Revista Pijao
Conversación con Juan Goytisolo
Conversación con Juan Goytisolo

Por Santiago Gamboa

Especial para El Espectador

 

En 2015, después de una larga espera, el novelista barcelonés Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) obtuvo el Premio Cervantes de las Letras, el más alto reconocimiento que da España o autores de lengua española, y al que era candidato una y otra vez desde hace más de dos décadas. En una ocasión Carlos Fuentes dijo que cada año, cuando le pedían enviar sus tres postulados al premio en orden descendente, siempre enviaba la misma carta: “1- Juan Goytisolo. 2- Juan Goytisolo. 3- Juan Goytisolo”. Fuentes murió sin ver que sus recomendaciones, al final, llegaron a buen puerto.

Conocí a Goytisolo en París, en 1991, gracias a su traductor al árabe Kadim Jihad, quien me llevó a su casa en la rue des Poissonieres. Mi agitación fue grande, pues lo admiraba mucho y había leído toda su obra. Me parecía un ejemplo de escritor e intelectual íntegro, que se movía con fluidez no sólo a lo largo de todo el mundo intelectual hispano y latinoamericano, sino también europeo.

Luego, en 1993, tras una misión mía a Sarajevo como corresponsal de guerra, le ayudé a preparar su propio viaje a los Balcanes y lo frecuenté bastante, siendo testigo de su absoluta entrega a la causa bosnio musulmana de Bosnia Herzegovina, la cual defendió al lado de Susan Sontag y otros intelectuales.

La última vez que lo vi fue en el año de 2011, en Aix en Provence, en unas jornadas sobre la obra de Carlos Fuentes, y a pesar de la edad seguía manteniendo la enorme lucidez y su extraordinario espíritu crítico.

La charla que presento a continuación fue grabada en París, hacia finales de los años noventa.

 A partir de Señas de identidad, su acercamiento al mundo árabe implica una posición histórica y crítica, con un compromiso muy claro con respecto a la visión que Europa tiene de ese mundo. Sus dos últimas novelas van más allá, usted se acerca al misticismo sufí y cristiano en Las virtudes del pájaro solitario, y a la tradición musulmana religiosa en La Cuarentena. ¿A qué se debe esta introspección?

 Las razones son muy complejas. Yo siempre he establecido en mis textos una relación con autores que en cierto modo estructuran mi relación con lo que yo llamo “el árbol de la literatura”: Reivindicación del conde don Julián era una relación muy clara con Góngora, y al mismo tiempo una revisión crítica, bastante feroz, de toda la tradición literaria española. Juan sin tierra es una novela muy cervantina, para decirlo muy deliberadamente; Makbara entronca directamente con el Libro de Buen Amor. Paisajes después de la batalla con Bouvard y Pécuchet, pero del Flaubert lector de Cervantes, y en Las virtudes del pájaro solitario es San Juan de la Cruz. Es cierto que mi acercamiento a San Juan de la Cruz ha sido consecuencia de mi conocimiento de la poesía sufí. San Juan de la Cruz es una rara avis, es un fenómeno aislado dentro de la literatura occidental, en cambio está muy cerca de una serie de poetas sufíes que desde el siglo XI expresan en términos de una modernidad enorme su experiencia poético-mística. A mí lo que me interesaba era fundamentalmente el Cántico espiritual, como texto de una modernidad absoluta. Creo que era Lezama Lima el que había establecido una diferencia entre Góngora y San Juan de la Cruz. Decía: “Góngora es un poeta difícil pero clarísimo. San Juan de la Cruz es un poeta absolutamente enigmático”. En efecto, el trabajo que hizo Dámaso Alonso, de comentar verso por verso Soledades y demostrar que todo tenía un significado, se puede hacer con la Reivindicación del Conde Don Julián. Linda Gould-Levin ha escrito un libro crítico donde se hace una explicación casi línea por línea del texto. Con Las virtudes del pájaro solitario es imposible, porque con el modelo, que es el Cántico espiritual, también es imposible: hay pluralidad de sentidos, acronías, atopías, los personajes cambian de identidad, de sexo, de voz. He procurado devolver a la literatura española el texto que San Juan de la Cruz se tuvo que tragar, literalmente, cuando los calzados fueron a detenerle a su casita de la Encarnación. Se encerró en la celda, y se supone que fue ahí cuando devoró el texto de “las propiedades del pájaro solitario”. Este episodio, cuando lo descubrí, porque hay una ocultación tremenda de la realidad de la vida de San Juan, me impresionó mucho, y decidí hacerle este homenaje, devolver a la literatura española lo que él se había tenido que tragar.

La actitud cerrada de cierta tradición hispana con respecto al mundo árabe ha traído funestas consecuencias.

En España, baste decir que todas las obras capitales de nuestra literatura no han dejado descendencia. El Libro de Buen Amor es, naturalmente, un libro irrepetible por las circunstancias de la época, por la variación del lenguaje, la riqueza, la evolución, la situación de ósmosis y contactos culturales que había en el momento. Pero La Celestina, por ejemplo, que es el único drama, la única tragedia en la literatura española comparable a lo mejor de Shakespeare, no ha tenido ninguna descendencia. Es una obra única. Tomemos a San Juan de la Cruz, no ha dejado descendencia. Cervantes ha tenido una numerosa descendencia en Europa, pero en España, hasta el siglo XX, no tuvo la menor influencia. Hubo cervantistas que se dedicaron a ponerle pelillos y a descubrir que cometía italianismos y latinismos, pero no influyó realmente. Yo creo que ha sido el redescubrimiento, la lectura descondicionada de Cervantes por Borges, y la lectura tan fecunda y tan seminal de Góngora por Lezama Lima, lo que ha abierto la modernidad a la lengua española. Si esto ha existido dentro de la propia lengua, ¿cómo quiere usted que un país tan impermeable se haya abierto a la riqueza de la cultura árabe? Recuerdo las palabras de Sarmiento en España, cuando dijo: “Ustedes, como nosotros, lo que hacen es traducir”, pues es lo mismo, ahora son modas norteamericanas, las nuevas corrientes mediáticas, pero hay un desconocimiento absolutamente desdichado de toda la tradición española... ¿Cómo pedir entonces que se conozca la tradición árabe?

Un texto como La lozana andaluza, de Fransisco Delicado, que fue condenado por Menéndez y Pelayo, que no tuvo oportunidad de influir y que hoy nos parece tan moderno, pone en evidencia la labor de la crítica hispana.

Hay que tener en cuenta que toda la crítica, empezando por su mejor representante, a quien yo siempre rindo homenaje, don Marcelino Menéndez y Pelayo, ha sido la expresión de una ideología nacional-católica que ha rechazado todo lo demás. Es muy curioso y muy significativo que Menéndez y Pelayo despache en pocas líneas a San Juan de la Cruz, sin meterse dentro. El huele claramente que allí había algo que no concordaba con lo que él entendía que era el catolicismo. Como no puede meterse con un santo de la Iglesia lo despacha muy rápidamente hablando del “maravilloso misterio que nos espanta y que nos admira”, pero no dice nada más, no intenta hacer el análisis. En cuanto a las otras obras, las ataca, y es interesante porque él nunca se equivocaba: cuando ataca con ferocidad a alguien, puedes deducir que ese alguien era importante. Fue a raíz de leer su capítulo sobre Blanco-White que descubrí a Blanco-White. Le dedica un ataque muy violento, pero al mismo tiempo, no puede evitar que se le escape una cierta admiración. Casi de una forma inconsciente, hay una admiración enorme dentro de ese ataque feroz. Y en efecto, así lo descubrí. Yo le debo un montón de cosas a Marcelino Menéndez y Pelayo, pero hay que tener en cuenta que esta tradición ha continuado y que, aún ahora, la literatura española sigue en manos de gente formada dentro de esta tradición nacional-católica que sigue rechazando a Blanco-White. Si Blanco hubiese sido francés o inglés, sin duda esos gobiernos habrían editado sus obras, sus escritos sobre la independencia de las colonias americanas, por ejemplo, para mostrar que hubo alguien lúcido que desde el principio tomó partido. Pues bien, en España esto sigue siendo un rasgo negativo, y se le sigue considerando traidor, por mucho que se celebre el Quinto Centenario y que hablen de España como la “madre espiritual” de todos esos países. Blanco, que tuvo la lucidez de adelantarse a su tiempo, sigue estando en una especie de purgatorio del que no sale.

Según usted, el Quinto Centenario perpetuó el espíritu de la España nacional-católica.

Sí, porque, por ejemplo, durante esa celebración no se habló para nada de que es a partir de 1492 cuando se inicia la empresa de demolición sistemática de toda la cultura española que se opera a lo largo del siglo XVI. Basta leer el libro de Marcel Bataillon, Erasmo y España, para ver cómo a través del proceso de Carranza, la prisión de Fray Luis de León y la condena de Miguel de Molinos, las quemas de protestantes, el ataque a los alumbrados y a los místicos, etc., en tan solo un siglo, se cargaron toda la ciencia, el hebraísmo, el arabismo, la mística... Nadie quiere ocupar una cátedra de griego porque ya pasa a ser sospechoso. Es decir, que todas las ramas que estaban floreciendo en España de una forma fantástica, una tras otra las fueron cortando. Es una empresa solamente comparable a lo que pudo ser la demolición de la literatura rusa por Stalin.

Si España continúa negando a sus iluminados, Francia toma la actitud contraria: convierte en padres espirituales y en estatuas de la cultura oficial a los que antes fueron repudiados, caso de Rimbaud, de Baudelaire.

En España, este prejuicio nacional-católico sigue imperando, yo no veo que haya habido un cambio. Es muy significativo, por ejemplo, un caso como el de Blanco-White, que es sin duda alguna la personalidad española más importante de la primera mitad del siglo XIX, sin discusión, y cuya obra no fue traducida al español. La venganza fue no traducirle, pues él escribió la mayor parte de sus textos en inglés. Cuando yo la traduje se habló mucho, hubo una especie de burbujeo, como hay en España, pero de nuevo Blanco-White ha caído en el olvido. Yo le aseguro que podría hacer una selección de artículos de Blanco y ponerlos como editoriales en El País o en otro periódico español, y serían mucho más actuales que lo que se suele publicar ahora, porque se aplican a lo que está pasando. Tanto en el aspecto social, como en lo histórico, como en la crítica literaria, en todo, es un autor de una actualidad impresionante. Bueno, pues en España no se le cita. Es muy revelador que en El País se siga hablando del “maestro Tovar”, del “maestro Aranguren”, del “maestro Laín”.... Curiosamente todos ellos fueron franquistas en su juventud. En cambio, no se cita a Cernuda, apenas se cita a Valle-Inclán (que es, en mi opinión, el único autor realmente moderno de la generación del 98), no se cita a Clarín, etc. No hemos salido de ahí.

Este olvido voluntario es patente también a nivel de ediciones. Una novela como La Regenta (de Clarín) ha sido muy poco editada.

Desde 1908, o 1913 hasta 1965, no fue reeditada. Fue un verdadero purgatorio de más de medio siglo. También es interesante leer la recepción crítica que tuvo La Regenta. Fuera de Menéndez y Pelayo, a quien no le gustó por su anticlericalismo pero que, en las cartas que escribe a Clarín, demuestra haber percibido el gran valor de la obra —aunque le doliera por estar en contra de sus opiniones—, o de Pérez Galdós, fuera de éstos, que podríamos llamar críticos “profesionales”, se podría hacer una antología sabrosísima de los juicios sobre la obra. Te voy a dar varios ejemplos: Uno dice: “Lo más pesado que se ha escrito desde el comienzo de la era cristiana”; otro: “Padece ud. de insomnio, compre el engendro novelesco de Leopoldo Alas y le entrará un sueño invencible a partir de la tercera página”. Toda la crítica es eso.

Octavio Paz dijo que en España la crítica se paseaba “de la academia al café”.

De hecho, en España no se ha superado esta situación. Hay una serie de compartimentos estancos: una cosa es lo que se piensa, otra es lo que se dice, otra es lo que se escribe y otra es lo que, por A o por B, sale publicado. Entonces hay como una especie de esquizofrenia nacional: autores que se admiran en secreto pero de los que no puedes decir que te gustan porque el caciquismo que reina los pone de lado, o de los que hay que hablar bien, etc.

Usted presenta en Paisajes después de la batalla una ciudad, París, invadida por el extranjero, fantápolis, ciudad meteca, que nos pone ante un tema de actualidad, el tema de las fronteras de Europa y del mundo que se queda detrás de esa muralla de privilegios y riqueza. ¿Cuál es su visión sobre este aspecto?

Poco antes de que España entrara en el Mercado Común, yo dije que si entrábamos en la Europa de los Derechos del Hombre y de las tradiciones del Humanismo, me parecía estupendo; si era entrar en un club de países ricos con derecho reservado de admisión, me parecía lamentable. Es justamente lo que se ha visto con los últimos trastornos que se han producido, esta noción de Europa-fortaleza cuyos límites varían. Por ejemplo con el desastre que ocurrió en Yugoslavia, vimos que figuras como Milan Kundera quisieron rescatar a Eslovenia y a Croacia diciendo que al fin y al cabo pertenecieron al Imperio austro-húngaro, y, por lo tanto, que son como nosotros, y rechazan a los demás, las tinieblas exteriores de una Europa periférica, balcánica, salvaje, etc. Pero es muy curioso que esta gente que condena lo que hicieron los serbios en Croacia, no haya dicho una sola palabra sobre la persecución que hicieron los mismos serbios contra los albaneses de Kosovo, prohibiéndoles su lengua, sus costumbres, etc. En fin, que te das cuenta de que sí hay como una Europa buena, culta, civilizada y que hay que salvar, y otra Europa periférica que podemos decir que es rechazada. Y no hablemos ya de fuera de nuestras fronteras, lo que ocurre con la xenofobia, el racismo, los pogromos que se están haciendo contra los gitanos en la totalidad de Europa, en fin, es el retorno de un nazismo absolutamente horroroso. Yo creo que esa es una de las causas por las que se debe luchar, este racismo, esta xenofobia, esta agresividad contra el extranjero que hace que se estén quemando en Francia hoteles donde viven trabajadores de Mali o de Senegal; en Alemania, con los ataques organizados contra la gente de Mozambique, o contra kurdos y turcos que han pedido asilo político; en España, todos los días hay muertos en el Estrecho de Gibraltar, que se está convirtiendo en el Estrecho de la Muerte. Esto sólo terminará si se toman medidas para ir alzando los muros y, al mismo tiempo, para ayudar a integrar a los que ya están dentro... Vemos lo que pasa en Francia: primero empiezan criticando el olor que sale de las cocinas en las casas de los extranjeros del sur del mundo, y luego terminan hablando del Ius sanguinis (derecho de sangre). Volvemos de nuevo a la historia española, a los estatutos de limpieza de sangre. Pronto habrá que demostrar lo que decía Sancho Panza, que tenía “cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo rancioso por los cuatro costados de mi linaje”. ¿A qué Europa vamos?

Usted afirma que el racismo es más grave que las violaciones de los derechos humanos por parte de dictaduras o regímenes injustos.

Los abusos de poder se pueden corregir. En España tenemos la prueba: había una dictadura que cometía unos abusos de poder inadmisibles. Pero luego hubo un cambio político y estos abusos disminuyeron de forma considerable. No digo que hayan desaparecido, pero sí han disminuido. Es una sociedad donde, en principio, se respetan los derechos fundamentales del ser humano. El racismo en Europa es incurable. Hubo un antisemitismo terrible durante siglos, y sólo tras la solución final, el exterminio, las cámaras de gas y todo eso, Europa se sintió culpable respecto al pueblo judío. Seis millones de judíos debieron ser asesinados para que el antisemitismo se considerara un crimen. Esta es la razón por la que, en el conflicto actual, Israel se ha convertido en el concesionario exclusivo del dolor europeo, por la mala conciencia europea. Ahora, puedes matar a 300.000 árabes, como sucedió en la carnicería del Golfo Pérsico, y no pasa absolutamente nada, la gente aplaude; ¿qué pasó durante esa guerra? Si hubiesen tocado el pelo de un francés en Marruecos o en Argelia hubiera sido una tragedia de dimensión universal. La pregunta que yo hago es: ¿cuántos millones de árabes habrá que matar para que Europa descubra que son seres humanos como nosotros? ¿Veinte, treinta millones?

¿Cree usted que esta situación obliga a los intelectuales a tomar posiciones activas, como se hizo en los años 60?

Yo no sé qué impacto puede tener la simple voz de la razón en este momento. Es un hecho que la izquierda está en estado de delicuescencia, y esto ha supuesto el fin de la hipoteca que pesaba sobre muchos de nosotros de saber que el remedio que se proponía a los males era peor que la enfermedad, y con esto me refiero al llamado socialismo real. Yo, desde los años 60, tuve una conciencia muy clara de lo que era aquello y, por lo tanto, estaba un poco en la situación de verme acusado por los dos bandos: la derecha me consideraba un rojo peligroso, y los comunistas me consideraban anticomunista. Yo creo que ahora, al haber un sistema único, un imperio único, los males son tan claros y tan evidentes que yo por lo menos me he radicalizado totalmente. Después de la Guerra del Golfo, debo decir que me he convertido en un crítico radical del sistema global del nuevo orden mundial, que me parece todo menos un orden mundial.

¿Qué rescataría usted de esta cultura europea occidental, qué exportaría hacia los países en vías de desarrollo?

Hay una insolidaridad completa de los países industrializados con respecto a los países del Tercer Mundo. Mientras no se resuelva esta desigualdad monstruosa, mientras se siga despilfarrando el dinero en gastos militares que ahora, en rigor, ya no sirven para nada, (porque, ¿qué significa ahora la famosa fuerza de disuasión francesa?, ¿contra quién la van a usar?), mientras no haya un cambio de prioridades o, por lo menos, un instinto de conservación con respecto al planeta, yo no veo qué cambios va a haber. A la gente que está en una situación de miseria en África, que se está muriendo de hambre en África, les importa un bledo todo eso del diálogo euroafricano mientras no se traduzca en hechos concretos de ayuda. Hay dinero, la totalidad de los gastos de la industria de animales domésticos en EEUU es mucho mayor a la ayuda global que da Estados Unidos a los países del Tercer Mundo. Mientras no se cambien estas prioridades no veo que solución podrá haber.

Sin embargo hay cosas salvables, el paso de dictaduras a regímenes democráticos en muchas partes del mundo, la política francesa de no apoyar a tiranos en el África negra, etc.

Esto me parece muy bien porque, como decía, los abusos por parte del poder son corregibles. Yo creo que la comunidad internacional debe presionar sobre estos gobiernos imponiéndoles condiciones de tal forma que obliguen a democratizar este sistema, esto me parece algo excelente. Ahora el problema es que no veo el cambio de mentalidad en el propio centro, en el imperio. Ni en Estados Unidos ni en Europa, nadie está dispuesto a disminuir su nivel de vida para impedir que se mueran de hambre centenares de millones de personas.

Pero, una serie de productos típicos de la sociedad occidental como el laicismo, la igualdad de los sexos, ¿no le parecen exportables?

Claro que sí, yo no estoy negando una serie de progresos. Lo que pasa es que éstos son el fruto de la evolución de una sociedad. Hoy, por ejemplo, todo el mundo está de acuerdo en contra del esclavismo, o, por poner un caso, contra la infibulación o la excisión del sexo femenino, algo que se hace mucho en los países del sur del Sahara o del Valle del Nilo. Esas prácticas deben desaparecer. Se trata de respetar a cada cultura en lo que tiene de respetable. Mi actitud ha sido siempre la crítica de lo propio y el respeto de lo ajeno, en lo que éste tiene de respetable.

Y... ¿Quién determina lo que es respetable? ¿Es una actitud personal o sí existe un desarrollo positivo de las sociedades?

Podemos ver, por el hecho de un adelanto entre comillas “histórico”, los peligros que acechan a nuestras sociedades y los elementos que han servido para una evolución positiva. Podemos mostrar a las otras sociedades qué elementos conducen a la destrucción de nuestra propia sociedad y qué elementos conducen a una evolución positiva. Sólo eso.

Juan Goytisolo

Nacido en Barcelona en 1931, se instaló en París en 1956. Hoy reside la mayor parte del tiempo en Marrakesh. Su primera novela es Juegos de manos (1954), a la que siguieron Duelo en el Paraíso (1955), El circo (1957) y La resaca (1958), entre otras de carácter testimonial y crítico, cuyos fundamentos teóricos expone en su ensayo Problemas de la novela (1959). Señas de identidad (1966), una de sus obras más valoradas, supone un giro de signo experimentalista que profundizará en Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975). En ellas manifiesta su ruptura con España y su heterodoxia total con respecto a los valores de Occidente. En Makhbara (1980) reivindica el triunfo de lo natural y primigenio frente al consumismo. Paisajes después de la batalla (1982) es la historia de un extraño personaje en el Sentier, un barrio de París, a través del cual se ve la realidad de la inmigración. Realiza un intento de enlazar la mística de San Juan de la Cruz con la tradición sufí en Las virtudes del pájaro solitario (1988). La cuarentena (1990) es un relato de carácter onírico, donde sigue una tradición musulmana según la cual, después de ser interrogada, el alma permanece en un estadio intermedio. Le siguen otros títulos como es El sitio de los sitios (1995) sobre el asedio de Sarajevo, y Carajicomedia (2000), enlazando con la tradición del Arciprete de Hita. Ha publicado también dos polémicos libros de memorias, Coto vedado (1985) y En los reinos de Taifa (1986), y muchas obras de ensayo. En temas políticos y de actualidad, fue notable su participación como intelectual en los conflictos de Argelia, Bosnia y Chechenia. Fruto de esto son sus libros: Cuadernos de Sarajevo, Argelia en el vendaval o Paisajes de guerra en Chechenia.


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