Por Juancho Armas Marcelo
El Cultural (Blogs A la intemperie)
La santa manía de escribir convertida en gran vicio creativo: Vargas Llosa. Hace casi siete años que recibió el Nobel de literatura en Estocolmo. Mucha gente creyó que iba a llegar hasta ahí y que después se tomaría su tiempo para otras cosas de la vida. No ha sido así, sino todo lo contrario: el Nobel funcionó en Vargas Llosa como un mecanismo de superación del cansancio de los años y terminó por retroalimentar su vicio de siempre: la escritura literaria de novelas, artículos, ensayos, más las clases escritas en las universidades norteamericanas de máximo prestigio. Ese juego incansable dará nuevos libros en el inmediato y próximo futuro. Primero saldrán a las librerías, en el próximo mes de octubre, sus lecciones académicas en Princeton: Vargas Llosa en Princeton, que incluye, bajo la dirección de Rubén Gayo, cursos todos que Vargas Llosa ha dado en esa universidad los últimos años. Después, en primavera, saldrá de la imprenta un ensayo autobiográfico sobre la evolución ideológica del escritor.
Esa autobiografía marca el camino ideológico, desde el marxismo militante en Cahuide, la célula universitaria comunista en la que militó de joven durante un breve tiempo, hasta el liberalismo más polémico en los tiempos que corren. El ensayo, que se titulará El llamado de la tribu (o La llamada de la tribu, todavía no está decidido), incluye no sólo esa reflexión autobiográfica, enlaza en directo con la memoria política que ya escribió en El pez en el agua, poco leído por los lectores de Vargas Llosa en comparación con el número creciente de los lectores de sus novelas. Esos siete sabios liberales, unos más que otros, son Adam Smith, Ortega y Gasset, Hayek, Popper, Berlin, Aron y Revel. Sus ensayos escritos y las conversaciones mantenidas con algunos de ellos fueron convenciendo a Vargas Llosa de que el liberalismo, entendido como un pensamiento intelectual e ideológico, era su camino. Estoy seguro de que algunos de estos pensadores, por no decir todos ellos, se hubieran asombrado del itinerario que ha tomado el capitalismo actual, una suerte de regreso a la selva contra el que también hay que luchar a brazo partido. Pero los enemigos de la ciudad abierta siguen ahí, la mentira es una realidad cotidiana que mueve el mundo y el dinero se ha convertido en un terrible monstruo de destrucción masiva. Voy a leer, dentro de poco, el original de este ensayo en el que me llamará mucho la atención la descripción de ese camino recorrido por el Nobel peruano desde que estuvo en la Universidad de San Marcos en Lima hasta hoy mismo, cuando el vicio inexpugnable de escribir es tan fuerte en él como cuando era un joven estudiante que quiso conquistar su vida exiliándose por voluntad propia e intelectualmente en París, la ciudad en la que tantos –incluido él mismo– descubrieron que eran latinoamericanos.
Hace cincuenta años en este agosto de calor Vargas Llosa recibió en Caracas el premio Rómulo Gallegos por su novela La casa verde. En el acto de entrega del galardón, el escritor leyó un texto en público que resultó el gran catecismo de su vida: La literatura es fuego. Ahí destaca lo incómodo e inconveniente que un escritor y sus escrituras deben ser para su propia sociedad y para los discursos políticos dominantes en cada momento. A partir de ese momento, cada declaración pública de Vargas Llosa fue un acontecimiento escandaloso. Su camino hacia el liberalismo le valió el anatema de las izquierdas guevaristas latinoamericanas, el ostracismo del castrismo delirante y el desprecio de todos los que creían que Vargas Llosa era un sometido más, igual que ellos, a la superstición revolucionaria.
Ahora es un liberal que tanto fustiga a la derecha autoritaria y dictatorial como a las izquierdas radicales y religiosas, que tanto abundan –ambas– en la política y la vida actual. Lo que me interesa resaltar en esta noticia de verano es, sin duda, su insaciable vicio de escribir. Ya traté de escribirlo en más de quinientas páginas en mi libro Vargas Llosa. El vicio de escribir, publicado hace casi veinte años, un ensayo biográfico, político y literario sobre el escritor peruano que fue juzgado, equivocadamente, como su “biografía oficial”. Ni siquiera se la di a leer antes de publicarla, pero la voz populi es a veces así: la voz de la mentira y del demonio. A sus ochenta y uno años, Vargas Llosa sigue manteniendo el horizonte infinito de su escritura como si todavía tuviera que conquistar territorios más allá de la galaxia de Andrómeda. Da pavor su estajanovismo literario, su inquietud intelectual, su incansable capacidad de lector e intérprete de la vida de ahora mismo y de la Historia de siempre. Alguien me dirá que debe tener algunos errores, algunos otros vicios; que dentro esconde un cínico y una sombra a la que le gusta cambiar de chaqueta. Allá los que piensen así. Esa es su libertad: cada uno a lo suyo. Que se equivoquen en sus opiniones unos mientras Vargas Llosa sigue, firme en el timón, tratando insaciablemente de domeñar el enigma de las palabras. Hasta convertirlas siempre en literatura y pensamiento.