Revista Pijao
‘Narro desde la voz de una generación impulsiva y sin límite'
‘Narro desde la voz de una generación impulsiva y sin límite'

Por Catalina Uribe Tarazona Foto Claudia Rubio

El Tiempo

“Frente a la máquina de escribir, leo mis notas. Adelanto y atraso las páginas de la pequeña libreta como si leyera un texto extraño, palabras no mías; me cuesta trabajo descifrarlas. Subrayo párrafos; tomo notas de mis notas para comenzar el artículo. Son las dos de la tarde. Crece la ansiedad. Empiezo a ‘chuzografiar’. En una hora tengo que entregar el texto para que alcance a salir en la edición nacional del periódico”.

Así habla Guillermo González Uribe, editor, periodista y escritor bogotano, cuando encarna a Sebastián, el protagonista de su novela ‘A pesar de la noche’, un periodista que se juega la vida por un país en el que se pueda ejercer la crítica o la protesta sin ser asesinado.

‘A pesar de la noche’ narra los acontecimientos más atroces que han marcado la historia de Colombia y retrata las fervientes intenciones de un reportero por cambiar la realidad contando historias de verdad, sin tapujos, contra los obstáculos que se lo impiden: los editores, los opositores, la censura, el ambiente de violencia que se respira.

A lo largo del texto, González construye diversos personajes que se vinculan al relato a medida que cuentan cómo es la sociedad de su época y develan, desde ópticas distintas, las circunstancias que truncan la labor periodística de Sebastián. Cada personaje es un universo. Sus sentires, sus particularidades y las visiones que tienen de la realidad son cuidadosamente descritos en el intercambio epistolar de Sebastián y Elisa, su amiga de toda la vida.

González habló con EL TIEMPO acerca de ‘A pesar de la noche’ y de las fuentes de inspiración que le permitieron dar vida a los protagonistas de la novela.

¿Cómo fue el proceso de creación de la novela?

La primera versión la terminé en 1992, pero no quedé satisfecho. Luego, cada tanto, desempolvaba lo que llevaba, cogía uno u otro capítulo y le trabajaba. Mientras tanto, seguía archivando recortes, tomando notas, investigando. En el 2011, cuando renuncie a la revista ‘Número’, luego de dirigirla durante 18 años, me dediqué a proyectos personales que estaban pendientes; el principal, la novela. Después de centrarme en ella durante varios años la compartí con un grupo de amigos de diversas profesiones y oficios. Ese fogueo con ‘prelectores’ y el pasar sobre la novela una y mil veces fueron fundamentales para encontrar el tono narrativo. A Gustavo Mauricio García, editor de Ícono, le gustó bastante. Él fue quien la publicó.

En la novela revive algunos de los episodios más fuertes del país, como la toma del Palacio de Justicia, para hacer una crítica al periodismo...

Siendo periodista, en los años setenta y ochenta, fui testigo de algunos de esos hechos. En la novela los recreo a través de las experiencias de los reporteros que laboraban en los medios, y hablo del miedo que se respiraba en un ambiente marcado por los consejos verbales de guerra, el robo de las armas del Cantón Norte, la toma de la embajada dominicana, los procesos de paz, el surgimiento del paramilitarismo, etcétera. Todo es narrado a partir de la voz de una generación impulsiva, sin límites.

¿Con qué intención incluye a los personajes de Olga, Pedro y Arthur dentro de la historia?

A lo largo de los años, cada capítulo fue cobrando vida propia. En el capítulo de los monólogos, buena parte la ocupan los habitantes de la calle, personajes a los que me he aproximado porque siempre me han intrigado. Los conocí más de cerca a través del periódico ‘La Lleca’, que hicimos con Patricia Ariza, del Teatro La Candelaria. Como editor del periódico, almorzaba cada quince días con un grupo de ellos. Así pude acercarme a sus vivencias, a su sentir, y lo que encontré fue a varios seres libres que, hastiados de la sociedad, habían decidido apartarse de ella. De esos encuentros surgieron esos personajes.

Cada personaje se cuenta a sí mismo, ¿alguna razón en especial?

La historia central está en primera persona y es narrada por Sebastián. La de Martín, su hijo, está contada por un narrador omnisciente. Los monólogos, tanto de los habitantes de la calle como de otros protagonistas, también están en primera persona. Esa primera persona me permite penetrar más adentro, explorarlos internamente. Varios otros capítulos tienen sus formas narrativas particulares. Esto puede sonar algo complejo, pero, en la práctica, permite que el libro fluya, que la narración no pare ni se vuelva monótona.

¿Considera que el buen periodismo es de oportunidad o de capacidad?

El buen periodismo y la buena literatura parten de fuentes semejantes. El conocimiento profundo de los temas, la investigación, la curiosidad, la cercanía con disciplinas creativas como la literatura, el teatro, el cine; el rodearse de gente despierta, el manejo creativo de los lenguajes, el contacto con la naturaleza. García Márquez llevaba las cosas al extremo y decía que en su obra la mayor parte era trabajo y disciplina; y, en una pequeña parte, talento. Él consideraba que el mejor oficio del mundo es el periodismo y se enorgullecía de ser, simplemente, un reportero.

Háblenos de la estructura narrativa. El texto evoca diversos momentos históricos del país, sin resultar confuso...

La novela se fue armando como si fuera un mecanismo de precisión, un reloj suizo. Cada elemento encajó con los demás en forma armónica. Siento que los años de trabajo, de investigación y, en los últimos tiempos, de introspección permitieron no dejar cabos sueltos, con excepción de los deliberados. Me gusta puntualizar que cada tema, cada capítulo, encontró su propio género: la crónica, el reportaje, los diarios, las cartas, los monólogos y otros que el lector irá descubriendo. Los dejé fluir, cuidando que la estructura final fuera coherente. Lo que pretendo, lo que más quiero, es que los lectores queden atrapados, que no la puedan dejar a un lado. Y parecería que, en parte, se ha logrado, pues a dos meses de su lanzamiento fue necesario sacar una segunda edición.

¿Qué tanto se inspira en su historia personal?

La literatura parte casi siempre de lo personal, de lo más íntimo. Con el tiempo, los rasgos de algunos de los personajes que construí con base en personas reales se diluyeron en personajes únicos, con sus particularidades y trayectorias, lo que, en cierta medida, les permitió deslindarse de la fuente real de inspiración que los hizo posibles. Conservo algunos personajes reales, como la figura de Guillermo Cano, director de ‘El Espectador’, asesinado hace treinta años. Me concentro en su faceta de defensor de los derechos humanos y su apuesta inapelable por la paz para Colombia.

Cuéntenos una anécdota que recuerde de la construcción del libro.

Me demostró la veracidad de una frase que repite una amiga: “Haz planes para que los dioses se rían”. Uno investiga, escribe y no sabe qué quedará. Hubo un caso que investigué durante más de un mes. Escribí, reescribí, consulté con especialistas, indagué diversas fuentes y... finalmente no quedó dentro de la novela. En la última revisión, faltando pocos días para entregar a impresión, encontré un dato que me amplió de manera insospechada el alcance de un hecho, pues compromete a personas importantes del país. Meterlo completo hubiera requerido varios meses adicionales. Solo lo mencioné. Posiblemente sea el comienzo de otra obra. Lo cierto es que se trabaja sin cesar, sin saber muy bien para dónde ir, y, cuando encuentras el tono, el libro coge su propio camino, y el autor pasa a ser una especie de amanuense.

¿Va dirigido a un público en especial?

Quiero que los adultos recuerden esos momentos cruentos de la historia, que, pese a todo, no nos robaron la alegría. Y que las nuevas generaciones encuentren en la novela una fuente amena, creativa, que les permita conocer, vivir, gozar, entender y sufrir algunos sucesos de los últimos cuarenta años. Quisiera que fuera recibida como la primera novela del posconflicto, que destape heridas para desinfectarlas para que sanen bien y no se vuelvan a abrir.

En el trasfondo, siento que esta obra nos recuerda que en toda época existen fuerzas autoritarias que, a través del miedo, el odio, el asesinato, la guerra, la mentira y las masacres, buscan perpetuarse en el poder. Son las fuerzas contrarías a la claridad, a la diversidad, a la paz, a la pluralidad, a la creación y a la vida plena.

¿Cómo describiría su faceta periodística frente a la literaria?

El periodismo tiene un tiempo y un espacio limitados. La literatura puede ser la eternidad. Como dice un personaje de la novela, citando a Borges, quien, a su vez, cita a don Alfonso Reyes Ochoa: “Nosotros publicamos para no pasarnos la vida corrigiendo borradores”, como casi me ocurre a mí.

La obra de Guillermo González demuestra que la literatura también es un salvavidas que nos impide naufragar en nuestras propias desgracias y que, tal como lo manifiesta en su libro: “Más temprano que tarde, ojalá más temprano, como el cuerpo humano, la misma sociedad y las instituciones tienen, tenemos, que producir los anticuerpos para curar la enfermedad de la violencia”.


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