actualidad, aunque sea sutilmente. "El nacionalismo no puede volver a producirse, porque es la perdición de Europa tal y como ya aprendimos. Nuestra misión es colaborar para poner freno a los nacionalismos, eso sí, conservando las señas de identidad propias. Son importantes, nadie quiere perderlas". Sin embargo, teniendo delante a Zagajewski, el momento actual se diluye porque, como él mismo reivindicó en su discurso de la semana pasada, urge hablar de poesía.
Pregunta.- Su discurso del Premio Princesa de Asturias fue una isla poética en un mar político. Dijo: "en el mundo actual todos quieren hablar sólo de comunidad y de política, y es cierto que esto es importante. Pero también existe el alma particular". ¿Fue un canto al individualismo y a la independencia personal en un mundo cada vez más masificado?
Respuesta.- Hace mucho tiempo que se puede advertir en las sociedades la paulatina pérdida de importancia del individuo y del individualismo. Hoy en día todo concierne a la comunidad, a las relaciones con los otros, es necesario estar conectado. Aunque tampoco es nuevo. Ya el famoso teórico y filósofo ruso Mijaíl Bajtín describía en su ensayo Problemas de la poética de Dostoyevski, el aspecto polifónico y dialógico de las novelas del escritor, y renegaba de él. En la actualidad el arte y las novelas tienden a ser polifónicas, pero la poesía necesariamente debe ser monofónica, y por eso se considera menos interesante. Pienso que esto es un error, porque en poesía únicamente con la voz de un individuo puedes recorrer las múltiples situaciones y valores humanos. No es que yo rechace la polifonía, pero creo que debe haber un equilibrio.
P.- En el mismo discurso se lamentaba: "No es difícil percibir que nos encontramos en un momento que es poco propicio para la poesía, la poesía no está de moda", ¿cuáles son las causas?
R.- En los últimos 20 años creo que se ha producido una visible disminución de la posición de la poesía. Recuerdo cuando fui a Róterdam en 1983 a un festival de poesía y había cientos de personas. Cuando regresé hace unos quince años había unas 50. Quiero decir que antes la poesía podía reunir a multitud de personas, ser algo de masas, pero hoy ya no. Creo que puede deberse a que la poesía ya no participa de la fuerza intelectual de su época, ya no está en el centro de la vida común. Las nuevas generaciones se vuelcan hacia temas más privados. No es que sea una catástrofe, pero es así. Más aún, no sigo la prensa y las revistas españolas, pero en todas partes, por ejemplo, en Francia, en un periódico como Le Monde, jamás ves ya reseñas o críticas de poesía. Todo son novelas, la poesía ya no importa.
P.- En este sentido, en Polonia siempre ha sido muy grande el papel, el peso social de los intelectuales y poetas, ¿cómo ha cambiado esto hoy?
R.- A nivel general el intelectual ha perdido peso social en todas partes, pero es una cuestión algo especial en un país como Polonia, donde la poesía fue clave en los años de la lucha contra el gobierno comunista, a finales de los 70 y en los 80. Eran años en los que las veladas de poesía se celebraban a menudo en iglesias, donde la gente acudía en masa. Un gran poeta como Zbigniew Herbert tenía cientos de seguidores. Szymborska fue la última que tuvo esa gran capacidad de atracción, quizá también por ello ganó un Premio Nobel. Pero sí, en general se ha producido una disminución social de la importancia de los intelectuales. Aunque quizá esto no dure para siempre y se revierta la situación, aunque de forma diferente. Hay un montón de jóvenes con ideas que se expresan en internet generan opinión.
P.- Es descrito como un poeta que resume perfectamente la idea de Europa, ¿considera que existe una cultura común europea? ¿Cuál es?
R.- Sí, claro que lo pienso, pero es algo muy complejo de definir, una cosa amorfa. Ya las diferentes culturas nacionales son difíciles de explicar, pero la europea más aún. Como muchas cosas necesita perspectiva, y por eso es más apreciable cuando viajas fuera del continente. En Estados Unidos me siento representante de toda Europa, y mis alumnos me hacen notar esa cultura a través de los nombres, de Cervantes, Baudelaire, Thomas Mann, John Keats, Dante... una gran pléyade de escritores que conforman lo que somos. Ahora se dice que la cultura europea está en peligro, que estamos perdiendo nuestros valores. Es complicado. Mirando hacia el pasado, hacia el siglo XIX, es obvio que la gente estaba mejor educada que hoy en día, especialmente en Humanidades. Pero no debemos olvidar que esta gente era una gran minoría, una élite. Hoy tenemos una gran capacidad de adquirir y compartir conocimiento. Cualquiera puede ver la película Shakespeare in love. Por eso creo que no debemos asociar la idea de cultura europea solo con esa alta cultura. Existe una cultura europea inherente a Europa.
P.- En su juventud tuvo una encendida participación política. Asegura que ya no podría volver a escribir poesía militante, ¿pero no le dan ganas viendo la situación actual de Polonia, su deriva desde hace unos años?
R.- Lo cierto es que escribí un poema crítico en contra del actual gobierno, pero creo que la poesía ya no es la mejor arma para combatir una situación política que me irrita y preocupa. En realidad, espero que esta gente se vaya en dos años o en seis. Un día perderán las elecciones y entonces ¿qué hago yo con mi poesía? Cuando eres muy joven no piensas en esto, pero cuando eres más viejo buscas para tu poesía mayor estabilidad, esa preciosa expresión de Samuel Johnson: "la estabilidad de la verdad", que él aplicaba a Shakespeare. Por eso, mi intención es escribir una poesía que supere las próximas elecciones. Además, cuando escribes poemas políticos en realidad no estás cambiando casi nada, a nadie le importan tus poemas.
P.- Hace unos días hablaba con el filósofo Nuccio Ordine, que defiende la utilidad de lo inútil, la cultura, ¿cuál sigue siendo el valor de la poesía, por qué sigue siendo necesaria?
R.- Creo que uno de los elementos clave de la cultura es que nos habla de manera muy intensa, que una obra de teatro, un libro o un cuadro nos transportan y nos elevan. Y la poesía es el ejemplo perfecto de esto. De hecho, creo que para mucha gente esta primera sensación de elevación, de pureza, se produce con la poesía, que nos eleva por encima de la red trivial de circunstancias, que son nuestro pan de cada día y nuestra cárcel. Esa elevación es una experiencia humana básica, de la que la poesía es una de las principales herramientas. Por eso es, no solo necesaria, sino inmortal.
P.- Afirma que la inspiración es necesaria para la humanidad, ¿qué piensa en el momento de crear, cómo surge la poesía, el hallazgo poético?
R.- Aparece como chispazos de creatividad de inspiración, sí. Cuando escribes, lo que sientes es una gran alegría por la experiencia, incluso si estás escribiendo un poema triste, lo que es curioso. Al escribir una elegía o una pieza básicamente triste, me siento contento, porque el mismo acto de crear está conectado con la alegría, es jubiloso en sí mismo.
P.- En Asimetría explora ese forcejeo constante que caracteriza la experiencia humana, ¿en qué consiste?
R.- Es algo muy abstracto, así que lo explicaré con un ejemplo. En un poema que dedico a mi madre, reflexiono desde mis ojos de niño sobre que no me imagino a mis padres antes de que yo hubiera nacido. No imaginamos a nuestros padres en otro papel que el de padres, como entes independientes, como las personas que son. Esto sería una asimetría, aunque en realidad, no tengo una teoría general sobre el tema. Otro ejemplo podría ser el poema donde describo la ciudad de Lwów en 1945, año en el que nací. Una asimetría sería pensar en cómo soy capaz de imaginar una Lwów que nunca conocí, pero que reside en mi memoria.
P.- En las críticas y en las reseñas se define a menudo su trabajo como una meditación sobre la pérdida, el exilio y el desarraigo, ¿Usted lo ve así?
R.- No, para mí es totalmente diferente. Creo que escribo una poesía alegre y hermosa, que se opone a estos aspectos negativos. Veo la poesía como un forcejeo continuo entre la alegría y la desesperanza. Incluso el tema del exilio, que para mí se ha acabado, porque ya no soy un poeta exiliado, es ambivalente, porque en él hay ciertos placeres. Pero yo no escribo para aliviar la tristeza o el exilio, escribo para sentir algo positivo, y mi intención es crear cosas positivas, aunque no podamos olvidar las cosas negativas.
P.- Hablando del exilio, ¿hasta qué punto debe condicionar una ideología o una vivencia la obra de un poeta?
R.- Hablando de mí, de mi memoria, yo mismo cometí este error escribiendo iracundos poemas políticos. Pero en un momento me cansé de esto y aumentaron mis ganas, mis expectativas de escribir sobre algo más que sobre política, de abarcar todos los temas. Yo me exilié en París, no exactamente por temas políticos, me fui allí por una mujer, pero en esa época era un disidente, y escribí algunos poemas sobre el exilio. Pero no creo que hubiera desarrollado todo mi capital poético si me quedo ahí. Además, mi salto temático de la política al mundo general se debió al hecho de abrirme a otras culturas y otras visiones.
P.- Su nuevo libro, que aún no ha llegado a España, lleva por título Slight exaggeration, ¿por qué es "una ligera exageración" una descripción tan buena de la poesía?
R.- Esta fue una frase de mi padre, y me encanta. Además, tiene el valor de ser un juicio que observa la poesía desde fuera. Mi padre era ingeniero y por eso tiene una visión externa de la poesía. Él veía en ella esa exageración, porque era muy realista y sobrio. Yo no digo que la poesía sea solamente exageración, en realidad nuestra verdadera vida está más presente en la poesía que en la cotidianidad. Es decir, creo que la vida es eufemismo y la poesía no exagera. Por otro lado, la poesía amplifica, exagera, pone énfasis en cosas y sentimientos, en pensamientos y sueños que pasan casi desapercibidos en la vida cotidiana. Es un poco contradictorio, pero me gusta la dialéctica entre la óptica de mi padre y la mía.
P.- Además de poeta, es usted ensayista. Hablamos de dos géneros muy alejados, ¿en qué se diferencian y por qué trabaja ambos?
R.- Para escribir un poema necesitas más exageración... (risas). No. Trato de escribir algo cada día, y normalmente según cómo me sienta sé si tengo el día propio para el ensayo o la poesía. El ensayo es mucho más intelectual, más demorado, más racionalista. Un poema, sin embargo, surge como un chispazo, no necesita esa linealidad, se retuerce y permite que surjan ramificaciones repentinas. Pero con la poesía ocurre que no puedes abarcar el mundo entero. El ensayo te permite explayarte más. Es como un plato donde puedes poner un poco de carne, de pescado, de lechuga, puedes mezclar muchos ingredientes.
P.- Se dice que su legado, si no es muy pronto para hablar de algo así, es la creación de un espacio para la mente y el espíritu independientes, es decir, para resistir, sobrevivir y permanecer humano, ¿cuál considera que es su legado?
R.- Realmente es la pregunta más difícil. No lo sé. No sé nada de ese espacio. Mi esperanza es haber ayudado a la gente a entender, pero no lo he hecho con una intención específica. Cuando escribo no tengo ningún plan, quizás lo que me motiva a escribir es luchar contra la melancolía, contra el pesimismo, trato de darme fuerzas. Y quizá los lectores llegan a sentir algo de esto, no lo sé.