Por Henry David Thoreau
Este mundo es un lugar de negocios. ¡Qué ruido infinito! Me despierto casi todas las noches con el mecánico jadeo de la locomotora. Interrumpe mis sueños. No hay Sabbath [1]. Sería glorioso ver a la raza humana en calma por una vez. No hay nada excepto trabajo, trabajo, trabajo. No puedo comprar con facilidad un cuaderno en blanco para escribir pensamientos, porque en general están reglados para dólares y centavos. Un irlandés, observando cómo me tomaba un segundo al cruzar el campo, dio por hecho que estaba calculando mis ganancias. Si un hombre es lanzado por una ventana cuando es niño y queda inválido de por vida, o si se vuelve loco por temor a los indios, es lamentado principalmente porque quedará incapacitado para los negocios. Creo que no hay nada, ni siquiera el crimen, que sea más opuesto a la poesía, a la filosofía, y a la vida misma, que estos agotadores negocios.
Hay un tosco y bullicioso colega en las afueras de nuestro pueblo, muy bueno para hacer dinero, que va a construir un cerco bajo la colina, a lo largo del borde de su prado. Las autoridades le han dado la idea para evitar que origine otros problemas, y desea que yo pase con él tres semanas cavando ahí. Como resultado, quizás consiga más dinero para ahorrar, que luego sus herederos gastarán estúpidamente. Si yo hago esto, la mayoría considerará que soy un hombre trabajador y laborioso, pero si elijo dedicarme a tareas que pudieran darme reales beneficios, pero menos dinero, ellos pensarían que soy un holgazán. Sin embargo, como no necesito que la policía de la labor absurda me regule, y no veo nada digno de alabanza en las empresas de estos sujetos, al menos no más que en los de cualquier otro emprendimiento de nuestro u otros gobiernos, sin importar cuán divertido les pueda parecer a él o ellos, prefiero terminar mi educación en una escuela diferente. Si un hombre se adentra en los bosques por amor a ellos cada mañana, está en peligro de ser considerado un vago; pero si gasta su día completo especulando, cortando esos mismos bosques, y haciendo que la tierra se quede calva antes de tiempo, es un estimado y emprendedor ciudadano.
Como si un pueblo no pudiese tener otro interés en un bosque que el de cortarlo. La mayoría de las personas se sentirían ofendidas si se les propusiera un empleo que consista en lanzar piedras a un muro, simplemente para ganar un salario. Sin embargo, muchos tienen, ahora mismo, empleos aún más inútiles. Por ejemplo, justo después de un amanecer de verano, divisé a un vecino caminando junto a su yunta de bueyes. Estos arrastraban lentamente una pesada piedra labrada, columpiándose bajo su eje, rodeados por una atmósfera de industria. El hombre comenzaba su jornada de trabajo y su frente sudaba, como un reproche para todos los holgazanes. Se paró frente al lomo de uno de sus bueyes y dio media vuelta para ostentar su misericordioso látigo mientras ellos avanzaban hacia él.
Este es el trabajo, pensé, que protege el Congreso de los Estados Unidos, un trabajo tan honesto como largo es el día, que endulza su pan y la sociedad a la que todos los hombres respetan y se consagran. Era una persona haciendo un trabajo necesario, pero irritante y penoso. Observé esto haciéndome un ligero reproche, ya que miraba desde detrás de una ventana y no estaba ahí, codo a codo, agitándome en trabajos similares. El día pasó y, por la tarde, en el patio de otro vecino –que tiene muchos sirvientes y gasta dinero como un tonto, mientras que no aporta nada para el beneficio de la comunidad– vi la misma piedra de la mañana, al lado de una caprichosa estructura, pretendiendo adornar el patio de Lord Timothy Dexter. La dignidad desapareció de inmediato del trabajo del arriero, a mis ojos. El sol fue hecho, en mi opinión, para iluminar trabajos más dignos que este. Debería agregar que poco después el tal Dexter se fugó, dejando deudas con gran parte del pueblo, y, luego de pasar por los tribunales, se ha establecido en otra parte, para convertirse una vez más en un patrón de las artes decorativas.
Las formas en las que se puede conseguir dinero casi sin excepción nos denigran. Haber hecho algo por lo que puedas ganar dinero meramente es en realidad haber sido un holgazán, o algo peor. Si el trabajador no obtiene más que el salario que le entrega su empleador, está siendo engañado, y se engaña a sí mismo. En cambio, para que te paguen como escritor u orador, debes ser popular, lo que es ir hacia abajo perpendicularmente. Los servicios por los cuales la comunidad está más abierta a pagar son aquellos que la misma comunidad no quiere realizar. Te pagan por ser menos que un hombre. El Estado no suele recompensar a un genio de mejor manera. Incluso un poeta laureado preferiría no tener que celebrar los accidentes de la realeza. Debe ser sobornado con una caña de vino; y quizás otro poeta sea llamado lejos de su página para medir la misma caña. Respecto a mis propios asuntos, el tipo de agrimensura que podría hacer con satisfacción no es el trabajo que mis empleadores desean. Ellos preferirían que hiciera mi tarea de forma tosca y no de buena manera, o no todo lo bien que podría hacerla. Cuando hago la observación de que hay más de una forma de agrimensura, mis empleadores generalmente me preguntan cuál les dará más tierras y no cuál es la más correcta. Una vez inventé una regla para medir leña e intenté introducirla en Boston, pero el hombre encargado de medir me dijo que los vendedores no deseaban que su madera fuera medida correctamente, que él era ya demasiado preciso para ellos, y por lo tanto comúnmente iban a medir en Charlestown antes de cruzar el puente.
El objetivo del trabajador no debería ser ganarse la vida, o conseguir “un buen trabajo”, sino realizar bien una tarea. Incluso en un sentido monetario, sería beneficioso para un pueblo pagarles tan bien a sus trabajadores de manera que estos no sintieran que trabajan por lo mínimo o para ganarse la vida, sino que lo hacen con fines científicos o incluso morales. No contrates al hombre que trabaja por dinero, sino a aquel que lo hace por amor a la tarea.
Es notable que existan pocas personas que, sintiéndose bien empleadas y con la mente puesta en la labor, no puedan ser compradas por un poco de dinero o fama, abandonando rápidamente su búsqueda actual. Veo avisos publicitarios que buscan jóvenes activos, como si la actividad fuera todo el capital de una persona. Me ha sorprendido cuando alguien, un hombre adulto, me ha propuesto con confianza embarcarme en una de sus empresas, como si yo no tuviera absolutamente nada mejor que hacer, como si mi vida hubiese sido un fracaso hasta entonces. ¿Qué halago es este para mí? Como si me hubiera encontrado en la mitad del océano, batallando contra el viento, atado a ninguna parte, y me propusiera que fuera con él. Si lo hiciera, ¿qué creen que dirían los aseguradores? No, no estoy sin trabajo en esta etapa del viaje. A decir verdad, cuando era un niño vi un aviso publicitario donde se solicitaban marineros sanos en el puerto del pueblo, y apenas cumplí la mayoría de edad, me embarqué.
La sociedad no tiene sobornos que puedan tentar a un hombre sabio. Puedes juntar suficiente dinero para hacer un túnel en una montaña, pero no puedes juntar lo suficiente para contratar a un ser humano que se ocupe de sus propios asuntos. Un hombre eficiente y valorable hace lo que puede, ya sea que le paguen o no. Los ineficientes ofrecen su ineficiencia al mejor postor, y siempre están esperando a ser puestos en una oficina. Uno supondría que rara vez son decepcionados. Tal vez soy más celoso que lo usual con respecto a mi libertad. Siento que tanto mi conexión como mi obligación con la sociedad son aún muy ligeras y transitorias. Aquellas leves tareas que me permiten ganarme la vida, y por las cuales soy hasta cierto punto útil para mis contemporáneos, son comúnmente un placer para mí, y no es frecuente que recuerde su necesidad. Hasta ahora he sido exitoso, pero anticipo que si mis deseos se vieran incrementados, el trabajo requerido para satisfacerlos se volvería una tarea no solo imposible sino penosa. Si tuviera que vender mis mañanas y mis tardes a la sociedad, como la mayoría parece hacer, estoy seguro de que no me quedaría ninguna razón para estar vivo. Confío entonces en que nunca tendré que vender mi derecho de nacimiento por un plato de lentejas. Un ser humano puede ser sumamente productivo y aun así no utilizar bien su tiempo. No hay mayor fracaso que el de aquel que consume gran parte de su vida intentando ganársela. Todas las grandes empresas se sostienen a sí mismas. El poeta, por ejemplo, debe sostener su cuerpo a base de poesía, como un molino de vapor alimenta sus calderas con las astillas que hace. Debes ganarte la vida amando [2]. Pero, tal como se dice que noventa y siete de cada cien comerciantes fallan, asimismo, la vida de los seres humanos en general, medida con estos estándares, es un fracaso y la bancarrota puede ser profetizada con seguridad.
Simplemente haber venido al mundo como heredero de una fortuna no es haber nacido, sino haber nacido muerto. Ser mantenido por la caridad de amigos, o por la pensión de algún gobierno, solo por continuar respirando, no importa qué finos sinónimos se usen para describir estas relaciones, es lo mismo que ir a un asilo de ancianos. Los domingos, el pobre deudor va a la iglesia a hacer un recuento de sus bienes, y se da cuenta, por supuesto, que sus gastos han sido mayores que sus ingresos. En la iglesia católica especialmente, van a los confesionarios, hacen una confesión limpia, renuncian a todo y piensan en volver a empezar. De este modo las personas se echan de espaldas a hablar del fracaso de la humanidad y nunca se esforzarán por ponerse de pie.
En cuanto a la ambición de los seres humanos en la vida, hay una diferencia entre dos tipos: unos están satisfechos con un éxito mínimo, con el cual sus modestas metas se alcanzan de inmediato; mientras que otros, por baja y fracasada que sea su existencia, elevan constantemente sus objetivos por sobre el horizonte, aunque de forma lenta. Preferiría siempre ser el segundo tipo de persona, pero como dicen los orientales [3]: “La grandeza no se acerca al que siempre mira hacia abajo; y todos aquellos que miran a lo alto se están empobreciendo”.
Es sorprendente que exista tan poco o nada escrito, digno de recordar, sobre el tema de ganarse la vida. Cómo hacer del ganarse la vida no simplemente algo honorable y honesto, sino deseable y dichoso; porque si ganarse la vida no es así, entonces la vida misma tampoco. Uno pensaría, al revisar lo que se ha escrito, que este tema jamás se le ha pasado por la cabeza a nadie. ¿Es acaso que las personas se sienten tan asqueadas por la experiencia como para hablar de ella? La lección de valor que nos entrega el dinero, aquella que tanto dolor le ha costado al creador, es la misma que nos sentimos inclinados a ignorar. En cuanto a los medios para ganarse la vida, es maravilloso lo indiferentes que son las personas de todas las clases, incluso aquellas llamadas reformistas, o las que heredan rentas –o las que ganan su dinero o lo roban–. Creo que la sociedad no ha hecho nada por nosotros sobre este tema o, al menos, ha deshecho aquello que había hecho. El frío y el hambre me parecen más tentadores que los medios que los hombres practican y recomiendan para evitarlos.
El título “sabio” se ha aplicado, en la mayoría de los casos, falsamente. ¿Cómo puede un ser humano ser sabio, si no sabe cómo vivir mejor que otro?, ¿si es solo más astuto y sutil intelectualmente? ¿Trabaja acaso la sabiduría como la banda de un molino? ¿O nos enseña cómo triunfar siguiendo su ejemplo? ¿Existe alguna sabiduría que no se aplique a la vida? ¿Es esta simplemente del molinero que muele la lógica más fina? ¿Es pertinente preguntar si Platón se ganó la vida mejor o de forma más exitosa que sus contemporáneos? ¿O sucumbió a las dificultades de la vida, como el resto de las personas? ¿Parecía prevalecer sobre algunas de ellas simplemente por indiferencia, o dándose aires de grandeza? ¿O acaso le resultó más fácil la vida porque su tía se acordó de él en el testamento? Los medios por los que la mayoría de los seres humanos se ganan la vida, es decir, viven, son simples improvisaciones y distracciones del auténtico quehacer de la vida, principalmente por ignorancia, pero también por mala voluntad.
La fiebre del oro en california, por ejemplo, y la actitud no solo de los comerciantes sino también de los filósofos y los llamados profetas de aquel suceso, reflejan la gran desgracia de la humanidad. ¡Que tantos estén listos para vivir de la suerte y así conseguir comandar el trabajo de otros menos afortunados, sin aportar nada a la sociedad! ¡Y llamar a eso un negocio! No conozco ningún desarrollo más sorprendente de la inmoralidad en el comercio, ni en los demás métodos comunes para ganarse la vida. La filosofía, la poesía, y la religión de semejante humanidad no valen nada. El cerdo, que se gana el sustento hozando y removiendo la tierra, se sentiría avergonzado de semejante compañía. Si yo pudiera disponer de la riqueza de todos los mundos levantando mi dedo, no pagaría semejante precio por ella. Incluso Mahoma sabía que Dios no hizo este mundo en broma. Es como si Dios fuera un caballero rico que tira un puñado de monedas para ver a la humanidad arrastrarse en el suelo por ellas. ¡La lotería del mundo! La subsistencia en los dominios naturales, una rifa. Qué crítica, qué sátira de nuestras instituciones. El resultado será que toda la humanidad se colgará de un árbol. ¿Es esto lo que le han enseñado al ser humano los preceptos de todas las Biblias? ¿Acaso el último invento de esta raza, y el más digno de admiración, es una simple escoba? ¿Es este el terreno común donde confluyen orientales y occidentales? ¿Acaso Dios nos indicó que nos ganáramos así la vida, cavando donde no plantamos, por si llegara Él a recompensarnos, quizás, con unas pepitas de oro?
Dios le dio al honrado un certificado, capacitándolo para alimentarse y vestirse, pero el injusto encontró una copia de aquel certificado en los cofres de Dios, se apropió de él y obtuvo alimento y vestido, tal como el primero. Es uno de los sistemas de falsificación más generalizados que el mundo conoce. No sabía que la humanidad estuviese sufriendo por falta de oro. Yo mismo he visto un poco. Sé que es muy maleable, pero no tan maleable como el ingenio. Un grano de oro puede dorar una gran superficie, pero no tanto como un grano de sabiduría. El buscador de oro en los barrancos de las montañas es tan apostador como su colega de los casinos de San Francisco. ¿Qué diferencia hay entre revolver la tierra y revolver los dados? Si ganas, la sociedad pierde. El buscador de oro es el enemigo del trabajador honrado, sin importar cuántos cheques y bonos haya de por medio. No es suficiente que me digas que trabajaste duro para conseguir tu oro. El Diablo también trabaja duro. La ruta del criminal puede también, en muchos sentidos, ser difícil. El más humilde observador de un yacimiento mineral diría que buscar oro se parece a jugar a la lotería: el oro así obtenido no sería igual al sueldo por una tarea honrada. Pero, en la práctica, olvidará lo que ha visto porque solo ha visto el hecho, no el principio, y entrará a trabajar ahí, es decir, comprará un boleto en lo que resultará ser otra lotería, aunque una no tan obvia.
[1] Séptimo día del calendario Hebreo. Según Éxodo 20:8, es mandato de Dios el mantener un sagrado descanso durante este día, tal como Dios descansó luego de la creación. [N. de E.] [2] Juego de palabras entre “earn a living” (ganarse la vida) y “loving” (amando). [N. de T.] [3] La cita es del sánscrito, sacada del libro TheHitopadesha: A collection of fables and tales in Sanscrit, editado en 1830. [N. de T.]