Revista Pijao
Reviviendo la memoria lingüística de Colombia
Reviviendo la memoria lingüística de Colombia

Por Maria Paula Lizarazo

El Espectador

El Instituto Caro y Cuervo, en una reconstrucción de la memoria lingüística de Colombia, lleva más de dos años investigando y componiendo, bajo la dirección de las investigadoras Nancy Rozo Melo y Clara Henríquez Guarín, un diccionario de colombianismos que tendrá alrededor de 10.000 entradas y en el que se incluirán eufemismos, onomatopeyas y expresiones autóctonas, teniendo en cuenta en la selección tanto distintas regiones como épocas. Así lo dijo Carmen Millán, la directora del Instituto Caro y Cuervo, en una entrevista con la agencia española de comunicaciones Efe: “Lo bonito de este diccionario es que cada persona puede encontrar algo que le ilumine la memoria, los recuerdos de antaño, las expresiones de los papás, las mamás y los abuelos para echar cantaletas o expresar su amor”.

Desde el siglo  XVIII se viene conformando el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), que en primera instancia fue considerado un diccionario del “español europeo”, al que progresivamente se le fueron añadiendo voces provenientes de las tierras de América.

El 80 % del léxico que comprendía el diccionario era entendible en ambos continentes, aun así, no consideraban al DRAE del todo incluyente respecto a los léxicos americanos, por lo que a finales de dicho siglo surgió la necesidad de hacer un nuevo diccionario exclusivo del léxico americano. No obstante, el proyecto tardó varias décadas en concretarse.

Hacia 1966, el filólogo paraguayo Marcos Augusto Morínigo, quien además hizo el Diccionario de las lenguas indígenas, escribió el Diccionario del español de América, el cual, desde entonces, ha sido editado en varias ocasiones. Un alemán, Günter Haensch, seguiría los pasos de Morínigo y para 1993 escribiría el Nuevo diccionario de americanismos. Y la academia colombiana haría el Breve diccionario de colombianismos, cuya última edición fue en el 2012.

El nuevo diccionario, que estará terminado a finales de este año, cuenta con definiciones de palabras como engallar, desguarambilado, charro, chanda, sirirí y zumbambico.

Es erróneo intuir que el diccionario no tiene valor para la sociedad colombiana, menos por el momento transicional que se está viviendo en distintas partes del país, pues, a propósito, la cultura lingüística con la que cuenta Colombia es una explicación de sí misma.

En Colombia, como en todo pueblo que haya sufrido una guerra, es necesario el ejercicio de memoria en tanto que las víctimas del conflicto, con ayuda de instituciones estatales que investiguen, reconozcan la verdad de los hechos. De tal modo, al hacer dicho reconocimiento, consecuentemente, hay una transformación encaminada hacia la “memoria” que permite distintos puntos: primero, la dignificación de la víctima respecto a lo que le hicieron padecer; segundo, una forma de resistencia para exigir justicia, de modo que los gestores del padecimiento de la víctima no gocen de impunidad sino que sean juzgados según lo dictamine la ley, y, tercero, imponer una demanda simbólica ante la sociedad con el fin de evitar que se repitan los hechos.

Por tanto, según el Centro Nacional de Memoria Histórica, la memoria también puede hacerse por personas o instituciones cuyo objetivo sea el de dignificar a las víctimas, conjuntamente con el de exigir justicia. Además puede realizarse desde diferentes manifestaciones artísticas en diferentes espacios, así como desde relatos testimoniales.

Sin embargo, hay algo común al hacer memoria: sea cual sea la forma, por ejemplo, la pintura, el cine, la literatura, entre otras, lo que se está haciendo es volver a contar lo que sucedió; en otras palabras, la persona que hace memoria se apropia de los hechos, haciendo que estos vuelvan a ocurrir a través del relato, pero concentrando el énfasis de la historia en un enfoque que responda a la recepción que anhela el transmisor.

Para exponerlo de otra forma, se puede tomar como ejemplo la cotidianidad. Casi siempre que las personas están caminando, medio vitrineando o en algún transporte, van relatando algo a su acompañante, y las expresiones, los cambios de tonalidades de la voz y los gestos del hablante influyen en la percepción y la opinión que el oyente tenga sobre lo relatado.

Así pues, el uso de la lengua o del lenguaje empleados al momento de relatar confiesa la mirada que tiene una persona sobre algo, y seguramente esa mirada ha sido, aunque sea mínimamente, influenciada por la mirada de otro, lo cual alimenta la construcción y la transformación del léxico de un pueblo y revela que el dialecto de un lugar, así como las creaciones artísticas allí dadas, es determinante para comprender la historia de dicho lugar.

De ese modo es necesario, en el caso colombiano, dar a conocer la verdad del conflicto armado que surgió después de la mitad del siglo pasado, como también lo es dejar una memoria del léxico que ha ido de boca en boca en Colombia dado que revela lo que sería entonces el alma del colombiano: es ahí, en la riqueza del lenguaje, en sus usos, sus transformaciones, su inmenso contenido histórico y su recopilación, lo que hace magna la labor del Instituto Caro y Cuervo al elaborar un diccionario de colombianismos, pues están poniendo una piedra más en el camino para el estudio de la historia del pueblo colombiano, ya que el diccionario aporta a la construcción de un contexto completo de lo que fueron los años de conflicto en la segunda mitad del siglo pasado y lo que lo precedió, permitiendo así que cada vez haya mayor claridad sobre el pasado y más personas puedan acercarse a él y sacar conclusiones. De ese modo, consecuentemente, se evitará la repetición de los hechos, en concordancia con este momento histórico que busca la reconciliación y la dignificación en Colombia.


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