Revista Pijao
'El diablo y Bulgákov'
'El diablo y Bulgákov'

Por Dante Trujillo

El Comercio (Pe)

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Un año después de publicar un disco titulado casualmente –o no– “Their Satanic Majesties Request”, los Rolling Stones lanzaron “Beggars Banquet”, álbum que abre con un ritmo salvaje y con Mick Jagger cantando algo como “Por favor, deja que me presente. Soy un hombre rico y de buen gusto. Ando rodando desde hace muchos años, y he robado el alma y la fe de muchos hombres”. Y luego la voz cantante cuenta que estuvo, por ejemplo, cuando Poncio Pilatos se lavó las manos, el día que la familia real rusa fue masacrada o cada vez que asesinaron a un Kennedy.

De inmediato, en diciembre de 1968, los fans quisieron saber de dónde había surgido el enigmático personaje del tema. Jagger tuvo que explicar que se inspiró en algunos poemas de Baudelaire, pero sobre todo en Voland, el “profesor extranjero” que no sería otro que el mismo Satanás, figura central de una novela publicada el año anterior en la Unión Soviética. Dijo que el libro se lo había regalado la actriz y cantante Marianne Faithfull, a la sazón su pareja, porque sabía “que pasaba algo con el diablo”. Y también que la lectura simplemente “lo había vuelto loco”.

La canción se llama “Sympathy for the Devil”, y ocupa hoy el puesto 32 en la lista de las 500 mejores de la historia según la revista “Rolling Stone”. Gracias a ella, “El maestro y Margarita”, la más grande novela rusa del siglo XX, se hizo célebre casi inmediatamente en todo el mundo, dando origen a una devoción inusual que, como en el caso de los Stones, anima a ser representada por la cultura popular, en especial el rock. Algo que jamás hubiera sospechado su autor,

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el ucraniano Mijaíl Bulgákov, un señor que parecía salido de sus propias ficciones.

Bulgákov nació en 1891 en la bella y sofisticada Kiev. Su padre fue un estudioso de la religión católica y su madre una amante de la ópera y las bellas artes, rasgos que el muchacho heredó y fusionó. Se casó por primera vez en 1913, sirvió como voluntario en la Gran Guerra, en 1916 se graduó de médico (como Chéjov), y durante los siguientes y turbulentos años se alistó en el Ejército Blanco, la reacción frente a los revolucionarios bolcheviques. Fue destacado al Cáucaso, donde se enganchó a la morfina y comenzó a escribir, al principio estampas más bien costumbristas, memorias de médico rural y partes de batalla.

Las guerras, todas, siguieron su curso, y su amada ciudad natal ardía de dolor y confusión política cuando Bulgákov y señora decidieron instalarse en Moscú: su plan era comenzar una nueva vida en la capital de los sóviets, esta vez como escritor. Poco después, en 1922, publicó su primera novela, “La guardia blanca”, basada en su historia familiar, la guerra y la caída de Kiev. Casi de inmediato hizo una adaptación dramatúrgica llamada “Los días de los Turbin” que, increíblemente, pasó todos los vetos, conllevando más bien un gran éxito de público.

A partir de entonces, además de vincularse al teatro, escribió muchos artículos de prensa, dramas –a lo largo de los años mantuvo una relación de amor-odio con Stanislavski, entonces director del Teatro del Arte–, cuentos y novelas de los más variados registros, yendo de lo fantástico a lo autobiográfico, de lo histórico a la ciencia ficción, todo empapado de una dosis temeraria de sátira y delirio que, a la larga, le pasaría factura. Se casó por segunda vez en 1925 y tres años después empezaría a escribir su obra mayor.

A medida que redactaba su “novela del diablo”, como la llamaba, Bulgákov se creyó presa de un maleficio: comenzaron la censura, las prohibiciones, los sabotajes, las puertas cerradas de editoriales y teatros, los seguimientos, la pobreza, la neurosis. La intelligentsia roja le hizo la existencia insufrible. En julio de 1929, habiendo ya quemado al menos una versión de la novela, comenzó a mandarle cartas a la alta dirección comunista, suplicando que le permitieran dejar el país porque él, Mijaíl Afanásievich Bulgákov, simplemente ya no podía más.

Quemó el segundo manuscrito y tenía ya un revólver preparado en la gaveta cuando, el 16 de abril de 1930, dos días después de que el poeta Maiakovski se metiera un balazo en el corazón, sonó el teléfono en el departamento que Bulgákov compartía con Yelena Shílovskaya, su amante. Y ocurrió lo más trascendental que le pasó en la vida. No fue Satán sino Stalin quien llamó, que no era lo mismo, pero casi.

Abreviando, sucede que el temible Koba era un fanático de las obras de Bulgákov y durante los siguientes diez años, aunque nunca se vieran, mantuvieron un contacto epistolar que representaba una versión enfermiza del juego del gato y el ratón: Bulgákov pudo trabajar en distintos teatros y publicar algunos libros, pero siempre bajo la mirada y el acoso de la policía comunista, como si el dictador y sus secuaces disfrutaran de crisparle los nervios. Una dinámica ejemplar y famosa. Pero aguantó como pudo. Se casó por tercera vez con Shílovskaya y en lo que le quedó de vida escribió y reescribió

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un libro complejo y desbordado, una obra maestra, una novela que son tres superpuestas. Parte de la llegada al Moscú de los años treinta del Demonio, encarnado en Voland, un tipo chiflado y seductor al frente de una corte que incluye un payaso cruel y sin pintura, y un gato gigante que habla. Comienzan los desbarajustes, sobre todo entre la intelectualidad, y en un manicomio conocemos al maestro, un dramaturgo enamorado (de Margarita) que terminó recluido tras el repudio que granjeó una obra que escribió. Esta –la tercera historia– se trata de la relación entre Poncio Pilatos y un Jesucristo con el nombre cambiado.

Lo fantástico es cómo se entremezclan los relatos mientras cada uno mantiene su autonomía estilística (Donald Fanger decía que el desmadre en Moscú sería una ópera bufa; la historia entre el maestro y Margarita, una ópera lírica; y lo de Pilatos, una ópera épica), y esa potencia satírica y simbólica tan sugestiva, envolvente. No se trata de una novela sencilla, hay que decirlo, pero quien se meta en sus páginas quedará cautivado y agradecido.

Como sucedió con Mick Jagger. Bulgákov murió en 1940, y su viuda tuvo que esperar 27 años para que la novela viera la luz desde los papeles sueltos que componían la cuarta versión. Entonces, hace medio siglo, se acabó la maldición. Jagger la descubrió casi de inmediato, los libros de Bulgákov se comenzaron a leer en todo el planeta y, desde entonces, además de películas, miniseries, ópera y cómics, “El maestro y Margarita” ha movido la inspiración de otros rockeros como Franz Ferdinand (su tema “Love and Destroy” se basa en un pasaje en el que Margarita enloquece de venganza) o Patti Smith (el disco y la canción “Banga” llevan el nombre del perro de Pilatos, según la novela, su único y fiel amigo). Algo parecido hicieron los estadounidenses de Pearl Jam, los canadienses de Tea Party, los franceses de Moriarty, los daneses de The Artems o los rusos de Zarazza.

Como si el diablo se les hubiera aparecido una tarde en una banca de los Estanques del Patriarca, en el centro de Moscú, y les hubiera dicho algo parecido a “Por favor, deja que me presente. Soy un hombre rico y de buen gusto”.


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