Revista Pijao
Zapata Olivella: una pluma colombiana con ecos de herencia africana
Zapata Olivella: una pluma colombiana con ecos de herencia africana

‘El año del centenario de Manuel Zapata Olivella’, así designó el Ministerio de Cultura al 2020, cuando se cumple un siglo de su nacimiento.

Eventos en todo el país, pero sobre todo en la Feria del Libro de Bogotá, que fue cancelada, y en la de Madrid, que se celebraría a finales de mayo y comienzos de junio, en donde Colombia es (era) el invitado de honor, recordarían su vida y su obra inmensa, poco conocida y menos reconocida salvo dentro de la comunidad afrocolombiana y en la academia internacional que suele estudiar la obra de escritores icónicos latinoamericanos para que, gracias a esas investigaciones, vuelvan a ser visibles. De esta designación siguen en pie la reedición de algunas de sus obras y otros eventos programados para el segundo semestre.

El inicio de un camino

En el año 2001, para mi libro Palabras de los mayores, de Intermedio Editores, lo entrevisté en una fría mañana, en el Hotel Dann Colonial, en el barrio La Candelaria, donde se recluyó los últimos cuatro años de vida. Dos años después moriría.

Estaba muy abatido por la muerte de su hermana Delia, la gran folclorista y bailarina, con quien dieron a conocer el folclor de las comunidades negras, a través de giras nacionales e internacionales, en las que la música, el baile y el canto se unían a coloquios para transmitir el enciclopédico conocimiento recogido a profundidad sobre la forma de ser, las costumbres, los rituales de los pueblos negros de Colombia y su relación con sus ancestros africanos.

Nacidos en Santa Cruz de Lorica, Córdoba, en lo que era el Bolívar Grande, su padre fue un gran humanista que, sin pergaminos otorgados por la academia, creó un colegio para enseñar a leer y a escribir a adultos analfabetas hasta que un día cogió a su prole y se fue a Cartagena, donde también se dedicó a la enseñanza. Allí creó y consolidó el Colegio Fraternidad.

Manuel Zapata contaba que comenzó a hablar a la edad de cuatro años y no porque tuviera problemas físicos, sino porque las palabras le causaban pánico. Con el paso de los años, las hizo inseparables compañeras y era una temeridad callarlo.

 

Como un “orador impresionante que fue capaz de articular en sus conferencias una visión muy importante sobre las persistencias de África en América” fue calificado por el reconocido antropólogo Jaime Arocha en un documental realizado hace varios años.

Manuel se graduó de bachiller y le dijo a su padre que se inclinaba por la zoología. El padre se emocionó, lo abrazó, lo que en general nunca hacía, y le dijo: “Estás matriculado en la Escuela de Medicina para que estudies al animal más grande de la naturaleza”.

Estudios que comenzó en Cartagena y continuó en Bogotá, en la Universidad Nacional, que tenía la escuela de medicina en la calle 10.ª, famoso título de una de sus novelas, en las que vació esa vida de estudiante negro en Bogotá, en una de las calles más vibrantes de esa pequeña ciudad que era una gran urbe para un muchacho costeño. Allí también dejó relatado el asesinato de Gaitán.

Sin título

Sin graduarse, Manuel Zapata Olivella no pudo resistir el deseo de irse a conocer el mundo. “Me envenené con la pasión de los viajes”, solía comentar entre divertido y abrumado. Con bolsillos más bien vacíos y zapatos nuevos partió desde Bogotá, recorriendo buena parte del país, luego cruzó Centroamérica haciendo de todo.

En Guatemala, por ejemplo, fue presentado como boxeador cubano y en una pelea lo noquearon en el segundo asalto, pero con lo que le pagaron se pudo costear el pasaje a Ciudad de México.

Buscó al médico y reconocido cantante Alfonso Ortiz Tirado, que tenía una gran clínica y quien lo nombró asistente de anestesia, cargo en el que duró un par de días. No resistió las cirugías.

Ortiz Tirado lo recomendó para trabajar en un hospital siquiátrico de mujeres y luego estuvo en una especie de centro de rehabilitación de personas con todo tipo de adicciones, lo que amplió su mundo de alucinaciones.

Tuvo trabajos menos ásperos como de extra en la película Doña Bárbara, en donde actuaban María Félix y Jorge Negrete. Fue ayudante del fotógrafo Leo Matiz y periodista en distintos medios. Fueron cuatro años en los que vivió a tope hasta que decidió irse a Nueva York.

Encuentros y desventuras en su vida

Alguien le dio la dirección de Ciro Alegría, escritor peruano y defensor de la causa indigenista, y no dudó en presentarse un día en su casa. El autor de El mundo es ancho y ajeno narró ese encuentro en el prólogo de Tierra mojada, la primera novela de Zapata Olivella:
“(…) Advirtiendo sus gastados zapatos de hombre que ha andado mucho, recordaba el tiempo en que a mi vez comencé, pero allá en el sur, hace años en el Perú tiranizado y en Chile, asilo de opresión… Entre pregunta y respuesta la charla se extendió sobre el rimero de libros y papeles que era mi habitación. Sabía de libros y, lo que es más importante, conocía la vida. Me fue interesando su buen temple humano. Salimos a almorzar. Mientras devoraba las viandas con hambre antigua, a la vez que honrosa, me contó los milagros de su existencia. He allí un novelista que era también novelesco... Nueva York le había de mostrar algo amargo de entrada: Harlem. Y Harlem le había de revelar, a medianoche, el corazón de un poeta. Langston Hughes lo recibió como a un hermano y le cedió su lecho, durmiendo el cantor negro en una silla. Después Jorge Lozano le compró un cuento para la publicación Norte. Pero Nueva York es caro y llegaron los días malos. Zapata fue al comedor del Padre Divino y pagaba 15 centavos por yantar. Dormía en un hotel donde cobraban 50 centavos por noche. Tenía solamente una novela y una esperanza… Aconsejé a Zapata que no publicara inmediatamente su novela, cosa en la cual estaba empeñado, y que la trabajara una vez más. ¡Es tan difícil esperar cuando uno ha escrito su primera novela! Sin embargo, Zapata volvió a sus páginas y a sus hambres... Después de no sé cuánto tiempo, el otro día recibí carta de nuestro amigo. Se halla en Bogotá, donde finaliza sus estudios de medicina, dirige un centro de estudios de medicina y un centro de estudios afrocolombianos y sigue escribiendo. Ha terminado Tierra mojada y me pide un prólogo…”.

 

En 1947 se publicó Tierra mojada. Un relato triste y muy detallado sobre el cotidiano de los sembradores de arroz, con su prole al lado, en Barranquilla y sus alrededores, y su lucha constante por un pedazo de tierra y en contra de los desmanes de los terratenientes y de una justicia siempre al lado de los poderosos.

Manuel se graduaría finalmente como médico cirujano con una tesis muy sugestiva: “La dialéctica aplicada al diagnóstico clínico”.

Un representante de las raíces afrocolombianas

En una documentada biografía que hizo de Zapata Olivella su amigo y pariente, el poeta y escritor samario José Luis Díaz Granados, se lee que sería Zapata quien llevó a Gabriel García Márquez al periódico El Universal, donde Gabo comenzó su carrera periodística, explicando este hecho, porque “la vocación más dominante de Zapata era tratar de resolverle los problemas a todo el mundo”.

También cuenta que en 1960 se matriculó en el Instituto Caro y Cuervo, con el afán de adentrarse en la literatura y en las lenguas, aunque para esa fecha ya había escrito muchas novelas, cuentos, obras de teatro, radionovelas, telenovelas, centenar de artículos, ensayos, ponencias y había dictado conferencias en el país y en el exterior.

Porque siguió viajando. Lo invitaban a congresos y encuentros a los que nunca se negó.

Fundó a mediados de los años 60 la importante revista Letras Nacionales y se casó con Rosa María Bosch, de nacionalidad catalana, quien lo acompañó hasta sus últimos días y crió a las dos hijas que tenía Manuel.

Una de ellas, Edelma, heredó su gusto por las letras y se convirtió en la custodia de sus bienes y de sus obras, misión muy enredada por líos jurídicos imposibles de deshacer.

En 1985, Colombiana de Televisión estrenó su telenovela El Siete Mujeres, que tuvo gran audiencia, como la habían tenido antes en la emisora Caracol las radionovelas Murallas de pasión, Amor salvaje y Ojos vendados.

Esa relación privilegiada con los medios se vio premiada en 1989, cuando obtuvo el galardón al mejor trabajo cultural en radio, por parte del prestigioso premio de periodismo Simón Bolívar.

Sus novelas también le dieron satisfacciones. Se jactaba de que había sido finalista en el Premio Esso de novela en 1963, cuando el ganador fue Gabriel García Márquez con La hojarasca, y en el premio de Novela Breve de Seix Barral, cuando Mario Vargas Llosa lo ganó con La ciudad y los perros.

No desaprovechó espacio ni ocasión para hablar de la importancia y dignidad de sus antepasados, afirmando que nunca fueron esclavos, que los tuvieron que traer encadenados y así fueron llevados a las minas y a construir las murallas de Cartagena.

José Luis Díaz Granados lo recuerda con emoción. “Cuando yo vivía en Cuba, Manuel me escribió una bellísima carta con su letra temblorosa, solidarizándose con mi exilio. Y al final me revelaba que su abuelo era samario y se llamaba Antonio Zapata Granados. Resulta que a principios del siglo XX había una costumbre en Santa Marta: cuando un Díaz Granados tenía un hijo con una mujer de raza negra, le quitaban el Díaz y solo le dejaban el Granados.

Eso yo lo sabía, de manera que cuando terminé de leer la carta me agarré a llorar de emoción: Manuel y yo teníamos la misma sangre. Esto lo he contado en decenas de charlas y conferencias que he dictado sobre Manuel, en Bogotá, en Lorica, en Cartagena y en la propia Santa Marta”.

 

El escritor chocoano Óscar Collazos (q. e. p. d.) escribió en este periódico una sentida semblanza, publicada con ocasión de la muerte de Manuel en la que resalta que su gran obra es Changó, el gran putas, una ambiciosa épica de esa diáspora africana a América. “Es un vasto, incomprendido testamento narrativo, mezcla de historia y mito, antropología y poesía. Obra que resumía su biografía cultural y sentimental”.

Zapata contó que le había llevado 20 años escribirla, investigarla, documentarla y que cuando salió a presentarla, pocos lo recordaban.

Siempre digno, enhiesto y radical, a pesar de todas las condecoraciones y premios que recibió, no pudo acceder a una pensión. El mayor reconocimiento fue el sentido, musical y multitudinario entierro y la ceremonia de esparcimiento de sus cenizas en el río Sinú, en medio de centenares de representantes de las comunidades negras de todo el país y de delegados internacionales que lo lloraron porque perdían al mayor y mejor relator de su pasado y de su presente.

TOMADO DE:

MYRIAM BAUTISTA
Para EL TIEMPO


Más notas de Actualidad