Revista Pijao
«Yo nunca sería un escritor complaciente»
«Yo nunca sería un escritor complaciente»

Por Amelia Duarte de la Rosa

Diario Granma (Cu)

Nicolás Dorr tiene la ternura de un niño, la vitalidad de un adolescente y la sabiduría de un anciano. Parece un hombre sin edad. Un ser que, sencillamente, respira vida.

Su pasión, desde los diez años, ha sido el teatro. Y no es extraño dejar ver que le gusta poetizar la vida, los sentimientos y sufrimientos, las alegrías como las penas. Es persistente como todo dramaturgo debe ser y sabe que tanto en la prosa como en la escena no pueden faltar ni la comprensión, ni el respeto.

Nicolás Dorr es una criatura de isla. El mar es su fuente de energía. Aunque para crear prefiere la oscuridad. Sus ojos rebuscan los duendes de la noche silenciosa para soltar la imaginación. La mañana, en cambio, le sirve para volver sobre lo imaginado la noche anterior y aplicar el razonamiento, la observación crítica. No deja pasar un día sin cuestionarse la vida. Sabe que lo material, mirado cuidadosamente, conserva el milagro cotidiano de lo desconocido, el ala del ángel.

Su obra se parece a su vida, es intensa, límpida. Sus primeros pasos en las tablas estuvieron bendecidos por Rine Leal, cuando dijo: «Ha nacido un autor, no se parece a ningún otro en Cuba». Desde ese entonces ha sido una referencia en la dramaturgia nacional.

 ***

–El barrio de Santa Fe tiene un significado especial para ti… pudieras hacernos recorrer contigo los mejores momentos que has vivido ahí.

–La playa de Santa Fe era en mi niñez y adolescencia un pueblo mágico. En él se unía la rusticidad campesina y la frivolidad de una ciudad cosmopolita y muy aburguesada. Yo fui extraordinariamente feliz en ese campo marino o playa campestre como me gusta llamarle. Yo tenía varios amiguitos y pasábamos ratos formidables. El mar era nuestra vida.

«Viviendo en Santa Fe, en octubre de 1959, la revista Bohemia publicó un artículo con mi foto sobre los poemas que ya escribía en aquella época. Me hice famoso como niño poeta para orgullo de mi madre que siempre se afanaba en que yo fuera artista. Viviendo ahí, escribí y estrené mis dos primeras obras Las pericas y El palacio de los Cartones. Sentirme santafesino me da mucho orgullo. Recibí con mucho placer la distinción de Hijo Ilustre.

– ¿Cómo llegas, entonces, al teatro?

–Por una matrícula en la sección de teatro infantil de la famosa Academia de Artes dramáticas de La Habana. De los diez a los 13 años repetí el mismo curso por deseo de mi madre y del mío propio. Tuve grandes profesoras y actué en varias obras en pequeños papeles.

– ¿Cuánto influyó en tu formación el mítico Seminario de Osvaldo Dragún del teatro Nacional de Cuba?

–Sobre mi relación con el seminario ha habido confusiones. Cuando yo entré en el Seminario de Dramaturgia ya tenía estrenadas dos obras y me consideraban el dramaturgo más joven de Cuba. Y los periodistas me llamaban «Botón de genio», «Alfred Jarry tropical», «Genio del burlesque», «L’enfant terrible»… Así y todo el Seminario fue para mí un periodo de reafirmación, de ganancia de oficio. Y de suerte, porque el gran dramaturgo argentino, Osvaldo Dragún, prologó mi primer libro con mis obras de teatro.

–Rubén Vigón, Eugenio Hernández Espinosa, Gerardo Fulleda León, José Brene, Rosita Fornés… qué significan estos nombres para ti.

–Vigón, mi descubridor, el que me abrió la gran puerta del teatro cubano. Eugenio y Gerardo, condiscípulos que me ofrecieron asistir a sus inicios y reafirmaciones como dramaturgos. José Brene un magnífico amigo y un dramaturgo insoslayable.

«Rosita Fornés es para mí nuestra más esplendente actriz. He podido escribirle algunas obras y me las ha engrandecido con profesional entrega. La admiro soberanamente. Pero necesito agregar otros nombres, pues quisiera recordar ahora el privilegio que he tenido en mí ya larga trayectoria autoral de poseer escritos sobre mi trabajo, de figuras importantes de nuestra cultura como Ezequiel Vieta, José Antonio Portuondo, Salvador Bueno, Cintio Vitier, Nancy Morejón, Camila Enríquez Ureña, Virgilio Piñera, Rine Leal, Pablo Armando Fernández, César López… ¿No es para sentirse orgulloso y agradecido? Y más recientemente he sido beneficiado por acercamientos muy acuciosos sobre mi teatro por el talentoso Norge Espinosa. No puedo quejarme para nada».

– ¿Qué explora el teatro que te gusta escribir?

–En el hombre y sus problemas cotidianos y también trascendentes. Prefiero siempre un teatro elaborado, con buen gusto y que ayude a la gente a ser mejores y a ganar en sensibilidad refinada y pensamiento avispado.

– ¿Qué tipo de compromisos asumes como escritor? ¿Cuál escritor defiendes ser y que tipo nunca serías?

–El único compromiso posible: escribir, crear nuevos personajes, comunicarme… Yo nunca sería un escritor complaciente y mucho menos un hacedor de encargos por ganar adeptos o apoyos. Respeto la escritura sincera y sentida, sin concesiones halagadoras. Creo que soy un autor auténtico.

– ¿Cuándo se te hace más difícil escribir, cuando haces teatro o narrativa?

–Escribir teatro se me da muy fácil. Ya la novela es otra cosa. Necesita mucho más tiempo de elaboración y mayor nivel de angustia. Siempre he ido buscando nuevas formas, nuevas historias y he ido ganando, creo yo, cada vez mayor oficio. Aunque nunca he conocido el llamado terror ante la página en blanco. Cuando tengo un título o un personaje ya nada me detiene.

– ¿Influye en tu obra la realidad social actual?

– ¡Y de qué manera! He escrito un par de obras sobre problemáticas bien actuales como Diálogos a media tinta. Resulta muy efectivo abordar la realidad actual. El público lo agradece. No hay que controlarse por el llamado a tener «responsabilidad en los abordajes críticos», como algunos pretenden exigirles a los creadores. Ese valladar de la responsabilidad social mata la audacia y puede hacer del arte una práctica insípida e improductiva.

–Has incursionado en la comedia y el drama ¿Con cuál te sientes más a gusto?

–Con ambos, cuando logro mezclarlos. Siempre me ha gustado esa fusión. Lo grave junto a lo simpático, la risa junto a la seriedad. Ese es el teatro que se acerca más a la vida. ¿Acaso no nos movemos entre esas dos fuerzas?

–De todas tus obras ¿cuál es la que más te gusta y la que más te ha marcado? hablo de tu teatro y de tus novelas también.

–En realidad en el teatro han sido varias. He tenido muy buenos intérpretes que me han mantenido con éxito constante. La chacota, Una casa colonial, Vivir en Santa Fe, El hombre más codiciado del mundo, y más recientemente La profana familia, me ha propiciado llenar grandes teatros. Eso es maravilloso para un autor.

«En cuanto a la novela, creo que El Legado del caos es un título importante de mi narrativa. Me siento muy orgulloso de haberla escrito con tanto fervor. Era un tour de forcé para mí que siempre me había caracterizado por el dominio del diálogo, y ahora entraba en el ámbito de la narración pura. Y salí airoso. Ha tenido valoraciones muy estimulantes. Fue un trabajo bien arduo pero me reafirmó como escritor. Ya tengo terminada una segunda novela, pero no puedo dar más información sobre ella, pues la tengo en concurso».

– ¿Cómo convives con tus personajes, cómo les das vida?

–Convivo con ellos a diario durante el periodo de gestación. Son la mejor compañía y la manera de irlos conociendo a profundidad. Los imagino y les doy vida a partir de tres preguntas: ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Cómo actúas? Cuando me dan esas respuestas entonces es que me convierto en ellos mismos. Por lo general eso no sucede de entrada, sino después de un proceso de convivencia escudriñadora.

– ¿Cuando escribes una pieza, lo haces pensando en algún actor/actriz en específico?

–No. Los personajes son independientes de los actores; son tus «egos imaginarios», como los llama Milán Kundera. Solo una vez lo hice, cuando decidí que un personaje que ya tenía esbozado lo iba a moldear para Rosa Fornés. Y así fue; pero el personaje ya existía en ciernes.

– ¿Cuál es la cualidad que más aprecias en un actor y en un director?

–En un actor que sepa valorar y cuidar las palabras del personaje y su caracterización; para el director, que no se las quiera dar de autor y que asuma la obra ajena con el amor, la humildad y la consideración que debe merecer.

–Cuando diriges, ¿modificas tus textos?

–Siempre uno puede y debe volver sobre lo escrito con distancia crítica. Ahí reaparecen inconformidades y no puede uno contenerse en realizar reajustes enriquecedores. La escritura es un cuerpo vivo, y por lo tanto modificable. Para un autor dirigir sus obras es una gran ganancia en este ejercicio de modificar para beneficio de la obra.

– ¿Por qué en los últimos años has optado por encarnar tus propios personajes?

–Esa fue una idea del director del Teatro Repertorio Español de Nueva York, en unas jornadas que me dedicaron en 1994. Se hicieron lecturas dramatizadas de varias de mis obras y me pidieron que concluyera aquellas estupendas jornadas, ofreciendo un recital dramático. Acepté la provocación y le titularon de un modo muy norteamericano: Nicolás Dorr en persona.

«Me gustó interpretar algunos de mis personajes y como fue todo un éxito, lo he continuado haciendo en otros países, y aquí en Cuba, ya con un nuevo título más modesto: Nicolás Dorr y otros personajes. Y sigo alcanzando una amplia aceptación. Soy de la opinión de que el dramaturgo es el primer actor pues tiene que hacer como los actores, entrar en la piel del personaje. ¿Por qué entonces no transformarte en ellos a la vista de otros?».

–Una última pregunta que haciéndotela a ti es tan necesaria como cardinal ¿Cómo valoras el teatro cubano actual?

–Va a pasos muy lentos e imprecisos en el ámbito de la dramaturgia. La vertiginosidad de los sesenta y los ochenta está detenida. En cuanto a los actores y directores, la renovación a la que asistimos en estas especialidades no permite aún establecer criterios definitivos. Los grandes directores y los maravillosos actores que hemos tenido, ya no están. Es esta una etapa de tanteos, pero hay que tener fe de que tal vez se alcancen aquellos años de plenitud teatral absoluta.


Más notas de Actualidad