Por Yorley Ruiz M.
Especial para El Espectador
“El testimonio de Vicente Aleixandre nos remitía al pasado que nos había elegido —pues la literatura nos elige, y no nosotros a ella, aunque no siempre sepamos ser dignos de la elección— y nos recordaba así el arduo deber que a sus servidores impone la palabra escrita”, conmemoró el poeta Pere Gimferrer, al referirse a su amigo y maestro Aleixandre, en medio de un discurso como académico de la Real Academia Española, en 1985.
En efecto, la literatura escogió a Aleixandre. Durante su juventud, estudió derecho y comercio e hizo una especialización en derecho mercantil y se dedicó a la academia como docente. Pero, a pesar de ello, se veía atraído por las letras; al conocer a Dámaso Alonso y al acercase a poetas como Gustavo Adolfo Bécquer y a Rubén Darío, comenzó a plasmar sus propios versos. Más tarde, un quebranto de salud lo llevó al reposo, tiempo que dedicó a la escritura y en el que se dio a conocer por publicaciones en revistas importantes de la época.
“Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo
escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los
pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin
oírme,
Está mi palabra” Fragmento de “Para quién escribo”.
Este poeta español, nacido en Sevilla, en 1898, amante de la novela y de la historia, como de la pluralidad y la diversidad cultural e idiomática y dudoso de la certeza, era un gran escritor epistolar, según su amigo Gimferrer, con quien construyó una estrecha relación por cartas. Destacaban su prosa y una reflexión moral profunda, enmarcada en su contexto.
“¡No!
El hombre está muy lejos. Alta pared de sangre.
El hombre grita su corazón de bosque.
Su gotear de sangre, su pesada tristeza.
Cubierto por telas de un cierto derrumbado
lejanamente el hombre contra un muro se seca”. Fragmento de “Mundo inhumano”.
Dedicado a la poesía, construyó, año tras año, su obra, acompañada de trabajos por encargo de ensayos, pero siempre enfocado en sus versos. Fue amigo de Federico García Lorca y de Luis Cernuda, sus contemporáneos dentro de la generación del 27. Se dedicó a impulsar a los jóvenes poetas de la segunda mitad del siglo XX como miembro de la Real Academia Española, y más tarde, en 1977, recibió el Premio Nobel de Literatura, con el que, además, se reconoció todo el trabajo de su generación de poetas.
Con influencias de Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado, Aleixandre publicó su primer libro: Ámbito (1928), con el que emprendió su camino entre las letras, pasando por la poesía “pura”, la poesía surrealista hasta llegar a la antropocéntrica, con la cual, según Gimferrer, a sus 70 años de edad, logró reflejar un nuevo capítulo dentro de su creación: “Años llevábamos leyéndolo, años admirándolo, y , sin embargo, sus dos libros finales, Poemas de la consumación (1974) y Diálogos del conocimiento (1974), tuvieron la desacostumbrada virtud de sorprendernos a todos (…). Son estos dos libros la cima de su vasta obra, y rara vez han sido igualados en la historia de la poesía en lengua castellana”.
Durante sus últimos años, un dolor comenzó a carcomer su cuerpo. Se fue quedando ciego. Aún en medio de su sosiego, decía para sí: “Yo soy el dolor”. Incesante, según Gimferrer, hacía de su padecimiento, hasta los últimos días de su vida, poesía. Murió en 1984, a la edad de 86 años.
“Un eslabón acaba de quebrarse, diríamos. Pero no: el eslabón está ahí; lo que se ha roto es la mano perecedera, la carne que lo forjó (…). La desaparición de un poeta cumplido está llena de armonía y parece tan solemne, necesaria y fecunda como la diaria puesta del sol”, escribió el nobel Aleixandre al referirse a la muerte de Juan Ramón Jiménez. Tiempo después, esas mismas palabras fueron recordadas por su discípulo Gimferrer, en medio de su discurso ante miembros de la Real Academia Española, al sustituirlo dentro de ese gremio.
Así, la poesía es de todos y de nadie, cada poeta resulta una nueva posibilidad, una nueva significación de la vida y lo que acarrea existir, perece la carne, persiste la palabra: “El poeta canta para todos”.
“La palabra responde, por el mundo. Hay mañanas
En que oímos el mar, la tierra en ella.
Es una cueva oscura, o un relámpago fijo.
Noches que se iluminan con la palabra humana.
¡Un firmamento o una voz ¡
Pero a veces, muchas veces. La palabra limita
Con el hombre, es el hombre”. Fragmento de “La oreja, la palabra”.
Los besos
No te olvides, temprana, de los besos un día.
De los besos alados que a tu boca llegaron.
Un instante pusieron su plumaje encendido
sobre el puro dibujo que se rinde entreabierto.
Te rozaron los dientes. Tú sentiste su bulto,
en tu boca latiendo su celeste plumaje.
Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha.
¿Quién no besa esos pájaros cuando llegan, escapan?
Entreabierta tu boca vi tus dientes blanquísimos.
Ah, los picos delgados entre labios se hunden.
Ah, picaron celestes, mientras dulce sentiste
que tu cuerpo ligero, muy ligero, se erguía.
¡Cuán graciosa, cuán fina, cuán esbelta reinabas!
Luz o pájaros llegan, besos puros, plumajes.
Y oscurecen tu rostro con sus alas calientes,
que te rozan, revuelan, mientras ciega tú brillas.
No lo olvides. Felices, mira, van, ahora escapan.
Mira: vuelan, ascienden, el azul los adopta.
Suben altos, dorados. Van calientes, ardiendo.
Gimen, cantan, esplenden. En el cielo deliran.
Vicente Aleixandre