Por Yorley Ruiz M. Foto Róbinson Henao
El Espectador
“Es contestataria (…) sus obras cuestionan la realidad desde el lenguaje mismo. En casi todos sus cuentos y novelas Buenos Aires y Argentina son el centro de reflexión, de la que no escapan el tiempo de la dictadura ni la experiencia de más de diez años fuera del país”. Con esas palabras fue definida la escritora argentina Luisa Valenzuela en el acta del pasado 17 de agosto, del premio León de Greiff al Mérito Literario, con el que fue galardonada la noche de este jueves, en el marco de la Fiesta del Libro y la Cultura. El año pasado el premio fue para el poeta venezolano Juan Calzadilla.
Valenzuela, a sus 78 años de edad, cuenta con una trayectoria literaria de 50 años. Se ha desempeñado, además, como periodista en los diarios La Nación y la revista Crisis. Su primer reconocimiento literario lo alcanzó gracias a su primera novela Hay que sonreír, publicada en 1966.
El trabajo de Valenzuela ha sido reconocido con galardones como el Gran Premio de Honor de la SADE, el doctorado Honoris Causa de la Universidad de Knox (Illinois) y de la Universidad Nacional de San Martín (Provincia de Buenos Aires).
¿Qué vivencias de su infancia inauguraron su acercamiento a la literatura y a la escritura?
Mi primer acercamiento es especial porque mi madre era escritora. Por un lado la casa estaba llena de escritores y se hacían tertulias muy interesantes que me permitían escapar por los techos y jugar a la aventura, entonces fui lectora desde muy joven, amante por los libros, pero nunca pensé ser escritora, no me interesaba; me interesaba otro tipo de exploración, pero después uno va descubriendo que también la escritura es una exploración importante y una aventura.
Usted tiene una frase muy llamativa y es: “No hay patrones ni moldes si se quiere escribir distinto: escribir de verdad”, ¿cómo lograr esa libertad a la hora de escribir, esa autenticidad?
Tenés que ser escritora de alma para darte cuenta. Son cosas muy sutiles, yo no creo que las ideas preconcebidas a mí me interesen. Yo veo escritores muy buenos que dicen como ‘yo tomé esta solución de tal y detal libro. Me gustó como fulano de tal manejó los personajes’ y aprenden de otras escrituras, para mí eso es imposible.
Yo creo en la sinceridad, que es no forzar algo y no tener una respuesta preconcebida a los problemas o a las situaciones que vas planteado en la trama.
Durante sus más de 50 años de carrera, usted ha reconocida con diversos galardones, ¿qué significa recibir, en esta ocasión, el premio León de Greiff?
Yo casi que te diría que es el premio más lindo que he recibido. Me han otorgado galardones lindos y premios muy especiales, pero este tiene varios aspectos maravillosos: uno es que son mis pares, que han sido escritores maravillosos, quienes me han dado este galardón y el otro es que es el primero que se da para narrativa y entonces uno piensa, bueno ‘¿¡no le daba para ningún otro nombre y entonces quedé yo!?’.
También el descubrimiento de León de Greiff, porque no le había hecho mucho seguimiento. Y fue como encontrar a un maestro a posteriori, como si hubiera sido mi maestro de literatura, porque todo ese juego que él hace con las palabras, sus heterónimos, su comprensión de lo que es el lenguaje, su humor, lo siento muy cercano.
¿Qué sabía de León de Greiff antes del premio?
Muy poco. Lo conocía mencionado por Álvaro Mutis, por el mismo Gabo en México, pero yo personalmente no lo conocía porque no tengo una formación académica y como no soy poeta y no leo casi poesía, lo confieso, sé que es un horror decirlo acá en Colombia, pero bueno se puede decir que es así. Para mí fue un regalo doble conocer a León de Greiff, además de obtener el premio. Me lo mandó él.
Un tema recurrente en sus textos es la situación política de su país, Argentina. ¿Cómo cree usted que los escritores literarios pueden aportar a la construcción de paz en Colombia?
Yo conocí lo que pasaba acá a través de sus escritores.
No es una imposición, yo creo que el escritor no tiene la obligación de dar un mensaje, ni la obligación de decir algo apropiado o políticamente correcto, va a decir lo que siente. Entonces, esa percepción que está en el aire, el escritor, la escritora, lo capta y lo transmite si le parece, si le resulta.
Después de tanto tiempo de trayectoria literaria, ¿por qué cree que vale la pena escribir novelas en un contexto tan vertiginoso como el actual?
Porque vale la pena leer. Escribir para el que escribe es inevitable, yo siempre pienso no voy a escribir más, he escrito demasiado, más de 30 libros, ¡olvidémoslo!
Es una manera de poner orden en el mundo, de tratar de entenderlo un poco y al ponerlo en palabras uno entiende mejor todo.
También está el microrelato, yo he sido una gran difusora de ello, es un mundo muy instantáneo, muy rápido. Son pequeñas máquinas de pensar, no son que te cuentan una cosita sino que están creando todo un mundo en pocas palabras, ese mundo sigue reverberando y va inventando otras situaciones, entonces eso es muy interesante, ahí creo que hay muchas posibilidades.
A su casa iban escritores como Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato, ¿qué recuerdo guarda de ellos, cómo marcó su camino?
Eran amigos de mi madre, yo sé de la carrera de ellos, no por cuestión directa sino por también por la lectura, es la lectura de esa gente lo que a uno le sirve, yo escuchaba sus conferencias… Los que sí eran muy amigos míos fueron Cortázar y Carlos Fuentes, eran muy generosos. Tengo un libro que se llama Entrecruzamiento Cortázar-Fuentes y son muy lindas las cosas que fui encontrando entre ambos.
Y por último, ¿tiene usted algún ritual a la hora de escribir?
Yo lo único que sé es que las cosas suceden. Yo no tengo ningún ritual, pero sí me gusta mucho ese instante del recién despertar y lo que surge en ese momento, a veces me gusta cazarlo, tener un cuaderno en mano para escribir eso. Después cada cuento, cada texto, cada novela se va escribiendo a su propio ritmo.