Revista Pijao
La resistencia cultural y las palabras
La resistencia cultural y las palabras

Cuando todas las ventanas parecen cerrarse, la cultura abre sus mares.
Metidos en un barco averiado, mojados los pies por el agua cubierta de mariposas ahogadas, los pasajeros no queremos que el capitán disfrace la desgracia con la floresta de una palabra. De una falsa palabra. Somos pobladores del barco del naufragio, y la salvación no está en ocultar la desgracia sino en resistir y disponernos a librarnos de la muerte que acecha. En conocer la debilidad de nuestra ancla. Y concatenar, de ser posible, palabra y realidad.

Frente a la farsa nos acusa el infinito. Estamos metidos en palabras mentirosas y cenizas viejas. No sé si hay algo nuevo bajo este cielo. La misma sangre se derrama en las noches de espanto. El mismo odio, crecido como un gigante macrocéfalo, arrecia la malignidad de sus clarines. La sombra es sopa y capa, espalda de cuchillo. No están hechas las noches para sentir, como agua lenta, la respiración de un corazón amado. Las noches son pies del enemigo, desquite del sueño, grillo untado de barro desastroso. La patria es sangre, sombra y aullidos. Ya la palabra en los altos tabernáculos del poder sólo sirve para mentir. Su capacidad de certeza o de creación ha quedado replegada. Su usó confundió la ética. Se utiliza para crear artificios, no para designar verdades. La realidad es la misma y la palabra, por el sólo hecho de anunciarla, no puede propiciar el cambio. La realidad, tozuda e inmodificable, permanece, se afinca como garras de tigre enfurecido. Y la palabra, prostituta a la fuerza en poder de los malabaristas del circo, se debilita, se daña, causa lástima. Entonces, tiene que inventarse una nueva palabra. Una palabra con fuerza y resistencia. Esto es, con el índice, señalar la verdad. Para tratar de que haya acople entre realidad que se nombra y palabra que se usa para designarla.

A través de muchos años quisieron hacernos creer que es nueva la casa, o nuevo el barco y válidas las palabras. Pero viejos y desgastados son sus ladrillos. Carcomidas están sus puertas. Perforado se halla su techo. Hundido se ve su piso. Lastimada está su semántica. Y maltratados están sus habitantes. Es la vieja casa de la desesperanza y de la palabra infame. Sus cimientos crujen y es pavoroso su lamento. Vientos de nefasta procedencia la hacen tambalear. Los ladridos de los perros le alteran el sueño y le ahuyentan la sonrisa. Por la noche, pájaros de oscuras alas se meten por las ventanas. Por el día, murciélagos ciegos y decididos, salen del cielo raso, planean, aterrorizan y chocan contra las paredes. En ese instante la palabra duerme.

Frente al acoso, la cultura, la resistencia fincada en la cultura ocupa su puesto. Muchos amigos cayeron en el camino. O desertaron de la ruta. Pero hay que continuar. No importa que se usen otras maneras. Cuando todas las ventanas parecen cerrarse, la cultura abre sus lares. Literatura, pintura, música, ensayo, cine, teatro, periodismo cultural son expresiones que han continuado levantando la voz. Arte que ha resistido la mentira. Que ha gritado contra la indignidad o la injusticia.

Pero cambiar el lenguaje y modificar la palabra implica un proceso. Las palabras se resisten. Por ello hay que entrar a las palabras como se entra a una casa conocida. Sin tocar. Ya en sus predios, hay que habitar las palabras o hacerlas habitables. Habitables para hacerlas nuestras. Si alguna palabra se te resiste: lucha o déjala. Si te quedas en ella, camina sus pasadizos, sus laberintos, sus patios sembrados, sus misterios de noche, sus frontones barrocos. Saca los ojos y mira desde las ventanas. Observa el paisaje: verás regados en el campo: letras, signos de puntuación, tildes y un manchón de tinta que semeja un mapa con los pies frustrados. Son los escombros de que están hechas las palabras. Especialmente, las palabras protervas.

Ya habitables, dales un nuevo significado, no abuses de ellas. Sácales sus jugos primarios. Juega con sus destrezas. Extráeles la belleza del grito. Y cuando todo cese, porque, en voz de Mefistófeles, todo lo que nace bien merece morir, procura retirarte a tiempo. Evita que esas palabras se conviertan en un lugar común o en un árbol de hastío. No reincidas en ellas porque les dañas en forma malévola su estructura virginal y su carga de lucha y de sorpresa. Déjalas. Otros las buscarán. Otros les encontrarán diferentes connotaciones.

Así, todas las palabras son habitables en el universo de la resistencia cultural. La clave es saberles encontrar la puerta. Y, luego, hallar pronto su chisporroteo profundo. Dejarnos seducir por su luz de vidrio. De esta manera, acumuladas y seleccionadas, como si vinieran en un camión que se abriera paso entre la niebla y la madrugada, las palabras se convierten en artículos, en revistas, en periódicos, en libros, en librerías. En vida. Como éstas que, en forma de texto, guindan de mi mano como una bandera al viento en busca de lector. Las palabras. La vida. Las palabras que, parafraseando a Aurelio Arturo, una tras otra son los libros. Los libros que son la vida. La vida, que es la resistencia frente a la muerte.
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Nota: José Luis Garcés es Escritor, ensayista y gestor cultural nacido en Montería. Director del Grupo de Arte y Literatura El Túnel y del periódico del mismo nombre. Sus libros más recientes son Montería a sol y sombra y La fiera Fischer.

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