Revista Pijao
Pedro Arturo Estrada, o la poesía para vivir
Pedro Arturo Estrada, o la poesía para vivir

Por Luisa María Rendón

El Espectador

Los cafés, las bibliotecas y los espacios de conversación poética en el municipio de Envigado (Antioquia), donde ahora se radica, han estado habitados por un hombre que parece tener una fe inquebrantable en la poesía.

Este hombre, de estatura no muy grande, de contextura no tan delgada pero tampoco robusta, que anda casi siempre de boina, deja al descubierto sus ojos pequeños y curiosos que son, al fin de cuentas, los que le ayudan a inspirarse en la poesía. Él, como otros poetas, nutre sus letras de las impresiones de la vida.

“Yo he sido un poco existencialista a través de lo que he escrito. He querido expresar el horror ante la guerra, frente a la violencia, y protestar un poco sobre la injusticia social. No es que predomine un tema para escribirlo, sino que es la necesidad del momento que propone siempre un texto nuevo y cobra sentido en palabras, sin necesidad propiamente de provocarlo”.

A los ocho años descubrió la fascinación por la poesía y sus miles de interpretaciones. Visitó la biblioteca Tomás Carrasquilla en el municipio de Santo Domingo y allí encontró El paraíso perdido, de John Milton. Con este libro emprendió el camino de la escritura de la poesía, dejándose llevar pocos años después por Porfirio Barba Jacob, Walt Withman, Edgar Allan Poe, hasta llegar a los poetas nadaístas.

Estrada no se eligió poeta; la vida lo llevó a escribir lo que le pasaba a él que también les pasaba a varios seres humanos. Vigilaba constantemente la seguridad de los barrios y las fábricas. Desempeñó otras labores, como vendedor y artesano, para reconocer que la poesía no es una profesión, ni una vocación, simplemente es su manera de estar en el mundo, algo así como el alma en el cuerpo para aquellos que son creyentes.

“Nunca me asumí como poeta delante de mi familia y ellos tampoco lo han tomado tan en serio. Realmente, me he dedicado a otras cosas para sobrevivir: oficios varios, trabajo de vigilancia nocturna, que en realidad ha sido a lo que más me he dedicado, artesano, vendedor, etc. Y sobre todo, a ser poeta, algo muy personal, muy solitario”.

Fue siendo poeta y lo hizo muy en contravía de lo que pudieran opinar en su familia y, en general, quienes lo conocían. Ser poeta era igual o peor que ser un roquero. “La poesía es algo que va pasando en cada momento de la vida, y al final uno toma conciencia de eso”.

Las letras de sus poemas son fieles a la representación del mundo y de lo que ha vivido y padecido. Cuando presentó su primer libro delante de su familia, Poemas en blanco y negro, era como presentar el baúl de los recuerdos, no sólo los suyos sino los de Medellín y sus transeúntes. Después de eso escribió otros libros, como Fatum, en 2000; Suma del tiempo, en 2009; Des/historias, en 2012; Poemas de Otra/parte, en 2012; Locus Solus, en 2013, y su más reciente obra, Monodia, en 2015.

La poesía es algo más “intimo”, como él la ha calificado, y no la ha escogido como profesión, simplemente ha buscado espacios para que sea conocida, generando sitios para el aprendizaje con distintos talleres en Medellín y en Nueva York.

“Afortunadamente, siento que la poesía contemporánea, la que proponen y leen los jóvenes, está arriesgando más. El lenguaje está alimentándose de ese cruce de información, de dudas, de sorpresas. Se nutre incluso de otras expresiones de arte, como el cine, la música. La poesía en Colombia era muy conservadora hasta que aparecen los nadaístas y empiezan a proponer una nueva manera de ver las cosas, un lenguaje distinto. De este modo, la poesía pasó a la calle, a narrar lo que aparecía en todas partes, y dejó de estar en esos espacios cerrados en donde sólo lo hacían las personas conservadoras”.

Los premios, para él, más que el reconocimiento de los demás, lo han ayudado a seguir desarrollando, económicamente, sus obras. Ganó el premio nacional Ciro Mendía en el año 2004, el Sueños de Luciano Pulgar en 2007 y la Beca de Creación Alcaldía de Medellín.

Ahora es invitado nuevamente al Festival Internacional de Poesía de Medellín y, aunque reconoce que este es un espacio posibilitado desde lo gubernamental, no demerita estos encuentros, que son como una fiesta de letras. 


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