Por Francisco Miguel Espinosa Foto Cordon
Jotdown (Es)
El origen de un mito
La historia de la Tierra Media no es solo una de las sagas más vendidas y populares de la literatura; es también un mundo vivo que ha seguido creciendo aunque su autor murió hace mucho tiempo. Una historia que podría interpretarse como una mitología que, no por tratarse de ficción, se amilana ante un Génesis.
Nacido en Bloemfontein, Sudáfrica, en 1892 y criado en el seno de una familia humilde que pronto se trasladó a la campiña inglesa, un joven John Ronald Reuel Tolkien creció leyendo los cuentos de hadas y rodeado de la naturaleza: los ríos, los caminos, la vida rural que más tarde inspirarían la Comarca. Sería imposible rastrear en la vida de este autor y profesor de lengua y literatura inglesas las señales que le llevaron a crear una obra tan rica en detalles, tan sorprendente, que varias generaciones se han visto maravilladas por ella. Fue El hobbit, publicado en 1936, la novela que lo empezaría todo, pero fue El Señor de los Anillos la que revolucionaría el mundo. Bajo la bandera del ideal hippie, donde a simple vista se ven orcos, magos y un Señor Oscuro, otros vieron la lucha entre el bien y el mal. Y más allá, vieron la lucha entre la naturaleza y la Revolución Industrial. Si hacemos caso a la biografía de Tolkien que firma Humphrey Carpenter, el joven John Ronald Reuel Tolkien se mudó con su madre y sus hermanos a la zona industrial de Inglaterra, donde los olmos y los ríos fueron sustituidos por las chimeneas, la metalurgia y el comercio. Para un niño cuya imaginación despertaba, la confrontación entre la vida rural que siempre había conocido y la nueva industria debió suponer una decepción tan importante que esta idea se recogería muchos años después en su obra magna. Frente a la dulzura, simplicidad y amor por la naturaleza de los hobbits y los elfos, se encuentra la industria de los orcos. La tala de árboles. El humo que emponzoña los cielos antes azules. Los temas que el movimiento hippie de los años sesentas recogería y abanderaría.
El éxito de El señor de los Anillos puede deberse a esto, o a su germen como contexto mitológico para el desarrollo de la lengua inventada quenya, gran obsesión del profesor Tolkien. O tal vez se debiera a la apología del sentimiento nacional británico y de sus leyendas. Sea como fuere, el éxito que alcanzó superó al buen autor, a su familia y sus descendientes. Hasta el punto de que la mitología sigue creciendo, sin parar. Han pasado ochenta años desde que se escribiera aquella primera frase, pero la Tierra Media siguen en auge.
Un mito expandido
El mito de la Tierra Media siempre ha pugnado por seguir narrándose a sí mismo y, con la llegada de las nuevas artes, no es de extrañar que el cine buscara en la obra de Tolkien inspiración para sus filmes. Pasando por alto las películas dirigidas por Peter Jackson, que ya han hecho correr ríos de tinta, y las más interesantes adaptaciones en películas de animación, obras de Ralph Bakshi, Jules Bass y Arthur Rankin Jr., cuya existencia es ampliamente conocida, hubo otros conatos de que los orcos invadieran el séptimo arte. Ya en 1967 tentó al mundo del cine con nada más y nada menos que Stanley Kubrick, el hombre que todo lo pudo en el celuloide, el maestro en la adaptación de novelas, con el descabellado proyecto de utilizar a los miembros de los Beatles como los aventureros hobbits. Tolkien lo rechazó, por fortuna.
Una segunda tentativa, unos años después, incluía una sola película, escenas de sexo y un presupuesto desorbitado que terminaría con el proyecto por los suelos, y supondría el inicio de la novela dentro del mundo de la animación infantil. Pero el mundo del cine tenía reservada una sorpresa de lo más inquietante. Con la Madre Rusia hemos topado. En 1985, sin atender a las leyes de propiedad intelectual, el director Vladimir Latyshev estrenó una adaptación de más que dudoso gustoso, con un presupuesto modesto y resultados más que discutibles que han dado a la cinta un aire de película de culto. Aunque en sus versiones originales, que fueron emitidas a lo largo de los ochenta y noventa en Lenningrad TV Channel, no se incluían subtítulos, los fans han realizado una traducción a varios idiomas que hoy día puede ser encontrada por la red.
En 1993, con mayor atención a las leyes y un resultado con algo más de calidad, se estrenaba en Finlandia The Hobbits, una suerte de resumen de El hobbit y El Señor de los Anillos en forma de miniserie y centrando el foco de atención en las aventuras de los pequeños seres. Una serie que tuvo escaso éxito y que se puede encontrar en la red como modesta joya para los fans de la saga.
Pasando por alto adaptaciones al cómic, a juegos de mesa, las versiones musicales tanto de El hobbit como de El Señor de los Anillos y las canciones que han inspirado, la expansión más interesante del sueño de Tolkien es la novela El último anillo del autor ruso Kiril Yeskov (Moscú, 1956). En esta reimaginación de la Guerra del Anillo, la tierra de Mordor es un lugar en plena expansión industrial y los orcos pugnan por llevar a la Tierra Media, atascada durante milenios en la barbarie por culpa de los elfos y los hombres, a una nueva edad de avances científicos. Con todos los nombres cambiados (aunque no con demasiadas diferencias), Yeskov nos presenta una suerte de secuela que parte de la premisa de que la historia la escriben los vencedores. El anillo no es más que una distracción para los «simples medianos y los elfos», sin poder ni repercusión, mientras Sauron se dedica a desarrollar la industria, la química y la medicina. Una reimaginación que resulta estimulante, aunque queda muy lejos de la prosa del profesor; muy lejos del gusto literario y la imaginación que dieron vida a los personajes que tanto amamos.
Un mito digital
Tal vez si el tranquilo profesor Tolkien, que empezó a escribir sus historias como cuentos para sus hijos, levantara la cabeza hoy día y viera cómo ha crecido su mitología, lo consideraría cosa de magia. Sin duda el mérito hay que concedérselo a Peter Jackson, director e ideólogo de la trilogía cinematográfica que revivió la pasión por la Tierra Media. En plena era digital, con el videojuego como medio de producción cultural que se impone con rapidez, la obra de Tolkien no iba a quedar exenta. El primer videojuego basado en la Tierra Media fue The Hobbit de Beam Software, una aventura de texto que recogía una adaptación bastante fiel de la primera novela de Tolkien. Sucesivamente, la Tierra Media se ha visto seducida por el poder digital, con adaptaciones de las obras cumbre y de las películas, usando la aventura, el rol o la estrategia como mecánica de interacción.
Sin embargo, en los últimos años se ha ido un paso más allá. La Tierra Media: Sombras de Mordor y su secuela, La Tierra Media: Sombras de Guerra desarrollado por Monolith Productions, cuentan una historia paralela a la Guerra del Anillo en que Talion, un montaraz errante, se une en la muerte al espíritu de un elfo. La lucha que llevan a cabo contra Sauron pasa por la forja de un nuevo anillo que sea capaz de anular el poder del anillo único. Un guion completamente nuevo que expande aún más el universo del profesor inglés, y que cubre la obra de una pátina violenta, agresiva, más cercana a la fantasía que conocemos hoy día. Cuando los videojuegos basados en el mundo mitológico de los anillos parecía haber tocado techo con algunas mediocres producciones, Warner Bros. Interactive sorprendió a la comunidad con esta saga que ha rendido a la crítica a sus pies. La sorpresa de estos dos videojuegos supuso el resurgir del interés de la Tierra Media dentro del mundo digital, donde los juegos de rol están viviendo una segunda edad dorada que va camino de desbancar el éxito de los juegos de rol de dados y papel de los años noventa.
¿Qué diría el profesor si pudiéramos ponerle un mando en las manos y que jugara a Sombras de Guerra? ¿Qué opinaría de ver su historia expandida, reconvertida, reimaginada, dotada de vida, con el lector convertido en protagonista en un mundo en que, si no participamos de él, no se mueve? Seguro que ni en sus mejores sueños podría haber imaginado lo que iba a ser de su mundo.
El mito de una vida
Aunque la obra de Tolkien no acaba en El Señor de los Anillos, esta es sin duda su obra más importante. Sorprende saber que tuvo que ser convencido para escribirla, pues tras el éxito de El hobbit sus editores insistieron en una continuación directa de las aventuras de Bilbo Bolsón, dando al traste con las aspiraciones de Tolkien de publicar El Silmarillion. Una serie de relatos, Egidio, el granjero de Ham, de ensayos, traducciones y poemas complementan una extensa obra que empezó a principios del siglo XX y terminó a finales, cuando el hijo del profesor, Christopher Tolkien, dio orden y concierto a los legajos de papel que dejó su padre tras su muerte.
La literatura fantástica no sería lo mismo sin la Tierra Media. A estas alturas ya no hay debate sobre esto. Otras grandes sagas han surgido, pero todas beben de la misma fuente. Sin El Señor de los Anillos no tendríamos Canción de Hielo y Fuego. Sin El hobbit no habría nacido El nombre del viento. Ni siquiera Dragones y Mazmorras. En su época Tolkien recibió algunas críticas por centrarse en «cuentos de niños» en lugar de desarrollar su trayectoria literaria en «asuntos más serios». Hoy nos reímos de esos que se atrevieron a poner en duda la labor del profesor, pues creó un mundo y cambió la faz del nuestro. Un lector prematuro de los escritos que compondrían El Silmarillion diría: «se lee como si leyera el Antiguo Testamento». En la historia de la literatura, y aun de la cultura mundial, sobreviven algunas voces. Shakespeare, Cervantes, Borges… Tolkien. Da igual a qué edad y con qué medio; da igual si nunca lees los libros pero te pierdes en sus videojuegos, todo surgió de la mente de un menudo profesor británico que imaginó mundos mágicos donde otros veían solo realidades. La obra de toda una vida. Una labor tan grande para un solo hombre, que Tolkien declaró muchas veces que su obra lo había sobrepasado. Que no tenía la sensación de estar imaginando, sino descubriendo.
En una de sus últimas cartas, fechada en Agosto de 1973, unas pocas semanas antes de fallecer, el profesor Tolkien escribía a su amigo Lord Halsbury:
(…) Cuando se retire, por cierto, necesitaré su ayuda. Sin ella, empiezo a sentir que ya no seguiré progresando en El Silmarillion. Cuando estuvo aquí el 26 de junio, cobré otra vez conciencia del efecto fortalecedor que tiene usted sobre mí: como un fuego cálido llevado a la habitación de un hombre viejo, donde permanece sentado con frío e incapaz de hacerse de coraje para salir a dar un paseo que desea con todo su corazón.
El Silmarillion, la obra cumbre de Tolkien que explicaba la mitología, el nacimiento de la Tierra Media y la lengua quenya, no vería la luz en vida del autor. La obra de una vida que necesitó de varias vidas humanas para verse completada. Y que, tantos años después, sigue creciendo.