Revista Pijao
Finnegans Wake: enormísimo Galamitazo
Finnegans Wake: enormísimo Galamitazo

Por Raymundo Gomezcásseres

Especial para El Espectador

Hace exactamente un año (junio de 2016) se publicó por primera vez en castellano la versión íntegra de Finnegans Wake de James Joyce. Esta alocada empresa la acometieron Pablo Hernández y Edgardo Russo como editores; la revisión integral de textos estuvo a cargo de Eugenio Conchez, y el traductor fue Marcelo Zabaloy. La editorial argentina independiente El cuenco de plata, especializada en ediciones de lujo, le apostó a un tiraje de 2000 ejemplares. Antes de eso se habían hecho impresiones parciales: la abreviada de Editorial Lumen gestionada por Esther Tusquets; la de la sección final de la primera parte que, con el título Anna Livia Plurabelle, publicara Ed. Crítica en formato de bolsillo, traducida por Eduardo Lago.

Salvador Elizondo tradujo la primera página de la obra y la acompañó de notas interpretativas y comentarios críticos: ¡treinta y tres!, para esa sola página. He mencionado solo algunos de los acercamientos más “populares” a la novela de Joyce anteriores a esta primera edición completa en español. De entrada debo aclarar que con el siguiente ejercicio no pretendo efectuar análisis o interpretaciones académicas y teóricas. Nada de eso; tengo una dificultad insalvable: apenas entiendo la obra a lo mejor porque inicialmente me acerqué a ella con la expectativa de encontrar los elementos tradicionales de la narrativa convencional; es decir, historia, trama, argumento, etc. Cuando en verdad su propósito es suprimirlos. Primer acto de contrición lectora: reconozco que mi lectura inicial empezó con el convencional pie derecho: he debido arrancar con el izquierdo. Al lado de mi contrición, y reciclando a Freud, expongo mi herida narcisista de aceptar que estoy lejos de ser el “lector implícito” de Finnegans Wake, aunque mi orgullo sangre al decirlo.

Asumidas con estoicismo (¡nada de humildad carajo, porque esto da es rabia!) esas dos circunstancias, el único camino que me quedó después de haber pagado la friolera de ciento cincuenta mil pesos por el volumen en ‘la Lerner’, fue seguir el consejo que da Samuel Beckett a quienes nos atreviéramos a asomarnos a sus páginas: Aquí la forma es contenido, el contenido es forma (…) No hay que leerlo, o más bien no es solo para ser leído. Es para ser mirado y escuchado. Sus textos no son acerca de algo; son ese algo.

‘Mirar’ y ‘escuchar’, he ahí las acciones principales que asumí para apenas arañar el acerado blindaje de Finnegans Wake.

Un poco de historia

El wake de Finnegans se editó por primera vez en su lengua original el 4 de mayo de 1939, dos años antes de la muerte de Joyce, ocurrida el 13 de enero de 1941. Después de Ulises el escritor descansó escasamente unos meses antes de iniciar su escritura y trabajó en el libro, sin parar, durante diecisiete años (de 1923 a 1939). Los primeros fragmentos escritos aparecieron episódicamente en las revistas literarias Trasatlantic Review yTransition, titulados “Fragmentos de una Obra en curso”. El verdadero título fue un misterio hasta su publicación en volumen. El texto definitivo ha tenido desde entonces seiscientas veintiocho páginas netas. Ellas provienen de un stock ‘bruto’ formado por veinticinco mil  documentos (¡!) que marcan el derrotero de su elaboración: escritura, apuntes, correcciones, etc. De ellos hacen parte 14.000 notas que reposan en la Universidad de Buffalo (N.Y.), y otras nueve mil páginas de manuscritos y mecanografías que fueron donadas por Joyce a su amiga Harriet Shaw Weaver, quien a su vez las cedió a la British Library en 1951.

Desde la publicación inicial de aquellos fragmentos, hasta la aparición del libro completo, las opiniones sobre él se han dividido en dos bandos opuestos (por no decir antagónicos). Uno de ellos es el de los detractores; en el otro hacen fila sus defensores. Veamos los comentarios de algunos de los más destacados de ambos grupos. En algún momento su benefactora H. S. Weaver dijo a Joyce en una carta, refiriéndose a Obra en curso: "creo que está usted malgastando su genio". A pesar de ello, continuó patrocinándolo hasta el final. D. H. Lawrence a su vez, comentó: "¡Por Dios, qué torpe olla podrida se ha vuelto James Joyce!" Y Vladimir Nabokov (quien había defendido Ulises), dijo que "el Finnegans era una masa sin forma y sin brillo del folklore falso, un libro como un flan frío, un ronquido persistente en la habitación de al lado (…) solo ciertos fragmentos de entonaciones celestiales pueden redimirlo de la total insipidez". Oliver St. John Gogarti emitió uno de los más corrosivos conceptos sobre la novela: “se trata de la mayor bufonada de la literatura". Y en nuestro local, Borges no se anduvo por las ramas: "Finnegans Wake es una concatenación de retruécanos cometidos en un inglés onírico y que es difícil no calificar de frustrado e incompetente (…) Jules Laforgue y Lewis Carroll han practicado con mejor fortuna este juego". Otro de sus ilustres detractores fue nada más y nada menos que Ezra Pound, quien en su momento defendiera ‘el Ulises’.

Pero la lista de sus defensores no es menos distinguida. Samuel Beckett escribió un elogioso ensayo titulado Dante… Bruno… Vico… Joyce. A este grupo también pertenecen William Carlos Williams, Stuart Gilbert, Marcel Brion, Eugene Jolas (su verdadero gran mecenas), y Umberto Eco. Thornton Wilder, en una carta dirigida a Gertrude Stein y Alice Toklas en agosto de 1939, transcurridos apenas cuatro meses de la primera edición, anotó: "Una de mis obsesiones (…) ha sido la nueva novela de James Joyce, la excavación de sus claves enterradas y la resolución de una cadena ininterrumpida de rompecabezas eruditos, para llegar finalmente a una enorme demostración de ingenio y un montón de cosas hermosas; en eso he empeñado mi convalecencia. Muchas gracias a él". Por su parte Northrop Frye consideró el Finnegans como "la gran épica irónica de nuestro tiempo", mientras Anthony Burgess lo valoraba como: "una gran visión cómica, uno de los pocos libros del mundo que puede hacernos reír a mandíbula batiente casi en cada página". Con mi respeto para Burgess, yo me he reído apenas escasamente en lo poco que he picado, ‘mirado’ y ‘escuchado’, saltando páginas como sapo en tomatera. Umberto Eco conceptuó: "Finnegans Wake se autodefine como chaosmos y Microchasm y constituye el documento de inestabilidad formal y ambigüedad semántica más aterrador del que jamás se haya tenido noticia". Y hasta el intricado Derrida elogió la obra en su ensayo Dos palabras para Joyce.

El volumen editado por El cuenco de plata respeta al dedillo la edición príncipe de 1939 tanto en su diseño como en su composición. Para ello, cuando el cambio de página implicó una fractura de la similitud con el original, simplemente agregaron un renglón final sin importar que quedara incompleto. Así se mantuvo la identidad con la edición inglesa en todos sus aspectos. Un trabajo verdadera y compulsivamente cuidadoso. Seiscientas veintiocho páginas y el mismo número de renglones por página: ni una más, ni una menos; como hace setenta y siete años. El tiempo transcurrido para que por primera vez se editara la obra en español.

Mi punto de vista

Entre mediados de la década del cincuenta y comienzos de los sesenta, irrumpió en Francia el llamado Nouveau Roman. Creo que es el último fenómeno literario mundial que merece el nombre de movimiento, y, como todo lo francés, se propuso ser vanguardia.

Referirse a él mínimamente implicaría un esfuerzo innecesario e impertinente para este caso. Solo consideraré (‘de pasada’, además) lo que constituye la columna vertebral de su estética: la instalación protagónica del lenguaje como axis de la novela; nada nuevo para la poesía que se había trazado dicha meta desde el simbolismo; incluso desde antes.

Uno de los teóricos más destacados del Nouveau Roman, Jean Ricardou, formuló la idea con unas palabras tan inteligentes como profundas bajo la forma de un juego de lenguaje. Dijo Ricardou, palabras más, palabras menos, que desde sus orígenes la novela había sido ‘el relato de una aventura’; con el Nouveau Roman esta se había transformado en ‘la aventura de un relato’. Vanidad de vanidades. Mis respetos para Ricardou, pero lo que él presentaba entonces como el comienzo de una revolución artística en lo literario, había comenzado mucho tiempo atrás, exactamente en el siglo XIX, en Inglaterra, durante la época victoriana.

Me referiré a eso después de un breve paréntesis así: con Finnegans wake (incluso desde Ulises), James Joyce ya había hecho realidad el ideal de los escritores de la nueva ola de la novela francesa. Porque eso es lo que esencialmente realiza el Finnegans. Dije al comienzo de este escrito que no haría ‘análisis’ e ‘interpretaciones académicas o teóricas’, atentas y cuidadosas (agrego ahora). Me limitaré a intentar la demostración de lo que dije hace un momento sobre la literatura de la Inglaterra Victoriana, y cerraré mi escrito negándome a explicar su título.

Es un lugar común considerar la llamada ‘literatura victoriana’ como una de las cifras más altas de la cultura en toda la historia de la humanidad. La lista de sus autores, por larga (e incompleta) no deja de ser exclusiva: los pre-victorianos Mary y Percy B. Shelley; los netamente victorianos R.L. Stevenson, O. Wilde,  Bram Strocker, Charles Dickens, Arthur Conan Doyle, Samuel Butler, las hermanas Brontë, Thomas Hardy, Frederick Marryat, Henry James, y el Joseph Conrad tardío, por mencionar solo unos cuantos de los ‘mayores’. El alto pico alcanzado por estos autores en la traducción de la realidad y la vida con todos sus matices, tuvo, por decirlo con un eufemismo, su ‘pata coja’: el protagonismo de la aventura por encima del relato; es decir se afianzó la idea del relato de una aventura de que hablara Jean Ricardou, lo cual no significa para nada que estuviera mal. Pero a ellos les faltó lo que a Carroll le sobraba en ambas Alicias, en su Galimatazo, y de manera un tanto desvanecida en Silvia y Bruno: su capacidad para asomarse a los sentidos y sonidos ocultos, primigenios de la palabra, para construir, lo que hoy, con una terminología deslucida, Susan Langer denomina "mundo virtual". Por eso ninguno de ellos se relaciona con Joyce ni con el Nouveau Roman en forma tan estrecha y directa como ocurre con Lewis Carroll. Sí, el autor de Alicia en el País de las maravillas, Alicia a través del espejo… Pero también de Galimatazo; es inevitable agregar su otro gran poema: La caza del Snark, aunque sea inocultable que a pesar de la brevedad del uno y la extensión del otro, en el breve  (Galimatazo), se alcancen registros que se volvieron insuperables; ni el mismo Carroll pudo ir más allá. Mucho menos podría hacerlo otro escritor posteriormente.

La más grande transformación estética en el espectro del decir literario moderno la provocó un autor de relatos infantiles que hoy son más leídos por adultos que por los niños, a quienes inicialmente estaban destinados. Aunque ya es historia sabida que en las escuelas inglesas se lee desde cuando fue publicado por primera vez. El poema, inserto en Alicia a través del espejo, ocupa escasamente una página al finalizar el primer capítulo. Vale la pena copiarlo completo. (Las oblicuas sencillas separan versos; las dobles, estrofas).

Galimatazo

Brillaba brumeando negro, el sol:

agiliscosos giroscaban los limazones / banerrando por las váparas lejanas;

mimosos se fruncían los borogobios / mientras el momio rantas murgiflaba.

¡Cuídate del Galimatazo, hijo mío!

¡Guárdate de los dientes que trituran

y de las zarpas que desgarran!

¡Cuídate del pájaro Jubo- Jubo y

 que no te agarre el frumioso Zamarrajo!

Valiente empuñó el gladio vorpal;

 a la hueste manzona acometió sin descanso;

 luego, reposóse bajo el árbol del Tántamo

 y quedóse sesudo contemplando…

Y así, mientras cavilaba firsuto.

¡¡Hete al Galimatazo, fuego en los ojos,

 que surge hedoroso del bosque turgal

 y se acerca raudo y borguejeando!!

¡Zis, zas y zas! Una y otra vez

 zarandeó tijereteando el gladio vorpa!

 Bien muerto dejó al monstruo, y con su testa

 volvióse triunfante galompando!

 ¡¿Y hazlo muerto?! ¡¿Al Galimatazo?!

¡Ven a mis brazos mancebo sonrisor!

¡Qué fragante día! ¡Jujurujúu! ¡Jay, jay!

Carcajeó, anegado de alegría.

Pero brumeaba ya negro el sol;

agiliscosos giroscaban los limazones

banerrando por la váparas lejanas;

mimosos se fruncían los borogobios

mientras el momio rantas necrofaba…

(CARROLL,  Lewis (1983). Alicia a través del espejo. Alianza editorial. Madrid. Traducción de Jaime de Ojeda).

Ahora contrastemos el poema con algunos breves fragmentos de Finnegans Wake tomados aleatoriamente, seleccionados dejando caer al azar la punta del dedo sobre cualquiera de sus páginas. El resultado será el mismo.

¿Chaize? ¡Yo tendría chellaver! Macool, Macool, ¿ahorqué te has muharto? ¿un funesto juevesed mañana? Sollozos suspiricieron en la crisoma del vilorio de Fillagain, todos los hoolivanes de la nación, postrados en su consternación y su duodesimalamente  profusiva plétora de ululación. Había plomos y grumos y chérrifes, y citrones y cídara y cinémonos también. Y todos acudieron con gran jovialidad. Agog y magog  y  toda la ronda un grog. (Edición citada; pg. 6).

***

-¡Eres un buen testigo de tercer grado, a fe! Pero esto no es materia de risa. ¿Crees que somos sordos a los tonos de nuestras narices, para ulular? ¿No puedes distinguir el sentido, cranio, del sonido, bráneo? Tienes una cátesis homosexual de empatía entre el narcisismo del experto y la inversión esteatopíjica. ¡Hazte psicoanolizar! (Id. Pg. 522).

***

Se acopó las añorejas para captar misa ti en lo que es tuyo como es minesto a ausente, giel como gail, geil como gaul, Odorozone, ahora nuestro armerial serviente, blandiendo rum, milka y toddy con un yo te lo paso. Diciendo los cuales, mira su arco en el penique a medias, con un patederido pero digita aquí, acucharaba las pollinas, perros y potros, pollín junto a conejín, con un arco de mano codiciosa, a salvo de los estruéndaogos que se podrían encontrador, hasta el largo de su cúbido, para esconder en seco. (Id. Pg. 321)

Cualquier parecido con la coincidencia es pura realidad. Enfrentamos 'hablas' cuya dimensión expresiva desmonta la estructura conceptual en que se han convertido las palabras por fuerza de la violencia civilizatoria ejercida sobre ellas, para restituirles su mágica tesitura, su primordial y primitivo poder evocatorio y convocatorio: ese que solo existe donde hay imágenes, no ideas.

Aquí tampoco se trata de ‘decodificar’ valiéndose de trucos hermenéuticos o malabares semióticos como peroran teóricos y académicos. ¡¿Interpretar?! ¡¿'Deconstruir' Galimatazo?! Exclamaría el Reverendo Charles Lutwidge Dodgson, utilizando todas las admiraciones e interrogaciones habidas y por haber en cualquier ‘país de las maravillas’, en los mundos posibles que nos aguardan ‘a través del espejo’ si nos atreviéramos a atravesarlo, y en cualquier Galimatazo: se trata de verdaderas, perturbadoras transrealidades suscitadas por la palabra poética.

Ese mismo Reverendo Dodgson que escribiera una Lógica Simbólica y docenas de estudios matemáticos y escritos sobre acertijos recopilados en el volumen El juego de la lógica, nos espetaría: ¡no se puede interpretar 'el' Galimatazo! No se puede interpretar Finnegans Wake, diría también de haber vivido en nuestra época. 'Poder 'como sinónimo de éxito, de acceso a un probable ‘sentido’; aunque sea el mínimo posible. ¿Basta mirar para que haya interpretación? ¿Con solo observarlas se escucharán los sonidos jeroglíficos de esas grafías? Responder esos interrogantes puede ser el comienzo de un buen camino para asumir como propio el complicado consejo de Samuel Beckett, citado al comienzo, y que continúa de esta manera en el punto en que lo dejó mi primera cita: "Cuando el sentido es el sueño, las palabras se van a dormir. Hay un punto que debe quedar en claro: la belleza de la Obra en curso no solamente se presenta en el espacio ya que su aprehensión adecuada depende tanto de su visibilidad como de su audibilidad. Este texto es un extracto por antonomasia del lenguaje, la pintura y los gestos, Con toda la inevitable claridad de la antigua articulación. Aquí aparece la salvaje economía del jeroglífico. Las palabras no son ya las amables contorsiones de la tinta del imprentero del siglo 20. Están vivas. Se abren paso a empujones hacia la página, y brillan, arden y se extinguen".

Lo que dice Becket de Finnegans Wake aplica para Galimatazo. El primero no hubiera sido posible sin el segundo. Joyce no hubiera existido nunca sin Carroll. Del Nouveau Roman, una escombrera según sus detractores (Borges y Bioy Casares, entre ellos. Yo no pienso lo mismo) no quedaría ni el disparate que dicen que fue. Resulta curioso que a pesar de su notoriedad, este hecho literario y el punto crítico de su lectura historial se constituya (por lo general), sin la presencia de Carroll. A lo sumo, como ocurre casi siempre, lo ubican en la 'sección' dedicada a los autores de 'libros juveniles e infantiles' de la época victoriana, sin mayores comentarios, solapando la incomparable dimensión eversiva con que trastocó las tramas, argumentos, y texturas del relato literario predominantes en su tiempo. Debe ser por aquello de que quien escribe historias infantiles se contamina de puerilidad; en el caso que nos ocupa, quien piense eso es un ignorante.

De manera que no puedo explicar el título general de mi escrito. Esa operación está implícita en lo precedente. Si insistiera necesitaría en-lazar sus dos extremos. Pero no haría eso con la academia sino con el gusto. Primero (siguiendo a Beckett), a través de la lectura vívida y empática del 'mirar' y el 'escuchar'. Después construyendo un puente entre ambos. Ya lo dijo Cortázar refiriéndose al amor: "es puente y los puentes no se sostienen por un solo lado". Cada lector debe construir el suyo viviendo el romance de su propio Despertar de Finnegans, asumiendo la eruptiva experiencia de su Galimatazo personal. Y eso es único e irremisible.


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