Por Ana Gutiérrez
Especial para la Revista Arcadia
En 1945, dos compañeras de colegio se reencontraron en el campo de concentración de Bergen-Belsen. Tenían unos quince años y ambas estaban esqueléticas y enfermas por las condiciones que vivían. Una era Ana Frank, quien no sobrevivió la guerra, aunque su historia sí. La otra era Nanette Blitz, quien reside en Brasil desde los años cincuenta, y desde hace años cuenta su experiencia en conferencias. En 2015 escribió su historia en el libro Yo sobreviví al Holocausto, que fue traducido del portugués a tiempo para la Feria Internacional del Libro de Bogotá de 2016, en la cual participó.
Nanette Blitz nació en 1929, como parte de una bien establecida familia judía de clase media, en Ámsterdam. Su padre era un banquero en la administración del Amsterdamsche Bank; pero Blitz cuenta que hasta en los años de pre-guerra la familia Blitz era sensible al “antisemitismo latente, que salió a la luz cuando los nazis invadieron el país”. Ella recuerda un incidente puntual, cuando era niña su padre le dijo “Soy el director del banco a pesar de ser judío”. Él tendría que renunciar su cargo para cumplir con las normas que impusieron los nazis al invadir Holanda.
Esas normas también establecieron escuelas separadas para estudiantes judíos, entre las cuales estaba el Liceo Judío de Ámsterdam, donde Blitz conoció a Ana Frank en 1941. La familia Frank se escondió en 1942, pero antes de hacerlo celebraron el cumpleaños de Ana, en junio. En esa fiesta le regalaron su famoso diario y Blitz le regaló un broche. “Ana siempre estaba escribiendo, le gustaba mucho y se hubiera convertido en una muy buen escritora” dice Blitz, quien dice que “no compartí esa inclinación”. Después de la guerra, y de mudarse a Brasil, estudió economía y se certificó como traductora de inglés-portugués. Habla cinco idiomas: holandés, inglés, alemán, portugués y francés, aunque dice que ya casi no habla el último. Ha colaborado con profesores universitarios y realizadores de documentales para compartir su experiencia y la de Ana Frank. Señala que "no podemos decir ‘no va a volver a ocurrir algo como el Holocausto‘, desafortunadamente si es posible. Tenemos que estar conscientes de las condiciones económicas, del antisemitismo que existe donde sea que estemos. Pero ahora tenemos entidades que son vigilantes y eso ha ayudado mucho".
En parte ese esfuerzo por crear consciencia motivó su libro, en cual trata de "no ahondar tanto en los detalles del Holocausto, se han documentado extensamente los campos y en vez quise escribí un libro sobre restablecerse, lidiar con el trauma. Yo pasé tres años en un sanatorio y tenía la gran desventaja de no tener educación secundaria" además de ser la única sobreviviente en su familia inmediata.
En 1943, los Blitz fueron llevados al campo de tránsito de Westerbork, del cual deportaban todos los judíos holandeses a Polonia y Alemania. De los aproximadamente 110.000 judíos deportados, solo 5.450 volvieron. Los transportaron a Berger-Belsen, un campo supuestamente "privilegiado" al no ser un considerado un campo de exterminio. Ahí sufrieron inanición, frío, agotamiento, piojos, tortura y luego la epidemia de tifus, aunque no raparon sus cabezas ni les tatuaron números en los brazos. El padre de Blitz murió allí en 1944, y luego su madre y su hermano fueron deportados del campo en transportes separados. Ambos murieron poco tiempo después; su hermano solo tenía 17 años.
Blitz, sola en Berger-Belsen, tuvo un encuentro cara a cara con el comandante del campo, Josef Kramer, conocido como la ‘Bestia de Belsen‘. Salió ilesa, pero dice que fue "pura suerte". Hacia el final de la guerra, el alambre de púas que separaba las secciones del campo fue quitado. Blitz había espiado a Ana Frank del otro lado, y al descubrir que ya nada la detenía fue a buscarla. Pudo abrazarla por última vez y cuenta que su amiga todavía soñaba con poder ser escritora y publicar sus experiencias. No la volvió a ver, pero cuando se recuperaba de los efectos del campo, salió pesando solo 32 kilos, recibió una visita de Otto Frank. Aunque no vivió para verlo, el sueño de Ana se cumplió.
Después de la guerra, Blitz se recuperó en un sanatorio holandés durante tres años, antes de reunirse con miembros de su familia extendida en Londres. Aunque una tía la matriculó en la universidad, insistió en buscar un trabajo. Al igual que su padre, y gracias a su influencia, trabajó en un banco. Blitz cuenta que "en la entrevista, me seguían preguntando si tenía referencias, y dije que no, por lo que había pasado y me dijeron ‘Señorita, un director de este banco aceptó una apuesta que dice que usted es la hija de [su padre]. Él solo quiere saber si ganó esa apuesta porque si es verdad, obtuvo el trabajo el momento en el que entró‘ lo cual fue increíble. Mi padre era muy bien conocido en el mundo de los banqueros." Blitz se quedó en el cargo, de secretaria bilingüe inglés-alemán, hasta que se casó.
Su esposo, John Konig, nació en Hungría y se mudó con su familia a Inglaterra en 1935. Fue ahí que se conocieron. Blitz dice que los jóvenes judíos en Inglaterra "no sabían bien lo que había ocurrido en el continente entonces era difícil conectarme con ellos. Yo era mucho más madura, tenía una historia muy distinta, lo cual solo es lógico. Con John se notaba la diferencia, porque parte de su familia en Hungría fue asesinada en el Holocausto. Él no era como el resto porque sabía muy bien que había significado la guerra." El joven también había perdido sus padres al final de la guerra. La familia que le quedaba había emigrado a Brasil en los años 30, y le habían pedido que se uniera a ellos. A las seis semanas de conocer a Nanette Blitz, se fue a Sudamérica.
Durante dos años se escribieron cartas hasta 1953, momento cuando Konig propuso matrimonio. "Nos enamoramos por medio de las cartas" dice Blitz, y todavía las conservan. Él viajó a Inglaterra, donde se casaron, preocupados porque los documentos que probaban que sus respectivos padres se habían casado en la tradición judía se habían perdido en la guerra. Pero el rabino no les puso problema y se celebró el matrimonio en agosto de 1953. Después partieron juntos a Brasil. En los meses antes de la ceremonia, Blitz regresó a Holanda para cerrar algunos asuntos; "nunca me fui realmente de Holanda" dice.
Las palabras resumen todo lo que todavía la agobia. Además de sufrir "terribles pesadillas" hasta el día de hoy, ha expresado que los efectos se han extendido hasta "mis tres hijos, de distintas maneras. Cuando eran pequeños, yo nunca hablaba de eso pero pensé que iban a tener una formación distinta a los otros estudiantes con los que iban a estar. Están muy conscientes de lo que pasó, no tienen abuelos, tías, tíos, primos, nadie. Es inevitable que un niño no se dé cuenta de eso".
Nanette Blitz sobrevivió los estragos de la Segunda Guerra Mundial y los absolutos horrores del Holocausto, cruzó un océano para establecer una familia y aprendió un quinto lenguaje con el cual completó un título universitario. En su octava década de vida, escribió un libro sobre su experiencia para prevenir que otros sufran como lo hicieron ella y sus compañeros, un dolor que se extiende a su presente. En sus propias palabras: "los traumas no son algo que uno pueda controlar y recurren en cualquier momento. La mente los registra y en un momento, sin alguna razón, vuelven y uno debe tomarse su tiempo para lidiar con ellos. Eso es todo lo que uno puede hacer. Uno debe vivir con ello a diario"