Revista Pijao
¿Por qué debemos leer?
¿Por qué debemos leer?

En la historia de la humanidad puede rastrearse que el hombre sensato fue un lector. Tenían entonces su
manera de leer el mundo cuando ni siquiera se había inventado la escritura y era la única manera inteligente de sobrevivir y cumplir sus labores. Leían las nubes y de acuerdo al clima observaban si estaban en tiempo de cosecha o no debían salir porque se anunciaba una tormenta, pero no sólo eso sino que leían, como hoy, en los ojos de sus semejantes, si existía detrás de las miradas el gusto o el amor e inclusive si salía de allí odio o se cubrían con indiferencia. No les resultó nunca extraño leer el firmamento y saber qué les decían las estrellas y cuentan los especialistas que lo hicieron explicando los petroglifos que aparecieron en las cuevas de Altamira hace más de 5.000 años. Después, con la aparición de la necesidad de la escritura para conservar el recuerdo de sus pueblos y sus héroes, puesto que la memoria es frágil y no podía seguir de boca a oreja y de una generación a otra, salieron los papiros que se valoraban como un tesoro. Y en efecto era así, como lo siguen siendo, pero representado en libros que han cambiado de formato, y desde luego no podía ser para menos al conservar allí y en esencia, el conocimiento que el hombre ha tenido de la tierra o los planetas, el resumen de sus culturas o las narraciones y análisis sobre diversos temas.

Todas aquellas generaciones que llamaron de la palabra y la conversación fueron siempre las de un lenguaje oral y luego escrito, no de manera simple por hacerlo sino para intercambio de las ideas y saberes. Se tropieza uno fácilmente con la información lógica de la modificación con el tiempo que tuvieron las lenguas y cómo se leía desde los griegos en voz alta bajo una práctica cultural y social y la gente observaba curiosa a quienes lo hacían en silencio. Socializar el conocimiento verbalizándolo o buscándolo en aquellos primeros libros se constituyó la gran forma del aprendizaje.

Mucha gente, en la actualidad, se ha negado por pereza o facilismo al lujo exquisito de leer como si se fuera demasiado sabio y lo demás sobrara. Hoy en día las estadísticas muestran una parte del mundo donde los niveles de lectura no son buenos y las pruebas para los estudiantes resultan de baja calificación, en particular para los países no desarrollados, mientras en los mejores se detecta que es donde más se lee. Es tal la importancia para hacerlo, que en no pocos países existen leyes para el fomento de la lectura y el libro, mencionando su ejercicio como clave para el cambio social. Esta obligación de los gobiernos no es atendida como se debiera y alegan la indigencia, la abulia de profesores y estudiantes, el que lo asumen como un castigo y no como un placer, sin que falten los argumentos de los altos costos y cómo los presupuestos no alcanzan para esto. De otra parte, no faltan los funcionarios que creen que invertir en libros y en cultura es un costo innecesario y son obras que no pueden inaugurar para hacer sus discursos, puesto que lo que alcanza a verse no es palpable a la vista de inmediato porque la modificación de la conducta con la lectura tiene su proceso, lo mismo que los cambios de mentalidad si el ambiente cultural es propicio para invertir el tiempo libre. Asímismo, hasta los rectores de las instituciones que o no cuentan con presupuesto y si lo hubiere, les parece una tontería adquirirlos, mucho más cuando las bibliotecas aparecen congeladas en el tiempo sin actualización ninguna.

Fácil resulta la disculpa de para qué leer si la información y hasta los argumentos aparecen resumidos en
internet, no entendiendo las trampas y mentiras que conllevan muchas de estas informaciones y hasta
poder con las auténticas comprobar fácilmente cómo señalan a ciertos autores de frases y discursos que
jamás hicieron o de libros que tampoco llegaron a escribir. Diferente que nos relaten cómo es el sabor del
postre o la delicia de su degustación que verificarlo y ejemplar surge aquí examinar la figura de los ciegos
buscando la luz al leer con el sistema táctil o Braille para darse el placer. Un libro cerrado no es más que un objeto donde se encuentran caudales al estilo de las alcancías abandonadas y abierto cumplir con las
palabras mágicas del ábrete sésamo en el famoso cuento de Alí Baba y los cuarenta ladrones. Sale fácil en contraposición transcribir el proverbio hindú que reza cómo “un libro abierto es un cerebro que habla;
cerrado un amigo que espera; olvidado un alma que perdona y destruido un corazón que llora”. Quien
digiere las letras engorda el cerebro para tener visión fuera de lo común, al estilo de Supermán que alcanza rayos X y quien no, simplemente representa un miope que ha de tropezarse una y otra vez con el mismo obstáculo y caer repetidamente bajo el mismo hueco. Se es mediocre porque se quiere serlo y se es conformista para pasar simplemente las materias en clases donde supuestamente aprenden y muchos maestros supuestamente forman.

Por algo, saber leer y escribir, primero que todo, es el objeto central de la enseñanza. Deslizar por hábito la mirada hacia las palabras y permitir que los ojos se muevan visualizando al frente lo que existe y lo que
significa lo comunicado, nos dejará percibir, como cuando se escucha una música lejana, el secreto del
mundo. Se leen las matemáticas y la física con sus números y sus fórmulas complicadas para lograr su
entendimiento y al hacerlo, así sea solamente con los pasajes que nos interesan, comprendemos muchas
cosas que ignorábamos o si no, hallamos los argumentos para ser otros diferentes a los que éramos.
Significa aplicarse el salvavidas que nos arranque del abismo de la oscuridad. Es como ponernos otros pies para caminar por la vida con mayor seguridad y otros brazos que se alargan para abarcar mayores senderos y hasta poder con ellos abrazar el mundo.

Con la llamada lectura veloz e inclusive con los métodos que existen para hacerlo, no puede uno menos que acordarse de la frase irónica de Woody Allen al afirmar que hizo uno de esos cursos y pudo enterarse, al final, que en el libro 'La guerra y la paz', de Tolstoi, supo que parecían unas acciones que transcurrían en una guerra en Rusia.

La juventud parece leer con mayor facilidad en sus computadores y no en los tradicionales libros de papel. Aquellos textos electrónicos o digitales de un libro se encuentran fácilmente y en no pocas ocasiones sin costo alguno y pueden hacerse hasta bibliotecas digitales. Por ahora no importa qué formato seleccione, puesto que al decir de un médico, la vitamina C puede hallarse en la zanahoria o en las pastillas que la reemplazan para tener el mismo efecto. Los cristianos aseguran que el resultado de las oraciones se cumplen en la iglesia o debajo de la cama y que lo interesante es hacerlo.

Vale la pena deducir que leer es de por sí un privilegio en un planeta donde los que no saben hacerlo es de 793 millones y esto con las cifras oficiales que son muchas veces mentirosas porque en realidad son más. Pero si en el mismo planeta existen los datos de cómo se botan 1.300 millones de toneladas anuales desperdiciando más de la mitad de los alimentos y se contabilizan 800 millones que no pueden comer por falta de recursos, la pregunta pertinente aquí, por encima de esta desproporción, además de la injusticia sobrecogedora, es examinar cómo, sabiendo leer y tener a la mano esta comida, simplemente la
desaprovechamos. Uno no puede morirse de hambre con la alhacena llena porque sería una torpeza con
nosotros mismos y los que nos rodean y padecer hambruna y desnutrición cuando todo lo tenemos a mano. ¿Qué hacer cuando el mundo bota la comida pero muere de hambre? Ser millonario y morir de inanición sentado en una silla de oro no es la idea. ¿Cómo debemos mirar a quienes lo hacen con el conocimiento? El adagio español que dice cómo “de libro cerrado no se saca letrado”, señalando a quienes lo tienen sólo para adornar una pared sin dar garantía ni de lectura ni asimilación. Así, lejos están de parecerse a los viejos que se calificaban como el de ser un libro abierto. Si uno empieza sin advertirlo a leer el mundo cuando abre los ojos en la cuna, la vida no termina siendo nada diferente a leer la vida para hacerla mejor y se logra cada vez más con el conocimiento. De allí que comprender lo que se lee es lo importante para entender cómo se alimenta el cerebro y se estimula con la variedad de pensamientos.

En Colombia, quienes tienen la oportunidad de ir a la escuela o a cualquier institución educativa la ven como una rutina, a veces aburrida, en ocasiones como un castigo y una carga, sin saber que quienes quisieran hacerlo y no pueden, por diversas razones, son nada menos que el 9% de nuestros habitantes, es decir, existen casi tres millones de analfabetos, los que simplemente no saben leer ni escribir. No faltan quienes hablan con razón de regiones donde se alcanza entre el 12 y el 13% y se trata de jóvenes y adultos y no pocos niños sin este derecho. ¿Es justo entonces desperdiciar la oportunidad de hacerlo bien?

Carlos Orlando Pardo

Pijaoeditores.com


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