Por Luis Vinker
Hace algunos años, y para el placer de los fans del running, el escritor japonés Haruki Murakami describió sus aventuras atléticas en De qué hablo cuando hablo de correr. Pero ahora Murakami llega con otro trabajo, en el mismo formato y que se concentra en lo que lo llevó a la fama: la literatura. De qué hablo cuando hablo de escribir titula su flamante libro que surgió como una recopilación de artículos en serie para una revista y luego, capítulos complementarios.
A su modo, tiene bastante de autobiografía, pero no es allí donde concentra el mayor interés. De hecho, varios de los episodios son conocidos, como aquel que señaló su ingreso al mundo literario: un toque de inspiración, a los treinta años, cuando asistía a un partido de béisbol. Por aquella época, Murakami regenteaba un bar de jazz (otra de sus aficiones), recién comenzaba a solventarse económicamente y su única vinculación con la literatura se remontaba a la niñez. Considera fundamental haber leído intensamente cuando era chico: “Para mí, lo más importante del mundo era leer”, recuerda. Y no se reconoce como un eximio estudiante en la Universidad Waseda de Tokio, ni un “joven brillante”, ni contestatario, mientras las rebeliones juveniles de los ‘60 atravesaban su país.
“No sé cómo explicarlo, fue una revelación. Los ingleses lo llaman una epifanía. Un buen día se me apareció algo, de repente, y lo cambió todo”, insiste. Y decidió, definitivamente, convertirse en escritor.
Pero el autor de Kafka en la orilla, Tokio Blues y 1Q84 (sus obras más reconocidas), realiza una descripción de lo que, considera, las bases del escritor. Una “profesión” a la que llegó, acaso por aquella inspiración y después de ganar un concurso para autores noveles en la revista Gunzo. Escucha la canción del viento se titulaba aquella primera obra, premiada. “Atrapé esa oportunidad por azar. Y la fortuna me convirtió en novelista”, sostiene. Tokio Blues lo llevó a la fama en Japón y, posteriormente, lo decidió a radicarse en Estados Unidos: hasta hace poco alternaba sus clases en Massachussetts con su residencia en Hawaii.
En medio de sus reflexiones, Murakami apenas se refiere –o lo hace tangencialmente- a cierta resistencia que encuentra en un sector de la cultura japonesa, que le considera “occidentalizado” o algo más liviano en sus obras. Al menos, ante la profundidad que sí encuentran en Kenzaburo Oke, Yukio Mishima y otros autores famosos.
Murakami aparece despreocupado sobre el tema y prefiere describir sus sentimientos y sus trucos. Le dedica un capítulo especial al valor de la “originalidad”. Y así los toques rupturistas que se recuerdan en la música -desde La Consagración de la Primavera de Stravinsky hasta los Beatles, desde Telonius Monk hasta los Beach Boys- le vienen como ejemplos para la misma cuota de originalidad que aguarda en un escritor.
No es novedad, la música, y especialmente el jazz, no sólo lo marcaron en su juventud, sino a lo largo de toda su vida. Y hasta relaciona el acto de escribir, y su ritmo, con la música. Lo sintetiza en una cita alrededor de los Fabulosos Cuatro: “Crearon un sonido fresco, enérgico e inconfundiblemente propio”.
También De qué hablo… es una definición de su método de trabajo, su relación con los lectores, sus sentimientos. A pesar de sus limitadas apariciones públicas –le rehúye a la firma de libros, los homenajes y las entrevistas- Murakami cuenta que un blog muy popular, que mantuvo durante un año para responder consultas de los lectores, fue “auténtico”: “Aunque muchos no lo creían, respondía uno por uno. Hasta que ya no tuve tiempo para mantenerlo”.
Murakami transmite cierta modestia, pero se atribuye “algo” y, fundamentalmente, “persistencia”. Y también destaca el valor que –para él- tienen aspectos como la corrección, la reescritura y la traducción (él mismo se destacó en su país como traductor de Carver). “No me considero un genio, tampoco me atribuyo un talento especial. Aunque no niego tener algo, porque me gano la vida con esto desde hace más de treinta años”, afirma. Y transmite la sensación de una vida metódica y equilibrada, sin mayores secretos. Allí vuelve a su afición atlética aunque, en este caso, se vincula a un bienestar físico que considera un equilibrio necesario para su profesión. Y en oposición a la leyenda de los escritores bohemios, hasta menciona a Kafka quien “en verano nadaba un kilómetro por día en el Moldavia, durante el resto del año hacía gimnasia”.
Y otra definición: “Las novelas brotan con naturalidad de uno mismo. No se construyen a golpes de estrategia. No se puede escribir una novela después de realizar un estudio de mercado y aunque de hecho se haga, dudo mucho de su hipotético éxito. Si aún lo obtienen, tanto las obras en sí como su autor serán flor de un día y no tardarán en caer en el olvido”.
Murakami, hoy de 68 años, recuerda su salida al extranjero y sus motivaciones. Y anticipa: “A partir de ahora descenderé para buscar la profundidad de mí mismo, a la lejanía. Ese es un territorio nuevo, desconocido, tal vez mi última frontera. No sé si seré capaz de traspasarla, pero es maravilloso colocar banderas en un lugar donde nunca has estado”. ¿Qué nuevas historias, qué personajes sorprendentes, será capaz de depararnos en ese nuevo viaje?
Con información del diario Clarín (Ar)