Por Jorge Najar
El título de la novela ya es en sí toda una promesa, una de las más misteriosas y transgresoras que me ha tocado leer en los últimos tiempos. La he leído con el mismo regocijo varias veces, por el vicio de hallarle el truco a la tersura de su prosa y a los hilos de su trama. Comienzo por detenerme unos instantes en el primer elemento del título. ¿Puerta en este caso es el elemento en el espacio arquitectónico que sirve para separar estancias facilitando tanto su aislamiento como el acceso entre ellas? Tal vez pero sólo si consideramos que el mundo entero es también una arquitectura regida por la voluntad de los hombres. En este caso el dios creador de ese universo es el narrador-personaje. A Humberto Villa Macías no le ha sido necesario ocultarse detrás de la omnisciencia. Hay un yo rotundo que nos guía en esta inmersión por mundos urbanos y rurales, marinos y fluviales, selváticos y desérticos. En la esplendorosa prosa que despliega estamos en una proliferación de paisajes -¿Latinoamericanos? ¿Peruanos? ¿Amazónicos?- que nos sumergen en un tejido de transgresiones de todo orden: históricos, geográficos y simbólicos. De pronto su personaje narrador después de sellar una formidable escena de separación con su pareja recibe un encargo misterioso y en pos de eso nos conduce a ciudades que pretendemos reconocer y que, en un mínimo pero deliberado quiebre del estilo, se nos vuelven desconocidas, como si penetráramos en espacios fantasmales, en el terreno de los huaqueros donde todo puede ocurrir porque todo está prohibido, porque todo está sin demarcación. En ese sentido vale la pena recordar que en las primeras ciudades, originalmente se procedía a trazar su perímetro que era, en realidad, el espacio protegido. Más allá estaba lo incógnito, las fieras del mundo desconocido. El surco trazado no debía ser traspasado arbitrariamente dado su carácter sagrado. Ir más allá de esos linderos era considerado como sacrilegio. Pero como la vida pocas veces se ajusta a preceptos establecidos de una vez y para siempre había que entrar y salir de eso perímetros. Por eso mismo se pensó en dejar segmentos de acceso. Esos segmentos adquirieron posteriormente las características de lo que hoy llamamos puerta. Esa idea de las puertas prohibidas y transgredidas a pesar de todo es la que rige a lo largo de la novela de Villa Macías. El dintel de entrada es una transgresión amorosa, de una transgresión por la codicia. Ese es el eje que soporta el peso de toda la construcción novelística.
Puerta, decíamos, de castigo. ¿O sea una pena impuesta a una comunidad o un individuo? Pese a que hay persecuciones y venganzas a lo largo de un entramado de tráfico de patrimonio histórico mediante las valijas del los servicios diplomáticos, de información privilegiada sobre la explotación del uranio, de corrupción policial, se trata más bien de sucesivos autocastigos contra quien ha cometido las transgresiones que ocurren en todos los niveles, como decíamos: el amor, el saqueo, la fidelidad a los pactos. Pero lo que dinamiza toda la trama es precisamente la transgresión por usura contra la historia. Se ha dicho y se sostiene que el castigo se aplica según se incumplan las normas o conductas morales establecidas, desde un nivel de la sociedad en general, hasta el ámbito intrafamiliar, incluyendo el "auto-castigo". A lo largo de la trama y según el rango de severidad, existen castigos que pueden causar dolor físico o moral a una persona, e incluso llegar a la mortificación, degradación o expulsión. Restricción o anulación hasta el extremo de la muerte. Pienso singularmente en el caso del incesto entre una familia de caucheros que se autodestruye en pos de la venganza. Las puertas por donde el lector y el personaje narrador cruzan son en realidad de diferente orden. Las hay abatibles puesto que pueden moverse hacia fuera o hacia dentro de la historia central. Hay también puertas seccionales que nos conducen hacia las historias que se tejen en torno a la fiesta taurina y las reflexiones relativas a la crueldad del género humano, por ejemplo. No faltan las puertas basculantes como aquellas que transcurren en un pudridero amazónico para dar cuenta de una de las más perversas historias del caucho. Pero la puerta mayor es la corrediza que le permite al autor realizar movimientos paralelos para imbricar todo ese universo a la fuga en la que esta inmerso su personaje central, un habitante de la noche, del erotismo y la droga.
Estamos ante un escritor que rompe con los moldes al conjugar reflejos de la narrativa policial con la experimental y la reflexión sobre la historia y la moral. Magnífica novela que valdría la pena volver a editar para que se ponga al alcance de los lectores de la sociedad en la que reside su autor.