Revista Pijao
Trashumantes de la guerra perdida de Jorge Eliécer Pardo
Trashumantes de la guerra perdida de Jorge Eliécer Pardo

Por Carlos Orlando Pardo

Son esquivas, tímidas o vacías la mayor parte de las novelas colombianas frente al contexto en que se mueven sus personajes. Es fácil ver que se limitan a las aventuras que ellos logran, sufren o gozan, conduciéndolas a la simple anécdota, así no estén mal escritas, como si los protagonistas estuviesen aislados en una torre de marfil y lejos de la esencia de los aconteceres del medio que viven o recuerdan. Resultan así falseadas en su índole por más apasionantes que reboten sus vidas y reflejan una inaceptable orfandad que las ubica en el territorio de la fragilidad y el fácil olvido por su poca trascendencia. Lo superficial es su cobija y un traje que se desvanece con la primer corriente de aire porque no sale de madera fina. No ocurre por fortuna en autores como Yu Hua, Leonardo Padura o Jorge Eliécer Pardo en sus obras recientes, donde la forma en que cuentan nos hace ver y sentir el medio en que se existe, demostrándonos que ante todo el escritor es un investigador. Allí el mundo pintado es totalizador y sale uno de sus páginas sintiendo que ha realizado un viaje completo y no una visita al exterior de turistas en busca de la foto frente a lugares emblemáticos.

La conclusión me viene al cumplir la lectura de Trashumantes de la guerra perdida, la novela de Jorge Eliécer Pardo y que forma parte del Quinteto de la frágil memoria en la cual ha estado empeñado el autor en las últimas décadas. Es esta la tercera publicada de la serie con 470 páginas en la prueba de autor a la que tuve el privilegio de acceder. La integran 86 breves capítulos donde se nos lleva a recorrer los puntos neurálgicos que han conformado la historia reciente de Colombia, en particular la del siglo XX que aquí comienza hacia los años 20 y termina en la década del 70. Se vuelve impresionante la historia política y sus protagonistas, al fin y al cabo la que nos ha correspondido vivir a través de los abuelos y los padres y la que hemos respirado y sufrido nosotros mismos. Nos enfrentamos a través de la familia Guzmán a ver geografías, paisajes y circunstancias claves que enmarcaron al país y a ver cómo, bajo el tenaz enfrentamiento entre liberales y conservadores que nos costó tantos muertos, la gente tuvo el penoso destino de desplazarse de un lugar a otro en busca de proteger la vida y lograr la sobrevivencia en virtud a su trabajo pero sin renunciar a sus ideas.

Trashumantes de la guerra perdida resulta un retrato vívido de una república asfixiada por la violencia y la guerra, la que hoy vive el mundo en una escala mayor con sus millones de desplazados tratando de encontrar un poco de paz para ellos y sus hijos, ante la inhumana indiferencia de quienes los ven como una montonera incómoda que rompe con su cotidianidad y sus holguras, luego de haberse beneficiado directa o indirectamente de su esfuerzo. No son excepcionales allí las desapariciones forzadas y la encarnación de parias que encarnan al judío errante, padecen represión de las tropas y los facinerosos y están sometidos a la barbarie de la injusticia. 

Es usual que llegue la conmoción cuando los medios registran estas tristes noticias y hasta se escuche la indignación en varias partes, pero se niegan a sentir que se viven en su propio país, en su vecindad y en lugares que apenas conocen por el mapa. Al fin y al cabo no tienen el conflicto en su casa y apenas lo atisban por la prensa o la televisión, insensibilizándose sin solidaridad en el estilo de comunidades indiferentes y abúlicas. Por eso la novela de Pardo, aunque toca décadas recientes, es de una actualidad aterradora y una lección de historia sobre lo que hemos atravesado y lo que no debiéramos nunca repetir.

Existe sin embargo quienes aún son partidarios de la guerra y quienes se niegan a aceptar que esto ha ocurrido e inclusive sigue ocurriendo. Es esta novela un viaje aleccionador que nos esclarece muchos puntos oscuros de nuestro pasado y devenir, dejándonos en mucho desconsolados por nuestro sometimiento a una sociedad que desde el poder aprovecha impunemente la ingenuidad y la vida de los humildes para su propio lucro en medio de una sociedad simuladora. Simplemente hemos pisado arenas movedizas arrastrados por los símbolos de generales en guerra que arrojan héroes falsos sin que aparezcan los héroes y las víctimas anónimas. La lección es para determinar cómo nos hemos matado unos a otros porque no hay inocentes y todos somos culpables, al decir de Laureano Gómez.

Trashumantes de la guerra perdida se va hasta las raíces del conflicto colombiano donde la derrota del pueblo es el denominador común nadando entre consignas de jefes partidistas, armamentos, muertos, masacres, atentados y siempre desplazamientos de familias hasta la conformación de organizaciones de la resistencia que se transforman igualmente en victimarios de otros. Lo acontecido en las grandes ciudades y en los pueblos con sus consecuencias políticas se muestra aquí entre falsos juramentos y armisticios, bandoleros y traiciones, sicarios y crímenes, andariegos y familias despedazadas.

Triste lección que hasta ahora totalizadoramente logra Jorge Eliécer Pardo para la novela colombiana y enarbola un testimonio literario destinado a perdurar como testigo de la construcción y deconstrucción de un país. Lejos de la simple crónica y lo retórico, bajo el rigor de un lenguaje que rescata lo popular sin ser costumbrista, tenemos en esta novela un espejo auténtico de lo que somos y hemos sido para nuestra desgracia.

He concluido cómo, después de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, es esta una de las mejores novelas que he leído de autores nuestros y que sitúa al autor como un clásico del siglo XXI.

 


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