Revista Pijao
Las conversiones de José María Samper
Las conversiones de José María Samper

Nuestro apasionante, desconocido y muy rico sigo XIX ha sido descrito de forma inteligente y con bello estilo en la documentada Biografía de un converso, escrita por el estudioso historiador y abogado Mario Jaramillo, donde narra el trasegar de la vida de José María Samper.

Sin duda, este trabajo es un formidable aporte a nuestra historia jurídica, política, social, económica, religiosa y cultural, aparte de constituirse en un análisis de un testimonio de vida de un gran colombiano de la época.

Esta singular centuria se inicia con el final colonial de la Nueva Granada y el comienzo de nuestro andar independiente, que se confunde con la creación de nuestras instituciones, de su juridicidad de la cultura y de la opinión pública; es decir, de la identidad nacional que coincide con el comienzo de la parábola vital de José María Samper.

Su recorrido por el mundo

Este tolimense fue un hombre de provincia que desarrolló sus actividades mercantiles –en las cuales no fue el mejor– en diferentes lugares: Honda, Mariquita, Ambalema, Guaduas, La Mesa y Anapoima, donde fue su descanso final.

Samper fue hombre de mundo, actuando como miembro de la élite política y cultural de la Bogotá de entonces. Siempre hay que recordar su escrito sobre el Bambuco, que revela aún más su vinculación con el terruño.

Durante el tiempo que vivió en Francia, se relacionó con ilustres personajes como el mítico Lamartine, de los girondinos, o como el gran Víctor Hugo, tan cercano a los radicales. En España conversó con personajes como Orense y Castelar.

Luego viajó a Inglaterra, país de gran influencia en esa época por la moda de la anglomanía, por Bentham y por su triunfante modelo industrial. Y en Perú ejerció el periodismo.

No es fácil explicar su acceso a tan exclusivos círculos intelectuales ni el conocimiento de tantas lenguas del singular tolimense, un políglota, que con conocimiento retrata el biógrafo Jaramillo.

Un carácter multifacético

José María, al igual que su hermano Miguel Samper, también hombre público conocido como el gran ciudadano, a quien lo unió un gran afecto fraterno, pero tuvo grandes diferencias de opinión, fue actor permanente de la política nacional durante buena parte del siglo XIX, sin haber alcanzado las distinciones y honores que merecía.

Debe resaltarse su infatigable afán de comunicar su pensamiento, que lo llevó a la creación de una decena de efímeros pero influyentes periódicos, y a escribir centenares de artículos de opinión para publicaciones nacionales y extranjeras.

No estuvo exento, sin grandes resultados, de la tendencia nacional de la época de incurrir en la poesía; también fue prolífico novelista, con mediano éxito. Participó en la fundación de la Universidad Nacional de Colombia. Fue cultor de lo que hoy se denomina ensayos, siendo su escrito autobiográfico, ‘Historia de un alma’, tal vez el más trascendente.

Sin embargo, el texto más sólido que aún sorprende por su sistematicidad, objetividad y análisis es su ‘Tratado de derecho público’, en el cual pasa revista a nuestro acontecer constitucional, desde la época revolucionaria de la independencia y su eclosión constitucional de los inicios republicanos.

Posteriormente, José María estudia el comienzo de nuestro andar como nación en el periodo de la Gran Colombia, analiza las constituciones granadinas de 1832 y 1843, así como el inicio federalista y la Confederación.

Fue crítico de la expresión máxima de esta tendencia, la Constitución de 1863, que dio origen a 52 constituciones de los llamados estados soberanos y también a más de 50 insurrecciones.

De esta carta decía con sorna, y probablemente con razón, que cada artículo tenía su dueño. Finalmente, analizó la Constitución de 1886, por la cual se refundó la nación y de la cual, como lo recuerda Jaramillo, fue actor de primera línea como constituyente delegatario, proponiendo textos y, en alguna forma, compartiendo responsabilidades con uno de sus permanentes contradictores de otras épocas, don Miguel Antonio Caro.

En este importante episodio exhibió su espíritu de mediador impulsando fórmulas que acercaron el centralismo necesario, después de la crisis desintegradora que produjo el excesivo federalismo, a una descentralización que permitiera que las regiones no estuviesen ausentes de toda decisión.

Además, propuso esquemas sobre el estado de sitio, el modelo del régimen presidencial y la relación armónica entre los poderes.

Hombre de cambios

En la obra ya reseñada, ‘Tratado de derecho público’, José María Samper incluyó una frase lapidaria según la cual “la historia de nuestro derecho constitucional es en compendio la historia de nuestras revoluciones, pues no ha existido ni una sola de nuestras constituciones, ya nacionales, ya de los estados que últimamente componían la unión colombiana, que no haya sido el inmediato fruto de una revolución o insurrección triunfante; o que al pacíficamente ser discutida y expedida no haya servido de pretexto para una posterior insurrección”.

Otra excepcional preocupación intelectual de Samper, destacada por su biógrafo, es el interés pionero en el campo de la etnografía al describir los diferentes grupos humanos del país, incluso con referencias a la tesis del origen judío del pueblo antioqueño

Los comentarios que recibió del consagrado Élisée Reclus, iniciador de esta disciplina en Occidente y que escribió un incomparable estudio al final del siglo XIX sobre la Sierra Nevada de Santa Marta, revelan el nivel que alcanzaban sus reflexiones.

El hilo conductor de esta biografía, como lo advierte su título, es el de un converso tanto en lo religioso como en lo político, al pasar de un anticlericalismo y agnosticismo a una militancia católica, aunque, a pesar de las opiniones de su cónyuge, nunca dejara su molestia por la Compañía de Jesús.

Samper se declaraba católico liberal, pero predicaba la separación de la Iglesia y del Estado y, obviamente, abjuró de Bentham, a quien consideró el mal del siglo.

Su apología de la tolerancia lo llevó a criticar la falsa postura donde todo adversario es un enemigo, antecediendo en su pensamiento al de la filósofa contemporánea Adela Cortina.

Este tránsito lo llevó a exaltar el centro político, a mitigar sus críticas al pasado colonial e incluso lo llevó a entrar en contradicción con Salvador Camacho Roldán, su entrañable amigo. En lo que nunca claudicó fue en su oposición al establecimiento de un Banco Central, idea promovida por Núñez.

Uno de los méritos del historiador Jaramillo es adentrarse en los temas filosóficos y políticos de tan trascendental cambio de Samper, y no quedarse solo con su descripción de su deriva ideológica al conservatismo y al catolicismo militante, que tan solo tiene paralelo con la de Núñez, con la diferencia de la transparencia de Samper en la defensa de su mutación, que difiere de las formas crípticas del hombre de El Cabrero.

No se debe olvidar la influencia de las Soledades Acosta y Román en tan drástica metamorfosis. Ambas vidas fueron distantes a la de un tercer personaje de la época, el general Mosquera, a quien Samper calificó como federalista de la época, es decir, un oportunista del poder. La familia de Samper estuvo marcada por su matrimonio con la que pudiera denominarse la primera culta republicana: Soledad Acosta de Samper.

Fue una prolífica escritora, novelista con gracia, quien legó como testamento literario, entre otros, a la revista Mujer, dirigida y escrita solo por mujeres en una época de poco reconocimiento de género y a quien solo recientemente se le ha hecho un reconocimiento nacional. Igualmente, sufrió la dolorosa pérdida de dos de sus hijas y gozó del afecto de su extensa familia.

El recobrar la vida de José María Samper, que es el recobrar una visión del siglo XIX, es una singular contribución del escritor Mario Jaramillo, quien entrega al país una historia del comienzo de su andar independiente encarnado en la existencia de uno de sus mejores ciudadanos, un tanto olvidado.

TOMADO DE RODRIGO PUYO VASCO - PARA EL TIEMPO


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