Por Nelson Freddy Padilla Foto Cristian Garavito
El Espectador
¿Por qué el tema de tres mujeres disímiles envueltas en trata de personas para su primera novela?
Inicialmente fue un tema que lo pensé como una crónica cuando conocí colombianas que trabajaban en las cabinas de Ámsterdam, luego hablé con personas y ONG que trabajaban con ellas prestando asistencia. También investigué, recopilé material y leí informes, reportes, varios libros, pero fue tanto el material y lo que había detrás, que nunca escribí nada. Con el tiempo se volvió material para una trama de ficción.
Según el tiempo que maneja, está basada en hechos ocurridos a comienzos del siglo XXI. ¿Desde entonces trabajaba en el libro?
No. El tema ya estaba en la cabeza, pero la novela la comencé a escribir en 2005. Quería que los personajes pasaran el milenio como fecha emblemática, pero al mismo tiempo para dejar en evidencia que el delito continúa, que sigue vigente y es transnacional.
¿Tuvo que ver su trabajo para El Espectador desde allá?
Sí, claro. Porque fue en mi época de corresponsal que conocí la problemática, que hablé con algunas de ellas y supe de sus historias. Eso se conectó con las masacres de Trujillo (Valle) y el fallo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en Washington. Las piezas que inicialmente fueron periodísticas se convirtieron en un enorme rompecabezas donde todo encajó desde la literatura.
La atmósfera europea es sólida.
Más que todo en imágenes que se me quedaron en la memoria, en escenas, pero hay sitios de la novela que no conozco aún, así que leí libros de viajes, guías turísticas y hablé con personas que sí habían estado o vivido allí. Ya para Ámsterdam y Madurodam, la ciudad de las miniaturas, regresé y las caminé en función de la obra.
¿Qué trabajo de campo implicaron las redes de prostitución?
Mucho. Primero lecturas e informes, incluso novelas como Plataforma, de Michel Houellebecq. Luego, hablando con personas que de una u otra manera habían estado con el tema o que por circunstancias de la vida vivieron situaciones que forman parte de la cadena de trata de personas, ya fuese en Colombia o en Europa.
¿Qué tan demandante fue y qué tan riesgoso es para una novela que se crucen tantas violencias?; la de la trata de personas, la guerra colombiana, el triángulo de oro, el tráfico de drogas.
En un principio no lo sentí tanto, quizá porque hemos vivido en medio de la violencia, pero creo que también es la propuesta de la novela, al final es la memoria, las historias, el cuento y la solidaridad lo que ayuda a estas tres mujeres a sobrellevar la vida que llevan. Escribo porque creo que el mundo está mal hecho y desde la literatura puedo soñar mundos mejores. Las protagonistas, a su manera, creen en un mundo mejor.
Otro reto era construir un mundo femenino con tres voces distintas, la de la colombiana, la dominicana y la tailandesa. ¿Cómo lo logró?
Fue de lo más difícil, sobre todo en el caso de la colombiana y la dominicana por sus orígenes latinoamericanos. Darles una voz propia era en efecto un reto. Así que investigué mucho sobre el léxico y las expresiones idiomáticas, luego revisar los diálogos y las frases de cada una para que se diferenciaran.
¿Por qué la evocación del mundo de encierro e imaginación de Ana Frank a través de Carmen?
El diario de Ana Frank es clave para la evolución de Carmen como personaje. Ella vive en una dualidad y sólo comienza a liberarse cuando siente que vive en un encierro como el de Ana Frank. Al leer el diario, viaja interiormente, siente que hay maneras de salvarse, y la escritura es una vía.
Un valor agregado de la estructura es que desarrolla paralelamente el cuento de “La princesa madre del río”. ¿Cómo surgió esa idea metafórica y qué aporta a la novela?
Es el cuento en el que se refugia Noi Awi, la tailandesa. Su vida es tan dura, que ella suelta su parte espiritual porque sabe que se pierde y se queda con la vital que se refugia en el cuento de La princesa madre del río para salvarse. Ahí ella es una princesa en el reino de Siam. Y es de nuevo la idea de que los cuentos nos ayudan a sobrellevar el mundo. La literatura es una salvación, sin ella seríamos seres grises a los que les roban el tiempo, como en Momo, de Michal Ende.
¿Cómo evadió los lugares comunes de un fenómeno tan trillado como la trata de personas para incorporarlo a la ficción de una manera estética?
Esa fue la otra parte más difícil de la novela, el no entrar en los clichés. Creo que ayudó el proceso de maduración. La novela duró más de dos años en escribirse, pero diez en madurar, en ajustar piezas claves, en eliminar diálogos innecesarios o partes de la novela que no aportaban. La envié a concursos y con las recomendaciones de las actas de los jurados corregía y arreglaba los vacíos. Lo que más ayudó a evitar los lugares comunes fue el buscar una mirada femenina en un mundo delictivo y machista.
¿Cómo sintió pasar de libros de relatos (“Una daga en Alexander Platz” y “Cuentos y pasiones del cielo”) al largo aliento de la novela?
Sigo insistiendo que el cuento es más difícil, tiene que ser una pieza de relojería perfecta donde nada falte ni sobre, puede que uno se demore menos en escribirle, pero tiene una mayor exigencia de perfección. La novela es un reloj más grande que permite dejar suelta una pieza para retomarla, para conectarla luego con la trama. Es de largo aliento, pero uno se mueve más libremente por los espacios que pide la novela o los personajes. A veces son los mismos personajes los que comienzan a actuar solos en la novela, es más fácil soltarlos.
¿De qué le sirvió la maestría de escritura creativa en El Paso, Texas?
Para seguir madurando. La literatura es un aprendizaje diario y continuo. La teoría y la experiencia de otros escritores te ayudan a ahorrar tiempo en el proceso de formación, pero lo que te hace escritor es la conexión diaria del cerebro con el papel, la disciplina de escribir todos los días, integrar tu escritura a tu horario biológico. Me alegró mucho el Premio Nobel de Medicina de este año, porque reconoce la sincronización del cuerpo con la rotación terrestre, y en mi caso me sincronizo con la escritura. Mi ritmo biológico para escribir es de 5 a 7 de la mañana y eso ya lo tenía antes y lo mantuve durante la maestría, sólo que ahí fueron entre 5 y 6 horas diarias de escritura.
La música suena a través de la novela, desde Jacques Brel hasta Juan Luis Guerra. ¿Por qué?
En parte, por las emociones que genera la música. En el caso de Jacques Brel, porque forma parte de mi aprendizaje del francés, pero porque la canción de Ámsterdam da una imagen clara de cómo se veía el puerto y el trato instrumental de la mujer, pero en el caso de las otras canciones es también porque de una u otra manera uno se identifica o tararea esas canciones.
Se nota el trabajo en la construcción de imágenes eróticas y sexuales.
Muchísimo. Las imágenes y descripciones de escenas íntimas son muy riesgosas. Hay escritores que prefieren omitirlas, pero me la jugué particularmente en una escena entre Noi Awi y Marina. Lectores me han dicho que es una parte de la novela muy bella, que genera mucha emoción. Eso anima, porque cuando asumes riesgos puedes equivocarte, y ahí lo único es volverse a levantar. Leer y escribir todos los días para hacerlo mejor.