Por Jacinto Antón
El País (Es)
¡Vikingos en el delta del Ebro! La combinación no puede ser más sugestiva. Sumemos a la larga y salvaje playa del Trabucador, a los cañaverales de la isla de Buda, al mar ancho y el cielo infinito, a las bandadas de flamencos, a los arroces, una flota de drakkars con sus proas de dragón y la presencia de los guerreros escandinavos: el resultado es fascinante. Imaginemos lo que daría de sí Ragnar Lodbrok en la Punta de la Banya, aunque hace tiempo que sabemos que los vikingos no llevaban, en el casco, cuernos. Esa mezcla de la zona del sur con los hombres del norte la explora ahora, en tiempos de vikingos al auge (las series Vikingos y El último reino, las novelas de Bernard Cornwell y de James L. Nelson), una novela histórica en catalán, El somriure del viking, de Jordi Tiñena (Capital Books, 2017), que narra la historia de un asentamiento vikingo danés establecido en el delta a finales del año 948.
Tiñena afirma que no se inventa el dato y cita al inicio de su novela un fragmento del Kitab al-Rawd al-Mitar, El libro del jardín fragante, una obra de geografía del siglo XV escrita en árabe por Muhammad bin Abd al-Munim al-Himyari que menciona el topónimo Al-Qabtil, "el lugar en el que el río de Tortosa desemboca en el mar, al que se le conoce también como el campamento, al-Askar, porque es el lugar donde acamparon los normandos (majus)". Al-Majus es el nombre con el que en el mundo islámico se conocía a los vikingos; el especialista John Haywood lo hace derivar de magi, que empleaban los árabes para describir a los zoroastrianos de Persia, pero explica que entre los musulmanes adquirió un sentido peyorativo equivalente al de "paganos" con el que nombraban a los vikingos los escritores cristianos. El autor árabe, al-Himyari, añadía que alrededor del campamento en el delta, los ocupantes "excavaron un foso, los restos del cual se conservan aún hoy".
"Eso es todo lo que tenemos, esas pocas palabras", reconoce Tiñena, "aunque existe la hipótesis de que un ejército vikingo remontó el Ebro para el conocido ataque a Pamplona en 861". La flota que atacó Pamplona era la de los jefes vikingos Hastein y Björn Brazo de Hierro, nada menos. A este último se lo consideraba hijo del legendario Ragnar Lodbrok,ya mencionado: Ambos, padre e hijo, son personajes centrales de la serie Vikingos, que Tiñena alaba.
El novelista opina que más allá de la cita árabe, las leyendas sobre la presencia vikinga en el delta son, ¡ay!, solo eso, leyendas. Como la de que los deltaicos rubicundos y de ojos azules desciendan de los hombres del Norte o que se hayan encontrados restos de drakkar en algún arrozal, un rumor que dio pie a una notable inocentada.(la falsa noticia del hallazgo de restos de una nave en la Alfacada).
En realidad, la zona no era muy buen sitio para que se asentaran los vikingos: tierra de frontera entre dos poderes en guerra, el emirato y los reinos cristianos, capaces ambos de movlizar nutridos ejércitos profesionales con combatientes muy motivados. Había objetivos más fáciles, en Inglaterra, por ejemplo.
Tiñena (Barcelona, 1955), catedrático de literatura y lengua catalanas jubilado es un especialista en la Edad Media y la novela de caballería y un reconocido escritor de narrativa ganador de diversos premios. Ha frecuentado la novela histórica (e incluso realizado una traducción de Ivanhoe) pero por primera vez trata el tema de los vikingos. "Los vikingos son una épica de la Edad media diferente a la que tenemos por aquí", reflexiona.
Reconoce que no es un especialista en los hombres del Norte aunque en su educación sentimental figuran Los vikingos (1958) de Richard Fleischer y la novela de la película, que leyó en la colección Cadete de la editorial Juventud. La visión que ofrece Tiñena de los vikingos, y que nos llega a través del relato en primera persona del protagonista, un musulmán de Tortosa, el ficticio geógrafo Ibn Mehzín, que narra la historia desde su vejez, es muy desmitificadora. "Yo he sido el primer sorprendido al descubrir, al documentarme, que los escandinavos de la época no eran ese pueblo salvaje, bárbaro y sanguinario que nos han vendido el cine y la televisión. Eran unas gentes que saqueaban, sí, pero durante un tiempo del año y el resto lo dedicaban a la agricultura, la pesca, el comercio".
De hecho, el autor lleva al delta a unos vikingos bastante assenyats. "Han pasado por Constantinopla, donde han servido como mercenarios del emperador oriental, así que con eso los pulo un poco; han decidido no quedarse en el Rus de Kiev con los varegos (los vikingos suecos) sino volver a casa aprovechando el regreso de la gran flota que había saqueado el Mediterráneo". Liderados por el jarl Aslak Kennet, marcado por un rayo, los vikingos de Tiñena, cuatro barcos snekke de 16 metros de eslora, un centenar de hombres y catorce mujeres, entre ellas tres skjaldmö, guerreras, se instalan en el estuario del Ebro, inicialmente para pasar el invierno antes de volver a sus fiordos. Le cogen gusto al sitio e inician una compleja relación con el poder musulmán en la zona, parte de Al-Andalus, y regida por un gobernador califal sito en Turtuxa (Tortosa). En esa relación juega un papel fundamental a lo largo de la novela Ibn Mehzín, capturado por los vikingos de joven cuando se acerca a husmear en su campamento y devenido amigo y protegido del jarl.
Aves, pero no ‘Águilas de sangre’
A la manera del Ibn Fadlan/ Antonio Banderas en El guerrero número 13 (filme basado en la novela de Michael Crichton Devoradores de cadáveres), el narrador musulmán de El somriure del viking, un aficionado a las aves en lo que parece un guiño al Delta Birding Festival (se mencionan flamencos, garcetas y hasta un fumarel cariblanco, aunque no águilas de sangre), nos describe a los vikingos y sus costumbres: descubre que en realidad no utilizan los cráneos de sus enemigos para beber cerveza pero le da asco que no se purifiquen tras excretar y orinar, aunque reconoce que son más limpios que los cristianos. Ibn Mehzín participa en expediciones de los hombres del Norte, como una incursión a Menurqa (Menorca), observa sus sistemas de navegación, su forma de hacer la guerra (el uso del hacha, el muro de escudos o los feroces guerreros berserkir), sus creencias (entre las gentes de Aslak hay dos volvas, adivinas).
Los vikingos del delta se convierten en mercenarios y aliados de los musulmanes en su constante batallar con los cristianos, e incluso (como en Constantinopla), en guardia de corps del gobernador musulmán. Pero Aslak tiene su propia agenda, de largo recorrido. El somriure del viking contiene batallas, golpes de mano y alguna matanza, aunque no es especialmente sangrienta, visto cómo está la novela histórica. “Es voluntario”, señala Tiñena, “quería huir de esa moda”. Tampoco hay tanto sexo como en otras visiones actuales de los vikingos.