Por Maikel A. Nepomuceno
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En el momento en que la angustia ante lo incomprensible y lo ignoto se impone frente a todos los demás temores humanos, el miedo termina por dominar la mente y el corazón, doblegando por completo el espíritu del ser humano. Desarrollando esta premisa y llevándola hasta sus últimas consecuencias, Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) diseñaría un corpus de relatos y novelas que llegaría a convertirse, con el paso del tiempo, en un icono de la literatura de horror universal.
Su obra ha sido estudiada, imitada, extrapolada a muchos medios y finalmente canonizada; prueba de esto último ha sido su inclusión en The Library of America (www.loa.org) en 2005, con la publicación de un volumen, Tales, que contiene veintidós de sus más representativos relatos y novelas cortas. Sin embargo, por mucho que se profundice en la obra de este autor, siempre queda la sensación de que hay algo más detrás de sus páginas, un significado oculto que nos deja un regusto extraño, como si acabáramos de leer una historia incompleta.
Si los relatos de HPL siguen siendo actuales ya en pleno siglo XXI se debe, en parte, a la perennidad de las circunstancias del narrador de las historias. La adversidad a la que se enfrenta reviste un componente indefinido e inmaterial, tratándose a menudo de un conocimiento críptico que habla de existencias que no se deberían dar en nuestro mundo, pero que el narrador sabe que son ciertas. Y a partir del momento de darse cuenta de esas verdades, se convierte en un antihéroe y trata de sobrevivir, tanto física como mentalmente. Pero esta adversidad es insalvable y la historia termina de un modo aciago para él; solo permanece la verdad, lo que siempre ha existido.
Los seres nombrados por Lovecraft en sus historias apenas se manifiestan físicamente. No solo se trata de un recurso literario efectista para transmitir el horror, sino que además su presencia oculta transmite un mensaje que el lector no debería desdeñar. Los Primigenios, entidades que han permanecido en la Tierra desde Eras precámbricas, amenazan a la humanidad con su mera existencia. Lovecraft a veces permite que estos Seres innombrables afloren a la superficie de la vida real a través de sueños, visiones o por medio de la actividad de sus fanáticos sicarios. El Gran Cthulhu, que duerme sepultado en el Océano Pacífico, es quizás el más activo de todos los Primigenios. Al menos en una ocasión su masa bamboleante y fluida, gigantesca como una montaña, se ha alzado desde los restos de la hundida Mu para amenazar la cordura, la integridad y la vida del ser humano.
Los hombres y mujeres que habitan y habitaron el mundo han convivido siempre con los Primigenios. Los relatos de Lovecraft pertenecen al género fantástico (al weird tale, específicamente), pero como suele ocurrir con los textos que manifiestan varios niveles de significado, su lectura puede engalanar el pensamiento del lector. El terror simbolizado por los Primigenios es mucho más real de lo que imaginamos. El lector actual podría verse identificado sutilmente con las circunstancias que rodean al narrador lovecraftiano. Estas circunstancias no dejan de ser una metáfora de nuestra forma de vida, y en esta cotidianeidad aparecen con sutileza los elementos del relato de Lovecraft. Las complicaciones de la vida diaria no son sino una forma de esta adversidad. La extraña lucha por la supervivencia, más mental que física, se manifiesta en nuestro tiempo como un esfuerzo del día a día para mantener un resquicio de felicidad y de llevar una vida normal. Pues cuanto más conscientes somos de nuestra precaria situación dentro de la sociedad moderna, más inclinados estamos a caer en un estado de abatimiento y de apatía. Tal vez los Primigenios sean una manifestación de la situación del mundo actual y cada uno de Ellos refleja uno de los grandes problemas que amenazan el mundo.
Leer a Lovecraft significa profundizar en nuestros miedos más atávicos. Al terminar uno de sus relatos podemos sentirnos más o menos satisfechos con la experiencia literaria, con el argumento, con los personajes. Pero transcurridos unos minutos, o unas horas (eso ya depende de lo introspectivo que sea cada uno), nuestra mente inconsciente, que aún trabaja con el material leído, transmite a nuestra consciencia una realidad que ha pasado desapercibida durante la lectura. Ése es el verdadero horror. Más aún: esa idea consciente es tan solo un símbolo de una parte de nuestra vida. Seamos felices o no, estemos o no satisfechos con nosotros mismos, la presencia de lo innombrable ya ha dejado un estigma. Porque no hemos acabado de leer un relato de horror escrito por el mayor maestro del género después de Poe, sino un relato que ha tocado una fibra vital en nuestras sensaciones, que ha abierto una puerta a la retorcida dimensión de nuestros miedos.
Si el Gran Cthulhu despierta cuando “las estrellas estén en la posición correcta” eso significará que habremos fracasado como seres humanos. La humanidad desaparecerá de nosotros, y esta vez para siempre. En ese caso, los auténticos Primigenios seremos nosotros.