Por Javier Rodríguez Marcos
El País (ES)
La España de hace 40 años, la de la legalización del PCE, las primeras Elecciones Generales y los Pactos de la Moncloa encontró tiempo también para cuestiones solo aparentemente menores. Por ejemplo, fundar una revista literaria. O, como todo por aquel tiempo, para refundarla. En 1977 el Ministerio de Cultura (y Bienestar) decidió renovar la longeva Poesía Española —luego Hispánica— nacida en 1952. Asesorado por el historiador Santiago Amón y el arquitecto Antonio Fernández Alba, el ministro Pío Cabanillas la puso en manos de un poeta lacónico —un solo poemario— pero editor audaz llamado Gonzalo Armero, quien, a su vez, puso la imagen del proyecto en las de otro joven, el diseñador Diego Lara. Tenían 30 y 31 años, respectivamente.
En marzo de 1978 estaba en la calle el primer número de una cabecera que había perdido los apellidos y ganado un subtítulo de campanillas: Poesía. Revista ilustrada de información poética. Todo era verdad menos lo de "información". Al contrario que sus predecesoras, una de las señas de identidad de la publicación sería prescindir de la actualidad. Se alejaba así del destino de la mayoría de las revistas literarias: ejercer de órgano de expresión de una tendencia concreta y de ariete frente a las demás. "No estoy haciendo la revista de UCD ni la de ningún otro grupo, ni capilla, ni círculo. Ni siquiera se va a ceñir a lo que tradicionalmente se llama poesía", declaró el nuevo director. La mayoría de sus números pueden leerse hoy como si acabaran de salir de la imprenta.
Aquel número inaugural se abría con una presentación anónima que reconocía la inactualidad de la lírica para, acto seguido, subrayar que "por ella se ha expresado lo mejor de nuestro siglo y en ella ha quedado glosado lo moderno". Seguían textos e ilustraciones de Jorge Guillén, Pablo Palazuelo, Francisco Pino, Rafael Sánchez Ferlosio, Maurice Blanchot, Paul Celan y Kurt Schwitters. Y una colaboración especial, la de Vicente Aleixandre, premio Nobel de Literatura el año anterior.
Si por el lado de la "información" el subtítulo era un señuelo, por el lado de la "ilustración" no lo era en absoluto. Pocas veces una publicación periódica habrá estado tan marcada por la personalidad de su editor gráfico, convertido en el hombre que marcó un antes y un después en el diseño de la España democrática. Fallecido en enero de 1990 a los 44 años, Diego Lara fue objeto de una retrospectiva en la sala madrileña La Caixa apenas 10 meses después de su muerte. Hace cinco años La Casa Encendida le consagró otra exposición: Be a Commercial Artist. Entre una y otra, en 2004, la Biblioteca Nacional conmemoró el cuarto de siglo de la revista que le garantizó un lugar de honor en la historia del diseño gráfico español. Ahora es el Palacete del Embarcadero de Santander el que exhibe la muestra Diego Lara y revista 'Poesía'. Procedentes del Archivo Lafuente, allí puede verse la colección completa de la revista junto a maquetas, separatas y originales: desde un disco de Edgard Varèse hasta una novela inédita de Cansinos-Assens pasando por una foto de Dora Maar utilizada en el número que en 1993 reprodujo el Guernica de Picasso a tamaño real, es decir, dividido en 532 fragmentos que ocupaban 1.104 páginas. Bastaba con desencuadernar el tomo para montar el cuadro en casa, como un puzle. Un facsímil en toda regla coeditado por el Ministerio de Cultura y la editorial Gran Vía. "Poema visual" lo llamaba Armero. De aquel poema, que contó con 60 millones de pesetas de presupuesto (375.000 euros), se tiraron 10.000 ejemplares. Cada uno costaba 7.000 pesetas (unos 44 euros).
"Poesía fue un disparate extraordinario, sí, un feliz disparate", explica José María Lafuente, que el año pasado compró el Fondo Documental Diego Lara a los hijos del diseñador. "Hoy sería impensable que el Ministerio de Cultura pagase una revista que costaba un dineral y que salía llena de separatas y con cambios continuos de papel. Fue posible por el momento en que surgió, la Transición. Como si el centro-derecha que gobernaba tuviera mala conciencia y dijera: 'A estos, lo que pidan". Si, como recuerda Lafuente, el collage es el rasgo principal de Lara como creador —"recortar y pegar más que dibujar"—, cada número era un collage en sí mismo. Sobre todo mientras estuvo él al mando de las tijeras y el pegamento: figuró como director gráfico en las nueve primeras entregas y como subdirector hasta la decimosexta.
Monografías
Desaparecidos sus impulsores, sus artífices y hasta la UCD, queda la historia de una publicación que se ha convertido en objeto de coleccionismo. Y queda, sobre todo, entregas como las que dedicó a Fernando Pessoa cuando el poeta portugués estaba lejos de ser un autor popular en España, a Vicente Huidobro a partir de los materiales hallados en el mítico baúl del poeta chileno, a las cartas inéditas de Salvador Dalí a Lorca —"Tú eres una borrasca cristiana y necesitas de mi paganismo"— o a la Residencia de Estudiantes, que reproducía en portada el autorretrato dibujado por Chesterton en el álbum de visitas de Natalia Cossío, hija del director de la Resi, Alberto Jiménez Fraud.
En 1991, dos años antes del alarde picassiano de reproducir el Guernica, Poesía había publicado un número monumental dedicado a Rubén Darío. Lo presentaron en Madrid la escritora Rosa Chacel y el entonces ministro de Cultura, Jordi Solé Tura. Era el comienzo de una etapa en la que la revista pasó a coeditarse con sellos privados como el citado Gran Vía o Tf. Fue el momento de monografías como las consagradas a José Martí, Arthur Rimbaud o la iconografía del Quijote. Publicado en 2005 con motivo del cuarto centenario del ingenioso hidalgo, aquel número cervantino fue el 45. Y el último. Gonzalo Armero, fallecido al año siguiente, lo cerró con un larguísimo colofón que, marca de la casa, se abre con el Bibendum de Michelín disfrazado de Caballero de la Triste Figura y se cierra con la expresión latina sursum corda, es decir, arriba los corazones. Tradición, modernidad y chispas. Hasta el final.
El cazador de imágenes
Tal pulcro como un edificio de Mies van der Rohe, el que mejor vestía, el que mejor copiaba, el cazador de imágenes, el que importó el elegante desenfado de la publicidad estadounidense de los años cincuenta... Así era Diego Lara según los que lo conocieron. Los textos de varios de ellos —Carmen Martín Gaite, Andrés Trapiello, Francisco Calvo Serraller, Michi Panero...— forman parte de la recopilación Grotesca, chupada, negra y para colmo estrecha, el retrato coral de un creador legendario cuya obra ha resistido a su propia leyenda. Incluso a la leyenda de la revista Poesía. Otra revista mítica, Buades, y sus trabajos pioneros para ARCO o la Fundación Juan March pueden verse también en Santander junto a sus pinturas y collagesy a las cubiertas que diseñó para Seix Barral, Turner, Cátedra o Nostromo.
La imagen que acompaña el artículo es un ‘Collage' elaborado por el artista Diego Lara en 1989 con la tipografía de la revista 'Buades'.