Por John Saldarriaga
El Colombiano
Cedrón, ese pueblo colmado de caminos y árboles polvorientos en los que el tiempo no pasa, está celebrando sus bodas de oro.
¿Será Tolú? ¿Será Coveñas? Lo cierto es que este territorio creado por Héctor Rojas Herazo es el personaje central de la novela En noviembre llega el arzobispo y parece un organismo vivo, que come y respira, en tanto que los personajes son como sus entrañas.
Esta obra recibió el Premio Nacional de Novela Esso el 27 de octubre de 1967 y dos semanas más tarde salió la edición para que la gente se enterara de las hazañas de Leocadio Mendieta, el cacique inclemente que mantiene sometidos a los demás habitantes; de Gerardo Escalante, el desquiciado que se revuelca en estiércol, y otros seres que habitan la espera.
“Rojas Herazo escribió historias de una región aparentemente sin historia: los pueblos del Golfo de Morrosquillo”, considera el escritor Darío Ruiz Gómez. Añade que los personajes habitan el pathos griego: el sufrimiento, la frustración. Conoció al autor: “tenía gran sentido del humor”.
Para Lucila González de Chaves, en su libro Literatura. Investigación, lecturas y análisis Rojas Herazo es un perfecto fotógrafo y esta novela es un álbum de fotografías en las que no faltan detalles. Pero “sus fotografías son indiscretas, porque ellas han sido logradas en el momento menos elegante, menos espiritual del personaje. El autor enfoca el minuto de debilidad, de pecado, de oscuro pensamiento, el de degradante deseo”. Tal es la grandeza que nota en el toludeño, que señala: “¿Será aventurado decir que nuestro novelista colombiano Héctor Rojas Herazo es un Emilio Zola? Un Zola que ama el detalle, que es perfeccionista, puesto que no se le queda nada por ahondar, por escrutar en los procederes internos y externos de sus personajes”.
La maestra llama la atención en que la llegada del arzobispo de nada sirve. El pueblo poco se conmueve con su visita y el pastor tampoco hace nada por despertar a esas gentes, por entusiasmarlas.
El narrador Juan Diego Mejía recuerda que Rojas Herazo no se definía como pintor, ni escritor, sino como “patiero viejo”: una persona que le gusta estar en el patio de la casa contando historias, abanicado por las hojas de las palmeras.
Quienes lo conocieron coinciden en decir, comenta Juan Diego, que era un gran conversador. “Los escritores tenemos fama de callados —dice Mejía—. Por eso es importante ponerles atención a esos autores que también son buenos hablando”.