Revista Pijao
Pablo Simonetti: 'Viví la culpa, la humillación y la angustia'
Pablo Simonetti: 'Viví la culpa, la humillación y la angustia'

Por Enrique Planas

El Comercio (Pe)

Un megaterremoto como el de 1960, el más grande jamás registrado en la historia ocurrido en a ciudad de Valdivia, al sur de Chile, deja cicatrices. No solo en la tierra, sino en las mentes y comportamientos de las personas sobre ella. Para el escritor Pablo Simonetti, este cataclismo dejó una marca en la idiosincrasia chilena. Una maldición sobre todo un país, cuyas gentes estaban convencidas de que, más temprano que tarde, caería sobre ellos de nuevo la fatalidad. "Yo creo que se puede trazar un paralelo entre esos desastres naturales y la situación política que vivió Chile en 1973", señala el escritor Pablo Simonetti. Así, al igual que la fatalista espera por un nuevo terremoto, durante los últimos días del gobierno de Allende los chilenos esperaron resignadamente por un golpe militar. "Todo el sistema político estaba estupidizado por la idea de un golpe inminente, sin ser capaz de hacer algo sobre eso", explica.

En "Desastres naturales", su más reciente novela, el escritor chileno nos habla de cataclismos naturales y políticos, de una familia que al inicio apoya la dictadura de Pinochet para luego sufrir su yugo, de los breves años que duró la relación feliz entre un hijo y su padre, así como los terremotos emocionales que detonan cuando ese niño crece y descubre su homosexualidad. "La fatalidad, la incapacidad para reaccionar y asumir la naturaleza que nos constituye forman parte de la idiosincrasia chilena", nos explica Simonetti, uno de los autores más esperados de la inminente Feria Internacional del Libro de Lima. Un libro sobre el paisaje natural y la naturaleza humana, ambas marcadas por fracturas y fallas sísmicas.

—Has dicho que esta novela nació del recuerdo de un viaje al sur de Chile cuando eras niño. ¿Cuándo sientes que una memoria familiar se convierte en símbolo para escribir una novela?

Quería escribir ese recuerdo porque lo tenía muy fresco, con muchas emociones asociadas. Sabía que había algo allí, pero no sabía qué. Lo escribí sin ningún plan narrativo, pensando que desarrollaba solo una anécdota. Hasta que me di cuenta de que lo principal que allí se representaba era la cercanía de un hijo con su padre, algo que luego nunca se iba a repetir. Al darme cuenta, orienté el texto hacia esa relación. Luego se me ocurrió escribir sobre la muerte del padre y sus efectos. Y una vez hecho, la tercera parte se me impuso: lo que sucedió entre ese momento de tanta unión y la posterior distancia entre ambos: el crecimiento adolescente superpuesto con la decadencia del padre.

—En la novela, el joven protagonista pesca en una bucólica laguna, bajo la cual se esconde la destrucción por el terremoto (y luego las víctimas de la dictadura). ¿Es también un símbolo de cómo se construyen las familias, mostrando una imagen calma y amable, mientras que, en el fondo, se sumergen las consecuencias de la catástrofe?

Es una lectura muy apropiada. Recuerdo a Ítalo Calvino, en sus "Seis propuestas para un nuevo milenio", cuando escribió sobre la levedad como un principio estético. Él hablaba de que al monstruo había que mirarlo a través de su reflejo. El ejemplo es la Medusa, cuya cabeza Perseo corta mirando su reflejo en su escudo. Estos reflejos permiten mirar al monstruo sin ser arrastrados por su peso. En efecto, con el terremoto de 1960 se creó un gran parque acuático alrededor de Valdivia, habitado por cisnes y patos silvestres. Todo eso era tierra que se había hundido. Las familias tienden a contar una historia oficial, que sería esa laguna inmóvil y plácida, y va olvidando todo aquello que resulta incómodo o diverso. Es algo que a mí me ha pasado. Cuando me reconocí como gay, descubrí que mi padre y mi madre tenían primos hermanos gays que nunca habían sido mencionados en la mesa.

—En la tradición literaria chilena, la dictadura de Pinochet suele ser contada desde la voz de sus víctimas. En tu novela, muestras la otra parte del país, la que celebró el golpe...

El golpe fue resultado de la maquinación política del centro y de la derecha, con un apoyo social de la pequeña y la gran burguesía, que se sentía amenazada por las políticas de Allende. Yo viví el desabastecimiento, la inflación, aquello que afecta la laguna plácida de la familia burguesa.

—En tu caso, también la expropiación de la empresa metalúrgica de tu padre.

Claro. Era la sensación de la pérdida del derecho a la propiedad, unido con la reforma agraria que en ese momento se llevaba con Allende. Pero también la pequeña burguesía, los empleados, los profesores se opusieron con mucha fuerza a Allende, y en un primer momento apoyaron el golpe. Pienso que ese era un tema importante para ver cómo esas mismas familias se transformaron también en víctimas. No de la desaparición o la tortura, pero sí de la asfixia de la dictadura y de su uniformidad. Un ejemplo: tras el golpe, las mismas patrullas militares que detenían a la gente, con una tijera y les cortaban en la calle los pantalones a las mujeres y el pelo a los hombres. Desde el primer momento impusieron roles de género concebidos en campamentos militares, algo que luego se profundizaría muchísimo. No había espacio para la diferencia.

—"Desastres naturales" es una novela fuertemente autobiográfica, y en ella desarrollas el descubrimiento del deseo homosexual por parte del joven protagonista. ¿Cómo tu personaje, asumiste tu identidad sexual libre de culpa?

El inicio de la novela es muy autobiográfico [el viaje del niño con sus padres al sur], pero esa parte es menos autobiográfica diría yo, por una serie de razones: desde personales hasta lo que podríamos llamar protección de testigos [ríe]. Por supuesto, la representación del deseo en la literatura adquiere una fuerza por sí misma. En la novela se representa lo natural del deseo, su espontaneidad, en la vida del protagonista, algo que surge igual que en un adolescente heterosexual. Pero a diferencia de ellos, él no tiene con quien hablar de su deseo. Ni con el padre ni con la madre, ni con sus hermanos ni con los compañeros de curso. ¡Ni siquiera con los hombres con los que se acuesta! Sencillamente las cosas ocurren, y al minuto siguiente tienen que volver a la representación heterosexual de sus vidas, como si nada hubiera pasado. Por supuesto, eso produce mucha angustia, humillación y culpa. En mi vida personal, lo viví de la misma manera. Separar el afecto de la sexualidad por supuesto que te impacta. Te deja en una situación de máxima vulnerabilidad.

—Vivimos una ofensiva conservadora que busca desmontar conquistas de inclusión dadas a nivel político y educativo. ¿Cómo ves este concierto conservador que se extiende tanto en el Perú como en Chile?

Entiendo que en el Perú hay programas impulsados por el Ministerio de Educación para generar una educación más inclusiva, pero todavía no hay unión civil ni ley de identidad de género. Diría que el Perú no ha dado siquiera los primeros pasos y ya tiene esta ola conservadora revolcándolo. Nosotros acabamos de experimentar algo parecido con estas campañas denominadas “No te metas con nuestros hijos”. Es un andamiaje articulado sobre todo por movimientos evangélicos de ultraderecha, que son los que más gritan. Mientras que en el mundo legal, los que actúan con más fuerza y de forma más solapada son las organizaciones amparadas bajo la Iglesia Católica, con una gran capacidad para el litigio, en actos legislativos y frente al Gobierno. Y allí está la inteligencia para oponerse a la ley de identidad de género o al matrimonio igualitario. Nosotros vamos al Congreso y ellos están siempre al otro lado de la sala.

— ¿Qué piensas de la llamada ideología de género?

Cuando uno acusa a otro de ideologizar un tema, es porque le importan más las ideas que la realidad de las cosas. En la realidad, hay familias homoparentales con hijos. En la realidad, hay niños de familias católicas, que estudian en colegios católicos y que a expresan una identidad de género diversa. Hay muchísimos hombres y mujeres homosexuales que, llegada la adolescencia, expresan su orientación sexual de manera espontánea y natural. Cuando a partir de una ideología conservadora niegas la realidad y apuntas a acabar con una educación inclusiva, con una ley de identidad de género, lo que estás haciendo es condenar a las personas a una vida de discriminación. Les impides terminar el colegio, entrar en el mercado de trabajo, eventualmente, los expones a una muerte prematura. Negar la realidad es muy cruel. Es lo mismo que vivimos durante la dictadura de Pinochet: cuando invisibilizas la diferencia, a las personas diferentes que existen, que son cientos de miles, las pones en una situación de postergación social y económica, de ostracismo y violencia. Lo único que pedimos es poder existir con los mismos derechos y con la misma dignidad frente al Estado.

—Lo curioso es que estos grupos conservadores se reservan el derecho de decidir qué es lo natural. ¿Cómo definimos lo natural?

Ellos asumen que todo esto que ocurre con nosotros es un desastre natural. Yo pienso al revés: lo que ocurre es parte de nuestra naturaleza. Y al serlo, la perspectiva cambia completamente. Así somos. Así es la especie humana. Y la sociedad debe incorporarlo como incorpora muchas otras diferencias, como la raza o la religión.

—Fuiste protagonista de la conquista legal de la unión civil en el Congreso chileno. ¿Crees que en tu país se vive hoy una libertad mucho mayor comparada a los años que narras en tu novela, en la década de los noventa?

Entiendo el libro como una novela de época. Esas situaciones que se viven en la novela en los años setenta y noventa muestran el grado de postración en que estaba la diversidad en esos tiempos. Eso ha cambiado mucho, y para bien. La invisibilidad de la diversidad ya no es tal. La gente tiene mucho menos miedo a mostrarse: yo estoy unido civilmente con mi pareja, los terceros tienen que asumir que mi pareja es la persona más importante en mi vida porque yo lo elegí así. Vivimos un respeto a la autonomía que antes no existía. En Chile, la vida en pareja de las personas homosexuales ya no es solo un hecho privado y para muchos vergonzante. Al contrario, es una vida de familia que se puede proyectar hacia lo público.


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