Revista Pijao
‘Rendición’, una novela en el límite del mundo
‘Rendición’, una novela en el límite del mundo

Por Elena Poniatowska

Especial para El País (ES)

En abril de este año viajé a Madrid como jurado del Premio Alfaguara y todo fueron frases de Rulfo, Fuentes, Neruda, porque me hospedaron en el hotel de Las Letras en la Gran Vía. Ser jurado es una responsabilidad enorme que a algunos les quita el sueño. Desde luego a mí me lo quitó. Leí palabra por palabra Victoria, rebautizada Rendición, de Ray Loriga, que concursó con un seudónimo que en realidad es el nombre de un futbolista argentino, Sebastián Verón, al que le dicen La Brujita.

Después, me enteré de que los críticos literarios de The New York Times, The Guardian, The Washington Post consideran a Ray un autor fuera de serie, original, convincente, a la altura de Burroughs, Houellebecq, Gibson, pero al leer al autor escondido tras La Brujita no tenía idea de su tamaño.

Rendición, de Ray Loriga, premio Alfaguara 2017, es una novela situada fuera del mundo, en el límite del mundo, en el fin y en la transparencia del mundo que es la transparencia actual de las redes sociales, que nos mantienen frente a una pantalla esperando la señal que ha de echarnos a andar, comer, hacer el amor, lavar nuestros enseres con el detergente indicado.

Durante el día entero, la noche entera —según Ray—, nos observa un testigo despiadado. ¿Será Dios, será nuestra conciencia, será el autor todopoderoso? ¿Estaremos sujetos a una etapa apocalíptica a punto de convertirnos en hojas en blanco, hombres y mujeres sin sus cinco sentidos, sin memoria ni futuro? Es impresionante el ritmo y la continuidad de este libro, la sencillez cristalina con la que nos cuenta atrocidades, las frases fluyen, nunca hay un diálogo o el diálogo se reduce a lo mínimo y se inserta dentro del flujo de la escritura. Ray nunca hace frases de cajón. A veces siento que Ray Loriga no quiere provocar nada en el lector de tan comprensible y directa su escritura.

Rendición aborda la muerte, la paternidad, el sindicalismo, la costumbre, la posesión, el engaño, el trabajo, la limpieza, el destino común, el bien común, el drama del agua (que en México es uno de nuestros más grandes problemas), el desamor, el fastidio y sobre todo la mierda. La mierda se convierte en alimento y me recuerda una película norteamericana en la que los vivos se alimentaban con galletas hechas con la carne de los muertos.

Rendición es una heredera de la filosofía existencialista, es una alegoría, una parábola. El jurado de Madrid, completado por esa maravilla de ser humano que es Pilar Reyes y por Juan Cruz, Eva Cosculluela, Marcos Giralt Torrente, Andrés Neuman, Santiago Roncagliolo y Samanta Schweblin, hablaron de Orwell, de Kafka. La ciudad de cristal en la que nos exhibe Ray Loriga es una alegoría de nuestras sociedades expuestas a la mirada ajena y al juicio de todos. Somos cada vez más una aldea de millones a quienes se conduce como borregos al matadero. Aquí todo se ve como en las cárceles de alta seguridad; la ciudad de cristal es en sí la cárcel que todos llevamos dentro y ante la que el personaje —totalmente inerme— se rinde. Nos caracterizan el mismo comportamiento y las mismas derrotas. El conformismo es parte esencial de la condición humana, no tiene caso rebelarse contra condiciones de vida que para todos son las mismas.

Estar a la vista de todos es la gran exposición al escrutinio a que nos obliga la ciudad de cristal. El autor nos exhibe y no nos deja más opción que acostumbrarnos a ser juzgados hasta cuando hacemos “nuestras necesidades”. El que se sale de lo establecido, está condenado a la nada, vaga como fantasma en el no man’s land, en la impotencia. Durante toda la lectura de Rendición tuve una sensación de vacío. El personaje principal pierde a su mujer, a sus hijos, que la patria envió a la guerra que es todas las guerras, y sus bienes materiales en una lucha irreal y lejana con la que nadie se ha comprometido, como sucede con todas las guerras. La ciudad de cristal es la ratonera perfecta.

Todo el texto me hizo pensar en La peste de Camus y me conmovió tanto su lenguaje como su pesimismo. El lenguaje es casi plano, nada efectista, Ray nunca ensucia su texto. A veces pienso que quiere ayudar al lector de tan comprensible y directo. Evita los adjetivos, las enumeraciones. Al leer Rendición, Ray se me aparecía como una suerte de campesino acodado a la mesa contando su propia vida y haciéndola pedazos. Veía yo su amor a la tierra y sus manos de labriego. Creo que este libro me dio mucho. Fue un inmenso regalo. Me hizo pensar en mis tres hijos y en sus guerras personales y en esa trinidad en la que Julio, el hijo que apareció de la nada, es quien al final actuará de verdugo. También recordé el American way of life que nos nulifica a fuerza de uniformarnos.

Creo que si un filósofo escribiera una novela, lo haría como el autor de Rendición, pegado a la tierra, a los cambios de la naturaleza que también son los cambios en su cuerpo, la infame destrucción que significa cualquier guerra y a veces también cualquier vejez.

A medida que avanzaba en la lectura del manuscrito intuí —por algunas de sus expresiones— que se trataba de un autor nacido en España. La palabra “consistorio” es eminentemente española como lo es “crío” y otras a lo largo del texto. Por cierto, el manuscrito de nuestro ganador tenía faltas de ortografía y no llevaba acentos.

Subrayé muchas de sus frases por su sabiduría personal pero también por su sapiencia que viene desde el surco. Quizá entonces, pudo aparecerse Juan Rulfo, pero la verdad, no pensé en Rulfo. Después, en el momento de saber que Ray Loriga era el ganador, el nombre de Rulfo saltó como su mayor influencia como el mismo autor lo confirmó. Me dio gusto por ser mexicana.

Es padre el siguiente párrafo por su sabiduría de labriego y la poca ilusión que se hace sobre el significado de la solidaridad humana:

“Nunca he sido de irle llorando a la gente con mis problemas porque me supongo que cada uno tiene bastante con lo suyo y que además a nadie le importa realmente lo que le pase a otro que no es él. La gente hace como que le importa mucho lo de los otros pero no me creo que sea verdad, ni aquí dentro, ni en ningún otro sitio. Tampoco creo que les importe a los curas, para ser sincero, ni me parece posible que Dios nos conozca a todos por el nombre”.

Se trata de una escritura simbólica y muy actual porque pensar en la guerra es pensar en Siria, Palestina, Irak, Yemen. Gente sin Estado, sin patria, que se ahoga y aparece sobre las playas del mundo como los personajes de este relato que mueren por ausencia, por asfixia, por falta de intimidad.

El gran símbolo de Rendición es la ciudad de cristal porque ahí todos perdemos hasta nuestro olor, el olor corporal, característica que nos individualiza (“la mujer de uno huele como ninguna otra cosa y cada persona está acostumbrada a olerse a sí misma y a la persona que quiere”). Somos un inmenso desodorante. Este pasaje quizá sea una alegoría de regímenes totalitarios como el estalinismo o el nazismo, que deshumanizaban a las personas reduciéndolas a un número (horriblemente tatuado en el antebrazo). En Rendición nadie huele a nada o todos olemos a chivo.

Ray Loriga ha estado en México, la tierra de su admirado Rulfo, donde ha declarado que él no es quien para juzgar ni decir algo en nombre de nada. Ahí coincide con Rulfo, quien decía que él era “una pura nada”. Ray Loriga nos presenta una novela que no salvaría a Rulfo de la depresión pero cuyos rumores coinciden con sus murmullos, el inútil bregar de sus personajes condenados de antemano a la soledad de la ciudad transparente. Con razón el arquitecto Luis Barragán —cuyas cenizas Jill Maggid convirtió en diamante— decía que le parecía un gravísimo error levantar edificios de cristal que nos exponen a todas las miradas. A él no le hubiera gustado que lo miraran en los quilates de una joya que refulge en el fondo de un estuche de cuero. Toda su vida fue la de la tierra de Jalisco que se extiende a pérdida de vista.


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