Revista Pijao
Rumbo al Mar Blanco
Rumbo al Mar Blanco

Por Rafael Narbona

El Cultural (Es)

A veces, el destino se confabula contra un autor, empleando toda clase de ardides para escamotear sus obras a la posteridad. Ultramarina, la primera novela de Malcolm Lowry, fue sustraída del coche de su editor y se reconstruyó a partir de borradores que esperaban su definitiva aniquilación en un cesto de basura. Margarie Bonner, la segunda esposa del escritor, rescató de las llamas el manuscrito de Bajo el volcán, cuando el 7 de junio de 1944 ardió la cabaña del matrimonio en el distrito de Dollarton, Vancouver. Aunque se internó en el fuego, Lowry no pudo salvar In Ballast to the White Sea, una novela inacabada en la que trabajaba desde 1931. Nunca dejaría de lamentar esa pérdida, pese a que en 1936 había depositado una copia en la casa neoyorquina de la madre de su primera mujer, Jan Gabrial.

Lowry falleció en extrañas circunstancias en 1957 por una combinación letal de alcohol y barbitúricos. En 1988, cuando ya se había producido el fallecimiento de Margarie, Jan sacó a la luz el manuscrito, no sin depurar levemente el texto, quizás para borrar alguna referencia incómoda. Lowry no pudo olvidar que había guardado una copia en la vivienda de su suegra. Tal vez decidió ocultar este dato por inseguridad. Según el doctor Raymond, que le atendió en la última etapa de su vida, Lowry experimentaba un temor patológico hacia el compromiso, el sexo, los afectos, el trabajo, la autoridad y el fracaso. Sólo publicó dos libros y, pese a las buenas críticas, nunca sintió mucha estima por sus creaciones. La pérdida providencial de In Ballast to the White Sea le permitiría alimentar la leyenda de una obra maestra reducida a cenizas, atribuyéndose un talento en el que no creía. La excelente traducción de Ignacio Villaro, que recoge con fidelidad el impulso poético y la torturada introspección de un estilo particularmente denso y complejo, ha elegido como título Rumbo al Mar Blanco, pues resulta imposible hallar una fórmula en castellano que refleje el literal “en lastre hacia el Mar Blanco”, una expresión de la jerga marinera referida a los barcos cuya carga se reduce a lo indispensable para navegar.

Imbuido en el misticismo católico, Lowry concibió su novela como un ascenso al Paraíso. Después de bajar al Infierno en Bajo el volcán (1947), pensaba que su alma podría alguna vez viajar ligera y desnuda, definitivamente liberada de las pasiones que intentaron destruirla en el pasado. El carácter inacabado de la novela impide comprobar si el feliz tránsito se habría consumado realmente, pero los dieciocho capítulos -el último, meramente esbozado- que componen el relato sólo muestran que Lowry no conoció la paz, que su espíritu nunca pudo desprenderse de sus sentimientos de culpa e indignidad, que su alma no logró traspasar las puertas del Edén y que jamás pudo zafarse de sus pesadillas.

La historia de Sigbjørn y Tor, hijos del capitán Tarnmoor y jóvenes estudiantes de Cambridge, posee la fuerza de un relato bíblico, pero sin un Dios que garantiza un cosmos gobernado por una providencia benefactora. Por el contrario, la figura del padre se relaciona con la negligencia y el crimen. El capitán Tarnmoor provocó un naufragio con una maniobra desgraciada, causando la perdición de las almas a su cargo, que se ahogaron en el mar. Aunque la investigación judicial aún no ha concluido, podría acabar en la cárcel y perder su patrimonio. Sigbjørn cometerá un pecado aún más grave. Cuando su hermano le anuncia su intención de suicidarse, reacciona con tibieza, sin intentar disuadirle.

Ambos aman a Nina, una mujer inteligente y apasionada, que encarna simultáneamente la dulzura maternal y el ardor sexual. No serán los celos los que desencadenen la muerte de Tor, sino el temperamento autodestructivo de Sigbjørn, que menosprecia el valor de la vida e identifica la muerte con una liberación. Su nihilismo no le eximirá del acecho de la culpabilidad, pues de alguna manera ha reproducido el furor homicida de Caín. Buscará la redención trabajando como mozo carbonero de un navío, pero no sabemos si logrará aliviar su alma paleando carbón. Ya intentó -sin éxito- purgar sus pecados en el Edipo Tirano, un buque que también aparece en Ultramarina y Bajo el volcán, evocando el poder del inconsciente. El taxista de Liverpool que asume el papel de Christophourus no consigue ayudarle a sortear el río que permite dejar atrás el infortunio y la desesperación. Lowry no oculta su fascinación por el catolicismo. Christophourus (San Cristóbal) venció a la corriente, con el Niño Jesús sobre sus hombros. La fe es una pesada responsabilidad, pero regala al ser humano una segunda vida, un nuevo comienzo.

Al igual que el Ismael de Moby Dick, Sigbjørn siente bullir en sus venas desde joven la angustiosa llamada del mar, pero no es simple anhelo de aventura, sino deseo de volver al útero materno, de desnacer (en el sentido unamuniano), de anonadarse en un infinito cálido y suave, donde la conciencia ya no se sentirá dolorosamente escindida de la totalidad. Sigbjørn no cesa de pensar en su madre, una hermosa noruega que falleció cuando su hermano y él aún eran niños. Nina podría ocupar su lugar, pero el sexo, lejos de crear un vínculo, separa y divide. Después de fundirse en el placer, los amantes se van a pique, como un barco que ha chocado contra un iceberg.

Sigbjørn busca un sentido a su existencia en la escritura, pero su vocación literaria sólo produce fragmentos y esbozos. Quisiera amar y ser amado, ahuyentar la soledad, conocer la fraternidad. Sus expectativas se derrumban una y otra vez. El contacto con los otros no es una forma de comunión, sino una áspera confrontación que vacía nuestra identidad. Sigbjørn admira al escritor William Erikson, pero al mismo tiempo siente que le ha arrebatado la posibilidad de crear una obra propia. Erikson es su doble, el fantasma que ha materializado sus sueños. Tor ha desempeñado un papel semejante, protagonizando el suicidio que había concebido como un posible final para su malestar interior.

Rumbo al Mar Blanco no desemboca en el Paraíso, sino en la desolación. Nina y Sigbjørn observan un trozo de madera desde la cubierta de un barco. Se hunde y se eleva, pero apenas avanza. Sigbjørn lo compara con el alma humana, atrapada por el caos en un universo aparentemente absurdo. En mitad del océano, su soledad parece monstruosa, semejante a la de Ahab, que lucha inútilmente contra el mal, incapaz de descubrir si está en las entrañas de Moby Dick o en su propio corazón, siempre en tinieblas. Tarnmoor es el apellido de los dos hermanos, pero también un pseudónimo de Melville, que siempre vivió mortificado, como Sigbjørn, que se siente perseguido por “una fuerza ciega y maligna”, por un “oscuro coloso” que golpea incansablemente sus párpados. Alcohólico, promiscuo, desleal, inseguro, violento, Lowry concibió Rumbo al Mar Blanco como una expiación y un viaje místico al vientre materno, simbolizado por el mar, pero sólo consiguió escribir un libro extraordinario, que prolonga la atmósfera trágica de Bajo el volcán. “¡Todo es dolor!”, exclama Sigbjørn. Sería hermoso renacer, contemplar un nuevo amanecer, pero todo indica que el destino del ser humano consiste en viajar hacia ninguna parte, fantaseando con una inexistente claridad. Lowry soñó con ser Dante, pero nunca avistó el Paraíso. Su escritura quedó estancada en el Infierno y ha llegado hasta nosotros como un grito lleno de ansiedad y frenesí.

Lee aquí el comienzo de Rumbo al Mar Blanco, la novela perdida de Malcolm Lowry

http://www.elcultural.com/PDF/fragmento-lowry.pdf


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