Revista Pijao
Eduardo Santa:  su presencia literaria en el Siglo XXI
Eduardo Santa: su presencia literaria en el Siglo XXI

A los noventa y tres años (2020), Eduardo Santa, decano de los escritores tolimenses, ha dado a conocer con éxito más de cuarenta obras pero, como una muestra más de su dedicación a la literatura y a la investigación, publica en el presente siglo siete libros, entre ellos cinco novelas, además de la nueva edición de El libro de los oficios de antaño, Raíces históricas de la cultura colombiana y otros ensayos, Biblioteca de Historia Nacional, Academia Colombiana de Historia, mayo de 2002, y Don Quijote por los caminos de América, ensayo, 2005, ganador del Premio de la Universidad de Salamanca (España) en el cuarto centenario de la publicación de El Quijote.

Nos referiremos en particular a sus novelas Las señales de Anteo, 2000, Ediciones Obelisco, España, Crónica de un Bandido Legendario, novela, 2004, Ediciones Obelisco, España; Rosita Milanta, novela, 2008, incluida en la colección 50 novelas colombianas y una pintada de Pijao Editores, El Paraíso de los caballos, novela e Historia, Pijao Editores 2015 y La Pipa del Capitán, Novela, Biblioteca Libanense de Cultura, 2017.

Tan diversas tramas en su narrativa nos plantean cómo es un autor que no gira alrededor de los mismos temas sino aquel que se encuentra en continua búsqueda de aventuras por contar, desde la vida de un bandido legendario como lo fuera Reynaldo Aguirre Palomo, a la historia de un joven que abandona su hogar y parte en busca de sucesos en Las señales de Anteo, los años de la juventud entre sueños y pesadillas llenas de humor e ingenuidades en Rosita Milanta, la seductora y perspicaz vida de los grandes personajes de la historia contada por sus caballos desde un paraíso para ellos, o su incursión misteriosa en un mar colmado de trampas como ocurre en La pipa del capitán.

Al final, para que nuevos lectores examinen la dimensión de su trabajo, hacemos un recorrido panorámico alrededor de él, sobre la que con justicia Raymond L. Williams define en su volumen Novela y poder en el Gran Tolima y América Latina al estudiar sus libros, “que la obra completa de Eduardo Santa, tanto ensayística como novelística, justifica y afirma que el autor en los años cincuenta es ya una figura intelectual total de la talla de José María Samper y que es el primer novelista que puede ser considerado célebre más allá de América Latina”. (129)

Ingresando ahora a las novelas publicadas en el presente siglo, nos detenemos a manera de reseña en Crónica de un bandido legendario, la historia apasionante de Reynaldo Aguirre Palomo, quien fuera leyenda en el norte del Tolima, un rebelde, asaltante de caminos, ladrón de ganado, saqueador de haciendas y de casas de ricos, cuyos botines los repartía a manos llenas entre pobres y campesinos que lo veían como un salvador, una especie de Robín Hood, que asaltó el cable aéreo de Mariquita a Manizales, y a la fábrica de cigarrillos Casa Inglesa en Ambalema, además de un enamorador y de infalible puntería. Con el ritmo de una prosa sin descuidos, aunque enseñoreando el mito, Santa logra un libro de aventuras y gira alrededor de quien se convirtiera realmente en una leyenda. Algunos reseñistas señalaron que hace apología del delito al enseñorear un bandido como si la novela fuera una biografía y olvidan que se trata de levantar a un personaje popular con mucha nombradía hasta los años sesenta del siglo pasado.

A través de veintiséis cuadros cinematográficos, el hábil narrador, como lo llama Héctor Ocampo Marín, narra no solo las proezas sino las antiproezas del personaje, diferente a las de los bandidos de nuestro tiempo que tienen otros fines. Tanto los detalles en que se detiene su cámara así como la descripción de su suicidio en su casa en las afueras de Mariquita, antes de que las autoridades lo apresaran en un asedio que le da expectativa, dan la medida del impacto entonces de este  héroe para la gente, desde luego gracias a la sabia distribución del material, la técnica narrativa empleada y un lenguaje eficaz,  agregando al final la épica descripción de su entierro.

En ciento treinta y ocho páginas dadas a conocer por ediciones Códice en el año 2004, Santa especula alrededor del polémico personaje, porque insistimos, no se trata de una biografía sobre quien se disparara un tiro en la boca cuando tenía treinta y un años, tal como lo precisa el historiador Armando Moreno. Estamos frente a quien, como agrega el mismo profesor universitario, de acuerdo con el historiador inglés Eric Hobsbawm, (investigador más importante en la actualidad sobre bandidos), considera que este tipo de personajes y de actuaciones encajan en una categoría llamada bandido social. Es decir, que estando por fuera de la ley hace el bien. Lo único cierto es que se ha convertido en mito y Eduardo Santa logra eternizarlo a través de su novela, gracias no solo a quien refiere como centro de la historia, sino a su lenguaje y a su estrategia narrativa que nos conduce con ansiedad hasta la última página.  

 

Publicado por ediciones Obelisco, año 2000,  en Las señales de Anteo, uno de sus más bellos libros, como bien lo rubrican sus editores en España, Eduardo Santa nos cuenta la historia de un joven que abandona su hogar y se lanza a recorrer el mundo en busca de aventuras y que, después de haber vivido muchas experiencias, sin ninguna meta definida, por fin encuentra el camino de su felicidad gracias a un ser maravilloso que le entrega las verdaderas claves de su destino. Escrito en un lenguaje sencillo pero de excelente calidad literaria, como todo lo suyo, Las señales de Anteo nos incita a reflexionar sobre los grandes misterios de la existencia humana y pone a nuestro alcance, también, esas fórmulas de optimismo y de fe capaces de transformar nuestra vida y de señalarnos las más altas metas de superación. La señales de Anteo es un regalo apasionante, extraño, quizá misterioso, que cautiva desde las primeras páginas por su originalidad, por todo lo que en él sucede y también por su mensaje de amor, de poesía y de ternura. Este libro se emparenta con El pastor y las estrellas, otra de sus obras profundas y que están escritas desde la poesía pura transportando al lector hacia su intimidad y dejándole el deseo de disfrutar la existencia sin tanto recoveco. Pudieran clasificarse estos dos libros dentro de lo que estudiosos norteamericanos llaman ahora la eco-crítica y que no solo describen las maravillas de la tierra o las sequedades de los desiertos, sino ante todo van a los territorios del espíritu sin parecerse a esos libros de auto superación sino a la poesía vuelta mundo.

Rosita Milanta, o los tiempos del bolero, incluida en la colección 50 novelas colombianas y una pintada (2008), confirma el diestro manejo de un oficio que realmente nunca ha sido fácil. La novela retrata una época importante en la vida de nuestra provincia donde los divertimentos y el erotismo, el humor y la picardía van de la mano de la tragedia por los tiempos en que el bolero era el rey de la noche. La aparente ingenuidad de aquellos ciclos donde la juventud empujaba sus sueños y sus pesadillas bajo la luz de autores que marcaron una generación, encuentra aquí su testimonio vigoroso de vida y muerte a través de varias voces que hacen eco a la conciencia y al paisaje.

En El paraíso de los caballos, (Pijao Editores, 2015), Eduardo Santa decide la ayuda del mago Merlín para inducir a Cupertino a que se escape y llevarlo al paraíso de los caballos más famosos de la Historia. Le concede el don de la voz y le promete hacerlo feliz allí donde dejará de estar solo y tendrá muchos amigos. En ese Paraíso están no solo Rocinante de El Quijote sino Babieca, el caballo del Cid campeador; Bucéfalo, el de Alejandro Magno; Frontino, el bello corcel de Bradamante; el incomparable ejemplar de Orlando, según Ariosto; Abú Benar, el agilísimo de Almanzor; Palomo, el hermoso potro de Bolívar; Marengo, el impetuoso de Napoleón, Condotiero, el de Leonardo Da Vinci y hasta Beltraneja, la briosa yegua de Carlos Quinto. Todos reunidos en otras dimensiones del tiempo y del espacio, contarán cómo eran sus amos, qué hacían  mientras vivieron y cómo consumieron su tranquilidad y su vida por algo tan mezquino como el poder. Vale la pena conocer estos grandes hombres con tantos vacíos en sus almas, juzgados por sus propios caballos, en la más completa y apasionante intimidad de sus vidas. Se advierte al final la predilección de Santa por los caballos, pues ya había salido por Pijao el libro de cuentos Los caballos de fuego, 1993.

La pipa del capitán es un libro habitado por las aventuras y el esoterismo que bien resume Sara Santa así: “Con La pipa del capitán, Eduardo Santa nos sorprende abriendo ante los lectores un terreno inexplorado en su larga trayectoria: deja de lado la representación de su pueblo con la que inició su carrera literaria (La provincia perdida) y ha desarrollado ampliamente desde diferentes perspectivas, que van de la denuncia política (Sin tierra para morir) a la experimentación estética y psicológica que desarrolla magistralmente en Cuarto menguante. Más aún, deja de lado la tierra firme para pasar a narrar una historia que se despliega en medio de una misteriosa niebla marina y de un siniestro e inestable oleaje. A través de la ficción autoral del capitán Jiménez, quien estaría escribiendo en su bitácora los acontecimientos ocurridos a bordo entremezclados con sus pensamientos, los lectores tenemos acceso a una historia llena de horror y desconcierto. Una gran trama, en la que el delirio parece materializarse mientras la realidad, en medio de esa pesada bruma marina y del humo de una pipa, se desdibuja al tiempo que se desencadenan y se exploran, hasta sus últimas consecuencias, las pasiones de los personajes. Eduardo Santa, con esta novela, despliega una narrativa sencillamente subyugante. Toda la fuerza de sus imágenes, por la que se destaca tanto en la poesía como en la prosa, se vuelca, al igual que la temática, hacia el ámbito marino, sumergiendo (nunca mejor dicho) a los lectores en esta trama de a bordo. Así, el amanecer marino “tiñe las aguas con el hermoso color de los corales desteñidos”, los pasajeros llenos de odio en sus camarotes son presentados como “moluscos dentro de sus caparazones”, y aquellos que esperan trabajar en Nueva York, puerto al que se dirige la nave, se transforman metafóricamente en “detritus, rezagos que un mar de leva ha dejado abandonados en la playa”. El humo de la pipa de Jiménez forma “archipiélagos inundados por la bruma”, el expropietario de la embarcación, un rudo capitán danés, “parece construido de piedra de arrecife”, y su caminar desbalanceado se asocia al movimiento de un barco escorado, la voz de Fischer, el delirio o fantasma de Jiménez, se presenta “húmeda, como si emergiera de los abismos oceánicos envuelta entre burbujas”, un personaje que evoca “anclas carcomidas y rotas sobre las cuales la piel del tiempo se ha hecho áspera y salobre”. El recuerdo, con su inestabilidad y distorsión, es uno de los ejes de la reflexión de esta novela. El capitán Jiménez escribe en su bitácora a modo de conjuro contra el olvido, y crea en ella una realidad que pretende muchas veces explicar e interpretar los acontecimientos y que llega incluso a materializar una ficción para conjurar la realidad misma, como se ve en el momento en que decide anotar que Irma, su excompañera, ha muerto, a pesar de que sigue caminando por su nave de la mano de uno de los pasajeros. También este tema ronda a la aparición del comandante Fischer, presencia registrada y analizada en la bitácora, un personaje que parece familiar y desconocido al mismo tiempo, y cuya no identificación desencadena el ambiente tenso de ira que se contiene y se despliega, de absurdo, con el que se abre la novela y va en crescendo a través de sus páginas. El recuerdo, dentro del sistema metafórico marino de Eduardo Santa: es como un naufragio y está en lo hondo del ser como un extraño bagaje de cosas muertas, de cosas perdidas, de cosas que tuvieron valor real y que hoy apenas son imágenes. Es un resumidero de desperdicios, y todos los rostros olvidados van a él aguas abajo, a lo hondo, a lo ignoto, a lo desconocido. Alguna vez el licor, la locura o el estupefaciente remueven esas aguas oceánicas, estos detritus estancados, esos desperdicios, y el cadáver de una realidad emerge lentamente y flota sin un nombre preciso, deformado y descompuesto, siendo a veces difícil lograr su identidad y su ubicación en el tiempo y en el espacio. La pipa del capitán: Verdad y mentira, cordura y locura, alucinación y realidad, establecen en la novela una dialéctica irresoluble, en la que el lector, al depender única y exclusivamente de la perspectiva de Jiménez, de su bitácora, termina naufragando. Eduardo Santa propone un juego cervantino en el que la ‘verdadera historia’ se desestabiliza al provenir de los lugares de enunciación más inverosímiles. Así, vemos que la novela está atravesada por “la bella historia de la pipa”, que una alucinación o fantasma alguna vez escribió y que, después de un naufragio, ha quedado sepultada por las aguas y el olvido. El deseo del comandante Fischer de transmitir la historia y su indignación al ver que el capitán no sólo se ha quedado dormido al escucharla sino que ha inventado una historia ‘falsa’ del preciado objeto ponen en evidencia este juego metaficcional. Las expectativas literarias se entrecruzan en esta novela, y, en el momento en el que parece consumarse una perfecta tragedia de venganza, la conclusión de una profundísima exploración del suicidio y la culpa, aparece el comandante Fischer, truncando el desenlace poético con su ‘verdadera historia’ y conduciendo al personaje al más prosaico fracaso. Hoy en día temas como el sinsentido, la ambigüedad y las realidades inestables están en boga y, escudados en etiquetas como ‘moderno’, ‘experimental’ o afines, tan sólo son el discurso vacío que justifica una insondable mediocridad o carencia de técnica. Así, la novela de Eduardo Santa nos da una lección invaluable, pues plasma un universo en el que estos elementos transmiten realmente sus abismos al lector porque hay trabajo rigurosísimo y consciente, un sólido y coherente constructo, como puede apreciarse a través de su sistema metafórico, del juego con las fuentes inverosímiles, de la exploración de las conciencias de personajes complejos y de los guiños intertextuales a una gran tradición literaria en la que esta obra reclama puesto propio”.

Entregar a lo largo de una vida fructífera e independiente más de cuarenta obras literarias, históricas, sociológicas, periodísticas, poéticas y de investigación, ofrecer con ellas aportes nada despreciables a la conformación de la República en el plano intelectual, dedicar su existencia con devoción indeclinable a estas disciplinas durante setenta años, hacen de Eduardo Santa una de las más importantes personalidades del país.

El destacado miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, de la Academia Colombiana de Historia, de la Real Academia de Historia de España y de otros centros científicos y culturales del continente, terminó su carrera de abogado en la Universidad Nacional donde prestó sus reconocidos servicios a lo largo de veinte cinco años por lo que se le declaró Profesor Emérito. Su trabajo, así mismo, le ha valido ser nombrado usualmente presidente honorario de importantes congresos de Historia y Literatura.

Santa, quien ha recibido condecoraciones y premios desempeñó la dirección de la Biblioteca Nacional y la rectoría de la Universidad Central luego de recibir un postgrado en Ciencias Políticas en la Universidad George Washington y una especialización en Bibliotecología en Puerto Rico. El autor, descendiente directo de colonizadores antioqueños, conocedor en su infancia de las historias de las guerras civiles que oye de labios de algunos de sus protagonistas, estudiante aventajado de la escuela pública, trabajador en los más diversos e insólitos oficios, fundador de periódicos, revistas, instigador de huelgas y lector infatigable, nació en El Líbano, Tolima, el 2 de enero de 1927. A temprana edad antes de graduarse como bachiller del Instituto Nacional Isidro Parra de su ciudad natal, asume su vocación con tal rigor que llega a incinerar, sin miedo, sus libros iniciales.

Poeta desde el comienzo, figura literaria nacional a los veintitrés años, abogado afortunado, investigador incansable, novelista, cuentista, académico, catedrático y ocasional burócrata, también se hace viajero, cultiva la amistad de pintores escritores y filósofos de gran prestigio, comparte los sueños y la vida con los que como él, construyen un camino.

Del territorio de su infancia surgen sus oficios de sembrar semillas, trajinar con caballos, vender periódicos, montar una agencia de patines, secretariar a vendedores de específicos, trabajar en una trilladora de café marcando costales, vender trozos de película que dejan como desecho en el teatro, ser ayudante de tipógrafo y con la fabricación de una bocina de cartón, subido al techo de una casa, fundar una emisora. En el bachillerato inicia una revista editada a máquina de escribir en venticuatro copias y que circula con el nombre de Peldaño poético. Ya en cuarto de secundaria, con la experiencia de los libros leídos, aparece Unión juvenil.

Eduardo Santa vive por entonces en Murillo, corregimiento del Líbano, hoy municipio. Siente la naturaleza, admira absorto el paisaje del Nevado del Ruíz, oye historias de duendes y aparecidos alrededor del fogón, escala montañas, organiza huelgas y un día, en medio de limitaciones económicas, ingresa a la Universidad Nacional donde tiene como condiscípulo a un costeño escandaloso llamado Gabriel García Márquez.

En 1951, cuando termina su carrera, publica su primer libro del que circulan pocos ejemplares porque los incendia. Se trata de Sonoro Zarzal, editado en la colección Espiral de Clemente Airó, quien más tarde va a conformar el grupo de Los cuadernícolas con Eduardo Mendoza Varela, Maruja Vieira, Álvaro Mutis y Rogelio Echavarría, entre otros. Al graduarse como abogado en 1953, es nombrado juez en Medellín pero allí permanece poco tiempo. Al regresar a Bogotá, junto al tolimense Francisco Yezid Triana, uno de los más eminentes laboralistas del país y autor de varias obras en el ramo, instala su oficina de abogado.

También en 1951 y con sucesivas ediciones a lo largo de ese momento, sobrepasando las diez, surge La provincia perdida, traducida al inglés, con la que inicia su vida literaria. El libro es una poética, transparente y hermosa colección de estampas donde dibuja física y espiritualmente la vida sencilla y patriarcal de aquella época en su pequeña aldea. La escribe a los veintitrés años en El Líbano cuando ve desaparecer y transformarse el escenario de su infancia. Este libro es uno de sus preferidos y desde su publicación fue ampliamente elogiado por Luis Eduardo Nieto Caballero, Pedro Gómez Valderrama, Arturo Camacho Ramírez y Próspero Morales Pradilla. Se convierte en una figura literaria al lado de sus amigos León de Greiff, Antonio García, Hernando Téllez y Rafael Maya. Al iniciarse la televisión en Colombia, el joven actor Carlos Muñoz interpreta algunos papeles en que encarna personajes de su obra. No hubo, al final, periódico o revista de importancia a lo largo y ancho del país que no saludara con entusiasmo el libro inicial del novel escritor.

Publica en 1954 una novela sobre la violencia en el Tolima, Sin tierra para morir, con varias ediciones y que ha sido traducida a distintos idiomas, entre ellos al esloveno y al serbiocróata. En 1955 publica Sociología Política de Colombia y es invitado a México a participar en un Congreso Internacional de sociología. En 1959, es nombrado Asesor Jurídico del Ministerio de Gobierno, entidad en la cual ocupó varios cargos durante la administración de Alberto Lleras Camargo, entre ellos la Dirección Nacional de Acción Comunal, la Secretaria General y la Dirección, equivalente ésta última al rango actual de viceministro.

Se aleja de la burocracia, decide perentoriamente que se dedicará con exclusividad a la literatura, se vincula a la cátedra universitaria, se convierte en uno de los fundadores de la universidad Jorge Tadeo Lozano, es nombrado en la universidad Nacional y obtiene después de varios años no solo su título de Profesor Emérito sino el de Maestro Universitario. Organiza y funda la Biblioteca de la Universidad Central, es designado Director del Departamento de Humanidades de la Jorge Tadeo Lozano, viaja a Estados Unidos donde realiza otro postgrado en Técnicas de la Investigación en la Universidad de Columbia en Nueva York. Todo este periplo, que él considera transitorio, no define, sin embargo su verdadero destino. A partir de 1962 ingresa a la Academia Colombiana de Historia presentado por el expresidente y director de El Tiempo, Eduardo Santos, gracias a su trabajo sobre Rafael Uribe Uribe.

Sin tierra para morir es el segundo de sus libros y su primera novela. Aparece en 1954, precedido por el notorio éxito de La provincia perdida, y de nuevo el joven autor logra suscitar elogiosos comentarios. Esta obra ya no describe el ambiente bucólico y poético de la aldea sino lo dramático de la situación social que vivía Colombia por los llamados tiempos de la violencia. La novela que denuncia y testimonia esa realidad, es traducida al servocróata y publicada en Yugoeslavia con un tiraje de cincuenta mil ejemplares, segundo libro colombiano vertido a ese idioma después de La Vorágine de José Eustasio Rivera. No podría faltar Eduardo Santa con Sin tierra para morir donde se habla del proceso del enfrentamiento de los dos partidos tradicionales y en donde se golpea a los gamonales dueños del poder. Si bien es cierto se plantea el asunto desde las motivaciones políticas y económicas, la forma en que está escrita, con sobriedad de estilo y fidelidad al tema, los rasgos poéticos le dan una categoría.

 

En 1956, con carátula de Jorge Elías Triana, aparece su segunda novela titulada El girasol, un texto que apunta a lo sociológico y rompe los marcos tradicionales del costumbrismo. Bucear el alma, crear ambientes y situaciones, marcarla con el subjetivismo y el sicoanálisis, plantear el problema de un paranoico y el conflicto del amor, las pasiones, los pensamientos y la locura, todo tratado con un enfoque moderno, amplía más su sendero a los veintiocho años.

Apartándose del campo estrictamente literario, aparece en 1961 el investigador y el historiados en Arrieros y fundadores. En este trabajo el autor combina la tradición oral y los documentos históricos para plasmar la memoria de incidentes y personajes que conformaron la épica de la colonización antioqueña y fundaron poblaciones como El Líbano. Este tema de las migraciones que contribuyen a formar la identidad regional está tratado por el autor con énfasis en el paisaje, el clima, la topografía y la caracterización de grandes hombres como el general Isidro Parra. Así mismo, el libro retrata los cambios que la epopeya del hacha fue poco a poco introduciendo en la economía nacional.

Su trascendente trabajo Biográfico sobre Rafael Uribe Uribe en el cual recorre su vida y su ideario, sus guerras y sus derrotas, traza de alguna manera la historia de Colombia a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Muestra con detallada maestría innumerables batallas fratricidas en donde la personalidad de un héroe que se ha vuelto leyenda está marcada por la tragedia y el esplendor de la gloria, la elocuencia del orador y la consistencia del guerrero. La figura noble del caudillo, retratada con profusión de documentos y referencias, tiene aquí, como bien lo han advertido sus críticos a los largo de sus seis ediciones, a su mejor biógrafo.

Un trabajo de Santa con tintes verdaderamente exitosos es el realizado en una especie de clásico de nuestra literatura, como se califica con justicia a El pastor y las estrellas, aparecido en 1967 y que lleva más de quince ediciones. A través de Abenámar, un personaje oriental, se hace un viaje interior y exterior por los temas fundamentales del hombre como el amor, la muerte, la amistad, la libertad, la religión y el poder. Las ediciones confirman la aceptación creciente de un público que ve un cálido sedante en medio de la angustia y desesperación del mundo contemporáneo, en un texto escrito con la limpieza y el nivel poético y filosófico de un escritor cuidadoso y profundo. No faltan personajes de Eduardo Santa como Abenámar o Anteo, habitantes del lejano oriente que realizan peregrinaciones entre pueblos como Alfa y Omega tras atravesar “bosques de dificultades”, para al final tropezarse con la pureza que deben tener las almas bajo la conducción de voces que encarnan al maestro Jesús. Libros como El pastor y las estrellas, de Eduardo Santa, que plantean una particular filosofía de la vida, otorgan a historias desarrolladas en escenarios pastoriles una dimensión universal. Pero puede ocurrir lo contrario cuando se eleva la condición del hombre frente a sus propias realidades sin la necesidad del viaje de Abenámar, el protagonista de la obra de Santa. Es válida aquí también la afirmación de Henry David Thoreau en su descripción de Walden cuando dice que “La vida está alrededor, no allá, no en la cima de la montaña”. O las guerras teosóficas que plantea el mismo Santa en Cuarto menguante.

 

Difícil resumir obras que, como las de Eduardo Santa, tienen cada una su importancia, trátese de sus libros de cuentos Los espejos del tiempo o Los caballos de fuego, publicados por Pijao Editores, donde la factura del lenguaje, la brevedad, el impacto y la intensidad de las historias lo hacen merecedor de ser incluido en antologías representativas. Otros textos suyos son La crisis del humanismo, Sociología política de Colombia, Instituciones Políticas, Introducción a la sociología, ¿Qué paso el 9 de Abril?, y su novela Adiós Omayra que en forma desgarradora retrata la tragedia de Armero.

Ahí, de todos modos, están sus libros que demuestran un quehacer permanente y devoto como La propiedad intelectual en Colombia y Nos duele Colombia, obra en la cual Santa se muestra como un combativo fiscal que investiga y señala valerosamente las llagas sociales del país. Del mismo corte son sus libros Las diez grietas del sistema, Realidad y futuro del municipio colombiano e Historia del Siglo XX, esta última en colaboración. Ha publicado, además, El pensamiento político de Uribe Uribe y diversos estudios críticos y antológicos en volúmenes al estilo de Antorchas contra el viento o Barba Jacob y su lamento poético.

En 1988 aparece su novela más representativa, Cuarto menguante, y en 1993 una investigación que le tomó cuarenta años para tratar un tema de su especial predilección: La colonización Antioqueña, una empresa de caminos. En su tercera novela, el autor, con su prosa limpia y vigorosa nos presenta la vida turbulenta y apasionante de una pequeña población fundada en el siglo pasado por un grupo de espiritistas y teósofos que terminan como protagonistas de una lucha religiosa. Lo fantasmal y esotérico de una comunidad que convive con los espíritus, el dramático final de las familias pioneras, convierten la obra en una de las mejores novelas colombianas de los últimos años. Cuarto menguante, de prosa limpia y v gorosa, donde su autor, nos presenta la vida turbulenta y apasionante de una aldea, donde sus primeros pobladores se convierten en los protagonistas de una dura y cruenta lucha religiosa. Aquí, en esta obra, todo es insólito y sorprendente, desde el mundo fantasmal y esotérico de una comunidad que convive con los espíritus, hasta el dramático final de las familias pioneras. Cuarto menguante es, entonces, el nacimiento, esplendor y decadencia final de Artemisa, un pequeño poblado donde sus habitantes vivos parecen presencias inefables encerradas en el juguete de las evocaciones y del tiempo detenido y donde los muertos significan el hilo conductor y el aliento vibrante de todas las historias que se narran. Lo descrito transcurre entre los finales del siglo diecinueve y el comienzo de las décadas de los años treinta y cuarenta del siglo XX cuando el país cambia y se moderniza y desde luego las maneras de ser, de comportarse, de pensar y de actuar, ofrecen un choque por demás violento en el interior de los espíritus, dejando a una generación como fuera del espacio real de la existencia en todos sus sentidos. Parece el retrato fabulado, congelado, testimonio en apariencia fantástico de una época que hizo época pero que desapareció y sólo queda aún en el evocador instante de la literatura. Si Macondo nace, crece, se reproduce y muere como espacio geográfico de la imaginación de un novelista del trópico en donde asombran los muertos, los recuerdos y la aparición de la tecnología, aquí, en Cuarto menguante, se ofrece el mismo entorno pero con la visión del interior del país y en donde ocurren similares acontecimientos que marcaron aquellos años. Se presume que la obra empieza en 1895 y se supone que termina en 1938, sucesos vistos a través de diez narradores.

A través de veintitrés pequeños capítulos llenos de novedades técnicas, vemos a sus habitantes que viven encerrados en un mundo de evocaciones y en el cual el tiempo se ha detenido. Las historias que narra desde diez voces, hacen de Cuarto menguante la visión del interior del país como García Márquez la hizo del trópico. Este mundo extraño y colmado de apasionantes personajes conforma una obra madura y alejada del facilismo y la improvisación.

Finalmente, con La Colonización Antioqueña, una empresa de caminos, parece que el escritor regresa sobre el mismo libro en una parábola del retorno que lo hace dueño de un tema al que ha consagrado su existencia. Precisamente para el Manual de Historia del Tolima de Pijao Editores, en el 2007, un ensayo suyo sobre la colonización antioqueña apareció destacado, fuera del prólogo a la obra. Santa, amigo de retos y de lucha, con una envidiable disciplina, con la densidad y multiplicidad de sus escritos, es no sólo el decano de nuestros escritores sino un sobresaliente intelectual hasta los días que corren.

 

Carlos Orlando Pardo R

Director Pijao Editores

 


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