Revista Pijao
“Si Europa cae, no existirán los derechos humanos”
“Si Europa cae, no existirán los derechos humanos”

Por Alejandro Martín

Un coche vigilaba la puerta de su casa 24 horas al día. No tenía teléfono. Solo escribía. Dos dictadores distintos prohibieron publicar sus obras. Primero Gheorghe Gheorghiu-Dej (1947-1964), cuando era ella todavía una adolescente, y luego Nicolae Ceaușescu (1964 -1989), al que convirtió en un gato con ínfulas de dios en su callejón y ese relato pudo costarle mucho más que un veto. Ana Blandiana (1942, Rumanía) comenzó a firmar con pseudónimo —su verdadero nombre es Otilia Valeria Coman—porque su padre, profesor y sacerdote ortodoxo, era un preso político. 30 años más tarde, siendo ya una poeta de obligado estudio en colegios y el orgullo nacional, la intelectual que resistió la opresión comunista, descubrió que a la semana siguiente de publicar su primer poema, en 1959, el régimen había destapado su identidad y amenazado a sus editores: “Es hija de un peligroso enemigo del pueblo”, decían.  Pre-Textos trae ahora el poemario Octubre, noviembre, diciembre, escrito en 1972, en el que, en voz de la propia autora, la muerte es solo la resistencia que mide la intensidad con que se ama y la luz de un verso, siendo siempre ambos —poesía y amor— más trascendentes que la propia muerte.

Su padre leía a Octavian Goga. Recordaba de memoria estrofas enteras y las recitaba en alto. Y al pronunciar el último pie decía invariablemente: “¡Qué gran poeta!, qué pena que se degradara tanto como para ser primer ministro”. La obra de Ana Blandiana, proscrita, se leyó gracias a las copias manuscritas que a pesar de la represalia que pendía se difundieron por todo el país. Que pusieran tanto ímpetu en censurarla acrecentó el interés por sus textos y cree Blandiana que fue eso lo que la colocó a la cabeza de la generación de escritores que en los 60 acabó con el realismo socialista (nombres como Nichita Stănescu) y trajo frescura, libertad. “Sentimos como si estuviéramos resucitando, y con nosotros todo el país”. Y de ese extremo, por su beligerancia, pasó al contrario, a la notoriedad y los agasajos. Blandiana presidió el PEN Club rumano (asociación mundial de escritores) y fundó el primer memorial para las víctimas de la dictadura comunista, considerado el museo de este tipo más importante de Europa tras los de Normandía y Auschwitz. Pero, aunque la han tentado, nunca ha aceptado un cargo de manos de un político por ese recuerdo que le legó su padre.

Su compromiso con la sociedad lo sigue manifestando desde donde lo hizo siempre, la literatura, con una estética siempre supeditada a la ética que le valió la consideración que en las letras rusas tiene Anna Ajmátova o Vaclav Havel en las checas. Y mira con temor renovado lo que le rodea; se le quiebra la voz al hablar de Europa. Dice que los Le Pen, Orban y compañía, y la admiración de estos por Vladimir Putin, le recuerdan el pacto que Stalin y Hitler establecieron; fuerzas extremas y radicales contra la democracia. “Para los países del Este los valores de la Europa occidental estuvieron prohibidos y, como todo lo prohibido, los idealizamos. Y por eso hoy creemos más en ellos que Francia o Alemania. No será el bienestar lo que garantice la supervivencia europea sino volver a creer en sus pilares y en lo que significan para el resto del mundo”, expresa, y lanza a continuación un augurio pesimista: “Si cayera Europa desaparecería la defensa de los derechos humanos tal como los conocemos; nadie más cree así en ellos”.

La cultura, a su entender, ha de ser una atalaya y no está cumpliendo del todo; un bastión donde los artistas resistan y no cedan a lo que la globalización ha hecho: “meter en una thermomix” costumbres, tradiciones, artes y entretenimiento" y se ha cocinado “una pasta inodora, incolora e inane que no sirve para nada”.

Ahora Ana Blandiana ya no tiene un coche en la puerta que la vigila. Su teléfono no para de sonar, su rostro sale por televisión y la gente la para por la calle. Su tiempo ya no le pertenece solo a la literatura y ella, como el desterrado de uno de sus relatos, mira atrás con cierta nostalgia ese pasado oscuro en el que solo podía escribir.

 

Con información del diario El País (ES)


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