Revista Pijao
Una escritura entre murmullos
Una escritura entre murmullos

Por Camilo Hoyos

Revista Arcadia

Margarita García Robayo es ya, sin lugar a dudas, una de las voces narrativas más importantes. Nació en Cartagena en 1980, y ha escrito las novelas Lo que no aprendí (publicada en Buenos Aires por Planeta en 2014 y, en 2015, reeditada en Barcelona por Malpaso), Hasta que pase un huracán (Laguna, 2015) y los libros de cuentos Hay ciertas cosas que una no puede hacer descalza, Las personas normales son muy raras y Cosas peores, con el que obtuvo el Premio Literario Casa de las Américas en 2014. Forma parte de esa generación de escritoras latinoamericanas que debería estar en la lista de lectura de todos: Samanta Schweblin, Liliana Colanzi, Laia Jufresa, etcétera; nuevas voces narrativas que finalmente están siendo reconocidas en el gran tejido literario latinoamericano contemporáneo.

La narrativa de García Robayo se caracteriza por un elemento letal: la perfecta armonía entre los temas humanos y familiares que sus historias y novelas proponen, y la forma sucinta, llena de murmullos y vacíos. Esto, y también la manera como en medio de la narración se evoca algún elemento que por contexto resulta absolutamente extraño (un recuerdo, la súbita aparición de una persona), pero que sin embargo dice algo. Leer a García Robayo es un ejercicio que mezcla el placer del texto con la agudeza lectora: el simple hecho de que prevalezca siempre la novela corta da fe de ello. La economía puesta al servicio de lo dicho y no dicho, de lo enunciado y lo sugerido.

Tiempo muerto, su más reciente novela, es un ejercicio novelesco que supera todo eso. Vuelve sobre los temas que ella misma ha reconocido (quiebre de vínculos, traslados, movimientos, migraciones, “la incomprensión patológica de lo que nos ocurre”) al escribir sobre un matrimonio colombiano de profesores que viven en New Haven que llega a su etapa final entre la violencia y el desamor. Pablo y Lucía llevan 19 años juntos, ella dicta clases sobre Teoría de Género en Yale y él es profesor de secundaria, quien luego de una crisis de vida decide que quiere escribir una novela. Sufre un incidente cardiaco con un nombre que parece una canción de los años ochenta: Holiday Heart. Pero la perspectiva recae sobre la manera en que en una especie de Guerra de las Rosas se proponen herir al otro: Pablo opta por no hablarle ni comunicarse, ella dedica sus columnas en la revista Elle a “frivolidades femeninas con un poco de teoría de género”, en las que escribe una confesión que le congrega a más de una lectora: “Hay cosas que elijo bien: las carteras, los duraznos; y otras que elijo mal: los maridos”. “Believe me”, escribe en otra, “prefiero cuatro millones de refrigeradores mal cerrados que la voz de mi marido o, peor, que el silencio de mi marido. Nada más ruidoso y violento que su silencio. A veces me pregunto si lo hace a propósito –callar a un volumen ensordecedor–, esperando a verme reventar y escupir los tímpanos ensangrentados, o si sencillamente carece de los recursos neurológicos para…”. Cuando la lee la hermana de Pablo le pregunta: “¿No te parece que su mujer, además, de una malparida, es una rebuscada de mierda?”. Él solo tiene una cosa clara: su esposa era en últimas la madre de sus hijos.

Mientras que Lucía está con los dos hijos en un apartamento de sus padres en Sunny Isles, en Miami, él se recupera en compañía de su tía en New Haven, durante ese tiempo muerto de la incomunicación, cada uno de los personajes deja ir su matrimonio como una lenta pero inexorable determinación en medio de la violencia del lenguaje y el silencio del cuerpo. Se trata de una novela cuyo tema no sorprende a nadie, pero cuyo tratamiento y desarrollo develará, como lo hacen las buenas novelas, elementos que no solamente comparten los personajes sino que viven en los tiempos de sus lectores: el matrimonio acompañado de la crianza, el desarraigo como motor de la desesperanza, el humor y la academia como mecanismos de escape ante una realidad cotidiana.


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