Por Santiago Díaz Benavides Foto Marcela Sánchez
El Espectador
Pedro Badrán nació en Magangué (Bolívar) en 1960. Es autor, entre otros títulos, de los libros El lugar difícil (1985), Simulacros de amor (1996), Hotel Bellavista y otros cuentos del mar (2002), Manual de superación personal y otros cuentos (2011), y El hombre de la cámara mágica (2015). En 1979, apoyado por algunos amigos suyos, fundó la revista literaria En tono menor, de gran importancia para la vida cultural en Cartagena durante aquellos años. Con “El día de la mudanza” ganó el Premio Nacional de Novela Breve (2000); “Un cadáver en la mesa es mala educación” (2003) le mereció una beca de creación otorgada por la alcaldía de París. Ha sido jefe de redacción de la revista “Cromos”, reportero y editor del diario “La Prensa”, colaborador de la revista “Credencial” y el diario “El Espectador”, y profesor en la Pontificia Universidad Javeriana. Margarita entre los cerdos (2017), título editado por Penguin Random House, es la publicación más reciente del escritor caribeño. Se trata de un libro de cuentos que exploran el género policiaco a partir de las acciones de un único personaje: Ulises Lopera. Al respecto, conversé con el autor y, entre otras cosas, descubrí que es un ferviente lector de la literatura de crimen.
¿Cuál es el germen de este nuevo libro?
Cuando uno se propone hacer un libro de cuentos, la cosa no sale siempre de una vez. Uno no escribe las historias de manera continua, una tras de otra, y luego las compila todas en un volumen. Los cuentos van apareciendo a lo largo del tiempo y en un momento dado, después de haber pensado mucho en ellos, uno siente que puede tener un libro. A mí me atrae mucho el relato criminal, la trama policiaca, y siempre me ha divertido como ejercicio creativo. A raíz de lo que fue la publicación de mi libro Un cadáver en la mesa es mala educación, comencé a escribir unos cuentos sobre lo que acontecía con un detective. Poco a poco fui dándole forma al personaje y haciendo la recopilación de los textos.
¿Cómo define al personaje de Ulises Lopera, protagonista de los cuentos que aparecen aquí? ¿Puede haber algo en el actuar del personaje que se asemeje a lo que sucede con el protagonista de Pulp (1996), el libro de Charles Bukowski?
Ulises Lopera es un detective marginal, muy criollo. Es funcionario de una fiscalía y de unas instituciones que se han tornado corruptas, ante eso él tiene que actuar y desenvolverse con rapidez. No es el típico detective, casi héroe, muy razonador y calculador, sino que es un sujeto que se encuentra a merced del mal. Me interesaba que el personaje estuviera casi que indefenso o vulnerable ante la corrupción que se teje en las esferas del poder. Es un hombre ingenuo, hasta cierto punto, que actúa en un mundo supremamente corrupto. Es muy difícil escapar del mal y sus múltiples formas.
Ahora bien, hay que mencionar y no dejar de lado que el relato negro de hoy es muy diferente al que se escribía hace cincuenta o sesenta años. Encontramos, entonces, detectives un poco más rudos, imperfectos, vulnerables. Ulises Lopera desciende de esta nueva concepción del detective. Lo que he leído de Bukowski me da la sensación de que los personajes rondan la exageración. Yo no busco eso en lo que escribo. Quizá sí haya presencia de un antihéroe en la forma como está concebido el detective, pero yo considero que se trata más de una representación de aquello que vemos a diario en nuestras sociedades. Las fronteras entre el bien y el mal aparecen borrosas.
¿Cuál es su percepción frente al relato policiaco en Colombia?
No me gusta dar nombres de autores, pero creo que hay cosas muy interesantes que se han desarrollado con buen tino. El género ha ido más hacia lo criminal que a lo detectivesco. Se han escrito cosas valiosas, a pesar de que el tema sigue siendo un poco marginal.
¿Qué les puede ofrecer el cuento a los lectores, en relación con lo que podría hacer la novela?
Es una pregunta complicada. Creo que en Colombia hay pocos lectores y por eso mismo, quizá, no se ha apreciado el cuento como se lo merece. Se trata de un género que no es bien reconocido por el mercado editorial, pero es necesario para los lectores, aquellos cualificados para decodificar lo que en tan pocas líneas se narra. Escribirlos no es fácil, y leerlos tampoco. Se necesita de una gran destreza. La novela tiene su exigencia, claro está, pero el cuento tiene que ser preciso y en eso ya hay mucha complejidad de por medio.
¿De qué manera se comporta Pedro Badrán al leer? ¿Es muy diferente como escritor?
Una de las cosas “graves” que tiene la literatura es que, una vez que se ha escrito, como lector, uno ya está predispuesto a leer de otra manera, buscando las formas, entendiendo las estructuras, contradiciendo los argumentos. A mí me sorprenden algunos escritores por la manera como edifican sus historias, y yo leo queriendo encontrar esa clave. Eso le da una virtud a uno y es que no le pueden echar tantos cuentos (risas). Ya uno lee reconociendo qué es bueno y qué no. El oficio del escritor no puede concebirse sin la lectura.
¿Escribir siempre o apartarse antes del ocaso?
Hasta ahora no me lo he planteado. Escribir es un oficio agotador, pero inevitable. De manera que yo puedo seguir haciendo lo que hago sin que nadie lo sepa. Una cosa es cultivar el oficio de escritor y otra muy distinta es aparecer como escritor.
¿Tres libros para no dejar de leer?
El primero sería La conjura de los necios (1980), de John Kennedy Toole; el segundo no puede ser otro que Almas grises (2005), de Philippe Claudel, y el tercero, más por hacerle un homenaje a su autor, es Los cortejos del diablo (1970), de Germán Espinosa.