Por Ernesto Filardi
Jotdown (Es)
Hoy en día no somos plenamente conscientes de la omnipresencia de Shakespeare en Occidente: la cultura anglosajona se ha expandido tanto desde el siglo XIX que hemos asimilado como propia una infinidad de influencias, tramas, tonos, perspectivas y estructuras del autor inglés. Donde menos nos lo esperamos subyace algo que ya fue representado en la Inglaterra isabelina. Del mismo modo que a los actores les gusta ojear tras el telón al público que aguarda el comienzo de la representación, lo que viene a continuación es un mero levantar la cortina para desenmascarar la maquinaria teatral shakesperiana en la que se basa buena parte de la cultura posterior. Es por eso que dejaremos a un lado las adaptaciones más o menos literales y nos centraremos en otras obras que, ¡oh, sorpresa!, beben de él de manera más indirecta. Recordemos, pues, al gran dramaturgo al igual que los viejos soldados mostraban sus cicatrices recibidas el día de san Crispín para que nadie olvidara la gran batalla de Agincourt.
El rey león
Comenzaremos por su obra más conocida. Un joven príncipe no sabe qué hacer con su vida tras quedar huérfano. Su tío, ahora el nuevo rey, es el asesino del padre del protagonista. No, no es Hamlet sino Simba. La idea de llevar a Shakespeare a la sabana africana les funcionó tan bien que en la segunda parte (El orgullo de Simba) la trama gira en torno a dos familias enfrentadas (¡Oh, Romeo, Romeo!). Existe incluso El rey león 3: Hakuna Matata, una adaptación libre de la obra Rosencrantz y Guilderstern han muerto, de Tom Stoppard, gran experto shakesperiano y guionista de Shakespeare in love.
Sons of Anarchy
Visto el éxito al adaptar Hamlet con animalitos de Disney, ¿por qué no cambiar la corte de Dinamarca por una banda de moteros californianos? La serie funcionó, claro, dejando siete temporadas de traiciones, soledades e hijos que no encuentran su lugar.
La broma infinita
No nos atreveremos a decir que la novela de Foster Wallace es una adaptación de Shakespeare, pero no está de más recordar que el título es una cita del monólogo de Hamlet ante los restos de Yorick («I knew him, Horatio; a fellow of infinite jest») y que los guiños al príncipe de Dinamarca son recurrentes, como la aparición del fantasma de James Incadenza a Gately.
Los hermanos Karamazov
No es coincidencia que Dostoievski llegara a decir que el escritor inglés «es un profeta enviado por dios para mostrarnos los misterios del alma humana». Dotado de una capacidad especial para radiografiar el alma humana, el ruso incluye referencias a Shakespeare a lo largo de su obra. Los tres hermanos Karamazov, de hecho, llegan a ser comparados en la novela homónima con el mismo Hamlet.
El show de Truman
Quizás la versión de Hamlet que más ha jugado con el concepto de «ser o no ser». Truman (Jim Carrey) es un joven prometedor admirado por quienes le rodean. Su padre ha muerto en extrañas circunstancias. Su familia y amigos le recomiendan que en lugar de hacerse tantas preguntas se case con una novia que a él no le interesa demasiado. Todo cambiará el día en que empiece a sospechar que hay gato encerrado.
Ran
Esta versión de El rey Lear en el Japón del siglo XVI es sin duda la más hermosa que se ha visto en pantalla. Akira Kurosawa ya había fascinado a Occidente con Trono de sangre, un Macbeth que es una lección de adaptación intercultural. ¿Un ejemplo? La idea de trinidad como perfección es ajena en Oriente, así que las tres brujas son sustituidas por una vieja con una rueca para rememorar el samsara, el ciclo eterno del budismo.
The Wire
Comparar a David Simon con Shakespeare es tan frecuente como justo, y no solo por la crudeza de la trama: en sus grandes textos políticos (Julio César o Enrique V, sin ir más lejos), el bardo inglés refleja sociedades completas y complejas, desde el rey hasta el campesino, para mostrarnos que tanto el mal como el bien anidan en cualquier sitio.
El ala oeste de la Casa Blanca
¿Recuerdan esos grandes momentos del presidente Jed Bartlet con los que volvieron a reconciliarse con la grandeza de la política? ¿Creen que hubieran existido si Aaron Sorkin desconociera el monólogo del día de san Crispín en Enrique V, o los de Marco Antonio y Bruto en Julio César? Las arengas para movilizar a las masas shakesperianas también están presentes en todas las grandes ficciones políticas, como Battlestar Galactica o Gladiator sin ir más lejos.
House of cards
La serie de Kevin Spacey carece de la luz y el amor a la verdad y la libertad de las obras arriba mencionadas, pues su protagonista no pretende salvar a la patria sino medrar en un medio corrupto que conoce a la perfección. Su oscuridad es heredera directa de Ricardo III, cuyas explicaciones al público de las maldades que va a cometer son un claro antecedente de esos monólogos a cámara de Frank Underwood que tanto nos entusiasman.
Juego de tronos
Nada como la saga de George R. R. Martin para explicar el poder como una partida de ajedrez sangrienta en la que quien no mata, muere. El recuerdo de Shakespeare resuena en todo momento, como con las ya mencionadas Ricardo III o Julio César, cuyo apuñalamiento masivo —«tu quoque, filii?»— Es revisitado claramente en —cuidado con el spoiler— el final de la quinta temporada de Juego de Tronos. ¿Han oído hablar de Coriolano, cuya madre le ruega firmar la paz con sus enemigos y termina siendo asesinado por ellos?
Campanadas a medianoche
La fascinación de Orson Welles por Shakespeare es uno de los grandes motores de sus obras maestras. Además de sus versiones de Macbeth y Othelo, en este film Welles da el protagonismo a Falstaff, utilizando textos de varias obras shakesperianas en los que aparecía dicho personaje. La influencia del inglés no se queda ahí, sino que subyace en muchas de sus mejores películas. Es el caso de Sed de mal, donde el matrimonio entre el mexicano moreno Vargas y la rubísima y americanísima Susie no es la única similitud, de nuevo, con Othelo.
Mi Idaho privado
Enrique IV (partes primera y segunda) no solo fue usada por Welles. La influencia del dramaturgo en esta película sobre chaperos es menos conocida por el público pero igual de reconocida por su director, Gus Van Sant, que con este film le dio un nuevo sentido a las correrías del futuro Enrique V.
El padrino
Las resonancias shakesperianas en la novela de Puzo eran claras, pero Coppola supo acentuarlas. Michael, el gran personaje trágico de la trilogía, es en quien recae con más fuerza esa influencia. Tras ser la oveja descarriada de la familia, el pequeño de los Corleone accede a seguir los pasos de su padre igual que el joven Enrique en la primera parte de Enrique IV. La aceptación de su nuevo rol le convertirá a su vez en un Macbeth despiadado con sus enemigos. Pero la gran guinda sería convertir a Michael en el rey Lear en la tercera parte de la saga. Si ya desde el inicio advertimos su arrepentimiento con respecto a su vida pasada, nada como esa desgarradora escena final en la ópera de Palermo. Al son del intermezzo de Cavalleria rusticana (cuya trama gira en torno a los celos, al igual que Othelo), Michael/Lear asistirá impotente a la muerte de Mary/Cordelia en esa escalinata que confirma su descenso a los infiernos.
Deadwood
En la HBO debieron poner los ojos como platos cuando David Milch propuso hacer un wéstern con resonancias shakesperianas. Pero no era una idea peregrina, ya que la trama incluye personajes históricos de los Estados Unidos a los que se les quería dotar de un halo trágico y épico. ¿Cómo no recordar a Shakespeare en un combo como este? El lenguaje de los personajes es tan similar al del autor de Stratford que incluso corre por internet un test en el que hay que averiguar de quién de los dos son las citas propuestas. Aunque antes de Milch ya Melville había conseguido esa asimilación lingüística en Moby Dick, igual que Joyce en algunos pasajes del Ulises.
Orgullo y prejuicio
Chica conoce a chico, se llevan mal y tras unos cuantos giros de guion terminan enamorándose. Beatriz y Benedicto, protagonistas de Mucho ruido y pocas nueces son la versión 1.0 de Liz Bennet y Mr. Darcy. Y estos, a su vez, de las innumerables comedias románticas que tanto trabajo han dado a Julia Roberts y a Hugh Grant.
Yentl
Barbra Streisand no fue la primera que se vistió de hombre para sobrevivir en un mundo de hombres y terminar enamorándose de un hombre. El travestismo y los enredos que provoca han dado joyas como Víctor o Victoria, Tootsie o Yentl, pero el listón ya lo dejó bien alto el bardo con Noche de reyes.
Diez razones para odiarte
Diez años después de El rey león, algún productor debió pensar que había que sacar un nuevo Shakespeare para esos niños que ya eran adolescentes. La fierecilla domada, la obra más machista del autor inglés, fue la elegida para esta película de chiquillos que se pelean y desean en el instituto Padua, que es la ciudad en la que transcurre la obra original.
West Side Story
Leonard Bernstein no ocultó en ningún momento que su famoso musical era una adaptación de Romeo y Julieta a partir de las tensiones raciales en Nueva York. Los Jets y los Sharks se odian tanto como los Montescos y los Capuletos, aunque hemos de reconocer que el original sería aún más inolvidable con una melodía tan carismática como la de «Maria».
Juliet Letters
Las innumerables cartas enviadas a Julieta desde todo el mundo hicieron que un profesor de la Universidad de Verona decidiera comenzar a responderlas. A partir de esa idea, Elvis Costello y los integrantes del cuarteto Brodski escribieron algunas «cartas de Julieta» de su puño y letra para después ponerles música. ¿El resultado? Inclasificable y bellísimo.
Nothing Like the Sun
La nómina de canciones a partir de obras de Shakespeare da para varios artículos como este. Pero debemos mencionar al menos el álbum Nothing Like the Sun, de Sting, aunque solo sea por incluir un ejemplo que no sea de una de sus obras teatrales. El título se debe a un encuentro con un borracho que agarró de las solapas al cantante, preguntándole desesperado: « ¿Cómo de bella es la luna?». El propio Sting reconoció que su impulso fue responder con un verso del «Soneto 130»: «My mistress’ eyes are nothing like the sun». Ya ven, nada como tener a mano unos poemas isabelinos para disuadir borrachos a tiempo.
El club de los poetas muertos
Si bien « ¡Oh Capitán, mi capitán!» es la cita de Whitman que todos recordamos de la película, no podemos olvidar que Shakespeare es el otro gran autor que inspira a los alumnos de la Welton Academy. ¿Cómo nos íbamos a olvidar del profesor John Keating explicando la grandeza de su obra, o de ese montaje de El sueño de una noche de verano que tanto protagonismo tendrá en la conclusión del film?
Marcha nupcial
La próxima vez que vayan a una boda y escuchen la marcha nupcial (la de «Ya se han casao» no, la otra) recuerden que pertenece a la música incidental que Mendelssohn compuso para El sueño de una noche de verano. Shakespeare fue adaptado innumerables veces por los compositores clásicos: algunas veces de modo más directo, como sucede con las óperas de Verdi (Othelo, Falstaff) o Bellini (Capuletos y Montescos), o con las obras de Tchaikovsky y Prokofiev sobre Romeo y Julieta. Menos célebres son la música incidental de Sibelius para La tempestad, los cinco Lieder de Ofelia compuestos por Brahms o la obertura Othelo de Dvořák. La lista sería extensísima, pero añadiremos una curiosidad poco conocida: el texto del famoso lied An Sylvia de Schubert pertenece a Los dos hidalgos de Verona.
Cine gore
No es este el lugar para hablar de cine de trozos y entrañas, pero sería desconsiderado por nuestra parte olvidar Tito Andrónico, la feroz obra de Shakespeare en la que una mujer es obligada a comer un pastel con los restos mortales de sus hijos. Esto es solo una nadería comparado con el resto de la obra, pero para qué seguir. Si creen que las películas de Saw son duras, imaginen cómo debería reaccionar el público isabelino al ver tales lindezas en escena.
Alicia en el país de las maravillas
El imaginario colectivo asocia a Shakespeare con tramas densas, poéticas y con personajes tirando a oscuros y con agudas reflexiones sobre la vida y la muerte. Esa imagen, sin embargo, es solo una de sus caras: sus dramas y tragedias son, sin duda, insuperables, sí, pero no lo son menos sus comedias y sus mundos fantásticos. El sueño de una noche de verano abrió la puerta en el mundo anglosajón —y a través de él, al resto de Occidente— a los mundos oníricos y disparatados. Alicia en el país de las maravillas es un buen ejemplo, con esas alocadas y melancólicas veladas de té que tanto recuerdan a los bufones de Noche de reyes. Pero podríamos hablar también de Peter Pan y, ya que tiramos la casa por la ventana, de Beetlejuice.
The Sandman
Tanto se ha dicho sobre la mítica serie de cómics de Neil Gaiman que no añadiremos más aquí. Tan solo recordaremos el papel secundario pero relevante del propio Shakespeare, a quien Morfeo, el señor de los sueños, le pide que escriba una obra para su amigo Oberón, el rey de los duendes.
Mundodisco
Si incluimos a Gaiman en un listado como este, justo es que a continuación venga su amigo Terry Pratchett, creador de la extraordinaria serie de novelas del Mundodisco. Gran conocedor de la obra shakesperiana, Pratchett incluye en sus libros innumerables citas y alusiones. Pero es en Brujerías y Lores y Damas donde nos encontramos adaptaciones más o menos fieles de Macbeth y El sueño de una noche de verano, respectivamente.
(Casi todo) Tim Burton
Es sorprendente que una obra tan influyente como La tempestad no sea tan conocida por el gran público. Se trata de su otra gran obra con tintes sobrenaturales: Próspero, el protagonista, es un mago que al ser traicionado por su hermano se exilia en una isla desierta teniendo como siervos al monstruo Calibán y al espíritu Ariel. De Próspero surgen innumerables personajes fantásticos. La mayoría de los protagonistas de los filmes de Tim Burton son en esencia seres marginados por los demás que terminan haciendo cosas inverosímiles: Eduardo Manostijeras, Ed Wood, Frankenweenie, Big Fish… Y, por supuesto, Pesadilla antes de Navidad, donde el mismo Jack Skellington es capaz de quitarse la calavera/cabeza para recitar a Shakespeare imitando a Hamlet.
Planeta prohibido
Este clásico del cine de ciencia ficción de 1956 está en el cuadro de honor de adaptaciones shakespearianas rocambolescas. Se trata de un remake de La tempestad ambientado en el siglo xxiii con el famoso robot Robby suplantando a Ariel, el espíritu juguetón y malévolo.
Comedias bárbaras
O de cómo Valle-Inclán juntó las grandes tragedias del de Stratford, su retrato de las ambiciones y miserias humanas y sus mundos fantásticos y feéricos, en la Galicia mitológica de la Santa Compaña. Y lo que le salió fue la más grande trilogía del teatro en habla hispana. Las Comedias bárbaras (Cara de plata, Águila de blasón y Romance de lobos) trascienden el homenaje a Shakespeare para enarbolarse como una joya que sobre la escena tiene una fuerza arrolladora que no deja impasible a ningún espectador.
X-Men
Antes de que piensen que nos hemos vuelto locos del todo, recuerden que Próspero, protagonista de La tempestad, es una suerte de superhéroe que aterra y derrota a los malvados con sus artes sobrenaturales y al que los seres fantásticos sirven y obedecen. Ahora piensen en el profesor Xavier, ese mutante de mente prodigiosa, jefe de los otros mutantes. ¿A que ahora no es tan descabellado como creían?
El señor de los anillos
Es bien sabido que a Tolkien no le interesaba demasiado la obra del bardo inglés, pues consideraba que su eminencia eclipsaba el brillo de los textos sajones medievales. Aun así, son innegables los rasgos en común entre el mundo de Tolkien y los textos fantásticos de Shakespeare: Próspero, un personaje tan bondadoso como cruel, se desdobla en Gandalf y Saruman. Y ese monstruo rencoroso y ambicioso llamado Calibán se parece demasiado a Gollum, aunque hay incluso quien relaciona su doble personalidad con la de Othelo.
Vocabulario y nombres propios
Pero un dramaturgo no solo trabaja con personajes y acciones. La principal herramienta del autor de teatro es la palabra, y fue tal la aportación de nuestro autor favorito a la lengua inglesa que se han llegado a documentar hasta ciento diecisiete palabras creadas por él o, al menos, registradas por escrito por primera vez en algún texto suyo. En español no somos tan conscientes de ello porque una buena parte de ese léxico eran adaptaciones de vocablos latinos que nosotros ya habíamos integrado, como sucede con obsceno o imparcial. Pero si usted se defiende en la lengua de la pérfida Albión quizás le sorprenda saber que a Shakespeare le debemos la invención de términos tan comunes como bedroom, addiction o luggage. Incluso algunos de los nombres que inventó para sus personajes son hoy usados con cierta frecuencia: si conoce a alguna Jessica, por ejemplo, cuéntele que la primera mujer llamada así fue la hija de Shylock, el judío de El mercader de Venecia.
Nuestro espacio acaba aquí, pero no la lista. Si este esbozo les ha parecido exhaustivo, prueben a releer sus obras y sus poemas para darse cuenta de hasta qué punto nos son extrañamente familiares. Shakespeare vive entre nosotros, ya lo hemos dicho. Se ha escrito mucho sobre cuánto de biográfico hay en el Próspero de La tempestad, el personaje que pronuncia la célebre frase «Somos del material del que están hechos los sueños». Llevamos cuatrocientos años preguntándonos cuál será ese material, y es posible que la respuesta sea muy sencilla: él mismo. Estamos hechos de Shakespeare, vivimos en un mundo en gran medida configurado por él. No cabe duda de que seríamos muy distintos si su obra no hubiera conseguido encontrar esa musa de fuego para escalar el cielo más resplandeciente de la invención. Especialmente porque sin esa mezcla de géneros, sin ese concepto de comedia reflexiva y amarga, sin esa idea luminosa del amor, sin esa búsqueda de la felicidad a pesar de todo, sin esa confianza en el ser humano, nunca habríamos llegado a disfrutar de Love Actually. Y eso, amigos, sí que habría sido una tragedia.