Revista Pijao
‘A Colombia se la está gobernando como un país derrotado’
‘A Colombia se la está gobernando como un país derrotado’

Llega a librerías Memorias, subjetividades y política, del filósofo y sociólogo Gonzalo Sánchez Gómez. En entrevista con EL TIEMPO, el autor reflexiona sobre los graves peligros para la sociedad de insistir en la guerra. 

¿Por qué su libro Memorias, subjetividades y política?

Para dar respuesta a una inmensa necesidad y demanda de elementos analíticos e históricos que nos permitan pensar el pasado de nuestras violencias con sentido de futuro.

A propósito, ¿para qué cree que sirve la memoria?

En el contexto de la Colombia actual, mínimo para tres propósitos.

Que son...

El primero, reconocer las dimensiones del pasado bélico que tratamos de resolver. El segundo, entender las diversas formas de valorar los daños sufridos por la guerra, desde la perspectiva de las víctimas. Y el tercero, identificar la pluralidad de protagonistas y responsables de las atrocidades que, tras el proceso de paz, quieren compartir o imponer su propia versión de lo acontecido, su propia narrativa, su propio relato.

Reconocer el pasado bélico, ¿por qué es clave saber lo que pasó?

En buena medida, no logramos superar lo que nos ha ocurrido porque aún hay muchos sectores y personas notables que se niegan a reconocerlo, que es el primer paso para resolver un problema en todas sus dimensiones. Y eso pasa por la academia, por las diversas expresiones culturales, por los medios de comunicación y, desde luego, por la política.

Entre los sectores políticos hay uno que insiste en su tesis de que aquí no hubo ni hay conflicto armado, ¿qué piensa de esto?

Pienso en los 9 millones de víctimas que gritan: “¿Y entonces nosotros qué? ¿No nos ven? ¿No contamos para esta sociedad? ¿Para este Estado? ¿Para usted?”.

Entre quienes han documentado la tragedia que vivió este país hay varios colectivos de víctimas que han decidido sacar sus archivos del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), del que usted fue director. ¿Qué reflexión hace sobre esto?

He tratado de mantenerme al margen para no alentar impresiones, como las que trasmite el director actual, de que estamos aferrados a lo hecho por nosotros porque sí. Pero es que cuando alguien deposita archivos, lo hace a sabiendas de que no son simples bultos de papeles.

¿Qué son?

Son historias de vida de personas, de comunidades, de organizaciones, de colectivos sociales o políticos que guardan información sensible de sus actividades, de sus redes de acción, del entramado de sus victimizaciones, materiales que se cedieron sobre la base de una confianza construida con muchísimo esfuerzo. El archivo es memoria viva del conflicto.

¿Es más que sacar ‘unas simples cajas’ como dicen por ahí?

Claro. Hay mucho dolor de quienes los retiran, y también de los funcionarios del Centro que comprometieron su vida, su sensibilidad, su empatía y su saber en el procesamiento folio a folio de esas montañas de documentos. Por eso, este tipo de fondos han sido llamados en el Cono Sur archivos del dolor. Su retiro implica lo que pudiéramos llamar un vaciamiento del Centro.

¿Qué significa?

Simple y dolorosamente que el Centro se va quedando sin academia y sin víctimas, sin su esencia investigativa y reparadora.

Pero ha habido también la búsqueda de otros relatos del pasado. Se firmó un acuerdo entre los ganaderos y el CNMH.

¿Qué cree de esto?

Independientemente de si está firmado o en estudio ese convenio, el mensaje es muy desafiante. Se presenta como un viraje: ‘Ahora sí vamos a ocuparnos de la memoria de unos pobres olvidados en el país’. Desde luego, está muy bien que entren los ganaderos y los empresarios al campo de la memoria, como están entrando otros protagonistas.

¿Entonces?

El tema es cómo llegan: que digan que los ganaderos llegan en masa como víctimas, ¡pues no! Todo el mundo sabe que en ese gremio hay muchos de los financiadores del paramilitarismo. Y eso no quita que muchos otros hayan sido también victimizados por la guerrilla, secuestrados o asesinados. Equilibrar el relato no puede ser suprimir responsabilidades de unos para maximizar las de otros.

¿Qué opinión tiene de las críticas que le ha hecho Darío Acevedo, actual director de CNMH, a usted?

El doctor Acevedo se está moviendo cada vez más del terreno académico y político a la sindicación personal. No entraré en ese terreno.

Cada quien tiene una lectura de la realidad; por ejemplo, la de la ministra del Interior, Alicia Arango, que compara víctimas de la violencia política con las de los robos de celulares. ¿Cómo le parece esto?

Como esa expresión fue usada en el contexto de la polémica por el informe de Naciones Unidas sobre la situación de derechos humanos en el país, me sentí insultado como ciudadano, no pude contenerme y lancé un tuit muy visceral: “¡Que la ONU proteste por celulares robados y no por asesinato de líderes sociales!”.

¿Usted cree que lo de ella fue intencional o un tropiezo?

Uno no sabe si es torpeza, falta de sensibilidad, cinismo o provocación. Parecería que estas salidas en falso son más que eso, son parte más bien de una estructura de pensamiento del No, que se ha venido configurando y que tiende visiblemente a trivializar los grandes temas y las grandes tragedias.

¿Como por ejemplo?

Entre la paz y el glifosato escoge el glifosato; entre el asesinato de líderes sociales y el robo de celulares prefiere abultar las dimensiones de estos últimos para banalizar los otros; entre el sentimiento de pesar y el agravio al protector del líder asesinado escoge el insulto, “el escolta no era líder social”; entre mejorar las cosas y destruirlas prefieren “hacerlas trizas”.

¿Para usted fue una afirmación calculada?

Lo que quiero decirle es que no se trata de accidentes verbales, sino de una forma de pensamiento y un uso muy calculadamente retador del lenguaje. Hay en los altos niveles gubernamentales un discurso pendenciero que está generando una crispación individual y colectiva cuyos efectos ellos mismos no calculan.

 

¿Por qué?

El problema de fondo a mi entender es este: en el plebiscito no perdió un sector de la sociedad frente a otro. Perdió el país.

¿Por qué afirma eso?

El No va a pesar en el futuro, no como la victoria de un sector sobre otros, sino como la derrota de la nación. Y este gobierno se ha encargado de profundizar la derrota. A Colombia se la está gobernando como país derrotado. Le imponen roles humillantes, dentro y fuera del país. El No fue la negación del conflicto, la negación del acuerdo, la negación de un futuro distinto al de la muerte cotidiana.

El presente de la violencia está marcado por el asesinato de los líderes sociales. ¿Cuál es su valoración de esta situación?

Toda vida humana debe ser protegida, toda vida tiene un valor inconmensurable. Pero cuando se mata a un líder social, a un defensor de derechos humanos, a un líder espiritual de una comunidad indígena, a un reclamante de tierras, se deshacen años de acumulado organizativo, cultural y democrático, que tardan muchos otros en reconstruirse.

¿Y qué opina de la serie de asesinatos de mujeres y hombres de las Farc que firmaron el acuerdo de paz?

Cuando matan a un desmovilizado se manda también un mensaje de alto contenido simbólico, a saber, se firmaron acuerdos, pero: “La guerra no ha terminado”. Intimidante, ¿no?

Pero, desde la otra orilla, hay una molestia enorme entre las víctimas de las Farc porque esta no ha contado toda la verdad ante la JEP...

El compromiso con la verdad, más que las penas alternativas, es de la esencia de los acuerdos. Eludir la verdad completa, la asunción de responsabilidades, es incumplir los acuerdos. Y esto también es válido tanto para terceros como para agentes del Estado.

¿Qué efectos tiene esta actitud?
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No habrá legitimidad de la institucionalidad transicional si la sociedad no puede constatar que los aportes a la verdad son reales. A eso se comprometieron los insurgentes no solo con el Gobierno y el Estado colombiano, sino con la sociedad entera. Y la informada sociedad de hoy no transige con mentiras, con eufemismos o verdades a medias.

¿Impacta la paz?

Hay que reconocer otra cosa que pesa mucho en el momento: una paz frágil no produce verdades fuertes. En otras palabras, el repliegue de la paz es el repliegue de la verdad y la memoria.

Desde la academia, ¿qué consecuencias ven por la tensión entre el Gobierno y la ONU por los informes sobre los derechos humanos?

Quienes pierden con un mal manejo de estas tensiones son las víctimas, principalmente, y el país. Los acuerdos de paz le dieron una posición prominente al país en el concierto de naciones. No solo gobiernos, sino instancias colectivas planetarias, como el Consejo de Seguridad de Naciones, se apersonaron del modelo colombiano de paz. E, incluso, el reticente gobierno actual se ha beneficiado de ese reconocimiento.

A usted, que tanto ha leído de los horrores que han ocurrido en este país, ¿qué es lo que más lo ha estremecido?

La desaparición forzada y la violencia sexual. Son delitos expresamente dirigidos a demoler en lo más profundo al ser humano: su cuerpo y su propia existencia, con impactos devastadores también para los entornos familiares y sociales.
En su documentación del conflicto armado, ¿cuáles cree que son los tres hechos que más cambiaron la historia de Colombia?

En relación con la Colombia contemporánea, el primero sería el 9 de abril, que, más allá del muerto y de la revuelta, fue una toma de conciencia colectiva, que había inducido el propio Gaitán, de que algo andaba mal en los cimientos sociales de este país.

¿Y el segundo?
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Diría que la Constitución de 1991, momento inaugural de nuestra modernidad política, que debía haber terminado con la guerra.

¿Y el tercero?

El acuerdo de paz, que enfrentó nuestro gran pendiente histórico, el del deslinde de las armas y la política, que penosamente seguimos gestionando hoy.

Finalmente, usted, que mira este presente que nos tocó, el pasado que estudió, ¿cómo vislumbra el futuro?

Vamos con lo primero: el diagnóstico. El hecho político de Colombia hoy es la crisis de liderazgo presidencial. La desconexión del presidente con el país real es desconcertante y su caída en las encuestas es apenas uno de los signos más notorios. Es muy distinto que le vaya mal a un gobierno en el último año de ejercicio a que le vaya tan mal en el primer año. Eso es muy desestabilizador. Y, ojo, yo no quiero el desplome de Duque, pero tiene que ayudarse. Le va peligrosamente mal, en realidad desde el día de su posesión. Y como dice el adagio popular, árbol que nace torcido nunca su rama endereza.

Ahora Duque está recibiendo críticas de sus compañeros de colectividad, el Centro Democrático (CD)...

Los jefes de su partido se van a desmarcar, ya lo están haciendo, para no pagar los costos de sus desaciertos. Y, segundo, hacia dónde mirar: no creo que la solución venga ya del gobierno mismo, como está o incluso remozado.

 

La solución está por fuera del gobierno. Y lo curioso es que el propio Centro Democrático ya lo vea así, a su manera, para sobrevivir, no para resolver nada.

Entonces, ¿qué hacer?

En cuanto a mí, lo señalé también en redes sociales recientemente: “Aquí ya no hay nada más que lamentar. Es hora de proponer cómo salir del túnel. Los defensores de la democracia, la paz y la vida tienen que juntarse para pensar o reinventar el futuro”. Ese es el desafío de los próximos años, que tendremos que afrontar pronto, en los próximos meses. Ese variopinto campo de la democracia tiene una responsabilidad histórica hoy. No es retórica. No le puede fallar por personalismos a Colombia.

TOMADO DE ARMANDO NEIRA
EDITOR DE POLÍTICA @armandoneira


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