Por Berta Lucía Estrada
El Espectador Blog El Hilo de Ariadna
Esta última semana, a instancias de una amiga, estuve inmersa en la lectura de La Balada de Iza, de la escritora húngara Magda Szabó (1917-2007), Premio Fémina 2003, con el libro La Puerta. Magda Szabó, una de las escritoras más importantes de la Hungría del siglo XX, fue ignorada y apabullada por el régimen comunista de su país por espacio de varios años; léase literalmente borrada de la actividad literaria e intelectual de parte de un Estado totalitario que anuló a miles de artistas, escritores e intelectuales que no estaban de acuerdo con los postulados políticos y con las directrices que les imponían. Esta ceguera ideológica la hemos visto esta semana con la carta virulenta que Laura Villa, una guerrillera, -para quien ese “título” es motivo de orgullo- le escribió a la periodista María Jimena Duzán, inmediatamente después de la publicación de la entrevista que la guerrillera en cuestión le diese en La Habana (Cuba).
http://www.semana.com/nacion/articulo/entrevista-de-maria-jimena-duzan-con-guerrillera/367320-3
Carta de Laura Villa a María Jimena Duzán:
http://www.semana.com/nacion/articulo/carta-de-guerrillera-de-las-farc-maria-jimena-duzan/367919-3
Y esta ceguera ideológica la sentimos -la respiramos- a todo lo largo de la lectura de La balada de Iza. Magda Szabó la retrata muy bien en la figura de Vince, un antiguo juez que fue apartado de sus labores por un fallo contrario a los intereses del Estado, habiendo sido confinado a un exilio en su propio pueblo; donde además era un delito acercarse a él, o a su familia, incluso saludarlo podía ser una causa de persecución política. Algo parecido a lo que Uribe, en su siniestra y larga noche, y ahora, a través de la marioneta temible de Ordoñez, nos ha impuesto a todos aquellos que no aprobamos su ideología de extrema derecha. Y es que los sátrapas no tienen ideologías únicas, la arista donde se encuentran es el odio y la polarización, por eso son tan peligrosos, esto incluye a la extrema derecha o a la extrema izquierda; léase toda clase de fanatismo religioso o político.
Magda Szabó, a la mejor manera de un Dostoievski, nos muestra un retrato psicológico de Vince, su mujer Etelka e Iza, la hija de ambos. Esta última, médica reumatóloga, controla la vida de sus padres, y la de los hombres que la han amado. Aparentemente es la mujer perfecta, es trabajadora, buena hija, excelente estudiante y excelente profesional, es dueña de una ecuanimidad a toda prueba, madura desde su más tierna infancia, por lo que todos sus racionamientos hacían sentir a sus padres como si fuesen ellos quienes habían incurrido en algún error; sentimiento que nunca los abandonó y que sería luego compartido por el entorno social de Iza; cuando en realidad lo que hace es anular la vida de los seres que la rodean, hasta convertirlos en sombras de sí mismos. A este terrible designio escaparán los dos hombres que la amaron, los únicos en darse cuenta de los hilos tenebrosos con los que pretende manejar sus vidas.
A la muerte del padre, Iza decide vender la casa familiar y trasladar a su madre, una campesina que ni siquiera había aceptado la electricidad y el alcantarillado en su casa, a su apartamento de Budapest. La decisión de tamaño desarraigo la toma sola, creyendo que así su madre estaría mejor. De ahí en adelante asistimos inertes a la caída al vacío de Etelka, su madre. A medida que pasa el tiempo ella va entrando en un túnel que la engulle a pasos cada vez más rápidos. Etelka es una mujer que nunca tuvo la ocasión de pensar por ella misma. Ancorada desde siempre en una Hungría rural, no pudo ser protagonista del paso acelerado de una vida campesina del siglo XIX, cuasi feudal, hacía la Hungría de mediados del siglo XX. Mientras que Iza, su hija – aparentemente perfecta, pero diabólica en su manera de dirigir y controlar la vida de las personas que ama- está perfectamente integrada a la nueva sociedad que ha surgido con la industrialización del nuevo siglo.
La Balada de Iza es una parábola sobre el amor -más bien sobre el desamor-, pero sobre todo es una obra sobre la incomunicación humana, sobre la dificultad que tenemos de construirnos como personas autónomas y de la dificultad de defendernos de un amor mal comprendido. A veces los hijos se convierten en los carceleros de los padres, creen que al sacarlos de su hogar, y llevarlos a vivir a su propia casa -donde no tienen nada que hacer- va a alegrarles la vida que les resta, y lo que hacen es cortarles las raíces que los ataban a su propia identidad, menguándoles las fuerzas y socavando su propia dignidad. Eso es lo que le sucede a Etelka. Cuando por fin decida liberarse de tanta opresión será con una determinación férrea y definitiva; es entonces que Iza entenderá que ya es demasiado tarde para recuperar a la madre.
En La Balada de Iza asistimos, como si se tratase de una puesta en escena, al despojo que la hija hace de la vida de su madre, no porque le robe sus bienes materiales -aunque también lo hace cuando decide vender su casa y los bienes que hay en ella sin consultarle nada-, sino porque le roba su propia vida, la anula como individuo, como ser humano, le roba su identidad. Impedirle a alguien hacer algo, sobre todo cuando esa actitud es repetitiva, es una forma de buscar una atrofia definitiva en su capacidad cognitiva, y por supuesto manual, entre otros aspectos; y eso es lo que hace Iza con su madre.
Sin embargo, esta anulación de la identidad se hace de una forma bastante camuflada, la madre, en vez de quejarse de los excesos de la hija, busca la forma de disculparla y se atrinchera cada vez más en el fondo de la habitación donde ha sido confinada. Y es que esta es posiblemente la mayor magia narrativa de Magda Szabó, ya que no nos sirve la tragedia de un ser humano en bandeja de plata, para que luego la devoremos con el fin de aplacar nuestras ansias de antropofagia, sino que nos habla de los acontecimientos de humillación y anulación como si la viésemos detrás de una cortina, como si en vez de asistir a una tragedia griega asistiésemos a una obra de teatro negro. Por lo que las emociones pasan por un cedazo y nos llegan mitigadas, sin ecos de dolor y sin gritos, pero la desesperanza está ahí, agazapada, dispuesta a lanzarse sobre nosotros al menor descuido.
El amor de Iza por su madre, y por las personas que la rodean, es semejante a tirar a alguien al fondo de un precipicio, y antes que llegue al fondo la atrapa en una red que ha puesto anteriormente, así que la devuelve a lo alto de la roca y la vuelve a lanzar. Así, una y otra vez, convirtiendo a su víctima en un eterno Sísifo que debe subir una cuesta empinada con una roca a cuestas, y justo antes de llegar a la cresta la piedra vuelve a rodar.
La balada de Iza es el retrato agónico de una sociedad más interesada en el éxito profesional que en construir verdaderos lazos con las personas que nos rodean y que nos aman. Yo diría que es la derrota que pagamos como individuos inmersos en los cambios vertiginosos de una sociedad que cambia cada segundo, por lo que no hemos aprendido el valor de la comunicación humana y mucho menos a ser seres de carne y hueso.
Todo un carácter, de la escritora catalana Imma Monsó
“Escribo para vivir, escribo por vicio, escribo para reír, escribo para reconstruir lo que pierdo y volver a tenerlo, escribo para poner cada cosa en su lugar, escribo para multiplicar la vida, escribo para comunicarme mejor, escribo para seducir, escribo para amar, para polemizar, yo qué sé… Escribo, en fin, por las mismas razones que leo.”
Mi encuentro con esta escritora fue bastante singular. Siempre he creído que yo no fui a su encuentro sino que ella vino hacía mi e hizo que comprara su libro Todo un carácter. Fue en el marco de la IV Feria del Libro de Manizales en el año de 2003. Excepcionalmente la Cámara del Libro había puesto un stand gigante con libros que feriaba por la increíble suma de $5000 (2.50 US al cambio de hoy), algo que para una lectora compulsiva, como es mi caso, era como un regalo caído de no se sabe dónde. No obstante, mi magro presupuesto no me permitía comprar todo lo que hubiese deseado, así que de todas formas debía escoger, hacer filtros; algo muy doloroso cuando de comprar libros se trata. Y sin buscar mucho me saltó a las manos una obra de una autora completamente desconocida para mí, Imma Monsó. Leyendo la contracarátula me enteré que era catalana y que se había ganado varios premios, entre ellos uno al mejor libro escrito en lengua catalana. Pero el título de la obra no me seducía lo suficiente como para llevármelo conmigo. Al día siguiente regresé, y volví a vivir los mismos instantes. El libro me quemaba las manos pero yo no me decidía a comprarlo; así pasaron tres días. Hasta que me di cuenta que el libro me había “escogido”, por extraño que parezca. Cuando llegué a la casa me lo devoré, al día siguiente ya lo había terminado. Quise entonces buscar más obras de Imma Monsó, pero la escritora se había vuelto esquiva y no fue posible encontrar ni una obra más. Alguna vez, en un viaje a Barcelona, busqué sus libros, pero sólo estaban en catalán, así que tuve que renunciar a leerla nuevamente. Fue sólo cinco años después del mágico encuentro, que pude comprar dos obras más: Nunca se sabe (Tusquets Editores) y Un hombre de palabra (Alfaguara).
Imma Monsó (1959) es graduada en Filología Inglesa, de la Universidad de Barcelona y con estudios de postgrado en Lingüística Aplicada en las Universidades de Caen y Estrasburgo (Francia). Durante varios años se desempeñó como profesora en un instituto de enseñanza media, hasta que se dedicó por completo al oficio de la creación literaria. Su primera obra la escribió a la edad de treinta años, No se sap mai (Nunca se sabe). Una vez terminada, la envió por correo a la Editions 62, anónimamente. Al día siguiente de haberla enviado fue contactada directamente por el editor, Oriol Castanys, quien aceptó gustoso publicar el libro. El editor no se había equivocado. La publicación de la obra fue un éxito inmediato. Fue muy bien acogida tanto por la crítica como por los lectores. Algo que raramente le sucede a un escritor, sobre todo a un buen escritor. Al recordar ese episodio Imma Monsó dice que “quedó perpleja” y que desde entonces es la perplejidad la que la impulsa a escribir. La obra vió la luz en 1996 y en 1997 ganó el XXI Premio Tigre Juan. Este reconocimiento literario terminó de catapultar a la obra y a su autora.
En 1998 ganó el Premio Prudenci Bertrana, con la obra Como unas vacaciones. Ese mismo año el libro fue elegido como la mejor obra escrita en lengua catalana por la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana. En el 2001 apareció Tot un carácter (Todo un carácter), traducido al español por Roger Moreno.
Todo un carácter
Este libro, a mi modo de ver, representa la consagración de la autora. Está narrado en primera persona, y quien habla es una joven mujer que cuenta -más que contar se lamenta- la relación con su madre. El lector se convierte en un espectador mudo e impotente ante la escena que se le devela: el vínculo a todas luces íntimo entre dos personas muy semejantes entre sí y a la vez completamente diferentes, como es el lazo madre-hija. Ningún otro nexo está tan marcado por sentimientos tan antagónicos como el amor y el odio, la aceptación y el rechazo visceral, la admiración y el horror que experimentan al saberse retratadas la una en la otra. Y alrededor de esos sentimientos, el juego diabólico que se establece entre las dos, en las que un día son amigas entrañables y al otro, enemigas irreconciliables que compiten por el amor del mismo hombre (léase esposo y padre). Los celos que se instauran en lo más profundo de cada una de ellas, en las que la madre es la rival de la hija y viceversa. Las críticas ácidas de parte y parte. El no querer reconocer que las hijas crecemos y que las madres tienen derecho a su propia autonomía e independencia; así eso signifique que se busquen amantes, incluso más jóvenes que ellas. El no aceptar que a veces invadimos los espacios de nuestra progenitora por el simple hecho que es nuestra madre y la apropiación de ese concepto nos da la falsa certeza que podemos, de un momento a otro, regresar a casa cuando hace tiempo hemos dejado el hogar familiar y tratar por lo tanto de imponer nuestros deseos, rutinas, vicios, “neuras”, a esa otra mujer que desde hace algunos años ha encontrado su propio espacio, su propia vida, su independencia; en la mayoría de los casos su verdadera independencia. Para muchas mujeres la primera vez que conocen el significado de dicha palabra es cuando los hijos se han marchado del hogar y cuando se ha enviudado.
“… yo intuía que la soledad era el medio en que se sentía más cómoda, yo sospechaba que la soledad era su medio natural, pero una cosa es la naturaleza y otra la vocación, y su vocación era de calor familiar pero su naturaleza le impedía desarrollar esta vocación ya que rechazaba el calor y lo expulsaba como si se tratara de un tizón. Su modo de conjurar el temor a la soledad y al hielo consistía en condensar la atmósfera que la rodeaba, y esa atmósfera densa, que daba lugar a un clima que todo lo hacía posible salvo el aburrimiento, era la misma que ocasionaba el fenómeno de refracción: la radiación del afecto que le era enviado se desviaba y nunca llegaba a caldear aquel corazón que, de todos modos, se hallaba siempre en ignición por las características de su propio núcleo.”
Como siempre es la hija la que habla, conocemos a su madre por lo que ella nos cuenta, por sus propias percepciones y prejuicios; sin darnos la oportunidad de conocer de primera mano lo que piensa y siente la progenitora; a no ser por algunas frases que ella escuchó decirle y que al traerlas a colación nos permiten conocerla más de cerca y más objetivamente:
“los hombres no valen un duro cuando envejecen, no como las mujeres, que incluso a edades avanzadas saben defenderse solas y lucen de maravilla”.
Con esta frase vemos a una mujer que le gusta provocar con las palabras, que lo que dice siempre obedece a algo, a buscar una reacción por parte del interlocutor e incluso escandalizarlo. A esa frase podría agregársele que cuando se quedan solas, cuando enviudan y los hijos hacen su propia vida, es cuando aprenden a ser amadas, pero sobre todo, deseadas:
“La existencia de los pretendientes le iba a mamá como anillo al dedo: eran pocos molestos, se mantenían a distancia y, como siempre pretendían, jamás conseguían nada. Ilustraban una vez más a la perfección la idea de una carencia permanente, de aquello que falta y no se tiene, de lo nunca cumplido, ilustraban a la perfección la ausencia del presente y, en este caso, también la del futuro. Todo lo que concernía a los pretendientes era, eso sí muy misterioso”.
A todo lo largo del relato nos enfrentamos a dos mujeres que son a la vez verdugo y víctima. Al final, la hija entiende que cada vez se parece más a su madre, que los gestos o palabras que detestaba en ella, son los mismos gestos y palabras que ella utiliza a medida que los años pasan.
Pero lo que en realidad me cautivó del libro fue el lenguaje utilizado. Un lenguaje cáustico, corrosivo, amargo, pero hermoso. Al leer el libro sentía la fuerza de una catarata, puesto que las palabras van a la misma velocidad del pensamiento, son arrolladoras. Es como caer por un precipicio que no tiene fin, y a medida que caemos podemos ver toda nuestra vida delante de nosotros, como en una película. Y cuando finalmente entendemos nuestra propia historia, y lo que es más importante, su propia historia, descubrimos que ella ya no está, que se ha ido. Por lo que de una u otra forma nos sentimos identificadas con esos dos personajes, tan ricamente concebidos desde el punto de vista psicológico. La mirada de Imma Monsó, sobre las relaciones entre los seres humanos, es una “mirada irónica”, como ella misma lo ha reconocido.
En el 2004 publicó un libro de cuentos Mejor que no me lo expliques, con el cual ganó el Premio Ciutat de Barcelona de Narrativa. Y en el 2006 apareció Un home de paraula, traducido al español por ella misma.
Un hombre de palabra
Con este libro Imma Monsó obtuvo el Premio Salambó 2006. Es una obra autobiográfica, en la cual la autora le rinde un homenaje al hombre amado. Es un libro altamente lírico, intimista; que narra el dolor profundo de la pérdida de la pareja, del amado, que aun amándonos nos deja por una amada más importante y más fuerte: la muerte. El libro está escrito a dos voces, una voz en tercera persona y otra voz que narra en primera persona. Esta polifonía es importante tenerla en cuenta a la hora de analizar la obra. “Ella”, la tercera persona, cuenta una historia de amor feliz, con encuentros y desencuentros, pero donde el amor se erige como bien supremo. “Cometa”, el hombre amado, más que pasar raudo por el firmamento, es la estrella que alumbra sus días y sus noches. Para “ella”, todo lo que él hace es perfecto, lo que ella hace no es tan importante. Quiere emularlo, así eso signifique dejar su propia naturaleza y así él trate de hacerle ver cúan importante es su propio oficio, el de escritora.
“Si yo pudiera satisfacer a un auditorio como lo haces tú, si me acompañara la contundencia del gesto, de la voz, de la mirada, si tuviera tu capacidad de improvisación, ¿qué más podría necesitar?” Cuando ella le elogiaba esta habilidad, él, en consecuencia, se dedicaba a desacreditarla: “La palabra es sucia”, le decía. Está impregnada del engaño de la seducción. En cambio, la palabra escrita es limpia.
Ah… Pero eso a ella le daba igual, limpia o sucia, habría deseado poseer el don de la palabra elocuente, justa, improvisada, que las frases le fluyeran bellas y cargadas de sentido a la vez. ¡Le habría gustado tanto tejer palabras que a continuación se llevara el viento, seducir con la palabra que envuelve el gesto y la mirada y las manos y la voz, siempre la voz!”.
“Ella” recuerda cada palabra, cada gesto, recrea el pasado, el pasado real, no el ilusorio; el pasado en que era feliz al lado del hombre que amaba, que la alimentaba, que la hacía llorar o reír, el hombre que en definitiva era su mundo, su universo; su principio, su fin, la otra cara de la moneda, el puente que te conduce a paisajes, a mundos desconocidos.
En cambio, la voz de la primera persona es dolorosa, catártica, como la misma Imma Monsó la describe. Es la voz que hace el duelo del ser amado, es la voz que no se resigna a la pérdida; y a medida que pasa el tiempo, tres años, termina por aceptar su partida y por entender que ella tiene una vida por delante, que le pertenece a ella sola y a la hija de ambos:
“En el libro hay una propuesta de lectura. Se pueden elegir los capítulos sobre la presencia de ese hombre, o leer solamente los de su ausencia, mucho más duros…”
El libro está lleno de referencias musicales y filosóficas, porque el amado era básicamente eso, un ser musical y filosófico.
Escribir, para Imma Monsó, tal y como lo dije anteriormente, es una catarsis que le permite sacar los dolores más profundos, aquellos que deseamos no ver ni tener ni sentir, pero que nos hacen daño y que por lo mismo debemos enfrentar.
“Nada cura de una forma definitiva (al hablar de su duelo), ni siquiera el tiempo, al que tanto se alude cuando se habla de curar las penas… Sin embargo, la palabra es una gran aliada contra el dolor, el placer de narrar y de verter sobre lo narrado constantes miradas críticas, es un tiempo ganado a la tristeza, es un rato de placer en que la alegría triunfa sobre la parálisis que produce la tristeza. En cuanto a mí en concreto creo que he hecho el duelo con la palabra, y a medida que escribía el libro, durante esos tres años, así que duelo y palabra están ahí indisociablemente unidos y el duelo se puede apreciar paso a paso”.
Para terminar, quisiera resaltar que Imma Monsó utiliza la “palabra”, como el médico utiliza el “bisturí”. En Todo un carácter y en Un hombre de palabra, esa herramienta le permite exorcizar el dolor y comprenderlo, conocerse a sí misma y al otro. Hablar del otro, con esa “mirada irónica”, a la que ella se refiere cuando hace alusión a sus libros. Su escritura intimista alude a nuestro propio yo, en sus dolores nos reconocemos, pero también en sus amores. Es una autora que goza con el asombro, un asombro que logra transmitir al lector más desprevenido.
Los textos fueron publicados en diciembre de 2013 y noviembre de 2015 en el blog de la escritora y ensayista, residente en París (Francia)