Revista Pijao
Vicente Luis Mora: 'Soy un partidario acérrimo de la imaginación'
Vicente Luis Mora: 'Soy un partidario acérrimo de la imaginación'

Por Alberto Gordo   Foto Marta Eloy Cichocka

El Cultural (Es)

Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970) ha tocado todos los géneros literarios, y eso por no hablar de su faceta de gestor cultural. También se suele citar su formación como abogado. Lo último que entregó a la imprenta -antes de la novela que nos ocupa aquí- fue Cuarta Persona del Plural (Vaso Roto), una antología de jóvenes poetas españoles que daba un mapa -según la crítica muy completo- de la poesía contemporánea de nuestro país.

En Fred Cabeza de Vaca (Sexto Piso), ganadora del Premio Torrente Ballester, Mora vuelve a derribar muros, desafiando a los que gustan de etiquetar los libros. Esos muros son genéricos (entre la novela, el ensayo filosófico y la biografía) pero también entre disciplinas artísticas. El cordobés, que ha sido director del Instituto Cervantes en Alburquerque y en Marrakech, compone en esta novela una biografía fragmentaria, hecha de mil retazos, del ficticio Fred Cabeza de Vaca, un artista de carácter ambiguo, genio o farsante, embaucador, charlatán, inteligentísimo, y lo hace para hablar de temas como la construcción de la identidad en la era mediática, el arte y la impostura o la relación de los artistas -y de las gentes de la cultura en general- con las instituciones. “Nunca estoy seguro de cómo surgen los libros”, comenta el escritor. “Digamos que en mi cabeza se van acumulando capas de imágenes; algunas construyen su propio espacio, levantan paredes y devienen habitaciones donde debo sentarme a escribir”.

Pregunta.- ¿Tiene Fred Cabeza de Vaca modelos reales?

Respuesta.- No, no está inspirado en nadie, pues soy un partidario acérrimo de la imaginación y del trabajo. Intenté que Fred fuese lo contrario del artista estereotipado, dotándolo de aristas, tripas, sangre y humanidad, pese al rechazo que me produce. He procurado que sea una persona creíble.

La novela de Mora viene del pasado inmediato, pasa rauda por el presente y continúa en un futuro imaginado. ¿Pero es una novela distópica? “Me pareció necesario hacerlo así porque no quería un personaje nacido en los años 50. Para mí el género distópico es un género muy querido, también como lector, por la libertad que permite a la narración y la proyección de los problemas actuales que permite hacer hacia el futuro”.

P.- ¿Por qué elige que la conductora de la biografía sea una investigadora, y una mujer?

R.- Me atrae crear personajes femeninos, por muchas razones: la dificultad de hacerlos verosímiles, la virtud de apartar al instante cualquier tentación autoficcional, su mayor profundidad psicológica, etcétera. Natalia, además, es el anticlímax de las facetas oscuras de Fred aunque ella, como es natural, tiene sus propias tinieblas. Como mujer e investigadora, me pareció la narradora ideal; he disfrutado mucho creándola porque, pese a que lleva la voz cantante, prefiere quedarse entre bambalinas, lo que me obligó a ser muy sutil.

P.- ¿Le interesaba explorar la construcción de la identidad en Internet, con esa acumulación de artículos, posts, imágenes, comentarios, que aparecen cuando uno teclea su nombre en Google? ¿Hasta qué punto es nuestra identidad hoy una suma de todo eso?

R.- Cada vez tengo más dudas al respecto; antes pensaba que influía mucho, pero conforme avanzan los años creo que Internet sólo crea un espejo esperpéntico (tanto a través de nuestra participación como mediante la opinión ajena acerca de nosotros), donde se refleja un avatar, una máscara deseante que busca ser deseada. Creo que la persona real sigue en la casa, frente a la pantalla, con los rulos puestos o sin afeitar.

El mismo Cabeza de Vaca atribuye su éxito a que se dio cuenta pronto de “que vivíamos, y seguimos viviendo, en una época de representaciones donde tu valor exacto depende de la forma en que eres percibido por los demás”. Aquí el escritor está de acuerdo con su personaje. “El ‘valor' hoy se confunde machadianamente con el precio de coste -opina Mora-. Nuestro valor de cambio en el mercado social se cotiza a partir de imágenes favorecedoras. En el caso de Fred, aunque tiene un talento real, se da cuenta en sus años mozos de que eso importa menos que el reconocimiento ajeno de su capacidad”.

P.- ¿Se considera un novelista de ideas, con una voz cercana a la del ensayista?

R.- No. Pero lo que ocurre es que la mayoría de los personajes de esta novela provienen del mundo de las ideas: son filósofos, investigadores, críticos... Lo inverosímil sería que no tuvieran un discurso profundo. Pero creo que el tono general es más narrativo que ensayístico.

P.- A Cabeza de Vaca unos lo consideraron un genio y otros un farsante. ¿Esta polarización de los juicios es un rasgo también del tiempo en que vivimos?

R.- La línea entre el genio y el farsante -y creo que es evidente en el caso de Dalí- es bastante fina. No creo en los genios, creo en personas puntualmente tocadas por el genio, lo cual puede pasarle a Picasso o Miguel Ángel, pero también a Virginia Woolf o a Mary Anne Evans (George Eliot). Qué pocas veces hablamos de genialidad femenina, ¿verdad?

De lo que sí se habla en la novela es de la relación de los artistas con las instituciones. Y de cómo una obra, o su recepción, puede verse deformada por el apoyo o rechazo que le presten las instituciones públicas. “Claro que puede distorsionarse -señala Mora-. Sucede cuando los dirigentes de la institución creen que alguna estética o artista puede ayudar a sus fines”. Como ejemplo, el autor pone la ‘arquitectura de autor', “a veces costeada con fondos públicos para satisfacer la pulsión faraónica de quienes quieren dejar tras de sí sus pirámides”.

Desaparecer, lujo inasequible

P.- Cita a artistas que, como Salinger, Pynchon o Malick, decidieron desaparecer. ¿Pero no condiciona también este gesto -a veces una coquetería- la recepción de sus obras? ¿No la pervierte de otro modo?

R.- Por supuesto, pero menos, ¿no? Creo que ese distanciamiento otorga una libertad total. Pynchon puede estar en cualquier parte, ser cualquiera, hacer lo que le dé la gana sin ser reconocido. En unos años eso será un lujo inasequible.

P.- ¿Diría que su libro es una crítica al arte contemporáneo?

R.- En absoluto. En la novela se ponen en cuestión, a veces mediante la ironía, otras veces mediante procedimientos más crudos, ciertas dinámicas e inercias del mundo del arte.

P.- ¿Qué relación tiene con el arte contemporáneo? ¿Qué tipo de artistas le interesan?

R.- Mi experiencia unas veces ha sido teórica y otras mucho más directa. En todo caso, diría que es una relación profunda y, desde luego, afectiva. No soy un experto, pero es un mundo del que puedo hablar con conocimiento de causa, además de haber leído infinidad de páginas al respecto. Mis viajes siempre tienen como objetivo número uno el arte contemporáneo del lugar visitado, mi ocio es en buena parte contemplar arte o leer sobre él; es algo vital para mí.

P.- ¿No cree que cierto arte contemporáneo, bajo la falsa intención de hacerse popular, ha terminado alejándose del público y cerrándose en sí mismo?

R.- No entiendo el arte contemporáneo como un “cuerpo” capaz de tomar decisiones. Es un inmenso archipiélago de nódulos disímiles, distintos en cada país, ciudad y barrio. Algunos se han popularizado, otros se han encastillado, otros se preocupan por el entronque con su entorno y otros nodos se diluyen en la sociedad mediante el arte colectivo. No hablaría en general. Cuando se habla del arte en abstracto acabamos hablando de museos, y éstos son sólo uno de los muchos lugares donde el arte sucede.

P.- En el libro reflexiona sobre la influencia de la filosofía. ¿Cree que ha vuelto a la calle con “fenómenos” como el de Žížek, que llena auditorios?

R.- Me da la impresión de que los auditorios los llena el carisma de Žížek. No soy tan optimista como usted respecto a este tema; ojalá la calle bullera de diatribas escolásticas sobre el lenguaje y la ética pública, pero, lamento decirlo, no es eso lo que me llega al pasear por la calle. Y paseo todos los días, porque como narrador disfruto escuchando conversar a desconocidos.

P.- ¿Qué importancia tiene para usted la inteligibilidad al escribir una novela? ¿Es algo que le preocupa? ¿Se dirige conscientemente a algún tipo de lector concreto?

R.- Claro que me importa, pero distingo dificultad de complejidad; nunca sacrifico la complejidad, pero la dificultad no es siempre necesaria. La transformación kafkiana o Bartleby, el escribiente de Melville son fáciles de leer y todavía estamos discutiendo sobre su alcance y significado, porque son endiabladamente complejas.

P.- En una entrevista de hace tiempo, en El Cultural, dijo que los poetas contemporáneos debían “matar a Machado”. Pero una crítica recurrente a los nuevos es su falta de referentes de altura, de autores clásicos. ¿No está de acuerdo?

R.- Lo que quise fue denunciar la influencia que el mal entendimiento de Machado producía en la poesía. A mí me gusta Machado (aunque preferiría que las voces influyentes fueran Lorca o Juan Ramón), pero fue una de mis primeras entrevistas y pagué el precio del novato. Es cierto que el adanismo es un mal de los jóvenes, pero no sólo de los poetas, también de los narradores. Mis primeros libros estaban trufados de ecos y citas, quizá en exceso, pero era fruto de mi rendida admiración a los maestros de los que había aprendido todo.

En varias ocasiones, el entrevistado corrige al entrevistador cuando éste trae afirmaciones suyas del pasado. También se corrige a sí mismo, sus ideas de entonces, que no tiene problema en enmendar, dando muestra de un pensamiento en marcha. “Uno tiene una concepción volcánica, vitalista y entusiasta de la literatura y el pensamiento, que intenta domeñar, no siempre con éxito -explica-. Seguro que en lo que he dicho hasta ahora hay frases de las que me arrepentiré en breve. Pero creo que la indiferencia en temas culturales es peor que la pasión; si algo nos arrebata, es que todavía nos importa”.

P.- Su blog Diario de Lecturas comenzó en 2005, y aún hoy lo actualiza. Debe de ser una de las bitácoras literarias más longevas de la red...

R.- El blog comenzó como un archivo de reseñas, luego se convirtió en instrumento de agitación teórica, y actualmente es un espacio de reflexión serena, donde subo textos que por su extensión o sus características no tendrían acomodo en medios tradicionales. El blog no es mi mejor obra, pero es lo mejor que me ha pasado como escritor. Gracias a él me he dado una voz, sin intervención de ningún mecanismo legitimador ajeno. Para mí eso es la crítica, una voz que se sostiene por sí sola.

P.- ¿Qué es lo que más y lo que menos le gusta de la literatura española contemporánea?

R.- Me gustan bastantes singularidades. No me gusta esa pulsión mercantil por el libro “basado en hechos reales”, que acaba asemejando las obras a esos telefilmes, casi siempre basados en hechos reales, que nos ayudan a dormir la siesta tras el telediario.

Despertares poéticos

Justo este viernes Mora dio por concluidos sus despertares poéticos en Twitter. Cada día, por la mañana, y desde hace dos años ininterrumpidamente, escribía un tuit poético, aforístico, siempre con el despertar como tema central. Este fue el último: “Despierto, una gigantesca bola invisible apoyada sobre mi pecho me impide moverme o levantarme, poco a poco también me va dejando sin respir”.

Preguntado por las posibilidades literarias de lo digital, Mora cita al clásico: “Un escritor utiliza hasta los papeles rotos de las calles, usando la imagen de Cervantes. No hay límites formales para el escritor. Cualquier superficie inscribible es su casa. Mis despertares han sido fruto de esas posibilidades digitales. No obstante, sigo escribiendo la poesía a mano. Cada página me pide su técnica, su forma, su espacio. Mi trabajo es sentarme y hacerles caso”.


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