Por Jesús María Stapper
Especial para Vericuetos.fr
Fue l896 el año que Chejov publicó La Gaviota y Rubén Darío hizo lo mismo con Prosas Profanas. Nacieron Amado Alonso el de Navarra, el filólogo y crítico literario español; y André Bretón, el mismo que gestó, lideró y estableció principios del movimiento surrealista que llegó al siglo XXI y no ha visto su primer ocaso. Murieron José Asunción Silva nacido para perdurar y Paul Verlaine, parnasiano-simbolista-decadentista-maldito, ubicado en la primera fila de la poesía francesa de todos los tiempos. Este es el punto de engranaje y despedida que presento como epicentro consecuente de la Palabra Universal.
Me ocupo de quienes partieron hace más de un siglo. Quienes se fueron con sus avatares y nos dejaron sus legados; sus realidades y sus leyendas; sus coincidencias y sus diferencias. Acataremos lo que nos entregaron en laudable vecindad con lo vital, desde luego, en cada uno de ellos y entre los dos, y lo haremos bajo la vista acuciosa y analítica de dos grandes estro-s iluminados e iluminadores de la Palabra Mundial: don Miguel de Unamuno y Boris Pasternak. El primero, Unamuno, habla del poeta nuestro, habla de Silva. El segundo, Pasternak, habla de Verlaine. No pretendo “adentrarme” en lo que fue la convulsionada vida amorosa que “padecieron”. La presunta vida íntima de Silva con (…), que fue, y es cuestionada por la mojigata y retrógrada sociedad bogotana-colombiana de apariencias viles y morales inculcadas. La de Verlaine con Arthur Rimbaud (por ejemplo), en tanto sí, de éste, su temporada de reclusión. Y menciono acá que toma partido favorable por la Comuna de París y que, por revolucionario, fue incluido en la lista negra de Versalles.
Como “estadística coincidente” que empieza a demarcarse en el año de 1865 cuando Verlaine publica su primer libro: Poémes Saturniens, año también, en que Lewis Carroll publica Alicia en el País de las Maravillas y León Tolstói hace lo mismo con su Guerra y Paz, nace en Bogotá, quien es considerado por muchos como el más grande poeta nuestro, nuestro más universal bardo, José Asunción Silva. Nacen también durante ese año Rudyard Kipling el de Bombay (India), quien después se declara escritor británico, tal vez porque es el hombre de los “siete mares” y es “dueño intelectual” de las “tierras vírgenes”, y William Butler Yeats el poeta decadentista irlandés quien para su obra se inspiró en las leyendas célticas y gaélicas. Mueren, el teórico socialista y anarquista francés Pierre Joseph Proudhon, y el gramático y filólogo venezolano Andrés Bello, acompañante de Bolívar en Europa.
Pasa el tiempo. Suceden otros acontecimientos. Afloran otras coincidencias que se anotan en los calendarios. Transcurre 1884 y Verlaine publica Los Poetas Malditos, y Silva es vinculado por su padre a trabajar en el negocio de la familia (tal vez, de manera intuitiva, como un escalofrío vivo en la piel del poeta. Se da inicio así, a una “levedad” agorera). Nace en ese tiempo Rómulo Gallegos y se nos va de la existencia terrenal Candelario Obeso, la voz génesis de la poesía negra en Colombia.
Nos vamos hacia el “enlace conceptual” que se establece a partir de dos escritores grandes “atisbando” a dos grandes escritores. Fue por invitación de Hernando Martínez, coleccionista de la obra literaria de Silva, que Miguel de Unamuno, escribió el prólogo del libro publicado por la imprenta de Pedro Ortega, Barcelona 1908. Agradecido con el señor Martínez por tal encargo, con su voz crítica, manifestó que le parecía decir muchas cosas sobre el dulce poeta bogotano, porque en las lontananzas de su memoria, entre rumor de hojas secas, susurraban retazos de sus cantos.
Entre tanto Pasternak, cien años después del natalicio de Verlaine, en un artículo que puede interpretarse como una confesión sui géneris, publicado en el periódico Literatura e Izkusvo el 2 de abril de 1944, celebraba el centenario del hijo de Metz, celebraba el primer siglo del gran poeta lírico de Francia. En este artículo se adentraba Pasternak en la tarea de la evolución literaria del poeta francés que notó como un proceso complejo. Parece que encuentra en estas búsquedas poéticas, un embrollo propio, donde el poeta moscovita oteaba desde su visión, el mundo exterior, allende las fronteras de su Moscú y de su Rusia entrañable.
Geografías distintas, espacios distintos y distantes, épocas y generaciones con estilos de vida que bien se hallan entre diferencias y similitudes, situaciones dispersas que de alguna manera son similares, se hilan alrededor de los escritores en mención. Ese tejido discurre por entre variadas vertientes en cuyo fondo, el cauce los lleva hacia la “misma desembocadura” literaria y existencial; con un vértice de tiempo único que se cierne en el año de 1896, sobre el cual recaen los ángulos y las miradas que ubican con precisión, este punto de encuentro.
Si de adentrarnos en la preceptiva se trata, su observación crítica sobre la música es cuestión inherente de la poesía, porque para muchos escritores y lectores, tanto amautas como profanos, es casi “un ámbito imposible de soslayar”, es como un requerimiento incuestionable, porque en la esencia de la poesía, ésta debe contener su propia música. La poesía y su música o la música en la poesía, es punto de referencia en el análisis. Si a Unamuno la letra de la obra de Silva se le iba volando, pero le quedaba su música íntima, música silenciosa, música de alas; hallaba en él, versos blancos de medio día, versos rojos del atardecer. El comentar a Silva, para Unamuno, era como ir diciendo a un auditorio de las sinfonías de Beethoven, lo que va pasando según las notas resbalan a sus oídos. Silva canta. Y ¿qué canta? Pregunta para el escritor de Bilbao, no fácil de contestar. No obstante, Silva canta como un pájaro, pero un pájaro triste, que siente el advenimiento de su muerte a la hora en que se acuesta el sol:
“El verso es vaso santo; poned en él tan sólo,
un pensamiento puro,
en cuyo fondo bullan hirvientes las imágenes
como burbujas de oro de un viejo vino oscuro”.
Pasternak “ausculta” a Verlaine diciendo que se podía pensar que la negligencia estilística que él proclamaba, estaba guiada por su deseo de alcanzar la famosa “musicalidad”, sacrificando el lado de la plástica y el sentido de la poesía en favor de la música, pero no era así. Verlaine exigía “no palabras sino hechos”. Exigía hechos incluso al Arte de la Palabra. He aquí su famosa poesía “Art Poétique” que ha servido falsamente de manifiesto superintelectual a los poetas partidarios de la musicalidad:
“¡Tu feras bien, en train d’énergie
de rendre un peu la Rime ássagie!”
Bien harás tú, probando energías,
si vuelves un poco sensata la rima.
y destaca Pasternak:
¡De la musique encore et toujours!
Que ton vers soit la chose envolée
Qu’on sent qui fuit d’une áme en allée
Vers d’autres cieux á d’autres amours.
¡Valga la música en todo momento!
Que tu verso sea la cosa volandera
que se siente huir de un alma viajera
hacia otros cielos, hacia otros amores.
La referencia se presenta en algunos casos de comparación, pero el maestro español, maneja con sabia exactitud y suma prudencia, todo cuanto se refiere a “parangones literarios”. Unamuno referencia y compara en la melancolía y también en la pureza de sus versos: “El verso es vaso santo; poned en él tan solo / un pensamiento puro”, a Silva con el poeta portugués Antero de Quental, porque analiza en nuestro vate que su melancolía y su desesperación, no son reflexivas como sí lo eran para el poeta de las Azores, “que como éste, se abrió por su mano la puerta de las tinieblas soterrañas. El portugués pensó su huída; el colombiano la sintió”.
Se pregunta Unamuno si Vejeces de Silva no es un poema queroliano, recordando al poeta español Vicente Wenceslao Querol. Para que ello dé resultado, nos invita por una parte a leer las Rimas querolianas y luego compararlas con el poema en mención, del vate bogotano. Luego nos insta a hacer lo mismo entre Infancia de Silva y la carta de Querol a sus hermanas o también del mismo autor con “aquella maravilla de sentimiento” que se llama Ausente. Porque en salomónica conclusión, nos explica Unamuno que: “Y este Silva, como aquel Querol, como todo poeta de raíz, tenía su infancia a flor de alma”.
Y cómo no referenciar a Silva con el amor si para Unamuno nuestro escritor, “no es un poeta erótico, como no lo es, en rigor, ninguno de los más grandes poetas”. (Sobre la apreciación de Unamuno y el erotismo en la poesía, invito a los lectores para que comprendan el pensamiento suyo y se remonten a la época. Hoy sería revaluado y encontraría contradictores. Soy uno de ellos. Escribo versos sobre la piel de la mujer). Prosigue Unamuno: “El amor en Silva, como en Werther, como en Manfredo, como en Leopardi, era un modo de dar pábulo a otros sentimientos; en el amor buscó –de ello estoy seguro- la respuesta de la esfinge. Silva, en sus versos al menos, no se nos aparece un sensual, mucho menos un carnal. Es en ellos casto, castísimo. No hay rastro en él de esa peste de la carnalidad que no sólo mancha, sino arramplona y vulgariza las poesías de tantos de los que le han seguido”.
Pasternak referencia y compara a Verlaine con algunos escritores y nos dice que “él ha dejado brillantemente escrito lo que ha vivido y ha visto con un espíritu y expresión muy parecido al que pusieron Blok, Rilke, Ibsen y Chejov en sus últimas obras, y que está igualmente unido, con hilos de profunda afinidad, con la joven pintura impresionista de Francia y de los países escandinavos”.
Pasternak acerca a Verlaine con el amor, desde otras ópticas, distintas a cómo lo hace Unamuno con Silva, tal un poco menos santas, menos caóticas en el aspecto teológico, pero más reales, con espectro más amplio. Dice Pasternak en su artículo: “Verlaine tenía derecho para hablar así. En sus versos supo imitar las campanas, recogió y dio forma a los aromas de su patria, imitó con éxito a los pájaros y reunió en sus obras todas las vibraciones del silencio, interno y externo, desde el mudismo estelar del invierno hasta la indolencia del verano en un caluroso medio día de sol. Él como nadie, expresó el largo dominio roedor y constante, del dominio perdido, fuera ésta a causa de la pérdida de Dios, que se fue y dejó de serlo, o de una mujer, que cambió sus ideas, o de un lugar que ya es más querido que la vida y el cual debe abandonar, o por la pérdida de la tranquilidad”.
Otra referencia básica sobre la que escribe Pasternak acerca del vate francés, nos lleva a: “La nueva realidad de las ciudades con que tropezó Verlaine, era distinta a las que conocieron Pushkin, Merimée y Stendhal. El siglo XIX había llegado a su apogeo e iba ya hacia el ocaso, con sus caprichos, el despotismo de la industria, las tormentas financieras y una sociedad compuesta de víctimas y de aprovechados”.
Verlaine y Silva o Silva y Verlaine, a partir de sus lugares de origen, según Unamuno y Pasternak. He aquí de alguna manera “un punto de encuentro” con notables distancias y cercanías. Unamuno configura a nuestra Capital y dice que: “Silva se hizo en Bogotá, en el fondo de Colombia, lejos del tumulto de las grandes avenidas, en un remanso, que aunque no sin sus tempestades interiores, se mantiene aparte de nuestras tormentas de más estrépito que sustancia. Bogotá –me lo han dicho los que la conocen- da la impresión de una ciudad antigua española, con su reposo contado por el campaneo de los conventos”. Pasternak dice de Metz y esencialmente de París del siglo XIX: “En estas calles, iluminadas de forma nueva, las sombras se dibujan no como en los tiempos de Balzac. La novedad principal no eran los faroles y los cables del telégrafo, sino un remolino de espontaneidad egoísta que se desencadenaba en ellas con la precisión del viento otoñal, y que, las hojas de los boulevares, arrastraban por las aceras la miseria, la tisis, la prostitución y otras delicias de la época. En esas calles se construían fábricas que crecían como hongos, se multiplicaban los diarios, se extendían los ferrocarriles y Verlaine, veía pasar trenes rumbo a una ciudad nocturna, o los trenes nocturnos pasaban volando junto a su pobre infancia de suburbio”.
Silva y Verlaine, epílogo, umbral, la muerte... después de un siglo. De Unamuno: “Murió José Asunción Silva en Bogotá, su pueblo natal, despojándose por libre albedrío de la vida, el 24 de mayo de 1896. Miserere, Dómine, compadécete Señor de tu siervo y concédele la dulce paz de la infancia por la que tanto suspiró en los cantos que Tú le inspiraste. De Pasternak: “En comparación con el realismo de Musset, el realismo de Verlaine es realmente insuperable, es sencillo no para que se le crea, sino para no entorpecer la voz de la vida que se desprende de él”.
Un siglo de desaparecidos y no han muerto: “fingen dormir”, como dijera alguna vez, Gonzalo Arango, sobre la partida de un poeta. Un siglo después... siglo de vida eterna... poética. Poética inmortal.
En su segundo viaje a la Unión Soviética (ex), cuando fue invitado al festival de cine de Moscú, Gabriel García Márquez, hacía referencia de Pasternak (un escritor nuestro en referencia de un escritor ruso, el que antes “referenció” a otros, entre ellos a Verlaine) y se expresó nuestro Nobel así: “Nadie puede decir en realidad que es lo que ha pasado antes para que Pasternak sea repudiado, ni que ha pasado después para que deje de serlo”. Pasternak fue paria de Rusia y de Kruschev y fue amado. Entiendo entonces que un poeta casi por cuestión de norma, vive ésta ambivalencia: ser paria, ser amado, ser paria en vida, ser amado en muerte. Atenuante para que el vate siga guerreando con su legado y con la perennidad, como dice el maestro Nicolás Buenaventura en su testimonio sobre Mitchel Foucault, que él particularmente profesa la norma de Unamuno: “Mi religión es pelear con Dios desde que rompe el alba hasta que cae el día”. Ésta, pienso yo, piensan otros, es una guerra soterrada y declarada por los poetas frente a los panegíricos y frente a los antagonismos cuando son deleznables. Silva, Verlaine, Unamuno, Pasternak, tal vez parias, tal vez amados. Tal vez fueron y son muy malos para la muerte efímera, es decir son “malos muertos”, porque tal vez son eternos... siempre.
Bibliografía:
-A propósito de José Asunción Silva y su obra. Editorial Norma S. A. 1990 - Bogotá. D. C.
-Instituto Cultural Colombo-Soviético, Revista 53 septiembre-octubre 1990. Bogotá. D. C.
-Pensar a Foucault. Instituto para el Desarrollo de la Democracia Luis Carlos Galán Sarmiento, 1996. Bogotá D. C.