Por Renzo Giner Vásquez
El Comercio (Pe)
La última edición del libro “En forma de palabras”, ilustrado por Gabriel Alayza y escrito por Micaela Chirif, llega a su puerta. De inmediato, la autora se pone a hojear las páginas. “Siempre quiero cambiar algo cuando ya está publicado. No digo que esté mal, solo que siempre siento que hay cosas por agregar”, nos explica al iniciar la conversación.
— Hace unos años contó que escribir para niños le permite seguir soñando…
[Risas] Me había olvidado por completo de ese texto. Trataba sobre qué quería ser de niña, y de niños queremos ser todo y no solo por lo que puedes hacer, sino porque puedes adoptar muchas personalidades. En ese sentido, escribir es, en parte, inventarse un montón de historias en las que te gustaría entrar. Seguir soñando… creo que la palabra correcta es imaginar, seguir imaginando.
— Imaginar, ¿es algo que se pierde con los años?
Siempre tenemos la idea de que los niños imaginan y los adultos no; en realidad, imaginamos todo el tiempo, la diferencia es que no le hacemos caso, no lo dirigimos o pensamos que son tonterías.
— Imperdonable si escribe para niños...
Cuando haces libros que son básicamente para niños siempre se enfocan en el público. Si escribiera para adultos, nadie me preguntaría por el público [risas]. A mí me gusta pensar que mis libros, más que para niños, se pueden leer desde niños. Un libro mío debe gustarme a mí, no pienso tanto en el público destinatario.
— Eso lo ve la editorial.
Así es, siempre [risas].
— Se opone a la idea de que un libro para niños siempre debe dejar una enseñanza.
Sí, me da como alergia. Si un libro está bien hecho, probablemente te enriquecerá o hará pensar, pero tener mensajes directos para los niños lo único que hará es que detesten la lectura. Algunos son tan explícitos que esperan que al final le pregunten al niño cuál fue el mensaje. ¿Para qué le das un libro entonces? Mejor dile cómo se debe comportar. La literatura no sirve para encaletar mensajes, es otra cosa.
— ¿Cómo está la literatura infantil en nuestro país?
Acá, a la que mejor le va es a la literatura que va a los colegios. Yo no me dirijo a ese estilo porque pide fichas para los profesores, trabajos, etc. Para libros como los míos se necesita un sistema de bibliotecas que funcione mejor, que el Estado compre más libros; no es fácil sobrevivir ni para las editoriales ni para los escritores ni para los ilustradores; tenemos un mercado muy reducido.
— Hay quienes creen que cualquiera, incluso un niño, puede escribir un libro para niños.
Sí, los hay. Yo no sabría decirte cómo escribo, soy como esas personas que saben cocinar pero no explicar cómo lo hacen. Quizá si lo pensara mucho no me saldrían tan naturales [risas].
— ¿Cuáles son los retos?
No ser condescendiente con el público, respetar la inteligencia de quienes lo lean y que sea algo que te genere interés. Creen que cualquiera puede escribir para niños, pero esto tiene otro código, otro esquema, otra forma.
— El escritor Óscar Carrasco dice que “no debemos subestimar al lector ni ver al género como uno menor”.
¡Exacto! Muchas veces ven a la literatura infantil como un género menor. Pero eso tiene su lado bacán, te permites ciertas exploraciones con más libertad [risas].
— ¿Qué leía de pequeña?
Por alguna razón, cuando era chica llegaron muchos cuentos rusos y chinos. Tenían ilustraciones muy buenas, tipo propaganda soviética. En realidad leía todo lo que caía en mis manos.
— Su hijo debió escuchar los mejores cuentos…
Bueno, en esa época no escribía, se llevó los mismos cuentos que los demás [risas].
— ¿Pero las historias siempre estuvieron ahí o cómo surgieron?
Surgen de pequeños detonantes. En mi último libro me pregunté qué pasaría si lo que nos rodean no son cosas sino palabras. En “Desayuno” pensé qué pasaría si entra un ser extraño a mi cocina. Son cosas pequeñas, pero el trabajo real es estructurar esas ideas raras para que funcionen. Y el problema es que tengo más ideas de las que puedo escribir [risas].