No poco tienen en común Marvel Moreno y Sylvia Plath, dos magníficas escritoras que regresan a las librerías con las novedades bibliográficas El tiempo de las amazonas y La campana de cristal.
Estas dos autoras vivieron prácticamente en la misma época, pues la colombiana nació en 1939 y la norteamericana, en 1932. Por otro lado, las dos murieron en la plenitud de su carrera (justo cuando acababan de escribir las novelas que hoy son novedad,) y cada una es mito literario y escritora de culto en su respectivo país. Pero lo más importante es que ambas reflejan en su narrativa la lucha de las mujeres por su sitio en la sociedad y en un mundo distinto al diseñado por los hombres.
En general, las páginas de sus libros son la voz de las mujeres que en esa época no se arredraban para reclamar sus derechos. Es decir, ambas autoras se comprometieron literariamente con el feminismo, y las dos le transfirieron a alguno de sus personajes sus carencias, sus dolencias crónicas y padecimientos. Para ninguna de ellas la vida fue lecho de rosas.
Las obras narrativas de Marvel Moreno se destacan por la exuberancia del lenguaje y por la hermosa construcción de un llamativo universo femenino, sustentado por personajes que en conjunto detentan las características de su creadora: belleza, inteligencia y sensualidad. ¿Cuál es el gran mérito literario de esta autora que con sus historias complementó el retablo caribeño creado por Félix Fuenmayor, Álvaro Cepeda y García Márquez, es decir, por los integrantes del Grupo de Barranquilla con los que ella se codeó?
A lo ya señalado se añade que la autora de Algo tan feo en la vida de una señora bien hizo su contribución a la narrativa moderna colombiana al entretejer múltiples historias en un contexto de sociedad clasista y racista, siempre narradas por mujeres en un lenguaje acogedor y fluido y en un tono intimista. Así lo hizo con las historias de doña Clotilde del Real y Saavedra; del doctor Vesga y del negro Changó, entre otras, en la novela que prácticamente la inmortalizó: En diciembre llegaban las brisas.
Del otro lado, la obra tanto narrativa como poética de la bostoniana Sylvia Plath es un minucioso estudio de los sentimientos, de la condición social (y matrimonial) y de la sexualidad de la mujer. Para corroborarlo, basta sumergirse en las páginas de sus poemarios, El coloso y Ariel (publicado póstumamente), y, por supuesto, en las de su única e iconográfica novela La campana de cristal.
No estaría mal complementar dichas lecturas con las de sus Diarios y Cartas a mi madre, piezas literarias que se dieron a conocer mucho tiempo después de la muerte de la autora. Es tal la condición de ícono de Plath que en 2003 la directora Christine Jeffs realizó la película Sylvia con la actriz Gwyneth Paltrow como protagonista.
Sea esta la oportunidad para darles una mirada a las dos novelas de estas formidables narradoras que llegan a las librerías. La obra póstuma de Moreno y la publicación, por primera vez en español, de la obra de Plath.
El tiempo de Marvel
Razón tuvieron los editores de Alfaguara al considerar que El tiempo de las amazonas, de la escritora barranquillera, “puede ser una obra gris, pero contiene pepitas de oro”. Y más que pepitas, hay lingotes. Párrafos, páginas y pasajes por los que la novela, a pesar de sus defectos, vale la pena.
Su tenor feminista y combativo salta en cada página; su encono y animadversión hacia lo masculino son más que evidentes, como evidente es la condición de víctimas en las que aparecen casi siempre las mujeres. El ‘casi’ obedece a que no quedan exentas de maña y perversidad.
La trama gira alrededor de tres primas que, huyendo de la hipocresía, pacatería, malquerencia y maldad de la sociedad burguesa barranquillera (a la que Marvel, conocedora del paño, siempre le dio duro), recalaron en una París aparentemente menos agresiva, más vivible.
Sin embargo, a cada una le tocó pagar muy caro por su desquite; con lo mínimo que su rebeldía de “amazonas” se estrelló fue con su misma inconsciente fragilidad. Acaso sin que fuera intención declarada de Marvel, todos los personajes de su entramado (femeninos y masculinos) le dan la razón a Freud en eso de que la felicidad está cercada por tres grandes enemigos: el mundo, los otros y el propio cuerpo, y que no advertir esto es falta de principio de realidad.
Tal vez las mejores páginas de la novela sean las que propician una reflexión sobre el envejecimiento y el deterioro; por duras que sean. En ellas Marvel, con mucho acierto y sensatez, toca la vida:
“Su muerte no andaba lejos. La intensidad y la frecuencia del dolor habían aumentado, el cansancio también. A veces le parecía tener en el pecho un insecto de largos tentáculos que le oprimían, ora el corazón, ora los brazos y la mandíbula. A medida que pasaba el tiempo aquel se volvía más grande provocándole dificultades para respirar, cada vez que aspiraba el aire sentía una puñalada en el tórax y solo tomando los remedios que le daba su médico podía calmarse. De pronto tenía bocanadas de angustia, como si algo, en lo más profundo de su ser, temblara de pánico ante la muerte. Y sin embargo ella no la temía. Morir era regresar a la nada de donde había surgido, para extraviarse en un sueño eterno. Más aún, la consolaba la idea de irse rápido en lugar de conocer los oprobios de la vejez. No comprendía a la gente que se obstinaba en vivir soportando la disminución de sus capacidades físicas y mentales”.
Lo que más afecta a la novela es que está atiborrada de personajes (tiene más que La colmena, de Cela); personaje que pasa por ahí, personaje de quien se cuenta una historia, siempre referida a su vida sentimental y a sus múltiples enredos y fracasos amorosos. Es como una especie de novela multinivel, pues cada actor de reparto tiene un sinnúmero de amantes que a su vez también tienen otros, y así.
Con tantas historias subordinadas, el referente se pierde, y tantas digresiones narrativas hacen difícil retomar o retornar a lo que ocurre con Virginia, Gaby e Isabel, cada una instalada en su propio infierno con claraboyas para mirar el cielo.
Víctima del tabaquismo y del lupus (enfermedad con la que luchó gran parte de su vida), Marvel Moreno, la otrora reina del Carnaval de Barranquilla, nos dejó (antes de irse con las brisas el aciago 5 de junio de 1995) una novela inédita que ahora, gracias al empeño de sus hijas, ve la luz; con la que ahora regresa porque es “tiempo de amazonas”.
Plath con su seudónimo
La campana de cristal, publicada inicialmente bajo el seudónimo de Victoria Lucas, es uno de los tesoros de la narrativa estadounidense, y parte de su valor cultural radica en que salió apenas un mes antes de la muerte de su célebre autora.
Otro aspecto que la hace valiosa es el fuerte acento autobiográfico de su contenido; pero por lo que más vale esta obra casi póstuma es por su laudable calidad literaria, que por momentos nos recuerda a narradoras también de ese país como Lucia Berlin (de la misma generación de Plath) y Flanery O’Connor (fallecida al año siguiente del deceso de Plath).
Se diría que, hasta la mitad, el libro rezuma humor corrosivo, ambiente festivo y juvenil cincuentero y mucha gracia que no impide la feroz crítica a la sociedad.
De la mano de Esther Greenwood, narradora y protagonista, paseamos por una Nueva York luminosa y llena de glamour, de la que Esther goza por ser adocenada de la prestigiosa revista Ladies’ Day: “Una vida de prodigiosa y cultivada decadencia, que me atraía como un imán”.
La prosa sencillamente encantadora y adictiva de Plath nos muestra a una protagonista dispuesta a emanciparse, a tragarse el mundo y resuelta a hacer del hedonismo la única razón de su vida. Pero como venden los dioses lo que dan, toda su risa la pagó con llanto.
A Esther Greenwood, evidente trasunto de la autora, la vida se le empezó a descuadernar cuando, buscando lo que no se le había perdido, le ocurrió tremendo chasco con un misógino que le pareció muy atractivo y de quién se dejó comprar con un diamante:
“Sentí que el suelo se levantaba y me golpeaba con un suave impacto. Se me escurrió barro entre los dedos. Marco esperó hasta que conseguí ponerme a gatas. Entonces me plantó las manos en los hombros y me empujó de nuevo.
—Mi vestido...
—¡Tu vestido! —El barro me chorreó por la espalda y se ajustó a mis omoplatos—. ¡Tu vestido! —La cara borrosa de Marco se acercó a la mía. Noté que su saliva me salpicaba en los labios—. Tu vestido es negro y la tierra también es negra.
Entonces se me echó encima como si pretendiera triturarse a través de mí y fundirse con el barro.
(Va a pasar —pensé—. Va a pasar. Si me quedo aquí sin hacer nada, pasará).
Marco me arrancó el tirante con los dientes y me rasgó el vestido hasta la cintura. Vi el resplandor de la piel desnuda, como un velo pálido que separa a dos adversarios sedientos de sangre.
—¡Furcia!
La palabra me silbó en el oído.
—¡Furcia!
La polvareda se disipó y tuve una visión completa de la batalla.
Empecé a forcejear y a morder.
Marco me tiró al suelo.
—¡Furcia!”.
Y... como toda situación que es susceptible de empeorar, casi siempre empeora hasta que se toca fondo, Esther va pasando paulatinamente de la decepción a la tristeza, de la tristeza a la depresión y de la depresión a la locura. Antes de ir a parar al manicomio, fracasó en sus cuatro intentos de suicidio: primero cortándose las venas, después tratando de ahorcarse, en tercera instancia, intentando ahogarse y, por último, ingiriendo una sobredosis de pastillas.
Lo increíble de todo es que ni con los electrochoques Esther perdió la capacidad de burlarse, ante todo de sí misma y, por supuesto, de los demás, incluidos los médicos del hospital y del manicomio: “El doctor Talytal”, “el doctor Sífilis”, “el doctor Páncreas”.
Estando en su casa en Londres, el lunes 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath, póstumamente ganadora del premio Pulitzer, cansada de lidiar con el ego de su marido, el poeta Ted Hughes; con el drama de su emancipación fracasada; con la falta de dinero pero, sobre todo, con el círculo vicioso de su enfermedad, abrió la espita del gas y dijo... ¡Ya no más!
TOMADO DE JORGE IVÁN PARRA*
ESPECIAL PARA EL TIEMPO
(*) Crítico literario, autor del blog ‘De libros y autores’ de EL TIEMPO y profesor de las maestrías de Literatura y de filosofía latinoamericana de la Universidad Santo Tomás.