Por Hernán Melo Velásquez
Revista Arcadia
Tanto empeño puso el régimen del presidente chino Xi Jinping en borrar toda huella del disidente y escritor Liu Xiaobo que la mayoría de sus compatriotas nunca ha oído hablar del premio nobel de la paz en 2010. Naturalmente tampoco tuvieron noticia de su muerte a los 61 años, ocurrida el pasado 13 de julio de un cáncer de hígado y diagnosticado sospechosamente tarde en la cárcel donde estaba recluido desde 2008. Hasta el final las autoridades chinas lo trataron con brutalidad. Primero rechazaron su petición de seguir un tratamiento médico en el extranjero y ya muerto decidieron que solo su esposa, Liu Xia, poetisa y fotógrafa, y un reducido círculo de familiares y amigos podían asistir a sus exequias donde al final, también por decisión oficial, arrojaron sus cenizas al mar.
“Kafka no podría haber escrito algo más absurdo y difícil de comprender”, afirmó a propósito de los funerales la esposa del disidente, quien vive en arresto domiciliario desde 2010 para evitar que fuera a recoger el Premio Nobel. Como también prohibieron que salieran del país a todas las personas que Liu Xia había invitado a la ceremonia en Oslo, Noruega. Desde el sepelio se desconoce el paradero de Liu Xia, pero corren rumores de que permanece en arresto domiciliario en algún lugar secreto.
Puede decirse que incluso muerto las autoridades chinas siguen temiendo a Liu Xiaobo, porque arrojando sus cenizas al océano quieren asegurarse de que no habrá peregrinajes hasta su tumba como sí ocurrió, por ejemplo, con la poeta y disidente Lin Zhao, fusilada en 1968 por el régimen de Mao Zedong. Como decidieron dispersar sus restos, ahora los disidentes señalan que cualquier tramo de costa se ha convertido en tumba de Liu Xiaobo.
La batalla de exterminio contra la memoria de Liu no se detendrá ahí. Seguirá a través de la censura en internet, cada vez más moderna, intrusiva y asfixiante, capaz de eliminar rápidamente cualquier mención suya, de la misma manera que seguirá borrando de la red la fecha del 4 de junio de 1989 que recuerda las manifestaciones estudiantiles que tuvieron como escenario principal la plaza de Tiananmén, de Pekín. En dicha plaza, cuyo nombre se traduce como “Puerta de la Paz Celeste”, numerosos manifestantes –centenares, según Amnistía Internacional– murieron en manos del ejército. Cuando iniciaron las protestas, Liu Xiaobo, en aquel tiempo profesor visitante de Literatura en la Universidad de Columbia, regresó apresurado a su país para acompañar hasta el final el movimiento juvenil. Liu fue el único profesor chino en el extranjero que se unió a los estudiantes, pues los demás se mantuvieron a distancia.
A partir de entonces, tanto los manifestantes de Tiananmén como Liu Xiaobo compartieron la misma fatalidad, la condena al olvido del régimen comunista. Para subsanar esta injusticia, Liu dedicó su Premio Nobel “a todas esas almas errantes del 4 de junio”, honrando así a esos centenares de fantasmas que lo acompañaron siempre como una sola sombra.
Liu, el pacifista
Algunos comparan a Liu Xiaobo, nacido en 1955, con Nelson Mandela o Gandhi, grandes pacifistas que permanecieron con asiduidad en las cárceles. Ese pacifismo quedó retratado en su último proceso cuando declaró: “No tengo enemigos, no conozco el odio. Ninguno de los policías que me vigilaron, que me arrestaron y me interrogaron, ninguno de los fiscales que me acusaron, y ninguno de los jueces que me juzgaron son mis enemigos”. Lo cierto es que Liu es el segundo premio nobel de la paz que muere encarcelado, desde que el periodista alemán Carl von Ossietzky falleciera en 1936 en un campo de concentración nazi.
El primer arresto de Liu Xiaobo ocurrió en 1989 tras las manifestaciones de Tiananmén. Fue acusado del delito de “propaganda contrarrevolucionaria e incitación a la subversión del poder del Estado”. Liu recobró la libertad el 1.º de enero de 1991, pero a cambio le prohibieron residir en Pekín, enseñar en universidades o pronunciar conferencias y nunca más le dejaron publicar. A partir de 1993 le impidieron salir del país cuando se dieron cuenta de que nunca iba a residir en el exterior porque, según explicó, su combate tenía lugar en China.
Entre 1995 y 1996 fue de nuevo privado de la libertad por haber lanzado una petición en favor del disidente Chen Ziming, que al mismo tiempo pedía al gobierno que reconociera su responsabilidad en la masacre de Tiananmén. A finales de 1996, fue nuevamente arrestado y condenado a tres años de reeducación con trabajos forzados: “La mala ley más bárbara del mundo actual”, decía Liu. Dichas condenas de reeducación pueden durar varios años y son potestad de los comisarios de policía, sin que medie ningún proceso o recurso jurídico.
Liu Xiaobo fue arrestado por última vez en 2008 y condenado a once años de prisión por “subversión contra el Estado”. Esta vez Pekín lo acusaba de haber coescrito en 2008 la Carta 08, un manifiesto firmado por otros 300 intelectuales e inspirado por la Carta 77 que inspiró la Revolución de Terciopelo en la antigua Checoslovaquia. La Carta 08 reclamaba la separación de poderes, el Estado de derecho y el respeto a la opinión popular. En un documento titulado Mi defensa, que Liu Xiaobo pudo leer parcialmente durante su proceso, ratificó todas las críticas vertidas en la carta en materia de derechos humanos “que provocaron una crisis en el desarrollo del país, del pueblo chino y de la humanidad entera”. Esa fue la última vez que Liu Xiaobo se dirigió públicamente al país.
El disidente versión 2.0
El 7 de octubre de 1999, tras cumplir su condena de tres años de trabajos forzados, Liu Xiaobo encontró en su casa un computador que unos amigos le regalaron a Liu Xia, su mujer. Otras amistades le aconsejaron familiarizarse de inmediato con aquel objeto. Luego de varias tentativas fallidas se dio cuenta de que no era capaz de escribir delante de una máquina y sobrevino una férrea resistencia a la novedad. Se obstinó en usar papel y lápiz para redactar sus artículos, pero lentamente volvió a practicar hasta que por fin entendió cómo manejarlo.
El primer artículo que tecleó le costó una semana acabarlo, pero intuyó rápido el valor de internet en su trabajo bajo la censura: “La primera vez que envié por correo electrónico un artículo en archivo adjunto, y que solo algunas horas más tarde tuve respuesta del editor, observé el lado prodigioso de internet y decidí que sin más demora debía manejar esa herramienta. En un país donde la palabra está amordazada, mis artículos solo pueden publicarse en el extranjero. Antes de usar el computador requería un tiempo infinito y esfuerzos increíbles para corregir mis artículos escritos a mano y además el envío era costoso. Para que mi artículo no fuera interceptado durante la expedición, debía atravesar Pekín en busca de un amigo extranjero para que me dejara usar su fax. El elevado costo del envío tenía una repercusión sobre mi eficacia y mi pasión, y solo alcanzaba a publicar uno o dos artículos por mes, lo cual era ya excepcional”. Y más adelante termina diciendo: “Gracias a internet mis artículos manaron –en el extranjero– como un manantial y entonces los derechos de autor me permitieron vivir preservando una cierta independencia”.
Si antes Liu Xiaobo debía moverse un mes para escribir y lanzar una petición, y hacerla firmar a escondidas en varios puntos del país, en la era de internet todo se redujo a horas. China cuenta con más de 750 millones de internautas –según cifras de julio–, de los cuales el 93% utiliza su teléfono móvil para navegar en la red. Frente al fenomenal aumento de usuarios y la multiplicación de blogs, fórums, aplicaciones y redes sociales que generan opinión y espacios de discusión, las autoridades instalan equipos cada vez más potentes y costosos para regular y controlar el flujo de información y mensajes que circulan en la red.
El intelectual trascendental
Antes de convertirse en el disidente chino más famoso del mundo, Liu Xiaobo fue un destacado ensayista literario cuyos autores preferidos fueron Nietzsche y Kafka. En varios ensayos que le dieron fama criticó la literatura de la “nueva época”, exhibida por las instancias oficiales como la nueva cumbre de la literatura china. Según Liu, este movimiento de escritores contemporáneos era un síntoma más de la crisis cultural de su país. Decía que en lugar de proponer algo nuevo volvía la vista al pasado y se reapropiaba las bases de la cultura tradicional anterior a la Revolución cultural que afianzó a Mao Zedong en el poder. “Desde que uno pronuncia la palabra crisis, los chinos se atemorizan y sus piernas se ponen a temblar. Pero en realidad si uno no mira las crisis de frente, o si uno ni siquiera consigue verlas, las cosas siempre terminan mal”, respondió Liu a sus adversarios en un artículo de 1986.
Después de su primer viaje a Europa en 1988, Xiaobo escribió una autocrítica donde reconocía haber pensado durante tantos años, sin saberlo, como un nacionalista que centraba todo su pensamiento en China, en lugar de llevar su reflexión “hacia problemas de un nivel más elevado. Esto mismo, creo yo, ha limitado el horizonte de la gran mayoría de intelectuales chinos. Y si China no ha producido ningún pensador de nivel mundial en la época moderna, ha sido seguramente debido a las limitaciones de este nacionalismo ciego”.
*Periodista especializado en literatura y estudios latinoamericanos.