Por Ángel Castaño Guzmán
El Espectador
Por sus asuntos y por su prosa –juguetona, lúcida– las novelas de Orozco se parecen a pocas cosas en el ambiente narrativo colombiano actual.
Sus dos más recientes novelas –Infortunios del mono infinito y Preguntas frecuentes– abordan asuntos poco usuales en la literatura colombiana. ¿Cómo maduran en usted las historias de sus novelas? ¿Cuándo sabe que algo que se le ocurre da para un libro?
Mis novelas son reflexiones sobre asuntos que considero vitales. Su concepción es elocuente y misteriosa, como el origen de los sueños. A veces nacen de un personaje ya definido; a veces, de la ilusión de innovar en la forma; a veces aparecen como las respuestas que me doy a mí mismo acerca de incógnitas que me intrigan; y hay veces (las más afortunadas) que llegan por azar. Eso sí: siempre sé que una idea da para un libro por el entusiasmo que me genera y que creo poder transmitir. Cualquier origen es legítimo, siempre y cuando se cuenten historias que puedan interesarle a hombres y mujeres de todos los lugares, de todos los tiempos. A menos que hablemos del Mundial, el concepto de patria me parece un grosero arcaísmo: más que colombiano, soy un habitante del planeta Tierra en los albores del siglo XXI. Para mí, la literatura colombiana (al igual que la canadiense o la keniata) no representa una categoría importante. No me interesa la escritura que se enfoca en brindar un paisaje del terruño querido, por ejemplo, o que se gasta en frívolos asuntos políticos. Existe la literatura: la esencial, la juguetona, la transgresora, la amada.
Facundo Sanguinetti, el cazador de vampiros de Preguntas frecuentes, comparte sus reflexiones y vivencias alrededor de tan singular oficio. ¿Cuál es su procedimiento de trabajo para construir las voces que narran en sus libros?
Luego del nacimiento de una idea viene un tiempo que sirve como filtro y en el que decido si dicha idea vale o no la pena. Durante ese tiempo, antes de comenzar a escribir, me voy contando la historia, imagino posibles escenas, reflexiones, imágenes. Mis personajes se van construyendo así, con amor y con tiempo, y son (siento la necesidad de recalcar: para mí) uno de los objetivos cruciales de la novela como género: la creación de una personalidad, la posibilidad de abrir una ventana a una mente que no es la nuestra, de habitarla. Durante la escritura de Infortunios, por ejemplo, reflexioné acerca del tema inagotable de la originalidad en el arte, y por azar llegué al de las fobias, que me sugirió la idea del personaje del doctor Spiegel, el pilar sobre el que se sostiene la novela. Preguntas frecuentes nació del deseo de escribir una novela en forma de cuestionario, y con el tiempo germinó el personaje de Facundo Sanguinetti y su tema vital: la transformación, la comprensión absoluta del otro. Por supuesto, hay semejanzas entre las voces de mis personajes (pues nacen de mi propia voz), pero con cada uno de ellos intento resolver problemas diferentes.
Su libro es insólito en relación con la producción novelística relacionada con los vampiros. Mientras lo escribía, ¿leyó algunas de esas novelas? ¿Qué opinión le merece la obra de Stoker?
No mientras lo escribía, pero sí en el tiempo de investigación y ensueño que precedió al tiempo de la escritura. Durante más o menos un año leí y vi todo lo que pude sobre los vampiros, pues era necesario ese conocimiento para lograr la voz de Facundo. Si la novela es insólita es porque la concebí precisamente no como un libro de vampiros, sino como un juego esencialmente poético. El tema de los vampiros era después de todo secundario: el anzuelo para pescar a lectores que usualmente no frecuentan las aguas cristalinas de la ficción literaria. Mi desaforada ambición (que confieso sin vergüenza, pues un artista no vale mayor cosa si no ambiciona transformar el panorama del arte) era llegar a escribir el libro que pusiera fin a futuros libros de vampiros. En cuanto a mis opiniones personales, son las mismas que las de mi Facundo: nuestro maestro es Montague Summers (eminente upirólogo), y la obra de Stoker es un merecido clásico del género, pero en términos estéticos empalidece al lado de la Carmilla de Sheridan Le Fanu, la gran obra maestra de las historias de vampiros.
Usted también cultiva el género del cuento. Hace un tiempo ganó el premio Gabriel Miró. ¿En cuál de los dos géneros se siente a sus anchas: el cuento o la novela? ¿Cuáles son las diferencias que encuentra entre la escritura del uno y del otro?
Mi experiencia en el género del cuento es mínima. O sea: lo cultivo como alguien puede cuidar un cactus de escritorio, pero en mi invernadero personal sólo tengo proyectos de novelas. En este momento de mi vida, quizá porque todavía tengo la resistencia y el atrevimiento de la juventud, me interesa el esfuerzo de largo aliento de concebir y estructurar un cosmos personal, crear una visión del mundo. Eso al fin de cuentas es para mí la novela: una experiencia estética que intente explicar el universo. Tal vez más adelante llegue el turno de los cuentos, pero ahora prefiero dedicar mis energías a estas esculturas de tiempo y pensamiento que el lector despacha en un par de días y que a mí me toma meses o años llevar a cabo. A lo mejor esa termine siendo mi evolución literaria: novelas de juventud, cuentos de edad adulta, geriátricos sonetos. En cuanto a las diferencias entre la escritura de cuentos y novelas, la única diferencia notable es la obvia: la extensión. Por lo demás, uno y otro deben partir de un chispazo de intuición y tener el deseo de transmitir, más allá de las palabras, el fuego cósmico de la verdadera poesía.
¿Cuáles son los proyectos literarios que tiene entre manos? ¿En qué empresas escriturales ocupa su tiempo?
No ahondaré en esta respuesta, porque prefiero no hablar de aquello que se fragua en silenciosa soledad. Lo que sí diré es que me gusta experimentar con los géneros (como Kubrick o Picasso, dos de mis grandes influencias), y que aquellos lectores que acudan a mis novelas no deben sorprenderse demasiado si una parece ser un tratado psicológico y otra está tras la máscara de un manual de cacería. Es mi sueño literario tener dentro de mi obra, entre otras, una novela policiaca, un artificio de ciencia ficción, y (por qué no) una novela erótica tan lúbrica y salvaje que haga sonrojar a nuestra más fulgurante estrella del porno o al cardenal George Pell. El asunto de las empresas escriturales suena demasiado serio: en realidad soy apenas un vago sensible al que le gustan las historias y los juegos de palabras.