Luego de dos ausencias largas y de cerrar mi último empeño literario puedo volver a BAJO EL MISMO CIELO, la novela de la hondureña ONDINA ZEA que la editorial colombiana PIJAO y la española PIGMALIÓN presentaron en la FILBO 2018, porque merece ocuparse de ella. La portada nos avisa que estamos a punto de conocer una obra “basada en una historia real”, y por las fotografías intercaladas en el texto descubrimos con anticipación estar próximos a leer parte de la vida de la misma autora que puede resumirse así:
Una chica hondureña que ha vivido con su familia entre Maryland y Washington D.C., mientras estudia humanidades conoce un joven iraní estudiante de ingeniería del que se enamora inadvertidamente, entra en contacto con la comunidad islámica y trabaja temporalmente en la biblioteca de una mezquita, justo cuando experimentaba “la necesidad de una búsqueda espiritual”. Y si bien se sintió atraída por el islam, pronto renuncia a toda idea
de profesar esa fe. Instalada definitivamente en Tegucigalpa se casa con el ingeniero eléctrico iraní que también abandonó Estados Unidos, y quien
después de una corta vida matrimonial en Honduras muere en un accidente de avión cuando estaba cerca de aterrizar en el aeropuerto de la capital.
Terminada la guerra entre Irán e Iraq, la viuda viaja a Teherán para que los abuelos paternos conozcan sus dos nietas, y antes del retornar, frente al libro sagrado, su suegro la fuerza a prometer solemnemente que volverá con ellas a Teherán.
Por respeto a su promesa la protagonista comete el error de regresar a la casa de su suegro en Irán, quien muy pronto destapa su verdadero propósito de no estar dispuesto a que sus nietas se eduquen fuera de las leyes del Coram, con engaños la despoja del pasaporte, y para asegurarse el control de las niñas en Irán, invocando las leyes islámicas le disputa a la madre en los tribunales la custodia de las menores. Está decidido a quedarse con ellas y a que su nuera regrese sola al mundo de los infieles en la indecente América. Así surge el verdadero drama de la extranjera occidental en el suelo de los ayatolás que en 1979 sustituyeron la dictadura del Shah Reza Palhaví por otra en la que la religión rige la política y el Estado; un lugar donde la cristiana viuda tiene muy pocas opciones de salir del país legalmente con sus hijas, ante la prevalencia del derecho masculino propio de un régimen patriarcal ceñido a la fe. En esas circunstancias tan adversas, la sola y desesperada madre planea escapar de Irán con sus hijas sin éxito, hasta que por un venturoso encuentro con un taxista local conoce a un aventurero que negocia su fuga con una caravana de contrabandistas kurdos –una minoría étnica perseguida por Iraq, con presencia en esa nación, en Irán y Turquía–. Y a caballo, siguiendo a los temerarios contrabandistas entre ventiscas heladas, desfiladeros y evadiendo los controles fronterizos, consigue remontar las peligrosas montañas nevadas del Kurdistán, cruzar la frontera turca, tomar un vuelo en Estambul a New York, y llegar finalmente victoriosa a Tegucigalpa.
Es el libreto perfecto para convertirse en un éxito de ventas si hubiese contado con la publicidad editorial adecuada, pues la historia cuenta con distintos ingredientes para atraer multitud de aquellos lectores que se surten en las canastas contiguas a las cajas de pago en los grandes almacenes. Es una lástima que BAJO EL MISMO CIELO no se encuentre literalmente al alcance de la mano de los lectores, porque para el público occidental que mire con recelo o temor al islam desde de sus prejuicios religiosos, o sus nociones sobre la familia y la libertad individual, la tragedia de esa imprudente madre occidental entrampada en la meca de la intolerancia cultural y religiosa es un bocado que se degusta con avidez, así otro libro y el cine hayan tratado el mismo choque de dos culturas en la misma locación.
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Es indudable que la realidad novelada de Ondina Zea suscita nuestra complicidad ideológica y contribuye a la solidaridad con su obra, en cuanto se ocupa de un tema muy sensible: el derecho prevalente de los padres a la tutela y a la crianza de sus hijos sobre cualquier otro pariente. Un aspecto de la vida familiar implícito en la genética cultural que, por ser tratado de diverso modo en distintas sociedades, produce conflictos personales tan profundos como el descrito en la novela de Zea.
De otra parte y sobre los aspectos formales de la escritura, es oportuno señalar que la novela tiene la seducción de estar escrita en el estilo moderno de los relatos de aventuras sobre tierras y culturas exóticas; tiene la cualidad de estar eficazmente narrada en primera persona para acentuar las emociones cambiantes del personaje, siendo una primera persona que a menudo se desentiende de sus emociones para “ilustrar” al lector desde afuera de esa voz, sobre política, religión, organización social, costumbres o geografía, y situar al lector en la escena de los hechos.
Adicionalmente –me atrevo a suponer–, el libro parece conscientemente construido con una sintaxis particular que produce la impresión de aceleración de los acontecimientos y la contracción del tiempo. Me refiero a que en el texto predomina el punto aparte y escasea el seguido, al grado de no encontrarse un párrafo superior a once líneas en las 514 páginas en la edición que comento, y a cuyo propósito sirven 40 capítulos muy breves. Como cosa necesariamente buscada, el relato salta de una línea a otra y con preferencia cada dos o tres líneas, resultando una escritura “apresurada” muy eficiente como recurso literario al momento en que crece el conflicto y se inicia y desarrolla la aventura de la fuga, llegando el rigor del método, incluso, a dividir de un renglón a otro el mensaje de una misma voz en los diálogos.
La escritura de Bajo un mismo cielo es efectiva. Sin regodearse en “movimientos de cámara” sobre el paisaje físico o social, sosteniendo el enfoque sobre el entorno político y cultural que la tiene sitiada con sus hijas; la autora crea una atmósfera muy veraz sobre la hostilidad y acoso ejercido sobre ellas, y construye un ambiente creciente de suspenso alrededor de sus improbables opciones de escapar del poder judicial, del dogma religioso y de las patrañas de su suegro, en cuyas manos se puso ingenua e indefensa, inspirada por una errónea y confusa idea de amor familiar.
Y al final, enterados de que la fugitiva está fuera del alcance de las trampas familiares y del poder islámico, sentimos alivio cuando se abrocha el cinturón en el avión que la lleva con sus dos tesoros de Estambul a New York. Es sabido que el buen lector será siempre cómplice del que se fuga sin importar demasiado la moralidad de su causa, y que agradecerá al autor por su sagacidad al tomar las decisiones narrativas que nos encantaron. Porque de no haberlo hecho por la intuición afortunada de su talento, podríamos haber dado con un fiasco. Felizmente, en este caso el relato no frustra nuestras expectativas, pues está sembrado de peligros y sorpresas irritantes hasta el último párrafo.
Muy agotador debió ser el trabajo del subconsciente en la recomposición de aquel pasado para una valiente mujer de fe, que veinte años después sigue agradeciendo a su credo la libertad ganada con su determinación para realizar aquella épica privada que ahora conocemos con deleite.
Y en este punto, y sólo como una digresión para la que pido la comprensión de la autora y los lectores, con respeto me atrevo a pensar que, mientras existan en la mente de las personas dioses únicos que resultan enemigos para los creyentes, viviremos bajo un cielo dividido aunque nos parezca el mismo. En mi opinión, la historia de Ondina Zea confirma lo que digo. Vale la pena esperar confiado su próxima obra.
Álvaro Hernández V.
Especial para Pijaoeditores.com