Revista Pijao
Carolina Maria de Jesús, la escritora que recogía cartones en una favela
Carolina Maria de Jesús, la escritora que recogía cartones en una favela

Por Sara Mesa   Foto Audálio Dantas.

Jotdown (Es)

Luego vinieron cientos de miles de ventas más, apariciones en prensa y en televisión, y la traducción del libro a trece lenguas, entre ellas el español (Cuarto de desecho, en Argentina) y el inglés (Child of the Dark, en Estados Unidos, que vendió trescientas mil copias en una década). Mujer, pobre, negra, madre soltera y autodidacta, la autora de aquel diario, Carolina Maria de Jesus, se erigió como símbolo de la dureza de la vida de los favelistas, alcanzando una fama inesperada, aunque también fugaz. Durante mucho tiempo, Cuarto de desecho fue libro de obligada lectura en las escuelas, convirtiéndose en el más vendido de Brasil en su época. Sin embargo, a los cuarenta años de su muerte, Carolina Maria de Jesús parece haber caído en el olvido —al menos fuera de Brasil— y es complicado encontrar su libro en español en el mercado. Su nombre aparece ligado a páginas religiosas o a estudios menores sobre literatura afrobrasileña y en algunos artículos se sugiere incluso la posibilidad de que su diario fuese un fake, escrito por otra persona que utilizó la figura de la favelista para incrementar la popularidad y las ventas. La información que circula en internet sobre Carolina Maria de Jesus es contradictoria y, en muchos casos, considera que su lugar en la historia literaria de Brasil es anecdótico. El estudio más amplio realizado sobre su persona y su obra fue la biografía de 1995 escrita por Robert M. Levine (director del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Miami) y José Carlos Sebe Bom Meihy (de la Universidad de São Paulo), The Life and Death de Carolina Maria de Jesus, en la que se aborda su figura en el contexto político social de los años cincuenta y sesenta en Brasil, caracterizado por los fuertes prejuicios raciales, la desigualdad y el discurso político populista. Otro acercamiento, más artístico, es el de la novela gráfica Carolina, publicada en 2016 por la editorial brasileña Veneta, con textos de Sirlene Barbosa e ilustraciones de João Pinheiro.

Pero ¿de dónde surgió Carolina Maria de Jesus? ¿Cuál es la historia que hay detrás de aquel diario superventas en el que registraba, día a día, la lucha por la supervivencia en medio de la miseria más absoluta? Sin duda hay que referirse a Audálio Dantas, el periodista que «la descubrió» y consiguió darla a conocer en O Cruzeiro, el periódico semanal donde comenzó a publicarse el diario por entregas. La versión más extendida de la historia habla de la inauguración de una zona de juegos en la favela, con presencia de las autoridades locales del momento, noticia que Dantas estaba cubriendo una mañana de 1958. Como solía suceder, tras finalizar el acto las autoridades se marcharon de inmediato, momento en que unos borrachos aprovecharon para aparecer en la escena y hostigar a los niños que estaban jugando. Una mujer negra de cuarenta y tantos años los amenazó. Si no dejaban en paz a los niños, les dijo, lo contaría en su diario dejando bien claros los nombres y apellidos de cada uno de ellos. Dantas quiso saber quién era aquella mujer, a qué diario se refería y qué tipo de amenaza tan inusual era aquella. A pesar de su reticencia inicial, consiguió acompañarla a la chabola en la que vivía con sus tres hijos —dos chicos de en torno a los diez años y una niña de dos—, donde ella le mostró parte de sus escritos —papeles rescatados de la basura que cosía en cuadernos—. Carolina Maria de Jesus no solo guardaba allí sus diarios, sino también novelas y poemas, libros que soñaba con publicar algún día y que de hecho envió a editoriales brasileñas y norteamericanas. Pero Dantas, con el ojo clínico del buen reportero, se dio cuenta enseguida de que la mina de oro no estaba en la ficción, sino en la realidad de los diarios. Y así empezó la historia de Cuarto de desecho.

Carolina Maria de Jesus nació en 1914 en Sacramento, estado de Minas Gerais, al sureste de Brasil. Hija ilegítima de una campesina pobre, pudo asistir a la escuela durante dos años gracias a la intervención de la dueña de la parcela donde trabajaban, que pagó la educación de algunos de los niños del barrio. No era muy frecuente en Brasil que, en los años veinte y en pequeñas comunidades agrícolas, los niños afrobrasileños fuesen a la escuela; menos aún que fuesen las niñas, y menos todavía que el gusanillo de la lectura y la escritura se agarrara tan fuerte en la pequeña Carolina como lo hizo. Más adelante trabajó como sirvienta en distintas haciendas, hasta que se quedó embarazada del primero de sus hijos y fue expulsada. Cuando en 1937 llegó a São Paulo y se instaló en la favela Canindé, tuvo que construir su chabola con sus propias manos y comenzó a subsistir de la venta de cartones y chatarra. En la favela pasó casi el resto de su vida con sus tres hijos, cada uno de un padre diferente: João, José Carlos y Vera, la más pequeña. Al parecer, el padre de Vera fue un hombre blanco e influyente, que solo aparecía de vez en cuando para ofrecer algo de dinero. Cuando la historia de Carolina salió a la luz, él le pidió que no lo nombrase en su diario, petición que ella respetó a regañadientes. Como sucedió con aquellos borrachos el día que Audálio Dantas la descubrió, la gran amenaza de Carolina —que detestaba la violencia y las continuas peleas de la favela— era nombrar a los que se portaban mal en sus diarios.

Los diarios de Cuarto de desecho comienzan el 15 de julio de 1955 (cumpleaños de Vera) y acaban el 1 de enero de 1960, con interrupción de los años 1956 y 1957. La sensación de estancamiento y circularidad que se siente al leerlos resulta desesperanzadora: la monotonía de unas jornadas que comienzan antes del amanecer para buscar agua y se centran en la búsqueda de cartón y chatarra para vender representan no solo la miseria de la vida en la favela, sino también la desesperación ante la falta de horizontes. Con una meticulosidad que vence al cansancio físico y moral, Carolina registra los cruzeiros que consigue cada día, los alimentos que puede comprar, lo que consigue rescatar de la basura —zapatos, comida—, la lucha día a día por alimentar, vestir y enviar a sus hijos a la escuela. «Qué horrible es ver a un niño comer y preguntar “¿Hay más?”. La palabra “más” resuena en la cabeza de la madre cuando mira la olla y no hay nada», escribe en uno de sus días más desesperados. El hambre es una presencia amenazadora y constante, el miedo a la enfermedad, a la lluvia que inunda la chabola, a la suciedad y la violencia es también continuo. Con frecuencia, narra en su diario las peleas entre sus vecinos y otras historias trágicas, como las de niños que mueren por comer de la basura o por beber agua contaminada o niñas que se vuelven prostitutas y alcohólicas. «La favela es el Ministerio del Diablo», afirma, todo lo corrompe y lo pudre. La imagen del cuarto de desecho —que Dantas escogió como título del diario— representa su visión de la favela, el lugar donde van a parar los desperdicios que nadie quiere ver: «Los turistas no imaginan que la ciudad más famosa de Brasil, São Paulo, está enferma con úlceras —las favelas—».

La conciencia crítica de Carolina es fuerte y, por ello, no se resigna ante su destino. Critica las visitas que hacen los políticos antes de las elecciones, sus promesas que jamás cumplen y no conducen a nada. Critica a Juscelino Kubitschek —presidente de Brasil entre 1956 y 1961—, al que describe como un pájaro que, tras haber embaucado al pueblo con su canto, vive protegido en su jaula de oro —el Palacio de Catete—, y le advierte: «Cuidado, pajarito, no pierdas la jaula, porque los gatos hambrientos piensan en pájaros en jaulas. Los favelistas son los gatos, y están hambrientos». Su interés por la política la lleva a gastarse el dinero que no tiene en hacerse una fotografía para inscribirse en el censo y poder votar. Cuenta que un día le preguntaron si su libro era comunista y que ella respondió que no, que solo era realista. La solución que propone a los políticos es que ellos mismos pasen hambre, porque solo el que está hambriento es capaz de entender lo que significa vivir en la favela. Su sentido de la justicia es elemental e irreprochable: «Me rebelo contra la codicia de los hombres que exprimen a otros hombres como si fueran naranjas».

Cada página del diario trasluce la fuerte personalidad de Carolina, una mujer que se negó a casarse porque los hombres que se lo propusieron eran «mezquinos» y las condiciones que le imponían, «horribles». Testigo de las palizas que los hombres dan a sus mujeres —y que relata en su diario con frecuencia—, afirma: «No envidio a las casadas de la favela, que viven como esclavas indias». Sin embargo, en sus diarios aparece de vez en cuando un tal señor Manuel, con el que a veces duerme y que la ayuda en sus momentos de mayor pobreza, y un gitano, Raimundo, del que se enamora y que consigue despertar su pasión y sus celos. Su relación con las mujeres de la favela tampoco parece fácil: «Quieren saberlo todo, sus lenguas son como garras de pollo, arañándolo todo». En otra ocasión afirma: «En la favela, los hombres son más tolerantes que las mujeres. Las pendencieras son las mujeres». Carolina era, y se sentía, diferente, por lo que evitaba mezclarse con los favelistas, a los que critica por estar siempre bebiendo pinga o por su conducta violenta e inmoral. «Lo único que no existe en la favela es la amistad», concluye. Solo en contadas ocasiones se permite hablar bien de alguien y reserva su compasión para los niños. Orgullosa de su negritud, de su sexo, de sus hijos y, sobre todo, orgullosa de su escritura, Carolina no se somete al destino que le impone la vida en la favela, y a menudo describe su desesperación y fabula con el suicidio. Para ella la escritura no fue solo una forma de denuncia, sino también de evasión y de desclasamiento. Según explica en sus diarios, escribía en cada rato libre que tenía. Cuando estaba enferma o no podía salir a buscar chatarra porque estaba lloviendo, aprovechaba para escribir. También escuchaba la radio; le gustaban mucho los valses vieneses y los tangos. Entre sus planes estaba publicar sus novelas y ganar dinero suficiente para poder así escapar de la favela: relata con decepción el rechazo del Reader’s Digest de sus manuscritos y se queja de que los editores brasileños se ríen de ella por ser una escritora negra. En las entradas del diario correspondientes a 1959 ya aparece la figura de Audálio Dantas, del que a veces desconfía: «Si no se hubiese llevado mis cuadernos podría haberlos mandado a Estados Unidos», dice. También el señor Manuel piensa que hizo mal confiando en Dantas, pues «todos ganarán dinero con el libro menos ella». Resulta revelador, en este sentido, que el primer día que se habló de ella en el semanal O Cruzeiro, tuvo que reunir con esfuerzo el dinero para comprarlo. También que, pocos días después de que le hicieran una entrevista a raíz de su reciente popularidad, no tuviera nada que comer, como consignó en su diario.

Es innegable que su vida cambió en 1960 tras la publicación completa de Cuarto de desecho, pero también lo es que hay importantes sombras en este ascenso. Por un lado, sus vecinos de la favela, indignados, afirmaron que en realidad Carolina era solo una vieja prostituta negra que se había aprovechado contando las miserias de todos ellos para enriquecerse a su costa. El día en que una furgoneta de los servicios sociales apareció en la favela para ayudar en la mudanza a la escritora, que por fin se marchaba con sus tres hijos a vivir a una casa de alvenaria (casa prefabricada), algunos de los favelistas los apedrearon con ira hiriendo en la cabeza a uno de los niños. Pero también la intelectualidad de Brasil, salvo casos aislados, acogió a Carolina con suspicacia: se ridiculizaron sus delirios de grandeza y se la consideró una advenediza que se beneficiaba de su origen social para llamar la atención. Esta reticencia se ha mantenido incluso hasta hoy día: en una biografía de Clarice Lispector de 2011 en la que se recoge una foto de ambas escritoras juntas, el biógrafo Benjamin Moser describe a Carolina Maria de Jesus como «una negra que escribió un angustioso libro de memorias de la pobreza brasileña», y a Lispector como «proverbialmente bella, con su ropa a medida y unas gafas oscuras que le hacen parecer una estrella de cine», al lado de la cual «Carolina parece tensa y fuera de lugar, como si alguien hubiese arrastrado a la empleada doméstica dentro del cuadro». Ciertamente, es difícil ser más sexista y clasista en un simple comentario a una foto.

El valor literario de Cuarto de desecho radica en la autenticidad de la experiencia narrada y, aunque se producen incongruencias, contradicciones y repeticiones que en ocasiones lastran la lectura, quizá estos lastres son los que representan mejor el infierno en el que sobrevivió la autora. El lenguaje simple y directo consigue, como diría Roberto Arlt, el impacto de un uppercut en la mandíbula: no hay disfraces, ni retórica, para la representación de la pobreza. Pero también existe una voluntad de estilo, visible en el uso de estructuras paralelas como «Duro es el pan que comemos. Dura la cama en la que dormimos. Dura es la vida de los favelados», o en las descripciones líricas de sus momentos más optimistas: «La noche es cálida. El cielo está salpicado de estrellas. Me viene el loco deseo de cortar un pedazo de cielo para hacerme un vestido».

Los estudios posteriores realizados sobre los cuadernos de Carolina demuestran que, tal como había asegurado Dantas, el texto no se retocó —únicamente se seleccionaron fragmentos—, y que la expresión era la original de la autora. De un modo similar al de la colombiana Emma Reyes, que también relató su infancia de pobreza en su Memoria por correspondencia, la fuerza de la escritura sobrepasa, con mucho, las posibles imperfecciones de la prosa. Sin embargo, las capacidades y ambiciones literarias de Carolina tocaron pronto techo. En 1961 se publicó Casa de alvenaria, diario de una ex-favelada, que no tuvo apenas repercusión, y su colección de proverbios de 1963 pasó totalmente inadvertida. Todas sus obras restantes (siete novelas, sesenta textos cortos, cuatro obras de teatro y numerosos poemas) siguen inéditos y los cincuenta y ocho cuadernos que los contienen son estudiados hoy día gracias al proyecto Vida por Escrito – Organização, classificação e preparação do inventário do arquivo de Carolina Maria de Jesus, en cuya web (www.vidaporescrito.com) se ofrece abundante material gráfico sobre la autora.

Más allá de la validez literaria o no de estos textos, llama la atención toda la puesta en escena que supuso el ensalzamiento de una autora «sacada del barro» —como forma de espectacularización de la miseria o de concesión al exotismo—, con resultados tan efímeros y contradictorios. La libertad de ideas y expresión de la autora, que en todo momento manifestó su radical independencia, contribuyó, paradójicamente, al repudio general tras aquel primer auge impulsado por la política populista del momento. Así, parte de la izquierda criticó la actitud de Carolina, acusándola de que con su escritura buscaba una solución personal para escapar de la favela, pero no una mejora general de las condiciones de vida de los favelistas, a los que en el fondo despreciaba. Por su parte, la Iglesia católica se apropió de su discurso mutilando aquellos fragmentos del diario donde se mostraba reticente a los parches de la caridad o en los que se rebelaba contra el discurso de la resignación: «Si el cura viera a sus hijos comiendo comida podrida y ya mordisqueada por buitres y ratas, dejaría de hablar de resignación, porque la rebelión viene de la amargura». Incómoda por inclasificable, la figura de Carolina Maria de Jesus fue cayendo en el ostracismo y otra vez en la pobreza hasta el punto de que se vio forzada a vender su nueva casa y, según algunos testimonios, se la volvió a ver recogiendo chatarra al final de sus días. En 1977 falleció de una insuficiencia respiratoria, a la edad de sesenta y tres años, pero casi ningún medio se hizo eco de su muerte. De lo que no cabe duda es de que muchos de los que se olvidaron de ella se habían beneficiado previamente del auge de Cuarto de desecho.

Periódicamente saltan a la palestra casos de escritores (o cantantes, o pintores…) que una personalidad influyente saca de la mendicidad. El caso más reciente es el del francés Jean-Marie Roughol, que, gracias al apoyo del exministro Jean-Louis Debré, ha publicado en 2016 su libro Je tape la manche: une vie dans la rue (Pido limosna: una vida en la calle, aún sin traducción en español), que ha vendido casi cincuenta mil ejemplares en Francia y ha sido traducido al chino, el coreano y el checo. No se trata de trazar la línea que separa el verdadero talento literario del marketing editorial y de la falsa —aunque bienintencionada— imagen de la cultura como tabla de salvación. Más bien al revés, con el recuerdo de Carolina Maria de Jesus en el cuarenta aniversario de su muerte, la reflexión debería ser: ¿Cuántos talentos quedan aplastados y ocultos por la miseria? ¿Quién se aprovecha de ellos, a quién le interesa salvarlos para después volverlos a hundir sin más? Y sobre todo: ¿Qué mérito tenemos los demás, los que nos quejamos de las dificultades de escribir pero a los que, por razón de nuestro origen y formación, se nos da por supuesta la legitimidad para hacerlo?


Más notas de Ensayos