Por Fernando Araújo Vélez Foto Archivo
El Espectador
Su infancia fue chapotear en un montón de charcos que se hacían en su casa cada vez que llovía en Cartagena, mientras sus padres gritaban porque para ellos aquellas inundaciones eran una especie de tragedia. Su adolescencia fue, luego, leer a Sartre y a Camus, a Alberto Moravia y todas aquellas “lecturas inconvenientes” que cada semana publicaba el párroco de San Pedro Claver en una lista que pegaba a la entrada de la iglesia. “Esos eran los libros prohibidos por la Iglesia, obvio, y por lo mismo, los que yo más anhelaba”. Él leía y escribía, siempre apartado del ruido, lejos, muy lejos de la mirada de su padre, don Roberto Burgos Ojeda, pues su padre era la verdad, el bien y el mal, la cátedra, la justicia, y una de sus premisas era que los sentimientos entorpecen el juicio.
Un día, don Roberto supo por voz de su esposa, Constanza Cantor, que su hijo escribía, y logró enviarle alguno de sus cuentos a Manuel Zapata Olivella. “Le he pedido a un amigo muy culto que lea tus relatos”, le dijo. Entonces llegaron la espera, y con la espera la angustia, y con la angustia el pesimismo, y pasaron los días, hasta que Burgos Cantor se encontró con que uno de sus cuentos, La lechuza dijo el réquiem, estaba publicado en la revista Letras Nacionales, en cuya tapa aparecía León de Greiff. “Todo había sido obra de Zapata, que no se cansaba de darle la mano a quien la necesitara”.
Eran los años 60. Burgos Cantor veía y participaba de las revoluciones de entonces con sus textos. Su padre le decía que algún día debería volver a leer a sus escritores favoritos. Él empezaba a comprender que hay libros para cada edad. Cuando se graduó de bachiller, viajó a Bogotá para estudiar derecho en la Nacional. “Era la opción más viable”, diría, una carrera que le enseñaría algo de humanidad y mucho de disciplina, y en Bogotá, entre las clases de abogacía y los tiempos libres, se fue involucrando en los asuntos literarios e intelectuales. Publicó cuentos, novelas, fue profesor y siguió escribiendo.
Este año publicó Ver lo que veo, una novela con su toque, su ritmo y su voz, con él impreso en cada una de las frases de ese mundo cartagenero que creó, que escribió, con un montón de personajes marginales que tuvieron que dejar su tierra y su pasado para volver a empezar. Ver lo que veo ha sido lo que él ha visto, lo que ha escrito, parte de lo que ha vivido y lo que ha dejado para el después, para la memoria y para siempre.